El don de una oración insistente

jueves, 13 de febrero de 2014
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Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio.

Él le respondió: "Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros". Pero ella le respondió: "Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos". Entonces él le dijo: "A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija".

Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.


                                                                                                                  Mc 7, 24 – 30

 

13/02/2014 – El padre Gabriel Camusso nos invitó en la catequeis de hoy a ser insitentes en la oración y a tener una memoria agradecida respecto a las veces que el Señor respondió a nuestras oraciones.


Es duro comentar este Evangelio. A primera vista no parece para nada una "buena noticia": la respuesta de Jesús puede hasta parecer insultante, de mal educado.

Voy a fijar mi atención sobre todo en la mujer; una extranjera (una inmigrante diríamos hoy), pagana (creía en otros dioses) pero sobre todo una madre desesperada, y esto no ha cambiado con el paso de los siglos. ¿Qué no estaría dispuesta a hacer una madre o un padre para que su hija se cure? Creo que hay pocas cosas tan desesperantes como ver a tu hija enferma y caer en la impotencia de no saber qué hacer para cambiar la situación.

Esta mujer extranjera y pagana supera todos sus condicionamientos culturales y sociales para lanzarse a los pies de Jesús y rogarle que le ayudara. A la negativa de Jesús sigue, insiste, razona, no abandona la lucha… ¿Te suena? ¿No te ha pasado a ti? ¿Nunca has estado rezando, pidiendo, rogando y has tenido la sensación o hasta la certeza de que eso no estaba sirviendo? No te has preguntado, ¿Dios dónde estás? ¿No me oyes? ¿Por qué me haces esto?

La mujer no pierde su fe, no monta en cólera, no protesta, aunque se sienta humillada no se marcha sino que saca, con la fuerza de su desesperación, la chispa que salvará a su hija.

Creo que mucho tenemos que aprender de esta extranjera, y de muchas otras con las que nos podemos cruzar por nuestras calles todos los días.

Enfrentarse a Dios, puede parecer una blasfemia pero creo que a veces es necesario y desde luego es mucho mejor que intentar comprarlo o acostumbrarse a Él.

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