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EL gozo será la herencia del creyente
jueves, 29 de noviembre de 2007
“Jesús hablaba a sus discípulos acerca de su venida. Cuando vean a Jerusalén sitiada por los ejércitos, sepan que su ruina está próxima. Los que estén en Judea que se refugien en las montañas, los que estén dentro de la ciudad que se alejen, y los que estén en los campos que no vuelvan a ella. Porque serán días de escarmiento, en que todo lo que está escrito deberá cumplirse. ¡Ay, de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en aquellos días! Será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo. Caerán al filo de la espada, serán llevados cautivos a todas las naciones y Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que el tiempo de los paganos llegue a su cumplimiento. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. Y en la tierra los pueblos serán presa de la angustia, ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube lleno de poder y de gloria. Cuando comience a suceder esto tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.”
Lucas 21, 20 – 28
Si querés te cuento que para mi, ha sido una gracia y un regalo dedicar todos estos días, que estamos comenzando con la catequesis y especialmente en esta semana, la última durante el año, después de la fiesta de Cristo Rey. Ya casi, con la puerta en la mano, para entrar al tiempo de Adviento. Y profundizar en esta semana, este capítulo 21 del Evangelio de Lucas. Porque, aunque a veces parece mentira, uno dice que ha leído y meditado bastante, tantas veces proclamado este texto de la Palabra, sin embargo, cuánto me ayudó a acercarme más a este tema: los tiempos finales de la escatología, como la conocemos.
Y espero que si nos fuiste acompañando, durante estas mañanas, también puedas unir en esta mañana, lo que desde hace dos días venimos compartiendo. Cuando comenzaba a leerse y proclamarse este discurso, que en Lucas, todos llaman, el discurso escatológico de Jesús.
Me permitiría hacerte un breve recorrido por cada uno de los momentos que fuimos pasando. Cuando comenzamos a descubrir aún en la belleza y la seguridad en la construcción del templo, que admiraban los judíos y también los discípulos de Jesús, el ver también nuestras instituciones humanas. Que muchas veces se pueden convertir en instituciones que dan seguridad, que nos esclaviza. Poder desde esta mirada, encontrar la única seguridad en Jesús, que nos invita estar alertas para no sucumbir en cualquier anuncio profético falso de la venida del Señor.
La persecución, que para nosotros hoy se convierte muchas veces en incomprensión, será lo que anteceda a tantos signos apocalípticos que sobrevendrán. Pero en la constancia, salvaremos nuestra vida. En la perseverancia, en el bien que se construye cada día.
Y para compartir el evangelio, que la liturgia de esta última semana durante el año, la número 34, que comenzó en la Fiesta de Cristo Rey, te invito esta mañana a compartir algunos elementos de este evangelio que acabamos de escuchar.
La mayoría de los estudiosos de la Biblia, piensan que Lucas escribió su evangelio en los años después del 70. Cuando los acontecimientos históricos acababan de demostrar que Jesús había dicho verdad, al anunciar la destrucción de Jerusalén. “Cuando vean Jerusalén situada por los ejércitos”, comenzaba diciéndonos el evangelio.
San Marcos, y San Mateo decían, hablando de la misma realidad. San Marcos, en el capítulo 13 y San Mateo en el capítulo 24, “cuando vean la abominación de la desolación”, estaban sin dudas hablando de lo mismo. Aunque Lucas lo haga de una manera mucho más concreta.
“Los que estén en Judea que se refugien en las montañas, los que estén dentro de la ciudad que se alejen y los que estén en los campos que no vuelvan a ella.” Después de un siglo de ocupación del imperio romano, la revuelta que se estaba gestando en Israel, terminó de explotar ya por los años 60 d.C. Los celotes, que habían tratado de arrastrar a Jesús a la insurrección en la revuelta, multiplicaron atentados contra el ejército de ocupación, contra los romanos.
El día de Pascua del año 66 d.C., los celotes ocupan el palacio de Agripa y atacan al enviado de Siria. Todo el país se subleva. Es Vespasiano, el encargado de sofocar esta revolución. Y durante 3 años va recuperando, poco a poco, el país y va aislando Jerusalén del resto. Simplemente estos textos, y este relato de la historia del momento, para entender aquello que comenzaba el evangelio “cuando vean Jerusalén sitiada por los ejércitos”.
Es que ahora el pueblo, los judíos y los primeros cristianos, están viendo a esta Jerusalén sitiada por los ejércitos. Luego el emperador va a dejar a su hijo, este joven llamado Titus, al cuidado de terminar la guerra.
El sitio de la ciudad de Jerusalén, una fortaleza considerada imposible de vencer, va a durar un año, con 70.000 soldados de pie y 10.000 de a caballo. Y el 17 de julio del 70, por primera vez, después del exilio de Babilonia y la reconstrucción del templo, nunca más habrá sacrificios en el templo de Jerusalén.
No podemos imaginar lo que esto significa, a la luz de lo que escuchábamos al comenzar el capítulo 21 de Lucas, lo que era el templo para el judío de la época de Jesús. Lo que era ese templo de belleza, adornado con oro, plata, mármol, con extraordinarias esculturas. Después de un año de verse sitiados y rodeados, se destruye todo.
Un famoso historiador de la época, Flavio Josefo, habla de 1.100.000 muertos de esta guerra. Y 97.000 prisioneros cautivos. Es que fue mucho más que 1 año, es que fue mucho más que una guerra.
Es que la palabra de Jesús está también en este contexto histórico que vive el pueblo, como lo está también la llamada hoy, a dar a luz a lo que vivimos, a lo que nos pasa. Esta palabra, que fue escrita en el tiempo, no por eso deja de ser actual.
Jerusalén que sucumbe, como consecuencia de sus pecados. Esta destrucción como todas las catástrofes históricas, además de ser un suceso social, un acontecimiento político, es también un acontecimiento religioso. La ciudad santa sucumbe, cae víctima de su pecado. De haber rechazado la salvación, que se le ofrecía en Jesús.
Jesús expresa su compasión por las víctimas. Tres veces se va a lamentar, va a llegar a llorar por Jerusalén, pero ante todo esto, pone en guardia a los discípulos para que no perezcan. Ellos no han comulgado nunca con este pecado de Jerusalén. No deben entonces los discípulos, perecer en ella, cuando llegue la destrucción.
Pero, la ciudad y el pueblo judío no son rechazados definitivamente. Su rechazo es una especie de tregua para dar paso a los gentiles. Aquellos que no eran israelitas, aquellos a quienes aparentemente no debía llegar la salvación de Dios. Pero que en Jesús se abre a todos.
San Pablo, el apóstol de los gentiles, de los paganos, nos hará ver esta realidad. Ante la venida del Hijo del hombre, que se hará patente, el pánico será la actitud del incrédulo, del que esté lejos de Dios.
El gozo será la herencia del creyente
. Para éste se acerca la salvación, se toca ya la esperanza. El creyente irá con la cabeza erguida, rebozante de gozo el corazón al encuentro de su Señor amado. Por quien ha vivido, en quien ha creído, al que anhelante ha estado toda la vida esperando.
Aquí tal vez puedas detenerte a pensar. Es interesante, a manera de examen de conciencia, ¿a qué cosas le tengo miedo? ¿cuánto me preocupa el fin del mundo? ¿me asusta o en algún momento me asustó esta idea?
Mirar alrededor porque hoy también estamos rodeados ante situaciones, que se convierten en enemigas. No podemos negar que el enemigo, el que nos tienta, el que nos ofrece situaciones para alejarnos de Dios, hoy está en su salsa. Porque cada vez es más fuerte esta presión, como un día la de estos miles y miles de soldados romanos.
Pero de esto no tenemos que tener miedo, si en nuestro corazón, la Jerusalén nuestra, por dentro está sana y llena de la Gracia y de la vida de Dios.
“Ay de las que estén embarazadas o tengan niños de pecho en esos días, será grande la desgracia de este país y la ira de Dios pesará sobre este pueblo”. Clama el Señor al contemplar en espíritu, el cuadro del fin del mundo actual. Bien colocada está esta expresión al comienzo del discurso, referente al terror de la destrucción de Jerusalén, más en el espíritu de Jesús, que es el espíritu del Verbo eterno, se identifica también la visión del fin del mundo.
Y es en esta identificación, lo que toma relieve, aquella exclamación que es mucho más que una compasión humana, por un grupo de mujeres desvalidas, menos rápidas y ágiles que las otras, para poder huir o resistir a las más duras penalidades. Es que está claro, una mujer embarazada, una mujer con trabajo de parto, una mujer que tiene su bebé de pecho en brazos, no podrá salir corriendo de la ciudad atacada por el enemigo.
Hay que huir de Jerusalén que va a ser destruida, va a ser difícil. Es que huir va a ser difícil, porque va a haber un sobrepeso. Aquí venía entonces la advertencia de Jesús, para el Señor que contempla y advierte, ellas, en la profecía de la destrucción del mundo, se tornan imagen y tipo de aquellos a quienes el fin del mundo va a sorprender, en el preciso momento, en que aún demasiado ligados al mundo presente, a la hora, no se sienten libres para poder seguir sin trabas, sin nada que los limite, la voz de la trompeta. Salir al encuentro de la nueva aurora.
Claro, estas mujeres son imagen de aquellos. Aquellos que todavía están atados al mundo. Aquellos que no están preparados para cuando venga el Señor y haya que salir corriendo a su encuentro. Aquellos que, como las jóvenes necias, de la parábola de Jesús, las que no habían previsto tomar aceite de repuesto y que cuando llegó el novio ya era demasiado tarde.
Sus pies no se habrán fortalecido en el camino de la cruz de Cristo, no habrán llegado a ser ágiles en los caminos de sus mandamientos. Sus pies se hallarán entorpecidos por los lazos del enemigo. No conocen el lenguaje de los signos celestiales. No podrán contemplar entonces el brillo de la aurora. Inútilmente se publica el mensaje y se encienden antorchas. No están en condiciones ni de escuchar ni de ver, están demasiados atados, prendidos a las cosas del mundo.
En medio de esta imagen cruel, si se quiere, descubrir y pensar la vida, la mía, la tuya.
Que interesante, descubrir cuál es el peso que hoy no te deja ir corriendo rápidamente para librarte del enemigo que te cerca, que te hace ir más despacio, que te hace detener.
Dios quiera que la Palabra te de luz, y te ayude a descubrir, porque es importante. Todavía es tiempo de gracia. Vamos a escuchar, al comenzar el adviento, que es el tiempo de la Salvación.
Descubrir en este peso, que no te deja salir corriendo, situaciones, pecados, vicios, afectos desordenados, todo eso que hace que el peso sea mayor, que no se pueda avanzar.
Pero que impresionante que es el amor de Dios. Nos advierte del peligro, lo muestra, lo señala y nos deja allí con la libertad. Porque nosotros, nos toca saber actuar. Porque a diferencia de esas mujeres, nosotros estamos llamados a arrojar lejos, lo que nos hace pesado el camino. Eso que te detiene, que te hace pesado el andar, es el pecado. Y vaya si pesa ese pecado.
Pero también, vaya si es fácil deshacerse de él. Con sólo acercarnos al sacramento de la Reconciliación, lo logramos. Este sacramento que habrá que pensarlo en este tiempo del Adviento.
No se si te acordás, porque por allí han sido hasta destruidos, pero te acordás de aquellos famosos carteles, sobre todo, había muchos en mi pueblo, en el campo. Que cuando uno estaba por cruzar el ferrocarril, y llegaba a las vías, ese cartel en cruz que decía PARE, MIRE, ESCUCHE. Es que si venía el tren, como dicen los chicos hoy, te llevaba puesto.
Estamos terminando el año litúrgico, estamos a la puerta del Adviento, que bien nos hace este capítulo 21 de San Lucas. Abrir el oído para que Jesús te diga: PARE, MIRE, ESCUCHE.
Y desde este, PARE, MIRE, ESCUCHE, caminar a la conversión para alivianar la carga, para que nada nos detenga, en este huir del interior de la Jerusalén, que está por ser destruida, pero que también está en medio del pecado.
Si podés, dejá tu actividad, si podés, ponete frente a una imagen de Jesús, si es en la Cruz, mejor, porque allí nos está hablando de ese Jesús que se despojó de todo para alcanzarte la Salvación. Y como si fuera en un espejo, abrí los ojos, recordá aquel Pare, mire, escuche y animate a descubrir ¿qué es lo que hace lento tu caminar? Para descubrir aquellas cosas que tiraste en este último tiempo, que hicieron más liviana la marcha, y que hoy te llenan de alegría y de gozo.
“Verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria”. Si tal vez, nos dedicáramos un poco más de tiempo, y leemos en el libro del profeta Daniel, descubriríamos también como Daniel habla de la imagen de las 4 bestias. Que no son más que los cuatro poderes que habían destruido, intentado también acabar con todo el pueblo de Israel. Pero que después aquella quinta imagen, no será la de una bestia, será la del Hijo del hombre. Aquel que nos viene a traer, justamente, la liberación.
Las imágenes que antes mirábamos, y que se suceden una tras otra, nos describen la seriedad de los tiempos futuros. La mujer embarazada, la angustia de los fenómenos cósmicos, la muerte a mano de los invasores, la ciudad pisoteada. Esta clase de lenguaje apocalíptico no nos da muchas claves para saber adivinar la correspondencia de cada detalle, pero por encima de todo, porque no importa por allí detenernos tanto en estas cosas. Está claro que también nosotros, somos invitados a tener confianza en la victoria de Cristo Jesús.
El hijo del hombre viene con poder y gloria, viene a salvarnos. Te está diciendo a vos hoy,”levantá la cabeza”. Porque se acerca nuestra salvación.
Sea en el momento de nuestra muerte, que no es el final, sino comienzo de una nueva manera de existir, mucho más plena. Sea en el momento del final de la historia, cuando venga.
Mil años son como un día a los ojos de Dios, dice el salmo.
Entonces la venida de Cristo no será ya en la humildad y la pobreza de Belén, sino que esta segunda venida, aquella para lo cual, está diciendo la Palabra, alzad la cabeza; será una venida en gloria y de Majestad.
Vayan hagan que todos sean mis discípulos, bauticen en nombre de la Trinidad. Nos viene bien pensar que la meta es la vida, la victoria final, junto al hijo del hombre. Él ya atravesó en su Pascua, la frontera de la muerte, e inauguró para sí y para nosotros, la nueva existencia.
Los cielos nuevos y la tierra nueva.
Juan en el libro del Ap. En el capitulo dieciocho, nos dice a cerca de esta venida, como para leerlo y que ilumine esta lectura.
El aleluya lo tenemos que exclamar hoy también nosotros. Aleluya, la salvación. La gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios.
Hay dos formas de vivir. Pero sólo una para quien canta la belleza de Dios.
Había dos hombres en un pueblo. Uno siempre estaba en los lugares públicos, y siempre estaba calumniando a sus vecinos y levantando falsos testimonios. Y nada más llegaba algo a sus oídos y lo agrandaba diez veces más. De su boca nada salía bien. Y nada más saber algo malo de alguien decía; ya lo sabía. Siempre estaba enojado y furioso, y los días eran amargos para él y las noches eran tristes. Sólo lo escuchaban aquellos que en sus corazones eran iguales que él.
Y había otro hombre que todas las mañanas se sentaba en la plaza pública y sonreía a todos, y a todos les daba ánimo. Y socorría a todos con el corazón. Y no pedía nada a cambio. Y cuando se enteraba de algún problema, iba y en silencio pedía a Dios por lo que lo tenia, para que se solucionara el problema.
Y su rostro se llenaba de alegría y de paz cuando estas cosas hacía.
Y cuando le preguntaban de que parte el sacaba tanta felicidad, el respondía; “Cuando me acuesto por las noches, no debo nada el día que está por venir. Cada día me trae lo que necesito. Y se lleva lo que no necesito. Cuando mi mente quiere volar, me subo con ella, pero nunca la dejo ir sola. Este es el secreto.”
El salmo 99 nos habla de despertar el gozo.
Tu día, tu casa, tu Jerusalén puede estar cercada por ejércitos y amenazada por la desolación y la destrucción. Pueden que te sorprendan señales en el sol. En la luna, en las estrellas. Y en la tierra angustias de gentes.
Pero a lo que debemos de temer es a la sacudida del corazón que ha perdido sensibilidad para descubrir la bondad y la fidelidad del Señor.
Vivamos honradamente como hijos fieles a Dios. A la Verdad, a la Caridad, a la Conciencia.
Padre Gabriel Camusso
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