El beso y abrazo de Francisco: la Buena Noticia también se predica con el cuerpo

lunes, 13 de octubre de 2025

13/10/2025 – En un nuevo «Reflexiones para la Semana» nos acompañó el padre Mauricio Calgaro, sacerdote salesiano. Oriundo de Curuzú Cuatiá, en Corrientes, actualmente se encuentra en La Rioja, en la comunidad pastoral Monseñor Enrique Angelelli. Desde allí nos regala distintias reflexiones en torno a los gestos que ha dejado el Papa Francisco en sus doce años de pontificado.

Luego de hacer referencia al «Recen por mí», la primera expresión del Papa Francisco, en esta ocasión rescató el gesto del beso, que tuvo lugar en el marco de una Audiencia General, un 6 noviembre de 2013.

Se trata de aquel abrazo y beso que el pontífice ofreció a Vinicio Riva, un hombre italiano afectado por una enfermedad que cubría su cuerpo de tumores. “El Papa Francisco lo vio y no preguntó. No dudó, no calculó, no evaluó protocolos ni riesgos sanitarios… Se acercó, lo abrazó y lo besó”, relató el padre Mauri. En ese encuentro, el gesto sencillo del Papa se convirtió en signo visible del amor de Dios, un acto que trascendió las palabras y conmovió al mundo entero.

El sacerdote invitó a contemplar el valor teológico de esos gestos cotidianos que revelan la ternura de Dios: “El evangelio no se practica solo con palabras. La buena noticia de Jesús se pronuncia también con el cuerpo y hay gestos que en su fugacidad condensan todo el evangelio”. En esa línea, recordó cómo Francisco predicó sin hablar, con un beso que unió al pastor y a la oveja, al santo y al herido, en una liturgia silenciosa de compasión y cercanía.

Para el padre Mauri, en esos actos simples se esconde el misterio de la fe hecha carne. “Cuando el amor se vuelve absoluto, el tiempo deja de correr y Dios ocupa todo el espacio”, expresó, subrayando que cada gesto de afecto puede ser una pequeña epifanía del Reino.

La invitación, finalmente, es clara: revestir nuestros saludos y besos cotidianos con la ternura del Evangelio. Que cada abrazo sea también una oración y cada encuentro, un reflejo de ese Dios que se asoma, discreto y cercano, en los gestos más humanos.

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