El amor de Dios que nos acompaña

lunes, 30 de mayo de 2011
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Esta semana compartimos el valor de la compañía, de acompañarnos mutuamente; y eso es posible cuando experimentamos en lo más hondo del corazón que Dios acompaña nuestro camino. Hoy nos concentramos en el amor de Dios que nos acompaña, pudiéndolo todo ahí donde nosotros no podemos, el Señor dice Yo puedo.

Le damos lugar a Dios para que sea nuestro compañero de camino y le permitimos a Él que pueda, que llene todo de sentido, de gozo, de alegría, porque se lo entregamos, lo ponemos todo en sus manos. A veces, por un exceso de responsabilidad y una falta de confianza, perdemos la referencia: que sencillamente somos un instrumento.

Dios quiera que podamos darnos cuenta que Vos, Jesús, sos el Artífice, el Hacedor de lo más importante, de nuestra vida.

 

Lc. 8, 40-56: Curación de una mujer y resurrección de la hija de Jairo
 

40 “A su regreso, Jesús fue recibido por la multitud, porque todos lo estaban esperando.
41 De pronto, se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicó que fuera a su casa,42 porque su única hija, que tenía unos doce años, se estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretaba hasta sofocarlo.
43 Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y a quien nadie había podido curar,44 se acercó por detrás y tocó los flecos de su manto; inmediatamente cesó la hemorragia.
45 Jesús preguntó: "¿Quién me ha tocado?". Como todos lo negaban, Pedro y sus compañeros le dijeron: "Maestro, es la multitud que te está apretujando".
46 Pero Jesús respondió: "Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza salía de mí".
47 Al verse descubierta, la mujer se acercó temblando, y echándose a sus pies, contó delante de todos por qué lo había tocado y cómo fue curada instantáneamente.
48 Jesús le dijo entonces: "Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz".
49 Todavía estaba hablando, cuando llegó alguien de la casa del jefe de la sinagoga y le dijo: "Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro".
50 Pero Jesús, que había oído, respondió: "No temas, basta que creas y se salvará".
51 Cuando llegó a la casa no permitió que nadie entrara con él, sino Pedro, Juan y Santiago, junto con el padre y la madre de la niña.
52 Todos lloraban y se lamentaban. "No lloren, dijo Jesús, no está muerta, sino que duerme".
53 Y se burlaban de él, porque sabían que la niña estaba muerta.
54 Pero Jesús la tomó de la mano y la llamó, diciendo: "Niña, levántate".
55 Ella recuperó el aliento y se levantó en el acto. Después Jesús ordenó que le dieran de comer.
56 Sus padres se quedaron asombrados, pero él les prohibió contar lo que había sucedido.”

 

 

La presencia de Jesús puede, sanando
 

Hay rostros y rostros, hay presencias y figuras. Hay figuras que sanan con su sola presencia . El mal de amores, dice San Juan de la Cruz, solo se sana con presencia y figura. Hay personas que con el estar presentes son convocatorias. Por otro lado, hay gente que con su presencia espanta; otros que con su presencia nos llenan el corazón de alegría y despiertan la confianza. Hay algunos que se hacen presentes y uno descubre que tienen un halo de luz. Será la sonrisa, la mirada, la pulcritud, el resplandor de su rostro, como ocurría de hecho con Moisés, cuyo rostro resplandecía después del encuentro con Dios.

Hay personas que con su presencia nos dicen se puede. Hay gente que, al ver su testimonio de vida, uno dice ¿de qué me quejo? ¡Se puede! Hay gente que ante su presencia, uno dice hay esperanza. Hay otros que con su presencia silenciosa, alegre, pacifican, llenan el ambiente de paz.

 

La presencia de Jesús, salvo el hecho de espantar, realiza todos estos modos, todas estas maneras y estilos de presencia. La mujer que padece de hemorragia sabe que la presencia de Jesús es sanante y se dice a sí misma si yo toco el manto, me quedo curada. Es que Dios puede donde no podemos. Y ella ha descubriento esta presencia del poder de Dios y nos la está comunicando, nos la está refiriendo, nos está diciendo creé, que Dios puede. Donde no te da la vida, te aseguro que Dios puede.

Y nosotros de verdad que queremos hacer esta experiencia, sentir que Dios puede. Como lo dice el poema:

 

Huellas en la arena

Una noche tuve un sueño…
soñé que estaba caminando por la playa con el Señor
y, a través del cielo, pasaban escenas de mi vida.

Por cada escena que pasaba,
percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena:
unas eran las mías y las otras del Señor.

Cuando la última escena pasó delante nuestro
miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena,
y noté que muchas veces en el camino de mi vida
quedaban sólo un par de pisadas en la arena.

Noté también que eso sucedía
en los momentos más difíciles de mi vida.

Eso realmente me perturbó
y pregunté entonces al Señor:

"Señor, cuando decidí seguirte
Tú me dijiste que andarías conmigo,
a lo largo del camino,
pero mirando atrás,
durante los peores momentos de mi vida,
encuentro sólo un par de pisadas.
No comprendo porqué me abandonaste
en las horas en que yo más te necesitaba".

Entonces, el Señor,
clavando en mi su mirada infinita me contestó:

"Mi querido hijo. Yo te amo
y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles.
Cuando viste en la arena sólo un par de pisadas
fue justamente allí donde te cargué en mis brazos".

 

El amor puede más que todo
 

Esto es lo que nos regala el texto evangélico. Puede más que la enfermedad de la mujer que hace doce años que padece esa hemorragia; puede más que la muerte de la niña; puede más que lo que el padre y los que están allí llorando le dicen a Jesús.

El odio enferma, la gula hincha, la envidia distancia, la bronca envenena el corazón, la violencia lastima.

El amor convoca, reúne, libera, sana. El amor puede.

Cuando decimos que Dios puede más, decimos que Dios puede desde el amor. El Amor es el que puede. Todo lo que es límite en la vida es ausencia de amor. Y por eso San Ignacio dirá el más tras más en la búsqueda de un reconocimiento de la presencia del amor de Dios, que es el que realmente abre los caminos. No hay otro modo de abrir camino en la vida si no es por esta ruta que Jesús ha dejado como marca, para que el hombre se dé cuenta en su límite, en su fragilidad, en su herida, que no todo está perdido. Esta es la conciencia que nos regala el Evangelio al permitirnos encontrar a Jesús que, en su infinita misericordia, lo que toca lo transforma, lo cura, lo sana. Lo ha dicho Jesús hablando de la más grande presencia de amor que Él nos ha regalado, el misterio del Padre en su propia ofrenda, la cruz, cuando dice desde lo más profundo de su entrega: cuando sea puesto en lo alto atraeré a todos hacia mí, podré con todos.

El amor puede más que todo, es fuerte, es más fuerte que la muerte.

Es de las presencias más importantes la presencia del amor encarnado, hecho vida, como un modo determinado de servir, de hablar, de estar con los demás. Los hombres de hoy, como dice Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, no necesitan de maestros; necesitan de testigos, del testimonio del amor.

A nosotros los cristianos nos preguntan: ¿Vos sos testigo, vos de qué hablás cuando hablás de Jesús? Los discípulos decían: nosotros hablamos de lo que vimos, de lo que oímos, de lo que tocamos.

Los hombres de este tiempo necesitan ver en nosotros a un Dios que hemos contemplado con nuestros ojos, necesitan escucharnos hablar de Dios como si lo estuviéramos viendo (cfr. Evangelii Nuntiandi). Y ¿qué somos invitados a ver de Dios? Cúanto amor tiene y cuánto ese amor puede.

 

La cruz, la máxima expresión de amor

 

En realidad el lugar donde Dios puede todo es el lugar donde aparentemente menos puede. Aparentemente cargamos con una cruz, pero en realidad cargamos con una posibilidad de conversión. Dios espera que nos decidamos a ir detrás de la debilidad fuerte que la cruz encierra en su misterio, la cruz como expresión máxima de amor. Allí vence lo más fuerte que el hombre tiene como dolor, como herida, como profunda decepción: que la muerte forme parte de su vida. Dios viene a decir ya no, ahora sólo la vida forma parte de tu vida; he venido para enfrentar lo más doloroso, la mayor de las impotencias humanas: la muerte ha sido vencida, porque el amor es más fuerte que la misma muerte. El amor puede más, siempre va por más y ni la muerte lo detiene. Aquí quiere hoy Dios despertar desde lo más hondo de tu corazón la posibilidad de entender que vos podés, no porque no seas limitado o no tengas defectos, sino porque tu limitación, tu incapacidad y tu debilidad son asumidas por Él. ¡Qué belleza! Y no de cualquier manera. No te deja librado a tu suerte. Él la asume y te da la capacidad para ir más allá de lo que vos creés que podés.

Te lo proclamamos y afirmamos: Dios puede más, más que vos, más de lo que has podido hasta acá. A lo de todos los días, si lo hacemos en Dios amor, todo es distinto. Si lo hacemos sin Él, apoyándonos en nuestra propia capacidad, todo es diferente. Es desde dentro donde cambia la cosa: cuando lo hago en Él, hay luces, hay brillo, hay color, hay alegría, hay felicidad, hay bienaventuranza, hay presencia de lo divino que le cambia el rostro a lo humano. Y esto es justamente lo que se pone en juego cuando Dios ha venido a hacerse uno de los nuestros, hasta cargar con lo más frágil de nuestra condición, la misma muerte. Dios es más, Dios puede más.

 

Dios amor es la gran respuesta

 

El hombre tiene una gran pregunta, que tiene que ver con el sentido de su vida, con el hacia dónde. Es más importante en la vida saber hacia dónde, que qué hace uno. Porque en el quehacer diario, la vida tiende a hacerse rutinaria. Es más importante hacer sabiendo qué se hace y hacia dónde va el hacer de uno, que hacer sin saber por qué uno lo hace. La presencia del Dios que puede todo, el Dios amor, el Dios que nos llena la vida de sentido, nos da la posibilidad de con muy poquito ser feliz. Porque cuando uno entiende la lógica de la vida, que no está en el tener sino en el ser; y que ser persona no depende tanto de cuánto uno posea, sino de eso mismo que dice ser persona, lo que uno sea. Y uno es más cuando entiende para qué, hacia donde. Uno es menos, uno se apoca cuando no sabe para qué, cuando está plantado ahí como árbol al que pasa un perro y le hace de las suyas, uno no entiende cuando está plantadito ahí, sin sentido. Cuando no nos ha ido bien en la relación con alguién, decimos “me dejó plantado, parado como poste”. En la vida pasa eso. Y uno encuentra el rumbo y el sentido, la razón de ser, cuando hay un amor grande que le da sentido a la vida: sea como sea que se llame, es la presencia de un Dios que puede todo.

Por eso el Evangelio dice que cuando uno se encuentra con esto, es capaz de venderlo todo; es el tesoro escondido del que habla la Palabra; el hombre que lo encontró lo vendió todo y se quedó con ese tesoro. Ojalá el tesoro del amor de Dios gane tu corazón y descubras que en ese amor, todo se puede.

 

 

 

Padre Javier Soteras