Dios habita en quien lo ama

lunes, 19 de mayo de 2025

19/05/2025 – En este Evangelio, Jesús nos revela un misterio profundo: Dios mismo viene a habitar en quienes lo aman y cumplen su Palabra. A través del Espíritu Santo, somos guiados, consolados y recordados en el amor. Teresita del Niño Jesús y los santos nos muestran que el camino del amor divino se vive con sencillez, humildad y confianza.

Jesús dijo a sus discípulos: «El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él». Judas -no el Iscariote- le dijo: «Señor, ¿por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» Jn 14, 21-261. Dios elige habitar en nosotros: una decisión de amor

“Iremos a él y habitaremos en él.” (Jn 14, 23)

Dios, que no puede ser contenido ni por el universo entero, ha querido hacer morada en el corazón humano. Esta decisión no parte de nuestro mérito, sino de su amor gratuito.

La Palabra nos recuerda que el amor verdadero implica permanecer unidos a Él. Como decía San Juan: «Dios envió a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (1 Jn 4,9). La historia de salvación es una historia de amor: desde el pesebre hasta la cruz, desde la Última Cena hasta la Resurrección, Dios sale a nuestro encuentro y nos invita a la comunión con Él.

Y no lo hace una sola vez: Él sigue viniendo en cada Eucaristía, en la comunidad, en la Palabra, en los pobres y en cada momento donde lo buscamos con sinceridad.

El Espíritu Santo: el Maestro interior

“El Espíritu Santo les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.”

Jesús promete la presencia del Paráclito, el Espíritu que enseña y guía desde dentro, que no impone, sino que recuerda, que consuela, que forma y fortalece.
En las palabras de San Juan de la Cruz:

“Sin otra luz y guía sino la que el corazón ardía…”

Es esa luz interior del Espíritu la que nos conduce en medio de las dudas, de la noche, del dolor y de las búsquedas. Así lo vivieron los santos, y así también podemos vivirlo nosotros.

2. El amor de Dios nos transforma como a niños: la pequeña vía de Teresita

Santa Teresita del Niño Jesús comprendió que el amor auténtico no es un sentimiento superficial. Es abandono, es confianza, es vivir con sencillez y pureza de corazón.

“Pasando a mi lado, Jesús vio que era el tiempo de ser amada. Hizo alianza conmigo y yo me hice suya.”

Teresita descubrió en su pequeñez un camino de plenitud espiritual: el caminito de la infancia espiritual, la confianza absoluta en Jesús, la certeza de que el amor de Dios basta.

Como ella, también nosotros estamos llamados a vivir la caridad en lo cotidiano, a descubrir a Jesús en lo simple, a seguir a María en su humildad y fe pura.

“Madre, te place andar por la vía común,
para guiar las almas al feliz Más Allá.”

3. Un amor que transforma al mundo: la misión de la Iglesia

El Papa León XIV recordaba al inicio de su pontificado que vivimos en una época herida por la violencia, el individualismo y el miedo, pero que justamente allí es donde la Iglesia debe ser fermento de unidad y comunión.

“¡Esta es la hora del amor!” — decía.

Hoy más que nunca, necesitamos una Iglesia misionera, abierta, fraterna, capaz de mostrar a Cristo al mundo. No desde una superioridad, sino desde la humildad del servicio y la alegría del Evangelio.

Conclusión: Cuando el amor es verdadero, Dios se hace casa en nosotros

El Evangelio de hoy es una invitación clara: Dios habita en quienes lo aman y cumplen su palabra.
No estamos solos. El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos enseña el camino y nos guía desde el corazón.

Como Teresita, como María, como los santos, vivamos la pequeñez del amor cotidiano.
Allí, Dios hace su morada. Y donde Dios habita, todo se llena de luz.

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