El camino a Belén

viernes, 2 de enero de 2009
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“-Mejor abro al ventana par que salga todo este polvillo. ¡Qué linda está quedando la cunita para nuestro bebé y no lo digo porque la estoy haciendo yo! Pero seguro más bella será cuando en ella duerma este Niño Jesús.
-Ya falta menos. Pronto vas a estar con nosotros, Jesús. A ver… ¿dónde dejé la cuchara? Le falta el último toque…así sí…José, querido, acércate a la cocina, la comida ya está.
-Hola, ¿cómo se sienten en este día mis dos tesoros? Gracias, María, ¡qué rico! Preparaste este guiso que tanto me gusta…”
Desde esta sencilla representación, queremos invitarte a continuar en este Adviento en camino hacia la navidad. Juntos queremos prepararle a Jesús un Belén familiar, reflejo del hogar de Nazareth. Y allí tres momentos, instancias constituyen una familia: el padre, la madre y los hijos y de ellos reflexionaremos. 
Cuando armamos el pesebre decíamos “preparar el pesebre interior” para que no nos quedemos con algo meramente anecdótico. Es importante desde lo anecdótico desde este lugar de imágenes tan lindas, como nos dejó San Francisco de Asís con la creación de estas imágenes del pesebre que nosotros podamos ir poniéndoles un lugar de verdad en el corazón. Que no nos quedemos con la hermosa imagen de los muñequitos que preparamos para este momento, sino que esto sea un poco más que un símbolo, un poco más que un hecho pintoresco, que sea motivo de cambio del corazón.

¿Quién era San José? En realidad, sabemos poco o nada de su Orión, ni siquiera de su lugar de nacimiento ni la edad que tenía cuando se desposó con María. Lo que sí sabemos es que su presencia silenciosa, modesta y obediente era clave. Cierto es que trabajaba humildemente para ganarse le vida, que poseía esta sensibilidad humana maravillosa y que era muy religioso. Éste es el hombre a quien Dios elige para ser esposo de María.
San Mateo nos narra que María estaba desposada con José y que antes de que convivieran ella quedó embarazada. María no develó el misterio ni dialogó sobre esto con José. Simplemente calló, hizo silencio. No sabemos cómo José conoció que María estaba encinta. No sabemos si esto s lo facilitó algún vecino que lo felicitó porque iba a ser padre o vio José los síntomas de esta mujer embarazada y el niño creciendo en el seno de su esposa. Todo esto no lo sabemos. En José no hay deseos de venganza, pero tampoco podía dar crédito a esto que estaba ocurriendo.
En José, que es la sombra del Padre vamos a ver algunas características. En este caso porque son interesantes en cuanto a la paternidad, pero que, como santos se proponen para todo hombre y mujer. Esta obediencia, este silencio. Aquí va realizando la paternidad. Y ¿qué es la paternidad?
Un padre es quien sabe perdonar una y mil veces porque su fe en el bien de los hijos no declina. Él cree y ve la bondad del otro, tiene comprensión de sus hijos. Él sabe abrir generosamente su mano y servir desinteresadamente a la vida de los suyos. ¿No lo hizo José de esa forma? Hoy por hoy, desgraciadamente, no percibimos esta realidad y hay una ausencia de paternidad. Y esto nos marca. Hay como un grito de nostalgia  por un padre perdido, por una referencia firme y segura para orientar nuestra vida. En torno a esto, José sale a nuestro encuentro con su vida, gran testimonio, con sus opciones por el amor, por el silencio prudente, por la confianza y la obediencia.
Dejo estas preguntas: ¿Cuáles son las cualidades de José que más admiro y por qué? ¿La fe, la humildad, el amor incondicional, cuidar a María, la confianza, la obediencia? ¿En qué situaciones de mi vida las puedo encontrar al modo que las vivió José?

La figura de María no pude estar ausente de este misterio navideño. Ella, como prototipo de toda maternidad y de este nuevo Belén que nosotros queremos preparar, no podía estar ausente.
Aquella noche del prodigio del 24 consistió en lo absoluto, en lo imposible de captar, en el salto de lo eterno a lo temporal, de lo infinito a lo finito, de lo divino a lo humano. Los salmistas salían cantarle a Dios confesando que ningún pueblo tenía dioses tan cercanos como el Dios de Israel. 
Jesús aparecía ahora visible. Él imagen de Dios Invisible y tan visible que a nadie le hubiese costado creer que Él era uno de nosotros, así, débil y pobre, con el ropaje d un hombre pecador. ¡Cuánto amor y cuánta miseria de este Dios que está allí y que es infinito y que por amor se hace finito para poder estar cerca de nosotros.
Todos estos pensamientos quizás también hayan pasado por el asombro y por el gozo de José y de María. Y muy hondos habrán asaltado el corazón de María y lo habrá seguido guardando ahí. Ver y creer. Ver, quizás sin entenderlo, pero creerlo tanto que sólo le interesaba en ese instante cuidar de su niño, amamantarlo, rodarlo de cariño. Nosotros lo vemos en la noche de navidad, en el pesebre, en una película, en las representaciones que se hacen del pesebre viviente. Vemos, está allí, frente a nosotros, ¿lo creemos? ¿Captamos la trascendencia que tiene la profundidad de tiene el hecho d que Dios se hace hombre,  de que lo infinito pasa a ser finito? Creo que esto nos deja pensando. Te propongo que la noche de navidad, cuando suenen las campanas, retumben los cohetes en los diferentes lugares, puedas hacer un momentito de oración o recogimiento interior para allí, en ese lugar profundo del corazón, junto a los que vos querés y que sabés que te quieren, descubrir la presencia profunda de un dios que da su grito de alegría, que llora de gozo como un niño que recién nace porque lo quiere hacer allí junto a  vos, junto al calor que tu pesebre puede darle, pude ofrecerle esté como esté.
Venimos compartiendo este fundamento es la familia que es la madre. Y todos precisamos de una madre, no sólo en niño cuando regresa del colegio se inquieta si no se la encuentra en casa. También nosotros, los esposos, al volver del trabajo esperamos la presencia de nuestra esposa que esté allí para ver su son risa, para saludarla, para descansar en ella. Y es preciso que ella esté allí para sentirnos nuevamente en casa.
La madre, este “fundamento del hogar” como la llama el Eclesiastés, esta realidad tan humana, la ha asumido Dios y adaptándose a nuestro ser corpóreo y sensitivo, nos ha regalado, además, de la madre natural, esta madre espiritual. María es quien nos regala la experiencia de familia de los hijos de Dios. ¿Cómo lo acojo yo a este don que Dios me da? Personalmente te puedo contar que muchas veces, en mi inmadurez espiritual, me alejo del Señor creyendo que Jesús me mira de reojo cuando yo no me comporto como Él espera de mí, cuando lo ofendo. Y lo primero que hago es mirar el rostro de María que me afloja el corazón y me permite nuevamente sentirme en casa y abrirme la puerta y mostrarme el verdadero rostro de Jesús. María también es señal de misericordia, del amor del Padre y nos protege de todo aquello que quizás nosotros merecemos e intercede, nos regala y trae a nosotros la benevolencia de  del Padre, nos cuida y nos defiende de todo mal.
María es madre educadora y especialmente va a educar a las madres a cumplir sus tareas. Vos, que sos madre, o vos, que todavía no sos madre, pero tenés el corazón de madre por el hecho de ser mujer, vas a poder, junto a María, aprender a gestar la vida, a vivir en constante donación, a saber ser abnegada de vos misma, brindar confianza y protección y, si en esta Navidad queremos regalarle a Jesús un Belén nuevo, que sólo es posible con la colaboración  de madres nuevas. Este aspecto de madres nuevas no es solamente para vos que sos mujer, que sos madre, hermana, hija, sino que el ejemplo de María y de José va permitiendo que cada uno pueda ir creciendo en este camino de discipulado, de seguimiento de Jesús para poder recibir este gran regalo que se nos ofrece en el pesebre de Belén en la noche del 24 y hoy por hoy podemos ir adelantando este regalo.

Hoy colocamos en el pesebre también a los pastores. Los chicos aprovechan par poner muñequitos, vacas, dinosaurios, de todo. Con lo que tenemos vamos armando el pesebre. Y entre sonrisas y risas te preguntaría ¿hemos puesto al padre y a la madre, a José y a María? Faltan los hijos, el Señor Jesús es el principal.
Vamos a poner también a estos pastores que han recibido este gran regalo del señor, de anuncio de que algo grande, que ellos no imaginaban todavía, se iba a dar, a producir muy cerca de donde estaban ubicados.
 San Lucas en el Evangelio nos dicen “había en la región unos pastores que dormían al  raso del piso y de noche se turnaban velando por los rebaños”.  Esos pastores fueron elegidos por el señor para que fuesen sus primeros testigos ante el mundo. Estos pequeños pastores es probable que ante este anuncio saliesen corriendo a Belén. Se habían sentido valorados, tomados en cuenta de verdad. Es probable  también que la búsqueda del pesebre haya producidos disgustos de ir de un lugar a otro tratando de ubicar dónde estaba. Y más a esa hora de la noche preguntar por un niño. Todo eso era porque iban en búsqueda de algo que se presentaba como grande y ellos, n su pequeñez, habían sido los primeros en enterarse de esta buena noticia.
Pensaba yo en la conciencia que a veces no tengo de darme cuenta cuando el Señor me hace partícipe de una buena noticia en el día, de la gran alegría de alguien cuando descubre la misericordia y la grandeza de Dios. Me siento pequeño, insignificante, pero, a la vez, me siento muy contento porque Dios ha tenido ese detalle conmigo en poder manifestarlo, cuando el Señor me regala algo que yo no esperaba en el día, la sonrisa de alguien con quien estábamos distanciados, aquella situación que realmente sentía que me superaba y l Señor me permite que pueda superarlo. Y aparece el Señor con Su Providencia saliendo al encuentro. Estas grandes noticias, para aquellos que somos pequeños, muchas veces llenan de gozo el corazón, pero eso lo voy a poder descubrir cuando yo me descubra primero pequeño antes esta grandeza, ésta es la primera condición que había tenido José y también María.
Y los pastores se fueron acercando muy tímidamente, llevaban en sus alforjas regalos. ¿Cuáles regalos?  Lo que tenían: leche ya hasta un cordero. Y para ellos eso era mucho.
Y encontraron a María y a José, al recién nacido acostado sobre un pesebre nos dice el Evangelio de Lucas. No entendían bien lo que estaba pasando, pero había una alegría grande, un gozo santo que Dios comenzaba a robarles el corazón. Si ellos se hubieran dado cuenta cuán grandeza estaban percibiendo sus ojos, hubiesen pensado que Jesús tendría que haber nacido en un palacio. Pero un Dios naciendo como ellos era mail veces más hermoso, era un Dios audaz y contradictorio y ello les encantaba.
Es bueno aclarar que los pastores en esa época no tenían buena reputación. Sucios, solitarios y errantes eran despreciados por casi todos. A tal punto se marginaba en Israel a los pastores que su testimonio para aceptarlo en un tribunal.  ¿Cuánto tiempo pasaros los pastores en la cueva allí con María, José, sobre todo con el niño? No lo sabemos, pero finalmente se levantaron y, de acuerdo a las tradiciones judías, pidiendo perdón por haber molestado, s arrodillaron de nuevo, besaron al niño y se fueron. Salieron a la ciudad a decirles a todos que había nacido le misericordia de Yahvé, el encuentro de lo pequeño con lo grande que se hace pequeño. Estos pastores para entrar a la cueva tuvieron que agacharse. Dicen que la cueva, el lugar donde nació Jesús es un lugar pequeño que para entrar uno tiene que agacharse. Para encontrarnos con el misterio del Señor tenemos que bajar nuestro orgullo y descubrirnos pequeños porque allí en la pequeñez se manifiesta la grandeza de  la gloria de Dios que desea ardientemente estar junto a nosotros.
Justamente ésta es la pequeñez, sentirnos niños, sentirnos hijos, el lugar de la familia, sentirnos como hijos allí acompañando a Jesús que nace, que nace nuevamente, a este Señor de lo infinito, Rey de Reyes que se hace uno más de nosotros para estar. Éste es el gran misterio que nos invita a sentirnos niños, hijos de verdad de Él y a sabernos amados en este misterio.

Este pesebre, que es un lugar de alegría, momento de gozo, no va a poder serlo en mi vida si yo no estoy dispuesto a que esto pueda ocurrir. Porque en este tiempo estamos llenos de deseos, de muchas felicitaciones, pero, a veces, nos quedamos solamente en el deseo mismo, en la felicitación y no pasa a una obra, a una acción concreta. Por eso, te pregunto a vos cuál va a ser el lugar que vas a ocupar en el pesebre: ¿el lugar de obediencia y de confianza como José? ¿Lugar de ternura y comprensión de María? Con aquél que tengo en mi propia familia, con aquél amigo con quien estoy distanciado, con el compañero de trabajo, ¿voy a ubicarme en el lugar de los pastores que tanto me hace falta porque los demás tienen que hacer lo que yo dispongo, caminar por donde yo digo, servirme cuando yo quiero? Y el Señor, quizás, me está proponiendo el camino del abajamiento, de agachar la cabeza para poder ingresar a ese lugar de amor, de sencillez, de gozo.
Creo que hay una conexión fuerte y clara entre el misterio de la Navidad y el de la Pascua que te invito a que lo puedas pensar. No estamos haciendo una mera celebración que cada 24 nos toca hacer. Este nacimiento, este paso, esta renovación también tiene mucho de Pascua en misterio de Redención. Es este Jesús que vine al mundo, el Rey de Reyes, a entregar Su vida mirando desde lo refundo d su corazón la Voluntad del Padre que te invita a sumarte a vos a Su cruz, a Su vida nueva. Por eso, en este pesebre miramos también a Jesús que nace, pero también un Jesús que muere y que nos invita a renacer. Es un misterio de Navidad y un misterio pascual a la vez.
Qué bueno sería que tengamos conciencia de que Jesús viene no solamente por mí. Por supuesto, viene para mí, para renovar mi corazón, mi hogar, pero también viene para comprometerme con la patria, con aquéllos que tengo a mi alrededor, con mi vecino, con aquel transeúnte que pasa frente a mí. Viene para comprometerme también con ellos porque son hermanos míos, que el Señor viene a traer esa paz para que todos los hombres. Inclusive para aquél que no puedo “pasar”, que me cuesta, para aquél que me ha ofendido. Viene para todos, aunque, a veces, queremos encerrarnos en nuestro pequeño hogar y no abrirnos a la realidad circundante, que tiene luces y que tiene sombras. El cristiano no s esconde en un cascarón ni se hace extranjero en su propia patria, sino que ve toda su vida y su realidad en relación a un compromiso. Y este compromiso es, como l Señor viene a dar vida nueva, también viene a dar un nuevo orden social, un nuevo orden en todas las relaciones, viene a mover los esquemas y criterios interiores que tengas en el corazón.