El Espíritu Santo, soplo y viento

martes, 27 de mayo de 2014
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27/05/2014 – En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo. ¿De qué se trata? ¿Quién es este "desconocido", como dice el Papa Francisco?. En la Catequesis el P. Javier Soteras nos presenta al Espíritu y su acción a lo largo de la historia de la humanidad.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: '¿A dónde vas?'. Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido.
Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado."

Juan 16, 5 -10

 

Ven creador Espíritu, visita nuestras almas,

Tu, don divino que llenas los pechos que creaste,

Te llamas el paráclito, el don del Dios altísimo,

Fuente viva, amor, fuego y espiritual ungüento,

autor de siete dones, de Dios dedo derecho,

fiel promesa del Padre que por nosotros hablas,

alumbra los sentidos, el corazón inflama y sin cesar

conforta nuestra vida, tan frágil, ahuyenta al enemigo,

danos la Paz muy pronto, contigo como guía, todo mal

evitemos, danos ir hacia el Padre, conocer a Dios hijo

y confiar en ti siempre entre ambos el Espíritu"

Ruha, el nombre del Espíritu

Normalmente lo primero que conocemos de una persona es su nombre. La llamamos por su nombre, la distinguimos de las demás, la recordamos y en ella encontramos los rasgos que hacen a su personalidad cuando la nombramos y la evocamos.

La tercera persona de la Santísima Trinidad también tiene un nombre, se llama Espíritu. Cuando se ama de verdad a una persona se desea conocer todo de ella, empezando por el nombre de pila o acaso cuando entablamos un vínculo no es lo primero que nos preguntamos cómo te llamas, cuál es tu nombre.

El verdadero nombre del Espíritu, aquel por el que le conocieron los primeros destinatarios de la revelación es Ruha. Es dulce llamar al Espíritu y llamarlo así con las mismas palabras que salieron de la boca de los profetas, de los salmistas, de María, de Jesús, de Pablo.

Para los judíos el nombre era tan importante que casi se identificaba con la persona misma. De hecho cuando nosotros en el mandamiento de Dios decimos, “santificar el nombre de Dios” es santificar y honrar al propio Dios. Cuando nombramos a la persona nombramos a la persona misma, cuando la llamamos por su nombre es ella toda la que se hace evocación a nosotros. Esto ocurre con el nombre Ruha que contiene la primera y fundamental revelación sobre la persona y la revelación del Espíritu Santo.

¿Qué significa Ruha en hebreo? En su origen y en su raíz significa el espacio atmosférico entre el cielo y la tierra, que puede ser sereno o agitado, un espacio claramente abierto como si fuera una pradera, donde uno pierde la mirada y no se pierde a sí mismo, donde se percibe mas fácilmente el soplo del viento por extensión, el espacio vital en libertad, en el que nos movemos y respiramos.

El Espíritu Santo, Ruha, es este espacio. En la escritura Ruha significa dos cosas que están estrechamente relacionadas: el viento y la respiración. Esto también aparece en el texto griego "pneuma" y para el latín "spiritus" tiene está doble acepción y vocación, viento y respiración, viento y soplo. Por tanto son más que meros símbolos del espíritu, es el Espíritu un viento y un soplo.

Soplo y viento

Al comienzo del Génesis se habla del espíritu de Dios que aleteaba sobre las aguas. Aquí la cercanía entre el espíritu y el viento es tal que los traductores modernos con frecuencia no saben si traducir esa expresión como espíritu de Dios o viento de Dios. Dios formó al hombre del polvo de la tierra y soplo en su nariz un hálito de vida y entonces entramos a este otro lugar propio del espíritu, el soplo.

Este soplo de la primera creación es una primera manifestación embrionaria para algunos de los que intentan descubrir el sentido de la presencia del espíritu desde el comienzo.

En los Hechos de los Apóstoles el Espíritu Santo aparece mediante el signo del viento impetuoso en Hechos 2,2. En el evangelio de Juan el Resucitado comunica el mismo Espíritu mediante el signo del soplo y de la respiración con un gesto que evoca el propósito de los orígenes. Si al principio la creación comenzó con un soplo, sobre el que había sido creado desde el barro, ahora la nueva creación viene de un expirar un soplo de Jesús en la cruz que nos trae vida nueva. Que sople el Espíritu y haga nuevas todas las cosas en tu familia, en tu trabajo, entre tus amigos y en tu servicio.

Sopló sobre ellos y les dijo "reciban el Espíritu Santo" y antes lo había expirado en el cruz, "entregó el Espíritu" dice Juan 19, 30. Cuando Jesús le habla a Nicodemo dirá "el viento sopla, tu no sabes de donde viene ni adonde va” Juan 3, 8. Hay un rumor, hay un ruido pero no se puede distinguir su sentido, lo mismo con todo el que nace del Espíritu, el que entra en la dinámica de la vida nueva del Espíritu.

La imagen del viento impetuoso, del vendaval sirve para expresar la potencia, la libertad y la trascendencia del Espíritu divino. Es un rumor y no sabes de dónde viene, pero cuando aparece la paz, la alegría, el entusiasmo, el valor en medio de la lucha, te das cuenta de que es de Dios.

Abrirnos al Espíritu Santo es abrirnos a esta fuerza transformadora, a este vendaval de libertad, de trascendencia y de divinidad. Como cuando vemos al Papa Francisco, que como dice está “blindado por el Espíritu Santo”. Así es el Espíritu cuando obra, nos cambia la cara, nos da una luminosidad interior especial… Cuánto deseamos nosotros también ponernos en esa línea con Él para que el Espíritu inunde nuestra alma y gane nuestro corazón. Nosotros, discípulos suyos, se lo pedimos.

El soplo del Espíritu transforma

Sopla, transforma y trae nueva vida. El viento es en el Biblia la manifestación de una fuerza arrolladora, indomable, así es el Espíritu Santo, es una presencia que arrolla, “es capaz – dice en Reyes 1, 11 – de remover los montes y quebrar las peñas”. En el Salmo 107 dice “Subir las olas a los cielos y bajas los abismos” es capaz de todo esto y mucho más. Entonces como no soltar el alma a que sea conducida por esta fuerza que nos trae vida nueva.

El Espíritu Santo que nos habita interiormente por gracia bautismal y que necesitamos darle un lugar nuevo en nuestra existencia para que toda ella sea transformada.

Lo tenemos aprisionado tal vez, encarcelado, no le hemos dado el lugar que se merecía, porque está como olvidado, ha perdido el rostro, no tiene nombre y sin embargo nos va tomando. Se llama viento, soplo, es impetuoso, es capaz de traer arrolladora vida nueva, indomable espíritu, capaz de hacer todo nuevo… capaz de derribar los muros que impiden que avancemos y de sostenernos en nuestro andar porque es además una respiración, un susurro, un hálito de vida, el Espíritu es al mismo tiempo terrible y fascinante, nos genera temor y amor.

Le pedimos al Espíritu que venga con lo impetuoso de su presencia para derribar todo aquello que no nos permite caminar como corresponde, que sabemos que hoy es obstáculo y que no podemos vencer por nuestra propia fuerza y solo confiando en su fuerza arrolladora será posible que se abra un nuevo camino para nosotros en la sociedad en la que vivimos, oramos y confiamos que el Espíritu puede mas de lo que hasta aquí hemos entendido.

El misterio: terrible y fascinante

Los que estudian el fenómeno religioso, es decir, el modo en que se expresa el pensamiento religioso en las distintas culturas han destacado un hecho que se observa constantemente en todas las formas superiores de la religiosidad, pero especialmente en la Biblia. Lo divino se percibe como un misterio que al mismo tiempo es terrible y fascinante. Es decir capaz de suscitar temor y amor en un mismo tiempo, capaz de aterrorizar y capaz de atraer.

San Agustín cuando tiene su primera experiencia de transformación y de conversión percibió de cerca el misterio de Dios, se estremeció de amor y de espanto, dice él, “y no sabía qué hacer, ardía de deseo”. El deseo es algo que nos mueve hacia adelante y el ardor nos consume por dentro.

En el salmo 76, 8 hablando de la cercanía de Dios reza así: “Tu eres terrible, ¿quién puede resistir al estallido de tu presencia y de tu ira?” Es una frase que se dirige a Dios, cuyo amor es ensalzado en todas partes. No es que Dios sea complicado o cambie de naturaleza, somos nosotros quienes no conseguimos abarcar con una sola mirada su realidad infinita y absolutamente sencilla. Y cuando somos sacudidos por su presencia nos damos cuenta que no llegamos a percibir tanto regalo y donde suyo, capaz de transformarnos por dentro.

Para conocerlo necesitamos ángulos distintos, así como necesitamos dos ojos para poder descubrir la profundidad de los objetos, así también necesitamos de esta doble experiencia que atrae y al mismo tiempo desarma y pone de pie. Lo que parece contradictorio se da en un mismo sentido y con una profunda presencia del Espíritu en nosotros, el Espíritu Santo personifica de la manera mas evidente este misterio de Dios que es al mismo tiempo, poder absoluto y ternura sin límites, movimiento imparable y quietud infinita.

Entrar en contacto con su verdad y su misterio es limitado, porque lo es todo y a la vez nada de lo que podamos “ver” o “percibir” puede abarcarlo. El cielo va a ser ese lugar donde seguir peregrinando y donde podremos contemplarlo todo. Incluso el paraíso será un lugar de recreación, de trabajo en medio del gozo. Así es la eternidad cuando nos acercamos al misterio de Dios, y desde diferentes ángulos, experimentamos que es inagotable su misterio y mucho más lo que viene por delante. Por eso es importante ir al ritmo que Dios nos marca. Por lo general dejar nuestro ritmo es muerte y pascua, pero entrar en la dinámica de Dios resignifica toda muerte.

Es bella su presencia y al mismo tiempo sacude todo lo que se acerca a Él y adonde Él se acerca, sin destruir transforma, seduce y es difícil estar en su presencia. Así es el Espíritu.

La experiencia de Moisés frente a su presencia en el Monte Sinaí revela está condición de terrible presencia ante la cual difícilmente se pueda estar de pie si uno no es asistido por el mismo Espíritu que nos envuelve y nos hace en Dios vivir, movernos y existir.

El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza

El que hace nuevas todas las cosas es el Espíritu Santo, que como hizo con el hombre original que sopló sobre su nariz, lo mismo con nosotros. Así como cuando los padres despiertan a sus hijos pequeños soplándoles en la cara, como para que se levanten al nuevo día.

Padre Javier Soteras