El buen Pastor

jueves, 24 de abril de 2008
image_pdfimage_print
“Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.  El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.  Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.  Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.  Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo.  Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre”.

Juan 10,11-18

Hoy y mañana como ha sido ya en el fin de semana, se lee el evangelio de la parábola del buen Pastor. Dirigida inicialmente por Jesús a los fariseos. Todo apunta a una misma idea, Jesús es el buen Pastor, es decir, su autoridad y misión son auténticas y se realizan en el servicio que tiene un objeto, el amor de Dios expresado en la entrega de Jesús hasta el final, hasta llegar a dar la vida.

Jesús acaba de calificar de ciegos a los fariseos, a partir de la curación que Él ha hecho a un ciego de nacimiento, a quien ellos excomulgaron de la sinagoga, y nadie se dejó llevar por esta invitación de Jesús, entonces, Él comienza como a querer recoger a los que eran sus interlocutores críticos en ese momento y a llevarlo por este camino de luz. Jesús añade a continuación, de buen Pastor que en su primera parte deja en claro que los fariseos, más que guías religiosos del pueblo son ladrones y bandidos, que no van a entrar por la puerta sino que saltan por la tapia.

La puerta es lo primero que identifica al pastor auténtico, que entra por ella, llama a partir a las ovejas por el nombre, las saca afuera, camina adelante del rebaño, ellas siguen confiando en el Pastor bueno.

El ladrón hace lo contrario, lo mismo que el lobo, no entra por la puerta, sino que salta, roba, mata, hace estragos. Jesús es el buen Pastor, es la imagen de buen Pastor que tan hondamente, ha calado en la tradición cristiana, tiene un largo sustrato bíblico en el antiguo testamento.

Es Ezequiel particularmente quien en el capítulo 34, presenta a Dios como buen Pastor, que guía a su pueblo, y se diferencia de los malos pastores, estos asaltantes, estos que hacen estragos, porque no aman a las ovejas sino que las vienen a esquilmar. Jesús es el Dios hecho hombre quien encarna la figura del buen Pastor.

Y vuelvo a decir que aparece así, bajo el calificativo de bueno, porque en su tiempo los pastores no tenían muy buena reputación, eran de una clase social de excluidos pero con muchos resentimientos, balandras, asaltantes, gente de malos hábitos que había hecho de aquel oficio el lugar desde dónde verdaderamente, llevar adelantes acciones de delincuentes, era un sector de la sociedad que tenía muy mala reputación y que dejaba mal parado a quienes en otro tiempo fueron realmente una referencia para el pueblo de Israel. Imaginemos para Israel el rey fue David y éste en realidad viene del lugar de la guía del redil, forma parte del escenario bucólico de Israel, forma parte de ese paisaje pastoril.

Digamos, la honda tradición pastoral de Israel se ve por el tiempo de Jesús bastante venida a menos, por la acción en el oficio muy mal vista en el tiempo de Él. Por eso vale la pena decir, que no solamente es Pastor, sino que es un Buen Pastor, para diferenciarse de los otros. Este Jesús buen Pastor, sale a nuestro encuentro a pastorearnos, a guiarnos, y viene a comunicarnos, ese mismo don pastoral, por la gracia del bautismo, en el bautismo nosotros incorporados a la familia de Dios como sacerdote, es decir como aquellos que podemos interceder delante de Dios y hablarle a El de nuestros hermanos, los hombres, o somos también los que tenemos esa vocación de hablarle a los hermanos del Dios en que creemos. Un puente es el ministerio sacerdotal que recibimos por la gracia del bautismo. También somos profetas, somos la boca a través de la cual Dios se comunica con su pueblo.

Hablamos en nombre de Dios por la gracia bautismal y somos reyes o como decíamos paradigma del reinado en Israel, el pastor David somos pastores que guían, apacientan, consuelan, pone n de pie, curan, vendan, buscan a las ovejas, particularmente a las que están lejos, las que se han perdido en el camino, las que quedaron enredadas en algún matorral, las que no tienen rumbo, las que por ese olfato tan particularmente frágil han perdido la referencia de quien es verdaderamente su guía.

Recibimos la gracia de ser pastoreados por Dios, recibimos la gracia con Dios, de pastorear también a nuestros hermanos.

El pastor bueno dice yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi y es bueno detenernos frente a esta expresión para descubrir desde donde el buen pastor ejerce su oficio, su servicio. Es justamente en este lugar de la caridad, del amor, conocer bíblicamente es amar.

Conoce quién ama, en la Biblia cuando Dios aparece conociendo a su pueblo, hay que traducirlo por Dios conoce, Dios ama a su pueblo.

Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi, quiere decir yo amo a mis ovejas y ellas me aman. Este amor de Dios para con nosotros a través de la persona de Jesús alcanza su termino en la entrega libre de Jesús de su propia vida, yo doy mi vida por mis ovejas.

Nadie me la quita dice Jesús, yo la doy libremente, como la doy libremente, libremente recobro mi vida entregada a favor de mis ovejas.

Circunstancias que rodean la vida de Jesús, sin duda conducen de una simple lectura sociológica a la suerte final que le toca vivir a El, de perderlo todo, es este enfrentamiento claro, bien definido que tiene hoy por ejemplo con los Fariseos, en otro momento con los escribas, cuando no con las autoridades romanas, como de hecho ocurre frente a Pilato, o a Herodes, hacen que la vida de Jesús penda de un hilo.

Sin embargo no es la circunstancia social, ni es la revolución que genera el discurso de Jesús en el ámbito político y religioso de su tiempo lo que define la muerte del Señor, sino la entrega libre de su vida a favor de lo que el padre le ha confiado, aún cuando esta entrega dolorosa traiga como consecuencia la misma muerte.

Yo doy mi vida por las ovejas.

Amar hasta que duela, decía la Madre Teresa de Calcuta y la verdad sea dicha que el lugar de atracción que Dios tiene en la obra de evangelización para los que no lo conocen, tiene aquí su raíz, su fuente, su punto neurálgico, la invitación a verdaderamente de ese lugar desarrollar en nosotros el don y la gracia de evangelización en la caridad, la única capaz de atraer a los hermanos y de que manera: sencillamente amando.

Es verdad que no podemos dejar de lado la estrategias que hacen al aggiornamiento en la búsqueda de los métodos, de la forma, del lenguaje, de la expresión mas viva de la verdad del evangelio en el concentrado carismático de la propuesta de Jesús, que por nosotros nació, por nosotros vivió, entregó su vida, resucitó, y hoy ha venido a traernos vida nueva al espíritu. Este concentrado de fe debemos aprender a expresarla por activa y por pasiva de todas las maneras, en un lenguaje renovado, en expresión viva, en una metodología adecuada, en una renovación en la tarea de evangelización que debe ser cada vez mas pulida o depurada, pero la verdad sea dicha que ninguna de estas maneras nuevas de presentar el evangelio, en forma aggiornada, con la verdad de siempre, logra atraer a los hermanos, sino solo cuando la caridad con la coherencia de vida, genera un testimonio que hace irrefutable la verdad que proclamamos.

Muéstrame tu fe sin obras, yo por mis obras te mostraré mi fe.

Toda una verdad que no podemos dejar de reflexionar, sobretodo cuando hemos tenido como herencia de la proclamación del evangelio un acento demasiado fuertemente puesto en la doctrina, que no debemos dejar de expresarla en todos los términos que esta debe ser enseñada, pero la misma no puede descomprometernos del lugar específico, hacia donde apunta el mensaje de Jesús que es la vivencia de la caridad y esta vivida en relación a los hermanos.

Porque no basta decir yo amo a Dios, le dedico parte de mi tiempo, el mas precioso y el mejor, mi vida toda individualmente busca vincularse a lo que El manda y a lo que El quiere, si de ese lugar no se deduce en mi accionar cotidiano, un amor fraterno que me compromete en el camino con los que Dios pone a mi lado.

Quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, lo dice Juan en la primera de sus cartas, miente, no es verdad.

El amor a Dios supone el amor al prójimo, quién ama verdaderamente al prójimo hasta darlo todo por el, sepa o no lo sepas a Dios también a quien le esta ofreciendo la entrega de su amor.

Un camino de caridad, el camino del pastoreo, un camino de caridad que atrae.

Cuando Yo sea puesto en lo alto, dice Jesús, Yo voy a atraer a todos hacia Mi.

El buen pastor le silba a las ovejas, las llama por el nombre que tienen, a partir de la entrega de su amor y eso ocurre de manera muy particular en aquella puerta grande que se nos abre del cielo, puerta de misericordia que brota del costado abierto de Jesús, desde donde el Padre nos llama en el hijo a que entremos.

Puerta le llamaban los padres de la primera comunidad cristiana, en los primeros años de vida del Pueblo de Dios, del nuevo Pueblo de Dios al costado abierto de Jesús, la puerta.

Y esa puerta es grande, tan grande como la misericordia de Dios, ofrecida en el la persona de Jesús, llamándonos a entrar por ella, dejándonos reconciliar con Dios, como dice el apóstol Pablo.

Una puerta que en la misericordia de Dios se nos ensancha y a partir de allí, recobramos la verdadera dimensión que tenemos.

No somos ni mas ni menos de lo que estamos llamados a ser, solo que la reubicación de nuestra vida, la verdadera dimensión de quienes somos, la podemos descubrir a partir de que la misericordia de Dios, se manifiesta con todo su poder sobre nuestra existencia. Agrándame la puerta Padre, porque a crecido mi pesar, sino me agrandas la puerta, achícame por piedad y devuélveme esa edad vendita donde vivir es soñar.

Decía Miguel de Unamuno, filósofo existencialista agnóstico, cuando se acercaba a aquel hermoso lugar en Belén y encontraba que la puerta del templo era pequeña y reflexionaba: Para entrar en Belén, los niños lo pueden hacer de pie y los adultos tenemos que agacharnos, a no ser que la puerta se agrande por la misericordia de Dios.

Se agranda la puerta para que entremos nosotros también, como ovejas atraídas por el amor de Jesús al rebaño de El.

Recuerdo el relato de un sacerdote amigo, en el campo, en las Sierras de Córdoba, me decía sorprendido como veía como un pastor de ovejas, había puesto sobrenombres a las ovejas de su rebaño y que llamándolas por su nombre se acercaban hasta donde él estaba, como una cierta maestría, tenía sobre las suyas y a veces era un silbido con un tono distinto el que llamaba a las ovejas a un lugar del pastoreo donde tenían que dirigirse.

Es el lenguaje de vínculo en la familiaridad lo que permite esta cercanía y es esa la tarea, la responsabilidad que nos cabe a todos los bautizados, pastores del pueblo que Dios nos confía que pueden ser vecinos, amigos, parientes, hermanos. Es este lenguaje de cercanía, de familiaridad, el leguaje de la caridad, es como un lenguaje materno. Es el lenguaje materno que atrae con la fuerza propia, con su peso específico, que no necesita de mucha explicación, que no hace falta mucha consideración teórica, que tiene peso por si mismo, que congrega, que reúne, que reconcilia, que pone de pie, que permite levantar la mirada y ver mas allá, básicamente que consuela.

Y cuanto consuelo necesita este pueblo, en el que nosotros nos debatimos en la búsqueda deponer adaptarnos a los tiempos nuevos, a los tiempos de cambio, difíciles de poder entender, mucho más de poder ubicarse frente a ellos, frente a esta realidad dura de transformación que exige una nueva adaptación de toda nuestra existencia a lo que se está viviendo, se sufre y en ese sufrir, Jesús nos dice consuelen a mi pueblo.

Consuelen a mi pueblo con este lenguaje de la caridad es posible.

El lenguaje de la caridad se expresa en gestos concretos.

Un profeta grande, Jesús, en obras, dice el evangelio de Lucas en busca de los discípulos de Meaux, hablando de quien era Jesús, en obras y en palabras, me animaría yo a decir y en ese orden.

En ese orden siempre se ha manifestado, se ha revelado, se ha hecho presente Dios. Primero los hechos del acontecimiento, después intentamos explicar algo de lo que se revela en la contundencia de la manifestación de Dios.

Nosotros pos allí hemos dado vuelta las cosas y le hemos puesto mas palabras que hechos a la obra, hemos dejado mas librado el discurso racional, intelectual, de adoctrinamiento, que el de curso de la fuerza del amor de Dios, que habla por si misma con la contundencia de lo concreto, con lo que Dios habla hasta hacerse uno de nosotros y hasta a llegar a dar la vida por nosotros.

Hemos teorizado la fe y hemos perdido por momentos la raíz del corazón, el sentido mas profundo y mas genuino del dato revelado.

Dios es amor e invita a la caridad. El padre, el hijo y el espíritu Santo son amor y este Dios amor que nos creo a imagen y semejanza suya y que nos dice que la perdimos en algún lugar a esa semejanza, nos llama a recuperarla a partir de parecernos un poquito mas a El, amando.

Y de atraer a otros a ese lugar, de reconocerse a si mismo queriendo, amando.

Encerrados en nosotros mismos bajo el decurso de los días, con el pretexto de alcanzar la felicidad, teniendo lo que nos hace falta, poseyendo lo necesario, individualmente gozando en lo material y en el bien estar de lo mejor que nos ofrece el mundo, lo único que hacemos es construir castillos infranqueables, insuperables, donde cada uno clausurado en si mismo, lo único que hace es evadirse de la gran posibilidad de ser feliz por el encuentro con el otro.

Lo único que le da razón de ser a nuestra existencia es la capacidad de amar.

Que el motor de la vida de Uds., decía Beata María del Transito de Jesús Sacramentado, de quién hoy celebramos un nuevo aniversario de su beatificación por allá por el 2002, que el motor de la vida de Uds. sea la caridad. Que el amor sea lo que lo mueve, es el gran motivo del evangelio, es la gran razón por la que Jesús da pasos, mostrando el acontecimiento de Dios, que es amor superando todos los obstáculos que aparecen alrededor suyo y que contradicen el mensaje desde la buena noticia que El trae, desde afirmaciones religiosas muy piadosas, puntualmente bien depuradas, pero poco comprometidas con el hecho mismo del ser de Dios. Dios es amor.

Ves la trinidad, decía San Agustín, si ves el amor. Es decir se accede al misterio de Dios, no por la racionalización de la verdad revelada, sino por la inteligencia que ama, es decir por una inteligencia convertida al amor. Solamente se puede penetrar en Dios cuando verdaderamente amamos y amamos intensamente, al estilo de Jesús, hasta dar la vida.

Este misterio de amor se nos ha entregado para ser bienvenido, tenemos que sencillamente saber como fue entregado, como es que se nos ha dado. Se nos ha dado en la persona de Jesús, traspasado. En El designio del Padre se ha ofrecido para que nosotros vivamos por el amor. Jesús al final de su vida, con encostado abierto, entregó su espíritu, preludio dice Benedicto 16, en Deuz es caritas, preludio del don del Espíritu Santo que otorgaría después de su resurrección.

Y así en El se cumpliría la promesa de los torrentes de agua viva que por efusión del espíritu manarían de las entrañas de los creyentes, es el don del Espíritu Santo, el acontecimiento de renovación que en lenguaje de caridad permite que todos puedan entender.

El espíritu es el don del amor y en aquel primer Pentecostés a pesar todos de hablar distintas lenguas, pudieron comprenderse. Tan diverso aquello otro que ocurría en Babel, donde todos teniendo un mismo lenguaje no podían comprenderse. Porque a veces nos pasa que hablamos de lo mismo y no nos entendemos, cuando esto ocurre es porque hay una fuerza de egoísmo, de soberbia, de lucha por el poder, de querer imponer la propia verdad que prevalece por encima de la gracia, que es la fuerza del amor que congrega, que reúne, que hermana, que comunica, que produce gracia de entendimiento, don de comprensión.

Esa fuerza de amor esta como en un torrente de agua viva que brota de lo mas profundo de nuestro ser, por la presencia del Espíritu Santo que nos inhabita interiormente.

Pastorear, guiar, conducir, alentar, consolar, corregir, es presencia de la fuerza del amor de Dios en nuestro corazón que fluye incansablemente en nosotros para ser comunicado en nuestros hermanos.

En la efusión del espíritu, desde donde manan, desde las entrañas de nosotros los creyentes, dice Benedicto 16, ese don de caridad que armoniza la vida de los hermanos, haciéndose comprensible a los ojos de ellos mismos, lo que supone la lectura de la propia historia, la aceptación de los propios límites, la búsqueda de la verdad mas alta, el anhelo de la transformación en todos los sentidos de la propia existencia. Es la fuerza del amor lo que permite esto y es Dios que en la persona de Jesús nos regala este don, para hacer de ello una comunicación de vida.

Jesús tuvo gestos elocuentes de caridad, cada vez que se cruzo con un menesteroso y era oportuno manifestar de una manera elocuente su misericordia, lo hacía devolviendo la vista, el oído, la voz, devolviendo la salud al leproso, poniendo de pie a los postrados, haciendo caminar a los paralíticos.

Jesús no tuvo miramientos en organizar al pueblo para expresar su caridad, dándoles de comer, porque estaba muy bueno aquello que les predico durante todo un día, pero de que servía si dignamente no tenían lo más necesario, lo fundamental para el autosustento.

Es la caridad pastoral de Jesús la que hace y los hechos concretos con los que Jesús se compromete en el ejercicio de la caridad lo que hace atrayente su mensaje. Un profeta grande en obras y en palabras. Y vuelvo a repetir, es bueno decirlo una vez mas hasta el cansancio y en ese orden, porque en ese orden actúa Dios.

Dios no le da a Moisés cuando lo saca de Egipto la tabla de la ley, ni le explica mucho de que se trata, lo invita que haga lo que tiene que hacer, un gesto de amor liberador del pueblo confiándose en que El lo va a guiar, cuenta solo con el canto de su hermana que lo alienta para que pueda superar el miedo desde siempre tuvo Moisés ante la manifestación de Dios en la zarza y a partir de allí de aquel acontecimiento prodigioso el pueblo comienza a recorrer un camino que Dios va a repetir en prodigios cuando se frene, cuando se empaque, cuando no quiera seguir caminando, se mostrará siempre mas fuerte que la resistencia, que el egoísmo, que la soberbia, que la mirada miope con la que el pueblo no termina de entender como son las cosas que pasan, que hayan salido de Egipto, que hayan sido liberados de la presión del faraón, que se abran las aguas, que atraviesen el desierto, que Dios los alimente con el mana, que los acompañe con una nube que les permita caminar por el desierto sin dificultad, que haga brotar aguas de las piedras.

Todos son hechos, todos son acontecimientos contundentes, después de allí empieza la reflexión. Dios libera, el Dios en que creemos nos alimenta, Dios protege a su pueblo, Dios saca agua de las rocas, Dios da de beber a su pueblo, Dios es un Dios de vida y es un Dios concreto.

Y quienes verdaderamente reciben el mensaje de la nueva evangelización por parte de nosotros, creerán si se encuentran con el acontecimiento de este Dios, que vive en nuestro corazón, pero que lo tenemos un poquito encerrado por allí entre nuestros templos y guardado con un minucioso cuidado de las verdades que deben ser dichas bajo una doctrina que tiene que ser precisa ,pero que no se puede bajo la obsesión de su precisión, terminar por ahogar el misterio del amor que es el único que convence y el único que transforma.

Un profeta grande Jesús en obras y en palabras y en ese orden.