El compromiso con el momento presente

jueves, 26 de mayo de 2011
image_pdfimage_print
El compromiso con el momento presente

 

 

 

"Los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios.

Porque él nos dice en la Escritura: En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación".

2 Cor 6,1-2

 

 

1.La libertad y el momento presente

 

Una de las condiciones indispensables para conquistar la libertad interior es la capacidad de vivir el momento presente. No podemos ejercer nuestra libertad auténticamente si no es en el instante presente. Carecemos de todo influjo sobre el pasado, del que no podemos cambiar ni una coma; cualquier escenario imaginario sobre el que intentamos revivir algún hecho pasado del que nos arrepentimos o que consideramos un descalabro, decimos debería haber hecho esto o aquello, cae por su propio peso: no es posible dar marcha atrás en el tiempo. Sólo hay un acto de libertad que podemos plantear con respecto a nuestro pasado: aceptarlo tal como es y ponerlo confiadamente en las manos de Dios.

Tampoco somos capaces de dominar nuestro futuro: sabemos bien que, independientemente de nuestras previsiones, planes y promesas, se requiere muy poco para que salga tal y cual lo pensábamos. Es imposible programar la vida; sólo nos queda acogerla instante tras instante.

A finde cuentas, lo único que nos pertence es el momento actual: sólo en este tiempo nos podemos plantear actos libres; solo en el instante presente establecemos un auténtico contacto con la realidad.

Existe la posibilidad de entender trágicamente el carácter fugaz del momento actual, o el hecho de que ni el pasado ni el futuro nos pertenezcan. Pero desde la perspectiva de la fe y la esperanza cristiana, el momento presente se revela ante nosotros como un tesoro de gracia y de inmenso consuelo.

En primer lugar, el "ahora" es el de la presencia de Dios: "yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Dios es el eterno presente. Tenemos que convencernos de que cada instante, sea cual fuere su contenido, está lleno de la presencia de Dios y supone la posibilidad de la comunión con é. Nuestra relación con Dios no se establece en el pasado ni el futuro, sino mediante la aceptación de cada instante como el lugar de su presencia, el medio en el que se ofrece a nosotros. Cada segundo constituye un momento de comunión con la eternidad; en cierto sentido, contiene toda la eternidad. En lugar de proyectarnos constantemente sobre el pasado o el futuro, deberíamos aprender a vivir cada momento como suficiente en sí mismo, como plenitud de existencia, porque en él está Dios; y, si Dios está en él, no nos falta nada. La sensación de vacío o frustración, esa sensación de que carecemos de esto o de aquello, a menudo proviene del hecho de vivir en el pasado entre lamentos y decepciones o en el futuro cargados de temores o esperanzas ilusorias, en lugar de vivir cada segundo acogiéndolo tal como es, es decir, lleno de una presencia de Dios que-si nos unimos a ella con fe- nos fortalece y sostiene. Como dice el Salmo 145, los ojos de todos espean en ti, y tú les das la comida a su tiempo; abres tu mano y colmas de favores a todos los vivientes.

Desde el punto de vida cristiano, esta realidad de la gracia del momento presente es muy liberadora. Por muy desastroso que haya sido mi pasado, por muy incierto que parezca mi futuro, ahora, con un acto de fe, de confianza y abandono, puedo ponerme en contacto con Dios: Dios eternamente presente, eternamente joven, eternamente nuevo, a quien pertencen mi pasado y mi futuro, y que puede perdonarlo todo, purificarlo todo, renovarlo todo… Te renueva con su amor. En el momento presente, a causa de ese amor infinitamente misericordioso con que me ama el Padre, siempre cuento con la posibilidad de volver a comenzar de cero, sin que el pasado me lo impida, y sin que el futuro me atromente. Mi pasado está en las manos de la Misericordia Divina, que puede extraer provecho de todo, tanto de lo bueno como de lo malo, y mi porvenir en manos de la Providencia divina, que no se olvidará de mí. Esta actitud de fe es inmensamente valiosa, pues evita que vivamos como tantas personas que sufren una constante insatisfacción, sintiéndose ahogados entre un pasado que les pesa y un futuro que les inquieta. Por el contrario, vivir el instante presente ensancha el corazón.

 

2.El verbo amar solo se conjuga en presente

 

La escalera hacia la perfección no tiene más que un peldaño: el que subo hoy. Sin preocuparme del pasado ni del futuro, hoy me dedico a creer, hoy me dedico a poner toda mi confianza en Dios, hoy elijo amar a Dios y al prójimo. E, independientemente del resultado de mis bueno propósitos, que pueden ser un éxito o un fracaso, al día siguiente -que es un nuevo hoy que me regala la paciencia divina- vuelvo a empezar. Y así sucesivamente, sin intentar mensurar mis progresos y sin querer saber dónde me encuentro. Sin desanimarme por los reveses, sin contar unicamente con mis propias fuerzas, sino sólo con la fidelidad del Señor.

Así describe San Pablo esta actitud fundamental de la vida espiritual: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia delante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hcho en Cristo Jesús… cualquiera sea el punto donde hayamos llegado, sigamos por el mismo camino.

San Antonio de Egipto repetía sin cesar estas palabras de San Pablo, según cuenta San Atanasio, su biográfo, quien añade: "También recordaba las palabras de Elías: El Señor vive en quien hoy está junto a mí; y señalaba que al decir hoy, Elías no tenía en cuenta el tiempo pasado. De tal manera que, menteniéndose siempre en los comienzos, se esforzaba cada día por mostrarse ante Dios como hay que presentarse ante él: con un corazón puro y dispuesto a obedecer su voluntad y ninguna otra. Decía Santa Teresita: "Oh, Jesús!, para amarte no tengo más que el hoy".

 

3.Solo se puede sufrir un instante

 

El empeño por vivir cada instante tal como se presenta, dejando tanto el pasado como el futuro en las manos de las misericordia de Dios -según expresión de Bernanos-, es más importante aun en momentos de sufrimiento. Esto es lo que decía Teresita de Lisieux en su enfermedad: "Unicamente sufro un instante. Sólo nos desanimamos y nos desesperamos si pensamos en el pasado y en el porvenir… No podemos estar sufriendo toda la vida; sólo se puede sufrir un instante tras otro. Nadie posee la capacidad como para estar sufriendo diez o veinte años. Tenemos la gracia para soportar el sufrimiento el sufrimiento que nos toca hoy y ahora. Lo que normalmente termina por agotarnos es la proyección en el futuro; no el dolor sino la representación que nos hacemos de él. El gran obstáculo es siempre la representación, y no la realidad. Cargamos con la realidad y todo su sufrimiento, con todas las dificultades que comporta: la cargamos, y llevándola encima, aumenta nuestra resistencia. Sin embargo, con la representación del dolor -que no es dolor, porque éste es fecundo y puede hacernos maravillosa la vida- sí hay que terminar. Y es acabando con esas representaciones que aprisionan la vida tras sus barrotes, como liberamos en nosotros mismos la vida real con todas sus energías y como nos hacemos capaces de soportar el auténtico dolor, tanto en nuestra vida como en la de toda la humanidad.

 

4.A cada día le basta con su aflicción

 

A cada día le basta con su aflicción (Mt 6,34): ésta es una de las expresiones del evangelio más llena de sabiduría. Tratemos de seguir esta enseñanza fundamental de Jesús sin añadir a las penas de hoy, que ya son suficientes, las de ayer y las de mañana. Frecuentemente nos quejamos de sufrir demasiado, sin darnos cuenta de que, a veces, somos un poco masoquistas: como si no nos bastase el dolor de hoy, a éste le sumamos los pesares de ayer y las inquietudes con respecto al mañana. No es de extrañar que nos hundamos…Para que la vida se nos haga soportable, es fundamental entrenarse para no cargar nada más que con las dificultades de hoy, entregando el pasado a la Misericordia divina, y el futuro a la Providencia.

Permitimos que el pasado pese sobre nosotros cada vez que nos detenemos en nuestros remordimientos por las antiguas faltas; cada vez que rumiamos nuestros fallos, nuestra sensación de derrota; cada vez que en vano recordamos nuestras elecciones de ayer, como si nos fuera posible cambiarlas.

 

5.Vivir y no esperar a vivir

 

Es conveniente vivir el momento presente acogiendo la gracia particular y aceptándola como buena, sea de la naturaleza que sea, incluso si nos desagrada.

La vida presente siempre es buena, pues el Creador ha derramado sobre ella una bendición que jamás retirará. Y vió Dios que todo era bueno, dice el Génesis. Para Dios ver no es solamente constatar, sino dotar de realidad.

A veces, lo que nos hace proyectarnos en el futuro no es tanto la inquietud como la espera de circunstancias más felices. Quizá se trate de un hecho preciso: reencontrarnos con una persona a la que queremos, o la perspectiva de volver a casa después de un largo viaje; o quizá no se trate de una espera de nada concreto, sino de una expectativa algo borrosa, o a veces imaginaria: esperamos confusamente el momento en que nos vaya mejor, o en que las circunstancias sean diferentes y nos permitan vivir cosas más interesantes. Aunque por el momento no vivamos plenamente, más adelante "viviremos en serio". Por supuesto que este tipo de espera, sea concreta o no, es totalmente legítima, pero comporta cierto peligro al que se debe estar atento, porque podemos pasar sin vivir nuestra existencia, sólo esperando a vivir. Así pues, no resulta del todo indiferente "rectificar el rumbo" en lo que se refiere a esta actitud psicológica. En efecto, ésta nos despega de lo real, de la vida presente: como lo que estoy viviendo ahora no me satisface, tengo la esperanza de vivir -dentro de algunos días, o de unos cuantos meses- algo más agradable, y me proyecto sobre ello, deseando que el tiempo pase lo más pronto posible para encontrarme, por fin, en esa situación futura anhelada. Sin embargo, existe un riesgo de falta de cohesión con la realidad o de adhesión a lo vivido ahora. Por otra parte, ¿quién me garantiza que, cuando llegue ese momento tan esperado, no me defraudará? Y -lo que es más importante- corro el peligro de adoptar una postura en la que, mientras espero el futuro en el que viviré en serio, pase cerca mío algo que sí debería vivir ahora. Si no me instalo debidamente en el hoy, dejo pasar determinadas gracias. Hay que vivir plenamente cada instante, sin preocuparnos por saber si el tiempo pasa demasiado de prisa o demasiado lento, y aceptando cuanto me llega momento a momento.

Tampoco olvidemos que, a la hora de vivir el presente, Dios no espera de nosotros más que una cosa por vez, nunca dos. Y poco importa si la tarea que debo desempeñar parezca secundaria o importante: es necesario realizar la una y la otra sencillamente y con calma, y no tratar de resolver más de un problema a la vez. Incluso cuando me dedico a algo aparentemente significante, es un error hacerlo a toda prisa, como si se estuviera perdiendo el tiempo, para pasar lo más rápido posible a una actividad que considero más importante. Desde el momento en que una cosa es necesaria y forma parte de la vida, merece ser cumplida por sí misma, es decir, estando plenamente presente en ella.

 

Mi canto de hoy

 

Mi vida es un instante

una esfímera hora,

momento que se evade y que huye veloz.

Para amarte, Dios mío, en esta pobre tierra

no tengo más que un día:

¡sólo el día de hoy!

¡Oh, Jesús, yo te amo! A ti tiende mi alma.

Sé por un solo día mi dulce protección,

ven y reina en mi pecho, ábreme tu sonrisa

¡nada más que por hoy!

¿Qué me importa que en sombras esté envuelto

el futuro?

Nada puedo pedirte, Señor, para mañana.

Conserva mi alma pura, cúbreme con tu sombra

¡nada más por hoy!

Si pienso en la mañana, me asusta mi inconsistencia,

siento nacer tristeza, tedio en mi corazón.

Pero acepto la prueba, acepto el sufrimiento

¡nada más por que hoy!

¡Oh Piloto divino, cuya mano me guía!,

en la ribera eterna pronto te veré yo.

Por el mar borrascoso gobierna en paz mi barca

¡nada más que por hoy!

¡Ah, deja que me esconda en tu faz adorable,

allí no oiré del mundo el inútil rumor.

Dame tu amor, Señor, consérvame en tu gracia

¡nada más que por hoy!

Cerca yo de tu pecho, olvidada de todo,

no temo ya, Dios mio, los miedos de la noche.

Hazme un sito en tu pecho, un sitio, Jesús mío,

¡nada más que por hoy!

Pan vivo, Pan del cielo, divina eucaristía,

¡conmovedor misterio que produjo el amor!

Ven y mora en mi pecho, Jesús, mi blanca hostia,

¡nada más que por hoy!

Úneme a ti, Dios mío, Viña santa y sagrada,

y mi débil sarmiento dará su fruto bueno,

y yo podré ofrecerte un racimo dorado,

¡oh Señor, desde hoy!

Es de amor el racimo, sus granos son las almas,

para formarlo un día tengo, que huye veloz.

¡Oh, dame, Jesús mío, el fuego de un apóstol

nada más que por hoy!

¡Virgen inmaculada, oh tú, la dulce Estrella

que irradias a Jesús y obras con él mi unión!,

deja que yo esconda bajo tu velo, Madre,

¡nada más que por hoy!

¡Oh ángel de mi guarda,

cúbreme con tus alas,

que iluminen tus fuegos mi peregrinación!

Ven y guía mis pasos, ayúdame, ángel mío,

¡nada más que por hoy!

A mi Jesús deseo ver sin velo, sin nubes.

Mientras tanto, aquí abajo

muy cerca de él estoy.

Su adorable semblante se mantendrá escondido

¡nada más que por hoy!

Yo volaré muy pronto para ensalzar sus glorias,

cuando el día sin noche se abra a mi corazón.

Entonces, con la lira de los ángeles puros,

¡yo cantaré el eterno, interminable hoy!