El discernimiento en la vida cotidiana VI Cómo actuar cuando estamos desolados o consalados

miércoles, 23 de diciembre de 2009
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Sexto encuentro: como actuar en la consolación y en la desolación

En el encuentro pasado pedimos la gracia de saber sentir e interpretar espiritualmente la consolación y la desolación. Reconocer por los frutos –paz o desasosiego- cuándo estamos consolados o desolados y saber interpretar hacia quién nos llevan estas mociones: la consolación nos hace caminar en la compañía de Jesús y es el camino que nos lleva al Padre; la desolación nos aleja del Señor y nos lleva al vacío de la vida sin Dios.

El tercer paso del discernimiento

Vamos a poner hoy la mirada en el tercer paso del discernimiento: el que depende más de nosotros, de nuestra libertad. El discernimiento no solo es cuestión de sentir y de interpretar lo que nos pasa sino de elegir y jugarnos dramáticamente por el bien. El discernimiento se realiza cuando recibimos con humildad la consolación poniendo en práctica la tarea que siempre trae consigo y cuando resistimos con paciencia y confianza en Dios la desolación. Nuestro Dios es fundamentalmente un Dios que habla, un Dios que expresa su amor invitándonos a escuchar su Palabra para ponerla en práctica juntos. Todo lo que Dios tiene para hacer en este mundo lo tiene para hacer con nosotros, con nuestra colaboración. Recordemos el cuentito de Menapace, del joven que se va a dormir desilusionado luego de haber visto el noticiero y no viene que Dios se le aparece en sueños y le pregunta: Qué te pasa a vos, flaco? y el joven le responde “Cómo que qué me pasa? ¿Y Ud no es Dios? ¿Ud es bueno? Si Ud. lo puede todo ¿por qué no hace nada frente a todos los desastres que están sucediendo?” Y entonces Dios lo mira fijo y le responde: “Cómo flaco que yo no hice nada? Yo te hice a vos. Vos sos mi respuesta para muchos de estos problemas”.

¿Qué queremos decir? Queremos decir que el Dios de Jesús no hace cosas solo, por decirlo así. Nos invita a hacerlas con su Hijo, dejándonos conducir por su Espíritu, en comunión con toda la Iglesia. Por eso el Padre nos envía su Palabra: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Y toda la vida espiritual consiste en esta lucha dramática que se da en nuestro corazón, en medio de la vida cotidiana, en torno a una Palabra que busca “hacerse carne” en nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a los que la reciben les de poder ser hijos de Dios”.

Acoger la consolación, cultivarla, cuidar que dé frutos es recibir la visita del Señor, dejar que la semilla caiga en tierra buena, hacer producir el denario, venderlo todo para comprar el tesoro, aceptar la invitación a la fiesta, seguirlo cuando nos dice “vengan y vean”…

Recibir la consolación es recibir al Espíritu Consolador, dulce huésped del alma, que cuando lo escuchamos nos enseña y recuerda todo lo que Jesús nos dijo ((Jn 14, 25-26).

Como vemos, la misión mayor de Jesús consiste en lograr que el Espíritu Santo tenga acceso a nuestro corazón de modo que podamos dialogar con él y obrar en comunión con él en la vida cotidiana.

Junto a esa Palabra que es de consolación y que da vida, está el Maligno que siembra cizaña, que habla un lenguaje que lleva a la desolación y la muerte. El mal espíritu milita contra el lenguaje del Espíritu Santo. Y al que no elige recibir la consolación en tierra buena, al que no se decide a cuidarla y defenderla, al que no la cultiva activamente, el mal espíritu se la arrebata: “Todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón” (Mt 13, 19).

El mal espíritu arrebata la Palabra haciéndola olvidar, a veces, pero también metiendo miedo, ahogándola con discursos alternativos, cambiándola por otra parecida (la cizaña).

Vamos a escuchar ahora con atención las dos reglas que da Ignacio para recibir y cuidar la consolación y luego las cinco reglas para resistir y vencer la desolación.

Las de la consolación dicen así:

En la consolación “empequeñecerse” como María

El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces (EE 323).

El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación (EE 324).

Los consejos, pues para recibir bien la consolación y para mantenerse en ella son dos y tienden a crear un círculo virtuoso entre la conciencia que se ilumina y actúa y las actitudes prácticas que fortalecen el corazón y aclaran la mente.

Ignacio habla de “Tomar conciencia de lo poco que es uno cuando está desolado”. Esta conciencia lleva a una actitud práctica: “juntar fuerzas para la desolación que después vendrá”. Y ¿cómo se juntan fuerzas? La segunda regla nos da dos actitudes prácticas:

humillarse y abajarse cuanto uno pueda”. Es lo que expresa María en el Magnificat. Recibe la consolación más grande del mundo y se empequeñece a sí misma. Así el secreto para recibir bien la consolación consiste en “empequeñecerse”. Cuando recibo una gracia “humillarme”: ojo con creérmela! Qué tenés que no hayás recibido!

En la desolación “agrandar a Dios” como Jesús en el Huerto

Ya podemos adivinar cuál será el secreto para combatir la desolación. Cuando uno está desolado tiende a achicarse. Nada de eso. En la desolación no hay que mirarse a sí mismo. El secreto para combatir la desolación es “agrandar a Dios”. Dice Ignacio: “Por el contrario, el que está en desolación piense que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor” (EE 324).

Fijémonos que Ignacio dice que podemos mucho con sólo la gracia suficiente. El poder de la gracia es tal que no hace falta una gracia especial para resistir en la desolación. Las gracias especiales son para misiones especiales. Para resistir la desolación basta con la gracia suficiente. Si no sólo los santos podrían resistir y en la vida cotidiana vemos mucha gente, cristiana y no cristiana que resiste a la desolación con su buen ser y su buena conciencia naturales.

Por tanto, en la consolación, empequeñecerme, con humildad realista: qué poco valgo cuando Dios no me consuela! Cuántas gracias debo darle por mirar con bondad mi pequeñez!

Y en la desolación “pensar en la grandeza de Dios”: si mi conciencia me acusa, él es más grande que mi conciencia; si temo por mi futuro, él sabe bien lo que necesito; si temo por los que amo, él cuida de todos, de los pajaritos del cielo y de los lirios del campo… La imagen más fuerte es la de Jesús en el Huerto: en la desolación el Señor se dirige al Padre y lo engrandece: Padre todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.

Reglas de oro para el que está en desolación

Escuchemos ahora dos reglas para “no dejarnos arrastrar por la fuerza de la desolación”. Ignacio dice:

En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación, en que estaba (el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba) en la antecedente consolación. (Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar)” (EE 318).

Es la regla de oro: En desolación no hacer cambios. “No hay que cambiar de caballo a mitad del río”, como dice el refrán. Y también: “desensillar hasta que aclare”. Las desolaciones son pechadoras. Algo empuja en nuestro interior y nos arrastra a hacer cualquier cosa, no importa qué, y suelen ser las peores decisiones las que tomamos cuando estamos tentados y ofuscados. Por eso Ignacio dice que en vez de dar vueltas a ver si hacemos caso o no a la desolación, lo que corresponde es luchar para sacarnos de encima la desolación misma. ¿Cómo?

Diciendo “tengo que rezar un rato”, insistir en la oración y en la lectura del evangelio, dice Ignacio. También ayuda hacer algún acto de caridad gratuita que nos implique alguna penitencia.

Es que: Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación” (EE 319).

Dos reglas para vencer la tentación

Ahora escuchemos dos reglas para resistir y vencer la desolación.

Lo central es considerar la desolación como una prueba y trabajar para estar en paciencia.

Antes de escuchar las reglas tengamos bien en cuenta lo siguiente: vencer la desolación no significa que no vamos a volver a tener desolaciones nunca más. Vencer la desolación significa aprender a vivirla espiritualmente en amorosa fidelidad al Señor, orientándonos hacia él aún en la fría oscuridad de la desolación. Para ello ayuda mucho vivir la desolación en la fe, como una prueba para crecer en el amor a Dios y no como un hecho meramente sicológico o social.

Son una prueba

El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta; porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole no obstante gracia suficiente para la salud eterna” (EE 320).

Cuando estamos desolados ayuda tomar conciencia de que se trata de una prueba. Y de una prueba adaptada a mis fuerzas. Dios aprieta pero no ahorca. Jesús ha rezado para que cuando somos zarandeados por la tentación, el Padre no permita que caigamos, como le dice a Pedro antes de la pasión.

Tener paciencia

El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado” (EE 321).

Trabajar para estar en paciencia y darnos ánimo pensando en que pronto el Señor nos consolará de nuevo.

Fijémonos cómo Ignacio vive e invita a vivir de consolación en consolación. Imitando a los antiguos Patriarcas, nos hace levantar un altar allí donde un encuentro con el Señor nos regaló una consolación, y de allí no movernos hasta que venga la próxima consolación. En el medio “paciencia”.

Uno puede preguntarse por qué tantas reglas para le desolación. Como dice el p. Gil: “Es que la desolación suele ser más solapada. Estamos más frecuentemente desolados de lo que creemos y no lo notamos. La desolación tiene una tendencia a la clandestinidad y al camuflaje (se disfraza de otra cosa con muchas razones) y exige de nuestra parte mayor advertencia y mayor cuidado. Por eso Ignacio pone más reglas: no hacer mudanza, luchar contra la desolación misma, interpretarla desde la fe como una prueba, trabajar por estar en paciencia…-. Es que la primera falta espiritual que cometemos es no advertir que estamos desolados, pensar que es otra cosa lo que nos pasa y cuando queremos darnos cuenta ya le hemos hecho caso en muchas cosas que contribuyen a aumentarla. Además, es difícil combatirla porque cuando estamos desolados lo que nos falta es precisamente ese ánimo y esa fuerza que se requiere para combatir la desolación. No podemos ser muy “proactivos” en el momento de desolación. De ahí que el consejo fundamental de Ignacio sea la paciencia, no el ataque. La paciencia y el pedir y esperar a que el Señor venga en nuestra ayuda. Saber que uno no puede hacer que la desolación se cambie en consolación con sus propias fuerzas lleva a poner todo el esfuerzo en “estar en paciencia”.

Las causas por las que nos hallamos desolados

Aquí es muy útil recordar la última regla del tratadito de la desolación que da Ignacio, donde explica las tres causas principales por las que nos hallamos desolados:

Tres causas principales son por (las) que nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros;

Esto es claro, pero más interesante es la segunda, que refuerza la conciencia de interpretar la desolación como una prueba:

la 2a, por probar nos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias;

Y la más interesante es la tercera causa:

El Señor permite la desolación para darnos verdadera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE 323). La desolación nos hace tomar conciencia de lo pequeños que somos y valorar en su justa medida la consolación como don venido gratuitamente de la bondad de Dios.

Tenemos así en las reglas, no una receta matemática, sino un marco grande y cierto para tomar actitudes prácticas:

En la consolación: empequeñecernos, como María en el Magnificat. En la desolación, engrandecer al Padre, como Jesús en el huerto.

En desolación no hacer mudanza, estar en paciencia, mantener el recuerdo de la anterior consolación y la esperanza en la próxima, ya que siempre después de la noche, sale el sol, como decía hoy una oyente.