El don que trae la luz

jueves, 26 de febrero de 2009
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Jesús decía a la multitud:  “¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama?.  ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?.  Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado.  Y nada secreto que no deba manifestarse.  Si alguien tiene oídos para oír que oiga”. Y les decía:  “Presten atención a lo que oyen.  La medida con que midan se usará con ustedes.  Y les darán más todavía.  Porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará aún lo que tiene.”

Marcos 4; 21 – 25

Ayer habíamos dejado a Jesús, que con el grupo de los doce que se habían quedado junto a Él, respondía las preguntas de éstos, acerca del sentido de las parábolas. Y les explicaba aquella del sembrador.

Hoy quien escucha a Jesús es la multitud. La comparación que trae es esta de la lámpara. Y el lugar adonde la lámpara es puesta. Jesús apela a la lógica. Cuando uno trae una luz, evidentemente habla de su época donde no se prendía la luz con una perilla. Si no la luz que era traída desde el fogón, donde había un fuego permanente para encender las velas o el sistema que tuviesen. Entonces, esa luz que venía desde el fuego, cuando se la traía era para iluminar. Esto es lo lógico. Como parecería lógico que el sembrador cuando sale a sembrar, siembre.

La primera reflexión que me surge pensar es que quizá, pueda caber la posibilidad de encender una luz, no para ser vista, no para favorecernos la visión, no para aclarar las cosas. Y esta es la primera reflexión. En casa, hacer el ejercicio de encender una luz. Bueno, si tenés la velita. Prendela, y mirala. Mirá esa luz que haz puesto ahí, con cuidado. Porque esa luz encendida, la prendimos para que nos ayude a mirar.

En cualquier otro lugar que se ponga, como es ilógico el lugar, además de ilógico se convierte en peligroso. Imaginate la luz en donde los lugares donde Jesús dice que no es para eso. Debajo de un cajón, o debajo de la cama. Es incendio seguro. Entonces nosotros, que nos atrevemos a encender una luz para mirar mejor, el intento es mirar mejor. Pero te digo que cabe la posibilidad o de no encenderla, o de encenderla para no mirar. Por eso a la misma vez que hacemos el gesto de encender, la ponemos en un lugar donde nos sirva para aquello para lo cual yo hice eso.

Bueno. ¿Qué motivación tendría alguien para hacer esto? Para encender una luz y ponerla debajo de una cama o un cajón. Y podríamos intentar interpretar este gesto, esta posibilidad. Esto de hacer algo para quedar bien, porque se supone que se haga así.

Como muchas veces, nosotros vamos al templo- se supone que vamos a orar-, y posiblemente nos sorprendamos de que fuimos al templo y no oramos. Y nos dedicamos a mirar quién fue, y quién dejó de ir. Y de los que fueron qué es lo que hicieron, y así.

Entonces se puede dar la posibilidad de hacer formalmente algo, que indicaría una actividad e interiormente rechazarla. O puedo estar yendo a mi trabajo. Y llego a mi trabajo y marco la tarjeta, pero no trabajo. Entonces hacer la formalidad un gesto, no implica la motivación interior de eso que estoy diciendo con el gesto. Tenemos el caso tristísimo de Judas Iscariote. Que con un gesto, un beso, que implica cariño, cercanía, familiaridad, él le dio el contenido de traición. “¿Con un beso entregas al Maestro? Le reclama Jesús.”

Bueno, Jesús habla que las cosas tienen que ser de otro modo. La sencillez de lo que somos. Pero nosotros tenemos la posibilidad de complicar y hacer que las cosas que son no sean. Y todas esas cosas raras. Entonces, acaso ¿se trae una lámpara para ponerla debajo de una cama, o debajo de un cajón? Y a veces sí. A veces nosotros sí.

Entonces la lectura de hoy, no la tenemos que leer desde nuestra posibilidad, sino desde la voluntad de Dios. Que lo que dice lo hace. Que lo que realiza con un gesto, después lo proclama con la Palabra. Existe esta coherencia en Dios. Y es esta coherencia la que nosotros intentamos pedir. Esta primera reflexión.

Mirá todos los aspectos de tu vida, donde posiblemente hayamos ejercido esta terrible posibilidad humana de realizar el gesto exterior pero sin el contenido interior. El de ir a misa, pero no a rezar. El de ir al trabajo, pero no para trabajar. El de estar jugando, pero no jugando sino compitiendo y queriendo que el otro pierda. No es el entretenimiento sino la competencia de ser el mejor.

Estamos pidiendo en esta catequesis el don de la sencillez, de la simplicidad, a través de la Palabra. Que la luz que encendemos sea para iluminar. Para evitar el riesgo que poniéndola debajo del cajón se queme la casa. O estando descuidadamente en nuestras manos, nos queme a nosotros. La luz está ahí para ser encendida y para iluminarnos.

Pedir el don de la simplicidad de hacer las cosas por lo que las cosas son, y por lo que las cosas sugieren. Como esto de pedir a Dios algo, pero que en el fondo no lo queremos. La formalidad del querer quedar bien, que se supone que porque uno es cristiano, o está comprometido, o participa de realizar determinados gestos y los realiza. Pero sin el convencimiento interior y sin la simpleza de hacer esto que estamos haciendo.

Tu presencia me ilumina. ¿Me dejo iluminar por la presencia del otro? Vos, yo. Cada uno es una luz. ¿Qué es lo que me deja ver la luz de la presencia del otro? De todo otro. Por ahí, me deja ver la alegría del encuentro, o la posibilidad de expandir mi ser. Otras veces me descubre sentimientos oscuros. La presencia del otro me hace ver mis aspectos de envidia, de enojo, de posesión, de dependencia.

Entonces, el otro con su presencia es una luz. Y esa luz, que está encendida delante de mí, porque el otro está ahí, me descubre mis zonas: las mejores, las que me gusta exponer en público, y las otras, las que no.

Y quizá sea esto. El poder enfrentarme con estas cosas, que el otro con su presencia, me iluminan, me dejan ver. Son las cosas que hacen que a la misma me vez, me guste estar con la otra persona, también al mismo tiempo, quiero ocultar a la otra persona. Voy a ver a un amigo, y hablo todo el tiempo.

Y al final, no lo veo. La posibilidad de encontrarme con el gesto, para encontrarme con el otro y también al mismo tiempo, con una resistencia interior de querer encontrarme con el otro. Porque las cosas que el otro, con su presencia no por lo que dice, descubre y despierta en mí tantas cosas que no me gusta ver, que enciendo la luz y la escondo. Llegamos a esa manera de resolver el problema.

Entonces, me quedo del otro con lo más pequeñito. Con saber que fui, que lo fui a visitar.

¿Y si el otro es Dios?… Pido Su presencia, pido Su espíritu. Pero a la misma vez, quiero anular esa Presencia y ese Espíritu que pido, porque la presencia de Dios en mi vida, despierta en mí realidades que no quiero ver. Que no quiero enfrentar, que no quiero decir. No las quiero cambiar. O a la misma, proclamo fuertemente que necesito la Presencia de Dios, y tengo que reconocer que profundamente le tengo gran miedo a Dios.

Entonces si se, la cabeza sabe, que debo pedirla. Porque es protección, necesito estar bien con Él, necesito sentirme cobijado. Pero profundamente hay una raíz en mí que le teme tanto a Dios, que frente a Su presencia me arrincono, bajo los ojos, me agacho, no lo enfrento, le temo.

Entonces, hago gestos de apertura y de encuentro, pero interiormente hago movimientos de cerrazón y de protección. Porque me protejo de aquel al que le tengo miedo, que es Dios mismo.

Todas estas situaciones de la vida espiritual, y de la vida cotidiana, fíjense que se da esta posibilidad. Que simultáneamente ir encendiendo una luz, y simultáneamente ir escondiendo esa luz. Voy hacia Dios, pero con el corazón cerrado. Porque temo escuchar la famosa voluntad de Dios. Posiblemente también respecto de las cosas. Digo querer algo. Digo querer estudiar esto, poseer este título, pero a la misma vez temo mi capacidad de ejercer esa titulación. Entonces voy a la facultad, pero termino no estudiando.

Por eso te digo, que en este trayecto de la catequesis, le pidamos al Señor el don de la simplicidad. Que nos ayude a ver cuáles son esas cosas, que la presencia del otro como luz del otro (que puede ser las actividades realizadas por las personas con las que nos relacionamos o la presencia de ellos), cuáles son los aspectos que me molestan, me duelen. Esa luz no me deja ver, entonces surge la necesidad esta de encender la luz y esconderla.

De todas esas situaciones, donde nos brota espontáneamente esta actitud, pidamos al Señor el don de Su Misericordia. Que nos sane, que nos ayude a ir cambiando. A simplificar nuestra vida, para que la luz encendida sea luz para mirar.

Quizá en el fondo sea también la luz de confiar en nosotros mismos. Que es confiar en Dios. Saber que somos hechura de Sus manos. Y que la luz, lo que profundamente va a iluminar es la realidad más profunda que tenemos. Que no es la realidad del pecado, de las miserias, de esos sentimientos como la ira, la bronca, etc.

Sino que la realidad más profunda que esa luz, que es el Otro que viene a iluminar, es la de reconocerme, de saberme, de sentirme y de actuar como hermano, como hijo. Este es el gran don que la luz trae. Para iluminar ese aspecto tan profundo de la vida, la luz necesita ir iluminando las otras sombras de muerte que tengamos.

Que tengamos nosotros, duramente, aceptar esas cosas no resueltas, para que emerja de nosotros, con la fuerza del rayo de luz que ilumina todo, la claridad de aquello que somos: hijos y hermanos.

Pidiendo el don de la simplicidad del reconocernos para que pueda emerger de nosotros el don que Dios ha hecho con nuestra vida, para nosotros mismos, para nuestra familia y para la Iglesia. Pidamos el don de la simplicidad. Que nos dejemos iluminar por cualquier otra realidad, que en mí surja como una luz, una posibilidad de ver mi realidad total.

 

Aquí estamos. Con esta necesidad de ser iluminados. Y ¿cuánto miedo hay de ser iluminado? Esta confrontación interna, esta contradicción que tenemos los seres humanos. Necesidad de que el otro me ilumine con su presencia. Y terror a que el otro me ilumine con su presencia.

Frente a esta parábola de Jesús, podríamos decir: la vida es como encender una vela. Y esa vela ponerla en un lugar que ilumine. Entonces si la imagen queda así, todo lo que hay en la realidad, todo lo que hay en la Creación, las personas, y todo lo que hacemos en la presencia de Dios, se puede convertir en nosotros, en luz. En luz que permita conocerme, que permita percibir con mayor claridad aquello que sucede en mí. O permitir comprender con mayor claridad, aquello que sucede en el orden comunitario, social, familiar.

Y es una gran necesidad nuestra, la del ser humano, la de conocer. Pero a la misma vez, reconocemos, que la posibilidad de conocer despierta en nosotros miedo. Como cuando tenemos alguna dolencia física. Y entramos en esta contradicción de “tengo que ir al médico”, y tengo terror de ir al médico. Porque si desde la dolencia física surge la decisión de ir al médico, desde la imaginación que tenemos surge el miedo de “que me irá a decir el médico”. Y empezamos a inventarnos un montón de enfermedades y de cosas, que hace que a la misma que quiera ir, no quiera ir.

Entonces frente a esto es el poder de vivir la realidad, o dejarnos manejar por nuestra imaginación. Según como podamos resolver esto, es que nosotros vamos a hacer la simpleza de prender una luz para que nos ilumine. O prender una luz y esconderla.

¿Desde dónde trabajamos? ¿Desde la realidad o desde la imaginación? Y la imaginación humana es terrible. Y entonces, por qué siempre intentamos, o tendemos a imaginarnos cosas terribles. Suena el teléfono, y nos imaginamos un accidente, o algo malo. No, que nos digan que nos ganamos la lotería. Y así tantas situaciones.

Cosas que suceden, en nosotros lo primero que despierta es el terror de lo que eso puede traer. No la alegría de una buena noticia encerrada en una carta, en ese llamado, en ese timbre que suena en nuestra casa. Esa es la contradicción humana.

Las cosas son luz que nos ilumina. Y muchas veces nosotros nos dejamos iluminar por nuestra imaginación, que muchas veces, no digo siempre porque la imaginación también puede ser creatividad plasmada en el arte, en la ciencia. Pero cuando esta creatividad viene mal formada en una imaginación atrofiada, y nos imaginamos siempre cosas terribles. Del otro, y de mí.

Pidamos entonces, que las cosas, las personas, y los acontecimientos sean para nosotros luz para que nos ayuden a conocernos más a nosotros mismos y a entablar un diálogo más sano con la misma realidad. De conocer más la realidad como la realidad es. Y no barajar las cosas desde lo que nos imaginarnos de que las cosas sean.

Como ese cuento del circo que llegó a un lugar, donde traen un animal espectacular, llamado elefante. Al cual ellos nunca habían visto. Y que los hicieron pasar a un grupo de personas a una sala oscura, en cuyo medio se encontraba el elefante. Y un grupo de personas tanteando en la oscuridad llegó a tocar la oreja y se imaginó el elefante, desde eso que llegó a palpar. Otro se imaginó el elefante desde las patas, y otro desde la trompa. El otro desde el marfil de sus colmillos. Entonces cada uno de lo parcial que tocó, en la oscuridad, al elefante, se imaginó algo. Y cada uno después lo dibujó lo que se imaginó desde ahí.

Bueno, a veces, nos pasa eso, nosotros desde la oscuridad. Que significa el no preguntar, de participar de una situación y sacar conclusiones de dos o tres elementos que sentí y sacar conclusiones y no preguntar. No, no, ya me imaginé. Me imaginé el elefante, habiendo tocado en la oscuridad, sólo su oreja, o su trompa.

Hoy podemos pedir a Dios eso. Querer ver la realidad con la luz encendida. Y no desde los datos, vistos en la oscuridad.

Y pedir el don de la confianza. Y aquí está. Porque la confianza significa aquello que voy a ver, a través de la luz que significa la presencia del otro en mí, de la Palabra que resuena en mi corazón, de la presencia de Dios en mi vida, de la presencia del otro que está conmigo en mi vida, aquello que voy a descubrir es hermoso.

La realidad está como premiada de un mensaje de Buena Noticia. Aquello que está por venir, aquello que está dentro mío, y que puja por salir es muy bueno. Así lo dijo Dios. Cuando Dios cesó la Creación vio que era bueno. Y cuando hizo al varón y a la mujer vio que era muy bueno. Entonces aquello que la luz me permite ver es muy lindo. Es verdad que también la luz me ayuda ver aquello que se pegó en mi vida, por el tiempo, la educación, las experiencias. Y que necesito como reordenar. Pero lo que profundamente manifiesta la luz en mí, y en la realidad, es que Dios me ama, es que Dios me ha creado, es que Dios me está salvando, es que Dios está presente. Este Dios me espera.

Entonces, si nosotros nos atrevemos a pedir el don de la simpleza para encender la luz para ver, tenemos que pedir también el don de la confianza para saber que aquello que vamos a ver es bonito. Es lindo, porque es Dios.

Jesús refuerza esto que está diciendo esto con esto de prestar atención a lo que oyen: Si alguien tiene oídos para oír que oiga. Y refuerza esta necesidad nuestra, de estar atentos a lo que está sucediendo. Porque podemos pasar por la vida como dormidos. Puede ser que las cosas sucedan delante de nuestros ojos, y nosotros no percibirla. Porque estamos dormidos, distraídos.

Entonces, una de las maneras de vivir la vida intensamente, es estar atentos. La atención.

¿Qué es lo que nos sigue diciendo el texto de Jesús cuando Él empieza a explicitar esto de la luz que se enciende para ponerla sobre el candelero? Y que nada de lo que estaba oculto, no debe ser revelado, y nada de lo secreto no va a ser manifestado.

Este texto, si lo entendemos desde otros textos de la revelación, algunas frases de las Cartas de Pablo, podemos entender que también Jesús está hablando del misterio de Dios. Que Dios no es un Dios oculto. Es un Dios que quiere manifestarse, revelarse, darse a conocer, entrar en comunicación. Es un Dios que quiere ser conocido, comprendido. Un Dios que no quiere ser temido, ni mantenido a la distancia. Por eso puso su morada en medio nuestro.

Y empezó a caminar nuestros caminos y a vivir nuestras experiencias. Se hizo en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Y quizá porque el pecado no sea algo nuestro, aunque sea una realidad cotidiana. Es decir, no es algo que nos pertenezca por naturaleza, por raíz.

Entonces, aunque tengamos la experiencia cotidiana del pecado, no debemos considerarla como algo que pertenece a nosotros mismos. Es quizá la dimensión a mejorar de estas cosas, que por omisión o ¿??? Nos faltan o nos sobran. Necesitamos descubrir y reconciliarnos con este Dios que quiere ser conocido. Y que se está manifestando. Se está dando a conocer, en la persona de Jesús, en su Palabra, en su misión, en su gesto.

Entonces, Dios no es aquello que nosotros nos imaginamos. Dios es aquello que nos dice Jesús.

Cuántas veces nuestra teología está basada en tradiciones escuchadas, en cosas elucubradas por nosotros, en cosas surgidas de las películas que vemos, de los libros que leemos, de nuestras imaginaciones infantiles, mantenidas en el tiempo. De mezclas de tradiciones religiosas. Y Aquél que nos revela lo oculto de Dios, Aquél que manifiesta los secretos de Dios es Jesús. A Él debemos preguntar.

Él es la Luz, Él es quien nos muestra el Camino, Él es la Verdad, Él es quien nos ayuda a vivir, porque Él es la Vida.

Entonces quien nos puede hablar mejor de Dios, quien nos puede mostrar mejor a Dios, porque es Dios, ése es JESÚS. Entonces, esa luz que se enciende, que es Dios que nace en medio nuestro, viene para revelar lo más profundo de Dios, y que es su vocación salvífica.

Cuando nos acercamos a la luz, que está sobre el candelero, desde nosotros tiene que brotar, y tenemos que alimentar esa confianza. No nos acercamos a un Dios, que tiene una carta bajo el brazo, y que la va a sacar en cualquier momento, no nos va a hacer una mala jugada. No es un Dios que nos dice una cosa, y después nos va a salir con otro planteo.

Como muchas veces hacemos nosotros. Que un trabajo lo presupuestamos en un número, y después cuando vamos a cobrar, cobramos otra cosa, habiendo realizado la mitad de lo que presupuestamos, y todas estas historias nuestras. Ese no es nuestro Dios.

El Dios, que Jesús viene a manifestar, y al que nosotros tenemos que convertirnos, Aquél que Jesús ilumina con vida, como testimonio, como misión, como predicación, y como gesto, es un Dios totalmente confiable. Es un DIOS que se hace llamar PAPÁ. Un Dios que tiene gestos maternos. Un Dios que se hace cercano, un Dios que sale a buscarnos. Un Dios que nos devuelve la dignidad de HIJOS. Cuando nos alejamos, y porque nos sobra o porque nos falte, desfiguramos nuestra imagen de hijos. Y queremos transformarnos en jornaleros.

Él está siempre gestándonos, está siempre recreándonos, para que siempre seamos HIJOS.

Esto es lo oculto que va a ser revelado, lo secreto que se va a poner de manifiesto. Entonces, el poner en común los propios conocimientos, es lo que ayuda que la Verdad nos vaya siendo más fuerte, vaya siendo más conocida por todos. Más asumida por todos.

No hay tema que nosotros debamos callar, por miedo a que si yo hablo, se rompe todo. En Dios, desde que Él manifiesta que la luz trae más luz, nunca la Palabra que ilumina, si lo hago desde la intención del construir, nunca esa palabra pronunciada va a destruir nada. “Si yo hablo, esta familia se desarma”. “Si yo hablo se arma la podrida”. No es eso. Si vos hablás esta familia se puede sanar, porque lo que yo quiero es sanar. Y sanar, a veces, es manifestar puntos dolientes, para que emerja de esa familia, de esa realidad social, eclesial, lo más profundo, aquello para lo cual estoy llamado a ser: es ser rostro de la Iglesia, rostro de la esposa de Cristo. O para que la persona llegue a ser y manifestarse para lo que profundamente fue creado, y a lo cual es llamado, que es a la plena comunión con Dios. Para manifestarse como hijo, como hermano.

Entonces, esa palabra para corregir, para modificar, para ayudar a que el otro, o que el otro dice de mí, no está dicha para destruirme. Está dicha para que estés mejor. Para que empieces a hacer algunas cosas que no estás haciendo, o para que dejes de hacer cosas que las estás haciendo como demás.

Y ahí aparece otra parábola. Esto de la medida. Si nosotros medimos mezquinamente, se nos medirá mezquinamente. Y un Dios que siempre confía, es un Dios que va a despertar siempre confianza, y creo que esta es su gran certeza. Y la certeza de la cual nosotros tenemos que contagiarnos. Porque Dios ama, sabe que a la larga, el ser humano, vos, yo, cada uno, y lo va a terminar amando.

No es que el Amor en Dios sea una estrategia, no es que Su Misericordia sea una estrategia para lograr algo, y cuando no lo logra, usa otra estrategia, la del enojo. Como a veces hacemos nosotros. Cuando frente a una clase si somos docentes, frente a nuestros hijos, usamos la estrategia de la sonrisa, del querer convencerlo, y cuando el otro mantiene una resistencia prolongada en el tiempo, y se desdibuja la sonrisa y la buena onda. Y sale de nosotros el tirano mandón.

Bueno, Dios no es así. Dios es muy rico de tiempo, que sabe esperar. Ochenta años esperarnos, para Él no es nada y Él nos espera. Siempre misericordioso. La medida con que Él nos mide es amplísima, de total comprensión. Y vamos terminar nosotros aceptando. Entonces, ¿por qué esperar ochenta años? Aceptá hoy ser comprendido, desde la Misericordia de Dios. Y empezá a medirte a vos mismo, desde esa misericordia con la que Dios te mira.

Empezá vos a experimentar esa confianza que Dios te tiene. Dios hoy te dice “vos podés. Porque sos mi hijo, y porque Yo estoy con vos.” Experimentando y viviendo profundamente esto en mi, yo creo que nosotros empezaremos a ser misericordiosos con todos, como dice la Palabra, con tanta confianza que le puedo decir; “no entiendo esto que dijiste”. O “no entiendo esto que hiciste”.

Entonces no me callo porque ya me imagino otra cosa sino que salgo al encuentro. Explicito la situación, llamo al diálogo, confronto, porque se que lo que va a surgir de eso no es el “todo se acabó”. Sino que sale una mayor comunión en la vida matrimonial, mayor comprensión en la vida familiar. Porque confío en que también en el otro está actuando la misericordia de Dios, y puede rectificarse si hubiera algún error. Y de ahí que el resultado es mayor comunión.

Que la luz de tu palabra y de la palabra del otro, sea eso, un acortar distancias, para manifestar y sacar de nosotros aquello que está oculto, que es el ser hijo de Dios y hermanos entre nosotros. Los hijos de un Padre misericordioso que queremos actuar en la historia, con misericordia hacia los demás.

¡Eso es lo oculto que tiene que ser revelado! El amor con el que fuimos amados, para ser nosotros testigos de ese amor. aquello que he experimentado, que se me ha dado a conocer, es lo que ahora explicito.

Porque amado, amador. Porque comprendido, comprensivo. Porque reconciliado, reconciliador. Porque escuchado, escuchador.

Que la luz que Dios enciende en nuestra vida, la pongamos sobre el candelero. No le tengamos miedo a lo que Dios puede decir. Que lo que más profundamente puede decir ya fue dicho en Jesús, “tú eres mi hijo y te amo”.