04/11/19-Jesús había muerto aparentemente abandonado por Dios. La piedad judía esperaba que el Todopoderoso siempre acudiera a salvar al inocente, fiel y cumplidor de su Ley. «Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará, y lo librará de las manos de sus enemigos» (Sab. 2,18). Además, Jesús no murió como un profeta, sino como un delincuente. Más aún, murió como un maldito: «El que cuelga de un madero es un maldito de Dios» (Dt 21,23).
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado» ¿Jesús sintió que Dios Padre le dejó de lado al final de su misión?
Al pronunciar ese versículo sálmico, en realidad Jesús estaba orando con el salmo 22. ¿Por qué un salmo tan desalentador en el momento de morir? Sin embargo, es todo lo contrario. Es el salmo del justo orante que sufre. Es uno de los salmos más esperanzadores de toda la biblia. En su primera parte se describen los sufrimientos por los que atraviesa un hombre justo (vv. 2-23). La segunda parte es un grandioso acto de confianza en Dios (vv. 24-32).
Al poner las palabras iniciales de un salmo, los evangelistas dan a entender que Jesús lo recitó íntegramente. El Señor, pues, no murió sintiéndose abandonado por el Padre, sino abandonado en el Padre, que siempre tiene la última palabra de vida.
Nunca está Dios más presente en nuestras vidas que en la elaboración sufriente de nuestros duelos. Por ello, los duelos, siempre con Dios (aun quejándose, gritando, en rebeldía); pero nunca sin Dios o contra Dios. Si en nuestros duelos nos alejamos de Dios, nos perderemos lo mejor de Él, experto en duelos, en acompañarlos, en darles un sentido.
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