25/10/2022 – Compartimos la catequesis del día en torno al evangelio de San Lucas 13, 18-21 junto al padre Sebastián García, sacerdote de la Congregación Sagrado Corazón de Jesús de Betharram:
Jesús dijo: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas.» Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa.»
Si algo en lo cual coinciden la semilla de mostaza y la levadura es que ambas son pequeñas. Parecen ínfimas e insignificantes de cara a lo que resulta árbol y la masa. Sin embargo son lo que, por pequeñas que sean, hacen crecer ambas cosas. El evangelio de hoy nos regala la posibilidad de meditar sobre las pequeñeces de la vida que tienen en sí una fuerza liberadora capaz de grandes cambios y transformaciones. Es la fuerza de lo cotidiano, de lo diario, de aquello que es el día-a-día-de-todos-los-días y que puede pasar desapercibido. Sin embargo entraña en sí la fuerza del cambio.
Así, el Reino es el centro de la Buena Noticia de Jesús. Es él mismo, invitando a creer de una manera renovada, novedosa, creativa. Para entrar de lleno en el Reino, que como dijimos, es la misma persona de Jesús que viene a instaurar la posibilidad de que todos los hombres vivamos en igualdad de condiciones y que de esta manera el mundo sea cada día un lugar más digno de ser habitado, es necesario transformar nuestra mentalidad, dejarnos convertir por la gracia del Espíritu, abrir nuestro corazón a la novedad del acontecimiento Jesús de Nazaret. Porque para entrar en el Reino, nos tenemos que encontrar con Jesús. Y este encuentro nunca nos deja de la misma manera. Algo cambia en nosotros. Algo cambia. Algo transforma. Nadie sale de la misma manera después de haberse encontrado corazón a corazón con el Corazón de Jesús.
En lo personal, creo que una de las grandes conversiones que tenemos que experimentar nosotros como Iglesia hoy, además de la conversión personal, adecuando nuestra mentalidad a las Bienaventuranzas y las exigencias del Reino, se pueden resumir en tres puntos:
Olvidarnos de los números y los eventos: creo que una de las grandes tentaciones de hoy en día es la nostalgia por el número de los que somos, añorando una época de cristiandad donde éramos mayoría. Nos preocupa saber cuántos somos los que vamos a misa, cuántos al retiro, cuántos a la jornada, cuántos religiosos somos, cuántos curas y monjas hay… Desde el censo de David que los números no nos tienen que preocupar. Como tampoco nos tiene que preocupar “la fe de eventos”. Pareciera ser que medimos el “éxito” -palabra que podemos empezar a desterrar de nuestro léxico eclesial- de nuestra fe se da por grandes encuentros, con multitudes, magnánimos en su ser, a tal punto que desarrollamos una verdadera “pastoral de eventos” dirigida a organizar grandes movidas, pero que no hacen a lo medular de la fe. Nos olvidamos del albañil Jesús de Nazaret, que por la fuerza del Espíritu vive en medio de nosotros y lo podemos encontrar en nuestra vida cotidiana, no importa cuántos seamos, sino más bien con qué espíritu queremos hacer experiencia de ese Dios.
Ser varones y mujeres de espiritualidad y mística: otra de las tentaciones creo que es la de reducir nuestro ser cristianos a una mera doctrina ética o moral y al mero cumplimiento de normas y reglas. ¡Ser cristiano es mucho más que observar leyes y mandamientos! Adherir el corazón a Jesús no es seguir un código de leyes morales, sino vivir según las insinuaciones del Espíritu Santo que nos hacen presente la vida y la Pascua de Jesús. Por eso necesitamos más espacios para la espiritualidad y la mística, es decir, para cultivar el encuentro con el Dios Trino que nos habita desde el bautismo y descubrir su presencia en el mundo y entre los demás hermanos. Sentarnos a rezar con la Palabra sin glosa. Dejarnos seducir por la Buena Noticia de Jesús. Reducir nuestro ser de cristianos a un mero código moral es hacer nuestra fe una caricatura, y por ende, una fe que no vale la pena de ser vivida.
Hechos y Palabras: Ya de cara totalmente al tercer milenio nuestra fe cristiana no puede ser una fe que se quede en palabras, en el decir y decir y decir, sin más. Nuestro mundo, como decía San Pablo VI, está cansado de palabras. Necesita hechos. Nos puede pasar muchas veces a todos nosotros que creemos en Jesús, el tan solo decir cosas bonitas y expresiones bellas sobre Dios, el alma y el mundo. Pero lo cierto es que no transformamos al mundo con lo que decimos, sino con lo que hacemos. El papa Francisco nos previene del “habriaqueísmo”, esa tentación de pensar las cosas que se tendrían que hacer (obviamente otros y no nosotros) y no se hacen. Sobre todo porque no estamos dispuestos a mover un dedo para darles concreción. Pasar del decir al hacer va a ser una de las verdaderas revoluciones de nuestra fe católica. Y entender que la verdadera salida es el servicio. Porque es la verdadera autoridad.
Seguramente puedan existir muchas más. O vos sientas que en tu vida o en tu comunidad hay otras. Yo te comparto las que desde hace un tiempo me hacen pensar y rezar mucho. Para poder convertirnos de corazón y hacer que nosotros podamos entrar en la mentalidad del Evangelio de Jesús y no al revés.