El Encuentro en el Amor

domingo, 4 de julio de 2010
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 “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.”
Mateo 5,17-19.

El amor es el camino

“Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.” Jesús hace aquí una declaración de mucha importancia para todo el cristianismo, en la que fija su actitud doctrinal frente al judaísmo. Jesús no vino a quitar del medio la Ley ni el Profetismo, las dos secciones más importantes de las Sagradas Escrituras. La Ley, primer lugar donde Dios estableció alianza con su pueblo a través de la figura de liderazgo de Moisés, en la época neotestamentaria, en el tiempo de Jesús, era considerada revelación divina, eterna, irrevocable. Los demás libros, incluso los profetas -que son manifestaciones de la Ley- no tienen el carácter del Pentateuco -donde está concentrada la enseñanza de la Ley-. Israel tenía como punto de partida en su causa de conducir al pueblo, la expectativa de la promesa mesiánica.
Jesús no ha venido a destruir, ni a desatar, ni a abrogar. Al contrario, Cristo vino a llenar de su más pleno sentido y a cumplir y perfeccionar el contenido hondo del misterio de la Alianza que se esconde en la Ley mosaica. Por eso ésta tiene que cumplirse en todas sus dimensiones y trasvasar su sentido a Dios mismo, Dios Amor, que a través de la Ley establece con el pueblo una Alianza. El amor hace perfecta la Ley. Quien vive en el amor ajustado a la Ley, vive en plena comunión con el misterio del Dios que se revela en Jesucristo como Dios Amor. Jesús no viene a destruir la Ley; tampoco viene a consagrarla como algo que no se puede tocar; al contrario, viene a darle con su enseñanza y su actitud una forma nueva, definitiva, en la cual ahora se realiza en plenitud aquello a donde la Ley conducía: al encuentro. De hecho, es en la carpa del encuentro donde la Ley era bienvenida, resguardada. La Ley que en aquel cofre donde se la cuidaba (el arca) descansaba en el peregrinar nómade del pueblo, en aquella carpa que denominaban la carpa del encuentro. La Ley tiene este sentido: es para el encuentro. Y, en realidad, el encuentro sólo acontece, dice Jesús, cuando la inspiración que nos pone de cara en el cumplimiento de la Ley, está sustentada desde el amor que acorta las distancias, distancia que Dios acortó con la entrega de su Hijo. El hombre y Dios habían perdido la posibilidad de encontrarse. Y Dios, progresivamente, fue construyendo puentes y caminos para llegar, hasta que puso en medio de nosotros al gran Pontífice, al gran puente entre Dios y los hombres, a Jesús.
Todo espacio de encuentro construido en el amor es signo de la presencia de Cristo. La Ley, como lugar para el encuentro, significa eso justamente cuando la vivimos desde Jesús y con Jesús. Hay espacios de encuentro donde se percibe y se respira la escondida y misteriosa manifestación de Dios en medio nuestro: los amigos, los hermanos, los compañeros de trabajo… una carta, un llamado telefónico, una visita, pueden ser encuentros que revelan el amor de Dios, de los más íntimos y cotidianos; incluso los encuentro formales con los que nos saludamos cada día, al decirnos buen día, qué tal… en ese sencillo saludo podemos descubrir y redescubrir la presencia  misteriosa de un Dios que, a través de muchos modos, viene estableciendo para con los hombres e invitando a los hombres para entre sí a estrechar lazos de encuentro. La Ley, que es Dios expresado en Cristo Jesús en su plenitud, siempre se resguarda, se cobija, le da la bienvenida en el encuentro. Por eso hoy te invitamos a redescubrir esos lugares de encuentro donde todo comienza a ser maravillosamente revelador.
¿Sabés como comenzó a llamarse esta Radio cuando nació? Encuentro, y tenía ese nombre con este sentido, como el lugar de la carpa del encuentro. Después nos dimos cuenta que en realidad ese nombre le pertenecía a una Mujer donde, entre Dios y el hombre, se establecía la Nueva Alianza, el Arca de la Nueva Alianza, María; y por eso le cambiamos el nombre. Ella es el Arca donde va la Alianza, Jesucristo, en medio nuestro.

Resignificar el sentido del encuentro

El encuentro es un abrazo, un saludo, un café de por medio, un mate, es un momento de oración, es sencillamente una rutina fraterna como la vida en la comunidad, el servicio en la comunidad, en la caridad, en lo tuyo de todos los días. Allí es donde Dios se manifiesta. Jesús no viene como un reformista revolucionario, sino como uno que  resignifica lo que existe, desde esta perspectiva primera presente en el misterio mismo del ser de Dios y por lo que todas las cosas fueron creadas y sostenidas en la creación.
¿De qué hablamos? Del amor. Jesús viene con una presencia de amor e invita a un camino de amor para que todo adquiera un sentido y un significado nuevo. Hemos creído en el amor de Dios. Así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida: por un creer en Dios que ama y que nos invita a amar como el gran motivo por el cual vivir. Uno no comienza a ser cristiano por una decisión ética, por una gran idea, sino por el encuentro, por un acontecimiento, el de una persona que le da un nuevo horizonte a la vida y con ello una orientación decisiva a nuestro camino. Es Jesús de Nazaret, en la Buena Noticia de su Evangelio.
Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todos los que creen en Él, tengan vida eterna. La fe en Cristo, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe en Israel, dándole al mismo tiempo una nuevo profundidad, una mayor amplitud. El israelita creyente reza cada día con las palabras del Libro del Deuteronomio que comprendían el núcleo de su existencia, de su razón de ser: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es solamente  uno; amarás al Señor con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Jesús, haciendo un único precepto, ha unido este mandamiento del amor a Dios con el amor al prójimo contenido en el Libro del Levítico, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Así como Dios, que nos ha amado primero, ahora el amor ya no es solo un “mandamiento”, sino la respuesta al don de amor de Dios con el cual Él viene a nuestro encuentro. Y cada encuentro fraterno, entonces, pasa a ser una posibilidad de revelación del misterio de Dios que, como bien dice Juan, en el Evangelio, (1, 18), ha venido a poner su carpa (su carpa de encuentro) en medio nuestro.”

En la caridad encontramos nuestra condición de vivir en fraternidad, de ser familia de Dios.

Ésta es la naturaleza más íntima de la eclesialidad que se expresa en esta triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios (kerigma martiria), celebración de los sacramentos (liturgia), servicio de la caridad (diaconía). Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse unas de otras. Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propio ser.
¿Qué es la Iglesia? La Iglesia como la comunidad de los creyentes unidos en Cristo es expresión en el mundo del hecho de ser familia Dios. Dios familia expresa Dios comunidad; Padre, Hijo y Espíritu Santo, Reino de Dios en medio nuestro; se expresa en medio de toda la pobreza con que la Iglesia cuenta, a través de la ecclesía, de este misterio de comunión y de amor entre los hermanos reunidos en torno a Cristo Jesús. En esta familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario; pero al mismo tiempo, la caritas – ágape supera los confines de la Iglesia. Es decir, estamos llamados a ser comunidad y a expresar nuestra koinonía*, nuestra condición de ser comunidad construida en la comunión del amor mucho más allá de los confines de la Iglesia. Tal vez pueda ayudarnos para entender esto la enseñanza de Jesús en la parábola del Buen Samaritano, que sigue siendo el criterio de comportamiento y muestra de la universalidad del amor que se dirige hacia el necesitado, encontrado casualmente, como dice el texto de Lucas 10, 31ss. Necesitado es cualquiera, no hace falta que tenga el título de cristiano. En realidad el cristiano, que es Cristo en medio nuestro, se expresa como de ninguna manera en el ejercicio de la caridad. No obstante, quedando a salvo la universalidad del amor también, se da la exigencia específicamente eclesial de que precisamente, en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse con necesidad. En la Carta a los Gálatas, dice Pablo: mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe.

En nuestros lugares de encuentro, Dios nos invita a hacer el bien, bien.

¿Cuáles son los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial?

En la parábola del Buen Samaritano esto aparece claro: la caridad cristiana es ante todo respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación, de un hermano que puede estar hambriento y necesita ser saciado, desnudo y ser vestido, enfermo y ser atendido para que se recupere, preso y necesite de nuestra visita. Las organizaciones caritativas, comenzando por Cáritas Diocesana, Nacional e Internacional hacen lo posible para poner a disposición los medios necesarios y, sobre todo organizar a los hombres y mujeres que desempeñan estos contenidos centrales de nuestro fe. La que le da forma a la fe es la caridad. Colaborar con Cáritas (por ejemplo en su Colecta anual el próximo domingo) es un buen modo de expresar en concreto nuestra caridad.
Es sencillo, es simple y al mismo tiempo es plenificante el hecho de vivir en este espíritu en el que el Señor nos dice se concentran la Ley y los Profetas; es síntesis de vida, por eso se hace camino y allí se encuentra la razón de ser de Dios, familia que nos llama a ser familia.

El primer requisito fundamental de la caridad orgánica y organizada es la profesionalidad, aunque ésta por sí sola no basta. En situaciónes de mucha necesidad, no basta solo con la buena voluntad, sino que hay que hacer el bien, bien. Y para esto hace falta utilizar instrumentos que desde la ciencia y la técnica nos invitan a ponerlo de pie al hermano, con abordajes diversos, en un encuentro desde el amor. Tampoco es solamente lo profesional lo que hace falta. Lo profesional se expresa en un corazón que late al ritmo de la necesidad del hermano, y para esto la empatía como actitud fundamental del encuentro nos abre a la posibilidad de que el otro, metiéndosenos dentro del corazón, forme parte de nuestra realidad y ya no viva externamente con su necesidad fuera de nosotros, sino que sintamos con su sentir, lloremos con su llorar, riamos al ritmo de su vital manera de estar… para eso es bueno liberarnos de todo lo aprendido y acercarnos al hermano caído, con un corazón que late al mismo ritmo del que sufre. Esto dignifica, nos permite descubrir que ahí se juega el gran mensaje del cristianismo, en la caridad organizada que promociona al que más sufre para ponerlo de pie, por el amor.

Padre Javier Soteras

* Koinonía es un concepto teológico que alude a la comunión eclesial y a los vínculos que ésta misma genera entre los miembros de la Iglesia y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo.