Un poeta americano —Edward Shillito— ha expresado con claridad esta fe del hombre en «el Cristo de las llagas» y esta recusasión a un Dios impasible que sería, por ello mismo, incapaz de consolarnos en nuestro dolor:
Los cielos nos espantan: están demasiado serenos; en todo el universo no hay lugar para nosotros. Nos duelen nuestras heridas ¿dónde hallaremos el bálsamo? Señor Jesús, por tus llagas pedimos tu misericordia. Si, estando cerradas las puertas, te acercas a nosotros, no has de hacer sino mostrar las manos, ese costado tuyo. Hoy día sabemos lo que son las heridas, no temas; muéstranos tus llagas, conocemos la contraseña. Los otros dioses eran fuertes; pero tú eres débil; cabalgaban, mas tú tropezaste en un trono; pero a nuestras heridas, sólo las heridas de Dios pueden hablarles, y no hay Dios alguno que tenga heridas, ninguno más que tú.
Martín Descalzo
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