El amor hecho gesto de misericordia

viernes, 8 de noviembre de 2013
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08/11/2013 – En la Catequesis de hoy, el Padre Javier Soteras invitó a pedir una gracia de amor misericordioso que eleve nuestra naturaleza capacitándonos para ir más allá.

Bienaventurados los misericordiosos
El mensaje de la misericordia divina no es una teoría ajena al mundo y a la praxis; tampoco se contenta con sentimentales declaraciones de compasión. Jesús nos enseña a ser misericordiosos según el ejemplo del Padre Dios (cf. Lc 6,36). En el Sermón de la montaña declara bienaventurados a los misericordiosos porque obtendrán misericordia (cf. Mt 5,7). En la Carta a los Efesios leemos: “Traten de imitar  a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios”.


“Misericordia quiero y no sacrificios” dice Jesús tomando la expresión del Antiguo testamento. El mensaje de la misericordia divina tiene consecuencias para la vida de todo cristiano, para la praxis pastoral de la Iglesia y para la contribución que los cristianos deben realizar a la configuración de un orden social digno, justo y misericordioso. Es por el camino del amor misericordiosos con los hermanos que necesitan una presencia caritativa por donde se hace efectiva la presencia del amor de Dios a través de nosotros.

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El amor: el principal mandamiento cristiano
En el Antiguo Testamento, las voces “misericordioso” y “misericordia” rara vez son empleadas para caracterizar la conducta humana; la realidad a la que con ellas se alude, en cambio, está presente en todo el Nuevo Testamento. A la pregunta: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?, ¿quién habitará en tu monte santo?” es decir quién puede vivir en tu presencia, responde el Salmo 15: “El de conducta intachable y que practica la justicia; el que dice la verdad sinceramente y no calumnia con su lengua; el que no hace mal al prójimo y no difama al vecino… el que no retracta lo que juró aun en daño propio; el que no presta dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente”. Algo análogo afirma el Salmo 112,5: “Dichoso el hombre que se apiada y presta y administra rectamente sus asuntos”.


En el Antiguo Testamento el profeta Miquéas recapitula lo que Dios espera del ser humano: “Hombre ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios”. También Miqueas subraya el deber de dar limosna. Sobre esta base, las obras de caridad desempeñaron un papel importante en al judaísmo cercano a la venida de Jesús. A partir de Jesús, el amor a Dios y el amor al prójimo se sintetizan en una única realidad.

 

El tesoro de los amigos
En el don de la amistad nace en nosotros como un tesoro escondido. Sería la imagen de quien encontró un tesoro y al abrirlo aparece una luz iluminando oscuridades. Así es el don de la amistad cuando va creciendo en lo más hondo de nuestro ser. Es el amor lo que hace que salga desde dentro nuestro lo mejor que podemos dar.


De ahí que nuestro amigo Jesús nos hace crecer. Es amigo con todas las letras y en la máxima expresión, por eso Él entresaca de nosotros lo mejor. El don de la amistad que pone a la luz lo mejor de nosotros.


Amar a Dios es amar al prójimo
Amar a Dios es amar a los que tenemos más cerca.  Jesús se encuadra en esta tradición veterotestamentaria-judía. En especial la enumeración de las obras de caridad en el gran discurso sobre el juicio se corresponde con esta mirada: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, albergar al que no tiene techo, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos. La amistad cuando se comparte en orden a estos gestos de amor, lejos de romperse, crece.


Llama la atención de que como criterio del juicio, Jesús mencione exclusivamente obras de amor al prójimo, no otras obras de piedad. Con ello, Jesús hace suya la expresión  del profeta Oseas: “Misericordia quiero, no sacrificio”. Y, como dice San Ignacio, la misericordia y el amor se muestra más en obras que en palabras. Se muestra en compromisos asumidos con firmeza y sostenidas en el tiempo.


Cuando nos brindamos a los demás, el Señor por su gracia nos enseña a ser mejores.  De ahí que en el Sermón de la montaña afirme: “Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja tu ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda”. Habrá que preguntarse con cuánta frecuencia deberíamos abstenernos de la comunión, si nos tomáramos realmente en serio estas palabras de Jesús.


Jesús ilustró su doctrina por medio de elocuentes parábolas. En la parábola del criado inmisericorde, Jesús explica una vez más que debemos tener compasión de quienes nos deben algo, al igual que Dios es compasivo con nosotros.


No se puede ser duros y de juicios tajantes cuando hemos sido tratados con tanta misericordia. Nos cuesta oponernos a la ley natural del “ojo por ojo y diente por diente” porque es lo primero que nos sale. Lo mejor es superar la naturaleza en su reacción primera y devolver el mal que recibimos con una acción superadora. “No me sale”, claro que no. Por eso necesitamos una gracia de amor misericordioso que eleve nuestra naturaleza capacitándonos para ir más allá. Que Dios nos regale este don de la misericordia y que podamos sembrarlo en el corazón erradicando esos yuyos de egoísmos, de odio y de broncas.

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El amor hecho gesto de misericordia
En nuestra misericordia se realiza de manera concreta la misericordia de Dios para con nuestro prójimo;  se le manifiesta al otro algo del prodigio del reinado de Dios, que irrumpe en secreto. Por consiguiente, la misericordia es bastante más que una prestación social, más que una organización caritativa o socio-política.


Así, nada tiene de sorprendente que Jesús, cuando le preguntan cuál es el mandamiento más importante, diga es el camino del amor y del prójimo. San Agustín formula con belleza la unidad de ambos preceptos: “Nadie diga: “No sé qué amar”. Ame al hermano y amará al amor (…) ¿Qué es lo que ama el amor sino lo que amamos con caridad?”  Y este algo, partiendo de lo que tenemos más cerca, es nuestro hermano. El contexto declara abiertamente que el amor fraterno no solo es don de Dios, sino Dios mismo de donde se sigue que aquellos dos preceptos no existen nunca el uno sin el otro.


Tomarse en serio esta unidad no significa ciertamente dejar que el amor a Dios se agote en el amor al prójimo, algo que terminaría conduciéndonos a un humanismo unidimensional, carente por completo de amor a Dios y de relación con Él. El amor al prójimo en radicalidad que Jesús  formula es imposible sin la fuerza que emana del amor a Dios.


También para Pablo es el amor el cumplimiento cabal de la ley y el broche de la perfección. Al igual que Jesús, también Pablo hace suyo el mensaje de Oseas y, “por la misericordia divina”, exhorta a los cristianos “a ofrecerse como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios”.  Cuando uno es impulsado por un sentimiento profundo de pertenencia y de saberse amado, sólo ahí es capaz de darse y ofrecerse.

 

Padre Javier Soteras