El corazón, lugar de combate

jueves, 22 de octubre de 2015
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Rezar (8)

 

22/10/2015 – Jesús dijo a sus discípulos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Lc 12,49-53

 

Una opción radical por Jesús

Jesús exige al discípulo una determinación sincera, tajante y total. Jesús no quiere medias tintas. Ante Él hay que decidirse. El Reino de Dios, el proyecto de Dios es lo más importante para el discípulo del Evangelio. ¡O se lo toma o se lo deja!

Jesús anuncia con pasión el Reino de Dios. Es el ardor con que propone a sus seguidores asumir su vocación de entrega, de “quemar las naves”, de aceptar como lo más importante, con santa obsesión y entrega, el proyecto de Dios, asumido totalmente por Jesús. Esto es lo que divide las aguas, la decisión frente a lo que se propone lo que marca la diferencia. Se trata de cuánto de fuego, de determinación, de calibre interior con lo que la persona se juega lo que hace que tengamos matices distintos y en muchos casos diferencias profundas en la convivencia. 

El primer paso concreto que el Espíritu quiere que hagamos es una opción radical por Dios. La vida auténtica sólo puede brotar, de la  certeza de sabernos profundamente jugados por una causa: en este caso el vínculo de amor con Dios. La vida toma matices diferentes conforme a cómo es nuestro vínculo con Dios y cuál es nuestra opción de cara a su propuesta. Desde esta certeza, convertida en experiencia viva y existencial nuestro modo de construir el reino que Dios propone. Desde ahí surge la mirada de mundo, elecciones, desafíos, gastar la vida en determinados lugares y esquivar otros. 

Cuando uno toma determinadas opciones se producen quiebres y no siempre vemos con esperanza que lo que viene será mejor. Los procesos de ruptura son siempre dolorosos, y muchas veces después de un largo o profundo proceso descubrimos lo que supuso. Esos de “aquí en adelante” marcan nuestra biografía y es importante identificarlos, porque en esos hitos se define nuestra persona. Son los lugares donde, como dice Jesús, se hace estrecho el camino y no hay mucho otro margen. Sobre estos lugares es donde el Señor nos dice que ha venido a traer fuego y que en las opciones se juega nuestra vida de su seguimiento.

En el caso de lo que el Señor propone viene de la mano del amor. El amor, pide amor, y eso divide las aguas. La propuesta del amor no es es real si no es capaz de suscitar un amor que intente equipararse al de quien ama primero. El amor pide amor. La experiencia del amor de Dios no es auténtica si no provoca la respuesta de amor. La radicalidad de su amor exige otra radicalidad… Estas elecciones profundas por el amor de Jesús, muchas veces ni si quiera comprendidas por los más queridos, divide aguas. Dios quiere ser amado con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas. Creo que en el corazón de cada uno tiene que madurar este deseo de integridad, de totalidad en el amor, sin compromisos y sin medios términos… Jesús dice “he venido a entablar la guerra” lo que supone que ha venido a mostrar un camino con sus opciones que, o se lo toma con todo el corazón o se lo deja, y eso supone rupturas con espacios y con gente.

 

Las obras de la carne y las del espíritu

Para responder en radicalidad de amor participamos de una lucha entre la carne y el espíritu en el corazón del hombre «La carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne». Vamos a profundizar en las palabras de San Pablo tomadas de la Carta a los Gálatas (5, 17). Pablo piensa en la tensión que existe en el interior del hombre, precisamente en su «corazón». No se trata aquí solamente del cuerpo (la materia) y del espíritu (el alma), como de dos componentes antropológicos esencialmente diversos, que constituyen desde el «principio» la esencia misma del hombre. Pero se presupone esa disposición de fuerzas que se forman en el hombre con el pecado original y de las que participan todo hombre «histórico».

Esta tendencia a “meter la pata” hace que la vida del Espíritu que el Señor propone enfrentado con esta tendencia, entre en conflicto. Desde Pablo, hay un predominio de la «carne» lo que hace del corazón un campo de batalla. El combate forma parte de nuestra vida, y por supuesto que no son siempre agradables, pero se los enfrenta como viene y resolverlas con las tendencias con lo que el Señor marca lo humano desde la totalidad del Cristo Resucitado. En esta pelea, cuando la vida del Espíritu empieza a prevalecer, y el fuego del evangelio empieza a arder, rápidamente comienzan a marcarse las diferencias de opciones y de estilos de vida.

La «carne», en el lenguaje de las Cartas de San Pablo , indica no sólo al hombre «exterior», sino también al hombre «interiormente» sometido al mundo, en cierto sentido, cerrado en el ámbito de esos valores que sólo pertenecen al mundo y de esos fines que es capaz de imponer al hombre: valores, por tanto, a los que el hombre, en cuanto «carne», es precisamente sensible. Cuando no hay más allá, ni un sentido por el qué, ni para el qué, comenzamos a envejecer. Así la tensión del hombre es chata y hay un establishment, en una supuesta “paz” de pasividad. Cuando no hay proyecto ni una mirada de trascendencia, empiezan las luchas internas. Dentro de cada uno de nosotros ocurre esto. La conflictividad interior tiene mucho que ver con esta incapacidad de mirar más lejos, de definir un proyecto de vida en donde todo importa pero en función de esa meta hay cosas más importantes o urgentes.

La tensión y el conflicto existen en nosotros porque hay un enfrentamiento entre dos modos de ser: el que viene de la carne herido por el pecado y el que viene del espíritu que viene a poner un nuevo sentido. Cuando esta conflictividad no está marcada en un hacia a donde, la convivencia interior se complica. Cuando nosotros tenemos un proyecto y ese proyecto lo hemos discernido y trabajado en el Señor, eso nos da una tensión que supone conflicto pero que marca norte. Tener problemas no es un problema, sino que no tener horizonte es el problema. Cuando hay rumbo, las cosas son tomadas en el “tanto y cuanto” de san Ignacio que supone ponderar y elegir en función de ese norte. Nuestra vida se humaniza en las opciones, no decidir y dejarnos llevar, es más de animales.

 

Vivir conforme a lo discernido

El Espíritu de Dios quiere una realidad diversa de la que quiere la carne, desea una realidad diversa de la que desea la carne y esto ya en el interior del hombre, ya en la fuente interior de las aspiraciones y de las acciones del hombre, «de manera que no hagáis lo que queréis» (Gál 5, 17). A esta lucha la sobrellevamos con grandeza cuando pacientemente vamos tomando decisiones. 

 He aquí de nuevo las palabras de la Carta a los Gálatas: «Ahora bien; las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lasciva, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, rencillas, disensiones, divisiones, envidias, homicidios, embriagueces, orgías y otras como éstas…» (5, 19-21). Sería la bajeza humana, lo que describe Pablo. En cambio, la vida del Espíritu, engrandece al hombre y eleva el corazón. «Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… (5, 22-23).  Éstas dos fuerzas, las bajas y la que nos engrandece, entran en choque, y supone un conflicto que hay que resolver. Lo resolvemos cuando decimos “mi norte es este”, discernido en Dios, y ordeno todas mis cosas en función de esto. Así uno “tanto o cuanto” se vale de lo que ocurre dentro suyo en función de cuanto suma o no a ese proyecto decidido.

Padre Javier Soteras