El discernimiento en la vida cotidiana V Recibir la consolación y resistir la desolación

miércoles, 23 de diciembre de 2009
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Quinto Encuentro: sentir y reconocer bien la consolación y la desolación

En el encuentro pasado dejamos un pequeño ejercicio. Es simple pero movilizador. El ejercicio consiste en que cada uno se proponga y decida hacer líbremente algún acto de caridad que le implique un esfuerzo mayor a lo habitual. Cuando libre y gratuitamente (sin que nadie nos obligue ni controle) nos proponemos un bien mayor, se activa en nuestra conciencia una lucha espiritual, surgen pros y contras, se suceden estados de ánimo totalmente contrarios.

Ignacio da un lindo ejemplo en su vida. En su Autobiografía cuenta cómo le llegó una carta de un antiguo compañero que había caído enfermo. Era uno que se había alejado de él debiéndole dinero y ahora le pedía ayuda. Ignacio, generoso como era, pensó ganarle de nuevo el corazón. Dice que “le vinieron deseos de irle a visitar y ayudar; pensando también que en aquella ocasión le podría ganar para que, dejando el mundo, se entregase del todo al servicio de Dios. Y para poder conseguir esta gracia le venía deseo de andar aquellas 28 leguas que hay de París a Ruán a pie descalzo sin comer ni beber; y haciendo oración sobre esto, se sentía muy temeroso, con gran temor de tentar a Dios. Al fin fue a Santo Domingo, y allí se resolvió a ir descalzo y en ayunas y se le pasó el temor. Al día siguiente por la mañana en que debía partir, se levantó de madrugada, y al comenzar a vestirse le vino un temor tan grande que casi le parecía que no podía vestirse. A pesar de aquella repugnancia salió de casa, y aun de la ciudad antes que entrase el día. Con todo, el temor le duraba siempre y le siguió hasta Argenteuil, que es un pueblo distante tres leguas de París donde se dice que se conserva la vestidura de Nuestro Señor. Pasado aquel pueblo con este apuro espiritual, subiendo a una colina, le comenzó a dejar aquella cosa y le vino una gran consolación y esfuerzo espiritual, con tanta alegría, que empezó a gritar por aquellos campos y hablar con Dios etc. Y se albergó aquella noche con un pobre mendigo en un hospital habiendo caminado aquel día 14 leguas. Al día siguiente fue a cobijarse en un pajar y al tercer día llegó a Ruán. En todo este tiempo permaneció sin comer ni beber y descalzo como había determinado. En Ruán consoló al enfermo y ayudó a ponerlo en una nave para ir a España” (Autobiografía 79).

Como vemos, Ignacio resuelve líbremente hacer una penitencia para ganar a un amigo y se le desencadena toda una lucha interior con consolaciones que le dan ánimo y desolaciones que le tiran el ánimo abajo.

A estas mociones queremos estar atentos hoy, para aprender a sentirlas y reconocer cuáles son del buen espíritu (consolaciones) y cuáles del malo (desolaciones). Sentir e interpretar, los dos primeros pasos del discernimiento. En otro encuentro veremos el tercer paso: recibir las buenas y lanzar las malas.

El Beato Fabro, primer compañero de Ignacio junto con San Francisco Javier, decía que este ejercicio de proponerse hacer algo más era un medio “eficacísimo para provocar la experiencia de la variedad de espíritus” que hemos visto en el ejemplo de Ignacio. “Porque cuando uno se propone cosas más altas o para obrar, o para esperar, para creer y para amar, y decide llevarlas a la práctica, con tanta mayor facilidad se tendrá experiencia de la diferencia entre el bueno y el mal espíritu” (Memorial 301).

Vamos a reflexionar despacito acerca de estas mociones del bueno y del mal espíritu.

Primero sintonicemos con Ignacio, ¿no nos pasa lo mismo a veces? Que nos proponemos hacer algo bueno por amor de Dios y nos vienen grandes deseos y luego nos da miedo?; ¿No nos pasa que sentimos repugnancia y que si la vencemos luego se nos ensancha el corazón de alegría y vemos que podemos hacer eso y más?

Abramos como Ignacio los ojos a esta realidad. El temor exagerado que siente (que se va agrandando hasta el punto de que no podía vestirse) y luego la alegría desbordante que lo lleva a correr y alabar a Dios, son sentimientos espirituales. Fruto de la acción del buen espíritu, que lo anima y del mal espíritu que lo tienta. Si recordamos las dos primeras reglas que vimos en el encuentro pasado, podemos ver que, como Ignacio iba de bien en mejor subiendo en el servicio de Dios nuestro Señor (se había propuesto un bien mayor a realizar) el mal espíritu le pone impedimentos: temor y falsas razones (estás tentando a Dios). En cambio el buen espíritu lo fortalece en su decisión y lo llena de alegría.

La tercera y cuarta reglas de discernimiento

Escuchemos ahora las reglas 3ª y 4ª en las que Ignacio describe prolijamente la consolación y la desolación. Estas reglas nos dan preciosas indicaciones para aprender a sentir y reconocer el tono totalmente opuesto del buen Espíritu (tono de consolación) y el tono del mal espíritu (tono de desolación).

Dice Ignacio:

Llamo consolación, cuando sentimos que el alma se nos inflama en amor de nuestro Creador y Señor (Jesús); y consecuentemente, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra, podemos amar en sí, sino en (Jesús) el Creador de todas ellas.

Llamo también consolación cuando el amor del Señor nos emociona y nos brotan lágrimas ya sea por el dolor de nuestros pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda alegría interna, que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de nuestra alma, aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor.

Llamo desolación todo el contrario de la 3ª tercera regla: cuando sentimos oscuridad en el alma, turbación en ella, compulsión a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, que nos llevan a desconfiar, y nos sentimos sin esperanza, sin amor, con ánimo perezoso, tibios y tristes, con el alma como separada de Jesús nuestro Creador y Señor. Hay que estar atentos a los pensamientos que nos vienen en la desolación, porque así como la consolación es contraria a la desolación, de la misma manera los pensamientos que salen de la consolación, son contrarios a los pensamientos que salen de la desolación).

En el relato de Ignacio podemos ver cómo todos estos sentimientos están presentes y que hay dos que se destacan con su tono dominante: el gran temor que lo va poniendo perezoso, para que no salga de la casa…, y la gran alegría, que le inflama el corazón y lo hace saltar y correr hacia su amigo necesitado. Son mociones contrarias que nacen cuando el toma una decisión espiritual: “la decisión de un servicio mayor al prójimo por amor a Dios”. A consolidar esa gracia o a boicotearla tienden principalmente el bueno y el mal espíritu.

Características de las consolaciones y de las desolaciones

Vamos ahora a reflexionar sobre la consolación y la desolación remarcando algunas características que son propias de lo espiritual. ¿Qué quiero decir con esto? Que no es lo mismo una alegría espiritual, don gratuito del Espíritu que mueve a adorar al Padre y a confiar en Jesús, que una alegría meramente natural. No es lo mismo un pensamiento como el que le vino a Ignacio: estás tentando a Dios, que una simple duda de si algo conviene o no. El pensamiento de tentar a Dios es un pensamiento desolado que proviene de la desolación del mal espíritu, que le infunde a Ignacio un temor paralizante exagerado y de allí nace este pensamiento también exagerado.

Nuestra conciencia es un ámbito espiritual abierto a la totalidad de la realidad. No sólo resuenan en ella nuestra propia voz (conciente e inconciente), no solo resuenan las opiniones de los demás, sino que también resuenan la voz de Dios y la del mal espíritu. Uno pesca que en lo que siente a veces hay “algo más”, algo que no es de uno, algo que viene de afuera de nuestra libertad. ¿Qué características están presentes en toda consolación y en toda desolación?

Las consolaciones

1. Son notables: se percibe su intensidad como algo especial –inflamarse de amor el corazón, aumento de fe, esperanza y caridad- y luego uno constata que son alegrías duraderas, memorables.

2. Las consolaciones son Cristológicas, o sea, referidas a cosas del Reino de Dios. Amor de Cristo, lágrimas por su pasión, atracción a las cosas celestiales, deseo de servicio y alabanza del Señor.

3. Las consolaciones son totalizantes: unificantes de nuestra vida corporal y espiritual, personal y eclesial.

La consolación nos hace experimentar la alegría de unificarnos interiormente, de integrar unitivamente todas nuestras dimensiones y relaciones. El consolado entra en armonía consigo mismo y con los demás.

4. Las consolaciones son afectivamente agradables, sentimientos espirituales, cordiales, en los que la afectividad integra en la belleza todas sus potencias: sentimientos y voluntad, sensibilidad e inteligencia…

La calidad afectiva de las consolaciones, hace que no sea fácil hablar de lo que uno experimenta. Como cuando uno quiere contar que lo impactó la belleza de algo y no lo puede comunicar con conceptos.

5. Son decisorias, o sea que conducen o confirman o realizan o acompañan la realización de una decisión.

Cada consolación contiene algo que el ejercitante debe recibir. Debe elegir y practicar y en la medida en que sea fiel irá descubriendo el sentido hondo de la invitación que cada consolación contiene para ser recibida y obedecida con amor.

Cada consolación contiene un llamado a una tarea, que aunque sea mínimo, tiene infinita importancia (como el vasito de agua del evangelio).

El ejemplo es el de manejar en montaña (como en Córdoba y Mendoza) hay que ir metiendo los cambios, tomando microdecisiones que acompañan la alternancia de bajadas y subidas.

Las desolaciones

1. Son notables, pero menos. La experiencia es que como uno se va dejando inundar y envolver por la desolación luego no se termina de dar cuenta. Como cuando uno está en un cuarto cerrado y no nota el mal olor que, en cambio, el que viene de afuera, nota inmediatamente.

2. Las desolaciones son diabólicas. Acostumbrados a un lenguaje secularizado interpretamos la consolación como euforia y la desolación como depresión… De ese diagnóstico se pasa a la terapia de la distracción (pastilla, abandono de responsabilidades). La desolación es diabólica, su intención es homicida. No cesa hasta hacernos tomar decisiones que rompen con Cristo o que debilitan nuestra relación de amistad con él.

3. Las desolaciones son disgregantes, dispersantes, disolventes. La desolación tiene algo de totalizante en el sentido de que copa todo el espíritu y lo somete a un dinamismo dispersivo y desintegrador que no termina de realizarse. Por eso uno sufre: experimente el desgarrón y los tironeos sin poder ponerles freno.

4. Las desolaciones son afectivamente desagradables: uno experimenta todo la gama de lo desagradable: miedos, angustia, dudas, falta de sentido, sospecha de las consolaciones anteriores, resentimiento, tristeza, enojo, abatimiento….

5. Son paralizantes. Tienden a poner impedimentos. Son parásitas de una gracia. Tienden a entorpecer las decisiones, a dificultar los procesos a impedir y boicotear la paz y la alegría… Para nosotros inevitables iremovibles, pero sí resistibles.

Dios no da la desolación. Ignacio dice que “la permite”. No podemos evitarlas pero sí resistirlas con la gracia suficiente que siempre nos queda y con gracias especiales que podemos pedir. Ignacio nos da un conjunto de humildes, pequeños y pacientes recursos para resistir la desolación y sacar provecho de ella.

6. Las consolaciones y las desolaciones no son solo distintas sino totalmente contrarias. Las consolaciones y las desolaciones son contradictorias entre sí dentro de una experiencia alternada.

Uno experimenta: “me parece que todo lo que sentí en consolación era “pura mentira”. Y al revés: “sentí una paz tan grande que me parecía que la angustia de antes no podía volver nunca más”.

En esta contrariedad total Ignacio descubre que no se trata de la propia voz sino de la voz del buen espíritu y del malo.

Concluimos remarcando lo propio de este ámbito espiritual, de libertad y de lucha entre el bueno y el mal espíritu. Decía bien Mons. Daniel Gil, cuyo libro sobre el Discernimiento nos sirve de guía, que si vieran a Jesús luego de pasar sus cuarenta días de ayuno y oración en el desierto un médico, un psiquiatra y un Director espiritual, el médico diagnosticaría que “tiene hambre” y hay que alimentarlo. Nos haría concientes de sus sensaciones físiológicas. El Psiquiatra diría: “un momento. Fijensé que no sólo es cuestión de comida sino que este hombre tiene un conflicto religioso entre su sentido del deber y sus necesidades físicas”. Nos haría conscientes de la lucha entre lo físico y lo moral desde el punto de vista psicológico. El Director espiritual nos ayudaría a tomar conciencia de otro aspecto más profundo aún. Nos diría: este hombre ha decidido dar su vida y experimenta una gracia grande por parte de Dios su Padre y diversas tentaciones del mal espíritu que quieren apartarlo de su misión. Los tres diagnósticos son verdaderos, pero no separadamente sino ordenados al espiritual que en definitiva es el que da sentido a lo físico, a lo psicológico y a lo moral.

Nuestra conciencia tiende a llenarse con un solo objeto, que la copa, la colorea, le da su tono y su problemática. Lo propio de lo espiritual es liberarnos de que nuestra conciencia sea “copada” por un solo sentimiento. La conciencia espiritual nos hace dar un paso atrás y en vez de estar a merced del mundo anímico con sus vaivenes, nos permite distinguir gracias y tentaciones, la voz del buen espíritu, la del malo y la propia nuestra.

Dejamos como tarea una petición al Señor y a la Virgen de la Consolación: le pedimos nos de la gracia de poder examinar en nuestra vida cuándo la voz del buen Pastor nos consuela y tratar de distinguir esas tentaciones que nos roban la alegría.

Sexto encuentro: como actuar en la consolación y en la desolación

En el encuentro pasado pedimos la gracia de saber sentir e interpretar espiritualmente la consolación y la desolación. Reconocer por los frutos –paz o desasosiego- cuándo estamos consolados o desolados y saber interpretar hacia quién nos llevan estas mociones: la consolación nos hace caminar en la compañía de Jesús y es el camino que nos lleva al Padre; la desolación nos aleja del Señor y nos lleva al vacío de la vida sin Dios.

El tercer paso del discernimiento

Vamos a poner hoy la mirada en el tercer paso del discernimiento: el que depende más de nosotros, de nuestra libertad. El discernimiento no solo es cuestión de sentir y de interpretar lo que nos pasa sino de elegir y jugarnos dramáticamente por el bien. El discernimiento se realiza cuando recibimos con humildad la consolación poniendo en práctica la tarea que siempre trae consigo y cuando resistimos con paciencia y confianza en Dios la desolación. Nuestro Dios es fundamentalmente un Dios que habla, un Dios que expresa su amor invitándonos a escuchar su Palabra para ponerla en práctica juntos. Todo lo que Dios tiene para hacer en este mundo lo tiene para hacer con nosotros, con nuestra colaboración. Recordemos el cuentito de Menapace, del joven que se va a dormir desilusionado luego de haber visto el noticiero y no viene que Dios se le aparece en sueños y le pregunta: Qué te pasa a vos, flaco? y el joven le responde “Cómo que qué me pasa? ¿Y Ud no es Dios? ¿Ud es bueno? Si Ud. lo puede todo ¿por qué no hace nada frente a todos los desastres que están sucediendo?” Y entonces Dios lo mira fijo y le responde: “Cómo flaco que yo no hice nada? Yo te hice a vos. Vos sos mi respuesta para muchos de estos problemas”.

¿Qué queremos decir? Queremos decir que el Dios de Jesús no hace cosas solo, por decirlo así. Nos invita a hacerlas con su Hijo, dejándonos conducir por su Espíritu, en comunión con toda la Iglesia. Por eso el Padre nos envía su Palabra: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Y toda la vida espiritual consiste en esta lucha dramática que se da en nuestro corazón, en medio de la vida cotidiana, en torno a una Palabra que busca “hacerse carne” en nosotros: “Vino a los suyos y los suyos no la recibieron. Pero a los que la reciben les de poder ser hijos de Dios”.

Acoger la consolación, cultivarla, cuidar que dé frutos es recibir la visita del Señor, dejar que la semilla caiga en tierra buena, hacer producir el denario, venderlo todo para comprar el tesoro, aceptar la invitación a la fiesta, seguirlo cuando nos dice “vengan y vean”…

Recibir la consolación es recibir al Espíritu Consolador, dulce huésped del alma, que cuando lo escuchamos nos enseña y recuerda todo lo que Jesús nos dijo ((Jn 14, 25-26).

Como vemos, la misión mayor de Jesús consiste en lograr que el Espíritu Santo tenga acceso a nuestro corazón de modo que podamos dialogar con él y obrar en comunión con él en la vida cotidiana.

Junto a esa Palabra que es de consolación y que da vida, está el Maligno que siembra cizaña, que habla un lenguaje que lleva a la desolación y la muerte. El mal espíritu milita contra el lenguaje del Espíritu Santo. Y al que no elige recibir la consolación en tierra buena, al que no se decide a cuidarla y defenderla, al que no la cultiva activamente, el mal espíritu se la arrebata: “Todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón” (Mt 13, 19).

El mal espíritu arrebata la Palabra haciéndola olvidar, a veces, pero también metiendo miedo, ahogándola con discursos alternativos, cambiándola por otra parecida (la cizaña).

Vamos a escuchar ahora con atención las dos reglas que da Ignacio para recibir y cuidar la consolación y luego las cinco reglas para resistir y vencer la desolación.

Las de la consolación dicen así:

En la consolación “empequeñecerse” como María

El que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces (EE 323).

El que está consolado procure humillarse y bajarse cuanto puede, pensando cuán para poco es en el tiempo de la desolación sin la tal gracia o consolación (EE 324).

Los consejos, pues para recibir bien la consolación y para mantenerse en ella son dos y tienden a crear un círculo virtuoso entre la conciencia que se ilumina y actúa y las actitudes prácticas que fortalecen el corazón y aclaran la mente.

Ignacio habla de “Tomar conciencia de lo poco que es uno cuando está desolado”. Esta conciencia lleva a una actitud práctica: “juntar fuerzas para la desolación que después vendrá”. Y ¿cómo se juntan fuerzas? La segunda regla nos da dos actitudes prácticas:

humillarse y abajarse cuanto uno pueda”. Es lo que expresa María en el Magnificat. Recibe la consolación más grande del mundo y se empequeñece a sí misma. Así el secreto para recibir bien la consolación consiste en “empequeñecerse”. Cuando recibo una gracia “humillarme”: ojo con creérmela! Qué tenés que no hayás recibido!

En la desolación “agrandar a Dios” como Jesús en el Huerto

Ya podemos adivinar cuál será el secreto para combatir la desolación. Cuando uno está desolado tiende a achicarse. Nada de eso. En la desolación no hay que mirarse a sí mismo. El secreto para combatir la desolación es “agrandar a Dios”. Dice Ignacio: “Por el contrario, el que está en desolación piense que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos sus enemigos, tomando fuerzas en su Criador y Señor” (EE 324).

Fijémonos que Ignacio dice que podemos mucho con sólo la gracia suficiente. El poder de la gracia es tal que no hace falta una gracia especial para resistir en la desolación. Las gracias especiales son para misiones especiales. Para resistir la desolación basta con la gracia suficiente. Si no sólo los santos podrían resistir y en la vida cotidiana vemos mucha gente, cristiana y no cristiana que resiste a la desolación con su buen ser y su buena conciencia naturales.

Por tanto, en la consolación, empequeñecerme, con humildad realista: qué poco valgo cuando Dios no me consuela! Cuántas gracias debo darle por mirar con bondad mi pequeñez!

Y en la desolación “pensar en la grandeza de Dios”: si mi conciencia me acusa, él es más grande que mi conciencia; si temo por mi futuro, él sabe bien lo que necesito; si temo por los que amo, él cuida de todos, de los pajaritos del cielo y de los lirios del campo… La imagen más fuerte es la de Jesús en el Huerto: en la desolación el Señor se dirige al Padre y lo engrandece: Padre todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.

Reglas de oro para el que está en desolación

Escuchemos ahora dos reglas para “no dejarnos arrastrar por la fuerza de la desolación”. Ignacio dice:

En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación, en que estaba (el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba) en la antecedente consolación. (Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar)” (EE 318).

Es la regla de oro: En desolación no hacer cambios. “No hay que cambiar de caballo a mitad del río”, como dice el refrán. Y también: “desensillar hasta que aclare”. Las desolaciones son pechadoras. Algo empuja en nuestro interior y nos arrastra a hacer cualquier cosa, no importa qué, y suelen ser las peores decisiones las que tomamos cuando estamos tentados y ofuscados. Por eso Ignacio dice que en vez de dar vueltas a ver si hacemos caso o no a la desolación, lo que corresponde es luchar para sacarnos de encima la desolación misma. ¿Cómo?

Diciendo “tengo que rezar un rato”, insistir en la oración y en la lectura del evangelio, dice Ignacio. También ayuda hacer algún acto de caridad gratuita que nos implique alguna penitencia.

Es que: Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación” (EE 319).

Dos reglas para vencer la tentación

Ahora escuchemos dos reglas para resistir y vencer la desolación.

Lo central es considerar la desolación como una prueba y trabajar para estar en paciencia.

Antes de escuchar las reglas tengamos bien en cuenta lo siguiente: vencer la desolación no significa que no vamos a volver a tener desolaciones nunca más. Vencer la desolación significa aprender a vivirla espiritualmente en amorosa fidelidad al Señor, orientándonos hacia él aún en la fría oscuridad de la desolación. Para ello ayuda mucho vivir la desolación en la fe, como una prueba para crecer en el amor a Dios y no como un hecho meramente sicológico o social.

Son una prueba

El que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta; porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole no obstante gracia suficiente para la salud eterna” (EE 320).

Cuando estamos desolados ayuda tomar conciencia de que se trata de una prueba. Y de una prueba adaptada a mis fuerzas. Dios aprieta pero no ahorca. Jesús ha rezado para que cuando somos zarandeados por la tentación, el Padre no permita que caigamos, como le dice a Pedro antes de la pasión.

Tener paciencia

El que está en desolación trabaje de estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado” (EE 321).

Trabajar para estar en paciencia y darnos ánimo pensando en que pronto el Señor nos consolará de nuevo.

Fijémonos cómo Ignacio vive e invita a vivir de consolación en consolación. Imitando a los antiguos Patriarcas, nos hace levantar un altar allí donde un encuentro con el Señor nos regaló una consolación, y de allí no movernos hasta que venga la próxima consolación. En el medio “paciencia”.

Uno puede preguntarse por qué tantas reglas para le desolación. Como dice el p. Gil: “Es que la desolación suele ser más solapada. Estamos más frecuentemente desolados de lo que creemos y no lo notamos. La desolación tiene una tendencia a la clandestinidad y al camuflaje (se disfraza de otra cosa con muchas razones) y exige de nuestra parte mayor advertencia y mayor cuidado. Por eso Ignacio pone más reglas: no hacer mudanza, luchar contra la desolación misma, interpretarla desde la fe como una prueba, trabajar por estar en paciencia…-. Es que la primera falta espiritual que cometemos es no advertir que estamos desolados, pensar que es otra cosa lo que nos pasa y cuando queremos darnos cuenta ya le hemos hecho caso en muchas cosas que contribuyen a aumentarla. Además, es difícil combatirla porque cuando estamos desolados lo que nos falta es precisamente ese ánimo y esa fuerza que se requiere para combatir la desolación. No podemos ser muy “proactivos” en el momento de desolación. De ahí que el consejo fundamental de Ignacio sea la paciencia, no el ataque. La paciencia y el pedir y esperar a que el Señor venga en nuestra ayuda. Saber que uno no puede hacer que la desolación se cambie en consolación con sus propias fuerzas lleva a poner todo el esfuerzo en “estar en paciencia”.

Las causas por las que nos hallamos desolados

Aquí es muy útil recordar la última regla del tratadito de la desolación que da Ignacio, donde explica las tres causas principales por las que nos hallamos desolados:

Tres causas principales son por (las) que nos hallamos desolados: la primera es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros;

Esto es claro, pero más interesante es la segunda, que refuerza la conciencia de interpretar la desolación como una prueba:

la 2a, por probar nos para cuánto somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias;

Y la más interesante es la tercera causa:

El Señor permite la desolación para darnos verdadera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas, ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor; y porque en cosa ajena no pongamos nido, alzando nuestro entendimiento en alguna soberbia o gloria vana, atribuyendo a nosotros la devoción o las otras partes de la espiritual consolación” (EE 323). La desolación nos hace tomar conciencia de lo pequeños que somos y valorar en su justa medida la consolación como don venido gratuitamente de la bondad de Dios.

Tenemos así en las reglas, no una receta matemática, sino un marco grande y cierto para tomar actitudes prácticas:

En la consolación: empequeñecernos, como María en el Magnificat. En la desolación, engrandecer al Padre, como Jesús en el huerto.

En desolación no hacer mudanza, estar en paciencia, mantener el recuerdo de la anterior consolación y la esperanza en la próxima, ya que siempre después de la noche, sale el sol, como decía hoy una oyente.