06/08/2021 – El Señor no se queda en el pasado, ni nos deja en él. El Eterno nos lanza hacia el futuro. A veces, cuando estamos mal y nos acecha el temor, en lugar de confiar en el Señor que estará con nosotros, nos consolamos con recuerdos bellos del pasado y así nos declaramos muertos. Eso es abandonar al Señor, que nos reprocha: “Tú no me has invocado Jacob, porque te cansaste de mí” (Is 43, 22). Al contrario, por más dificultades que suframos, tenemos que invocarlo y alabarlo por lo que hará, porque estamos seguros que seguirá obrando y él reinará en nuestras vidas: “No piensen en las cosas pasadas, yo estoy por hacer algo nuevo. Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43, 18.19). “Haré brotar agua en el desierto, ríos en la estepa, para dar de beber a mi pueblo, mi elegido, el pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza” (Is 43, 20-21). “Llámame y te responderé y te mostraré cosas grandes, inaccesibles, que desconocías” (Jer 33, 3).
Nada de nostalgias entonces. Caminaré “de prueba en prueba, victoria tras victoria”, sacando bienes de los males, madurando con su gracia, alcanzando nuevos rumbos pase lo que pase. Como dice la Biblia: “Corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante” (Hb 12, 1). “No habré corrido en vano ni habré trabajado en vano” (Flp 2, 16). Y “prosigo hacia la meta” (Flp 3, 14) sabiendo que “todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” (Jn), que “en todas las cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Rm 8, 37), porque Dios “nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co 15, 57). Por más que parezca que nos han derrotado, sabemos que tarde o temprano “Dios nos hace triunfar en Cristo” (2 Co 2, 14). Y esa aparente derrota, ese mal momento, será sólo una etapa en el camino de maduración, será un escalón más hacia mi unión de amor con el poder y la luz del Resucitado.
No hay horizontes que alcanzar donde uno pueda quedarse, porque en Dios, cuando uno llega al horizonte no hay un límite, sino que se abre otro firmamento más amplio y glorioso todavía. Pero no porque Dios se vuelva más grande o bello, porque Él tiene toda la perfección en este puro presente. De lo que se trata es de lograr entrar yo más y más, más adentro y más profundo, en esa plenitud insuperable. Esto no es evasión del mundo. Al contrario, es un estado interno que se vive en medio del mundo y que nos permite seguir adelante enfrentando lo que venga. Mientras caminamos, luchamos, nos compadecemos y buscamos un mundo mejor para la gloria de Dios, no lo hacemos para satisfacer una necesidad egoísta, o para calmar una ansiedad personal, porque la unión con Dios nos libera de la angustia del tiempo y así nos permite usar todas nuestras energías en el bien más que en nosotros mismos. El amor hecho alabanza es el camino.
El tiempo redimido. Además, nuestro tiempo ha sido vivido por Jesucristo. Él es el Hijo eterno que penetró el tiempo y lo elevó a otra dimensión. Decía san Juan Pablo II que en Jesucristo, Dios hecho hombre, por un lado “la historia ha sido penetrada completamente por la medida de Dios mismo, una presencia trascendente del ahora eterno”. Por otro lado, “en Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno”. Esto le da un nuevo sentido a todas nuestras luchas por construir esta historia, por hacer germinar el Reino de Dios en nuestro tiempo. Lo importantes no es que reinemos nosotros, sino que reine él: “El señor reina eternamente, reina tu Dios, Sión, de edad en edad” (Sal 146, 10).