Dios el imprevisto, el que “primerea”

miércoles, 5 de agosto de 2015
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Consolar1

Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”. Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento su hija quedó curada.

Mt 15,21-28

Jesús sorprende yendo más allá de lo esperado

Es toda una invitación y una provocación para liberarnos desde dentro mucho más lejos de lo esperado. Lo hacemos por su gracia que nos hace crecer en fortaleza y confianza. Jesús parte de Genesaret, que está en la costa del mar de Galilea, a Tiro y Sidón, que están a unos 37 y 35 km. hacia el norte, en la costa del Mar Mediterráneo. Es un largo trayecto, que lo ubica a Jesús mucho más allá de lo que se consideraba su misión: “yo he venido por los hijos de Israel”.

El texto leído narra una de las tres ocasiones en que Jesús sana a personas que no pertenecen al pueblo de Israel. No es muy claro si Jesús efectivamente entró a Tiro y Sidón, o simplemente se quedó a orillas de esta área gentil, este territorio no judío. Marcos (en el texto paralelo) dice que entró a una casa. Pero no especifica por qué Jesús va a esos lugares. Lo podemos entreleer al contemplar todo el desarrollo de la actividad del Señor.

La multitud le había frustrado su búsqueda de unos momentos a solas para orar; pero no parece lógico que busque renovación espiritual en un territorio pagano.  Tal vez Dios, el Padre, lo lleva en el espíritu allí, para que nosotros podamos disfrutar la historia de esa extraordinaria mujer cananea que con su fe conmueve y con su humildad sacude las entrañas del Maestro que, en su infinita misericordia sale a su encuentro con la gracia que le pide.

Una mujer cananea clamaba, dice el texto. En griego también podría traducirse por gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. La traducción exacta sería (…) “cruelmente, malvadamente atormentada por un demonio”. La mujer se dirige a Jesús como Señor, y como Hijo de David, palabras que en judío solamente se usan para referirse al Mesías. Es fuera del territorio de Israel donde hay una mirada creyente que clama por redención y conmueve a Jesús.

Y esto es lo primero que sorprende: que en aquel territorio, esta persona, en su necesidad, lo llame a Jesús bajo este título, una expresión mesiánica. También sorprenden la actitud, que sea mujer, la osadía de expresar su clamor a los gritos. Todo está coo fuera de cuadro en este texto bíblico. Muchas veces el evangelio nos provoca desde esta perspectiva para mostrarnos que no es por el cálculo ni por lo esperado que el Señor “primerea” para intervenir. El Señor va más allá.

Llegó Jesús y salió a tu encuentro, y te mostró este don maravilloso de su primacía en tu propia historia habiéndote visto superado en tus propias expectativas.

Jesús se familiariza con los extraños

Uno de los modos que tiene el Señor de ir más allá de lo previsto es cuando rompe con lo establecido. El Señor no es un trangresor para llamar la atención, sino que hay algo en Él que lo hacen ir más allá. Son las pautas nuevas que el Señor usa para sacarnos de esquemas demasiados pobres y cortos con los que nos vinculamos con la realidad. Por lo tanto hay que soltarse, y liberarse de los propios esquemas de seguridad. El Señor nos lleva a territorios extraños y desconocidos. La novedad en la evangelización no viene solamente con lo geográfico sino con lo cultural. Escenarios nuevos donde el Señor nos conduce con modos y formas nuevas.

Lo que impide muchas veces avanzar sobre los nuevos escenarios es la extrañeza o lo desconocido.

Dice así el Señor en el corazón de San Juan de la Cruz en el “Monte de perfección”

Para venir a gustarlo todo

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo

no quieras ser algo en nada.

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Para venir a lo que gustas

has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes

has de ir por donde no sabes.

Para venir a poseer lo que no posees

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres

has de ir por donde no eres.

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Cuando reparas en algo

dejas de arrojarte al todo. (Cuando buscás seguridad dejás de ponerte en las manos del que todo lo puede)

Para venir del todo al todo

has de dejarte del todo en todo,

y cuando lo vengas del todo a tener

has de tenerlo sin nada querer.

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En esta desnudez halla el

espíritu su descanso, porque no

comunicando nada, nada le fatiga hacia

arriba, y nada le oprime

hacia abajo, porque está en

el centro de su humildad.

 

El Señor nos invita a dejarnos conducir por la fuerza de su amor que puede más que todo. Así el Señor sorprende en el evangelio, que no es la actitud de la negación por la negación en sí misma, sino la totalidad de Dios que lleva a negarnos a nosotros mismos: “Quien quiera seguirme que renuncie a sí mismo y que me siga. Allí donde esté yo, estará también mi servidor”. 

Nos anima a modificar nuestra conducta, a convertirnos desde el Señor que va más allá. Es lo que hace Jesús en el evangelio de hoy sorprendiendo, yendo a lugares extraños, hablando con una Cananea y concediéndole su pedido de sanación para su hija.

El grito de humildad de la mujer es lo que conmueve al Señor. A la vez la trata con ternura y delicadeza. También lo pagano pertenece a su horizonte. Si bien la mesa es para Israel, todo lo de alrededor se le hace familiar. Necesitamos disponer el corazón para ir en nombre de Jesús a territorios a los cuáles jamás iríamos porque nos resultan extraños: por ejemplo el mundo de la política, de los gremios… lugares corruptos y sucios. “A no yo no me meto ya veo que quedo manchado” podemos decir. Francisco nos dice que prefiere una Iglesia en salida accidentada, a una Iglesia enferma por su clausura.

Nada es extraño, todo es familiar a partir de que el Señor ocupa el centro del escenario.

Pero la mujer nota que Jesús usa la palabra cachorros en lugar de perro. Los cachorros son de la casa. “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Si hubiese dicho perro, hubiesen sido los de fuera. Pero al decir cachorros, Jesús está como familiarizándose con algo que le resulta extraño en su misión. Las mascotas pertenecen a la familia. Jesús busca el modo de incluir lo que en principio no podía incluirse. La mascota, aunque no tiene lugar en la mesa, pasa a ser muy querida por la familia. Jesús busca romper y abrir un camino con lo que resulta extraño. Jesús, con mucha sabiduría, está sumando lo que no se podía sumar.

Esta mujer le hace notar eso a Jesús: “Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. Reconoce así el señorío de Jesús y su humilde posición ante Él. Ella reclama algo que es justo. Es modesta, pero busca sin privilegios recibir el beneficio que viene de la mesa grande de la misericordia con la que el Señor asiste a los que necesitan. “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Y Jesús privilegia, una vez más, la bienaventuranza más grande que aparece en la Palabra: la bienaventuranza de los que creen.

 

Vida (3)

 

Con Jesús, aprendemos a ser imprudentes

Con Jesús aprendemos a ir más allá de lo que está previsto. La prudencia es la madre de todas las virtudes cardinales. Gilbert Gepson se pregunta en uno de sus libros si la prudencia es todavía una virtud. Bernanos, mucho más radical, dice directamente que la prudencia es la coartada de los cobardes.

Hay que reconocer que la palabra prudencia tiene dos sentidos muy diferentes, dependiendo de quién lo pronuncie: un santo o un mediocre. Podríamos decir a la luz del Evangelio que los discípulos con prudencia mediocre le piden a Jesús que despida a esta mujer. No está en los cálculos. Y Jesús con santa prudencia se anima a ir más allá de lo establecido y actúa a favor de esta mujer.

¿Hay que decir adiós a la prudencia como virtud? No, pero habría que revisar el concepto de prudencia que suele circular por este mundo en el que vivimos. Es un hecho, que todos los santos y el mismo Jesús han sido considerados excesivos, imprudentísimos, que no han entendido la no medida del amor. Él propone una nueva medida: la sobreabundancia del amor de Dios yendo a escenarios donde lo externo se hace familiar. 

Tal vez empecemos a entendernos si recordamos aquellas dos descripciones claras que nos acercan San Agustín y Santo Tomás. San Agustín, agudo y brillante dice: la prudencia es un amor que elige con sagacidad. El amor siempre es desmedido pero cuando encuentra cauce en su desmesura, el amor se hace sagaz, incisivo y transformante. Santo Tomás dice: la prudencia es una virtud que se refiere a los medios y nos dice cómo debemos hacer lo que debemos hacer. El prudente pone los medios y trabaja con mesura en función del fin que desea. La excesiva previsión puede detener la marcha.

La medida de la recepción de lo que se nos dona es la capacidad que vamos a recibir. No es que Dios no quiera darnos más, sino que no encuentra por dónde entrarnos. Por eso la mejor forma de disponerse a recibir lo que Dios quiere darnos es vaciarnos de nosotros mismos, como decía San Juan de la Cruz. 

Jesús es un santo imprudente. Tiene una desmesura de amor sagaz, que da sobre lo que tiene que dar, en la sobreabundancia de su propuesta. La prudencia es solo la amorosa reflexión para encontrar los mejores modos de hacer lo que hay que hacer. Jesús tiene sobreabundancia: multiplica el pan para 5 mil y sobra; convierte más de 600 litros de agua en vino en las bodas;  en la pesca milagrosa casi se hunden las dos barcas.

Jesús es muy prudente en el texto, porque en el amor desbordante va más allá de Israel que es su primera misión; se encuentra en un territorio donde se ve sorprendido por la declaración de alguien que lo reconoce como Mesías y que al mismo tiempo le hace un pedido. Jesús entonces le encuentra la vuelta a la desmesura de su amor y le da a la cananea lo que pide con misericordia.

¡Cuánto debemos aprender de Jesús, de su estilo desbordante y sagaz, de este modo que no se detiene y que al mismo tiempo no es alocado, que no pierde cauce! Cuando la desmesura encuentra cauce, estamos ante la virtud de la prudencia. Ojalá podamos liberar la desmesura para romper con un orden que ya no nos ordena sino que nos ahoga, y encontrar la sagaz manera de modificar para lograr un nuevo orden, para darle a más la posibilidad de vivir la propuesta que Dios quiere para todos. Hay que soltar las amarras para ir más lejos, con el timón en la mano, pero sueltos para ir de una orilla a la otra.

 

Padre Javier Soteras