El arte de compartir

lunes, 21 de octubre de 2019
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21/10/2019 – Lunes de la vigésima novena semana del tiempo ordinario

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.» Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?» Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.» Y les propuso una parábola: «Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.” Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.” Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?” Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

Lucas 12: 13-21

En el Evangelio de hoy hay una situación concreta, hay una historia personal que el Señor aprovecha con una parábola para ayudar a desenredar y dar luz a esa situación. En el Evangelio Jesús va al grano, va al tema de la avaricia y asegura que, aún en la abundancia, el tener mucho no asegura la felicidad. Ahí radica uno de los problemas, incluso en la sociedad actual, una sociedad enferma por “tener” lo que hace que se olvide del “ser”, del “ser” con otros, de mirar al otro.

De esto surge la reflexión sobre la capacidad que tenemos de compartir. Son frecuentes en el Evangelio las advertencias de Jesús sobre el poder del dinero y las riquezas. La temática es, de hecho, prioritaria en su mensaje. La codicia es un pecado que puede alejarnos irremisiblemente de Dios. Y el dinero puede llegar a convertirse en una divinidad para muchas personas.

Jesús explica repetidamente que el dinero y las posesiones no proporcionan al ser humano la verdadera vida, la verdadera felicidad; más aún, pueden constituir un gran obstáculo para alcanzarla. Por eso advierte a aquellos que se comportan como el rico de la parábola, el cual no ha sabido enriquecerse ante Dios, sino que ha puesto toda su confianza en sus bienes y cosechas.

La primera destrucción del apego al dinero es a sí mismo y a quienes lo rodean. El dinero posibilita muchas cosas, es algo útil, pero lo que hay que hay que condenar es cuando se convierte en fin en sí mismo. La enseñanza de Jesús va por otro lado, por el lado del compartir, sobre todo con los pobres, con los más necesitados. Por eso en necesario una re conversión pastoral porque estamos en una cultura que promueve lo contrario. Es necesario evitar la avaricia y aprender el arte de compartir.