El libro del Génesis

viernes, 12 de noviembre de 2021
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12/11/2021 – En “Iglesia, Palabra y Misión”, el padre Patricio Etchepareborda, párroco de Nuestra Señora de Luján porteño, del barrio de Parque Avellaneda en Buenos Aires y licenciado en Biblia de la UCA, nos habló del libro del Génesis, luego de hacer una introducción a las sagradas escrituras. “La Biblia es un libro escrito desde y para la fe”, dijo. “Terminamos el encuentro pasado hablando de los géneros literarios. Y esto lo decíamos en el marco de cómo debemos leer la Biblia. Si no sabemos leer cada libro de la Biblia desde el género literario propio de ese libro, vamos a hacer macanas e interpretar cualquier cosa. Tal vez, los dos libros más representativos de estos errores son el Génesis y el Apocalipsis. Haber leído estos dos libros, sin entender su género literario ha llevado a errores garrafales. Tanto por pensar que eran libros de historia, de geografía o de ciencias naturales. Si bien hay en la Biblia un fuertísimo contenido histórico, sería equivocadísimo leer la Biblia como si fuera un libro de historia. En esta hora que tenemos por delante intentaremos dar algunas pinceladas sobre el libro del Génesis, más en concreto el relato de la creación. Y veremos cómo esta manera de leer la Biblia, no sólo no empobrece a la Biblia, sino que la enriquece de una manera impensable. Los invito a que tomemos, si la tienen a mano la Biblia y la abran en el comienzo Génesis 1”, agregó el padre Etchepareborda.

A continuación, esta fue la exposición del padre Horacio: ¿Cuál es el primer versículo de la Biblia? “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío…” (Gn 1,1). Uno de los objetivos más claros del Génesis es mostrarnos que Dios es el creador del cielo y la tierra. Y, por tanto, que todo lo que hay en ella es creatura, es decir, está por debajo de Dios. Todo esto está enmarcado dentro del “cielo y la tierra”. Todo absolutamente todo es creatura. Por eso entre las cosas que van a quedar mencionadas entre las creaturas estan las estrellas, la luna y el sol (el astro mayor que ilumina la noche y el astro mayor que ilumina el día). Recordemos que para muchos pueblos que estaban en profundo contacto con el pueblo hebreo, el sol, la luna y las estrellas eran dioses. Por eso más adelante el libro de la sabiduría dirá: “Sí, vanos por naturaleza son todos los hombres que han ignorado a Dios, los que, a partir de las cosas visibles, no fueron capaces de conocer a “Aquel que es”., al considerar sus obras, no reconocieron al Artífice. En cambio, tomaron por dioses rectores del universo al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a los astros luminosos del cielo” (Sab 13,1-2). Entonces, retomando, el Génesis quiere dejar bien en claro algo que para el pueblo de Israel y para nosotros los cristianos también, es importantísimo: el monoteísmo. ¿Qué quiere decir esto? Que creemos en un solo Dios. Todo lo demás es creatura, son seres creados.

Otro punto importantísimo en el relato de la creación es la concepción litúrgica del mundo. Dios crea el mundo en seis días y en el séptimo día Dios descansó. Veamos el broche de oro que pone el autor del Génesis al terminar Dios la creación: “Así fueron terminados el cielo y la tierra, y todos los seres que hay en ellos. El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado” (Gn 2,1-3). El culmen de la creación es el día sábado, el día de descanso, es decir el día de culto. No por nada, unos versículos antes, al decir que creó las estrellas y los astros mayores dice: “Que haya astros en el firmamento del cielo para distinguir el día de la noche; que ellos señalen las fiestas, los días y los años, y que estén como lámparas en el firmamento del cielo para iluminar la tierra” (Gn 1,14-15). Sin embargo, de manera más oculta un poco más adelante vuelve a aparecer esta idea: “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara” (Gn 2,15). En general, la traducción que tenemos habla de cultivar, pero la palabra más apropiada es “servir”. Ese “servir y cuidar” hace referencia al trabajo de los sacerdotes en el culto; de hecho, en Nm 3,7-8 dice: “Cuidarán de todos los utensilios de la Tienda del Encuentro, y harán la guardia que incumbe a los israelitas prestando servicio en la Morada” (Nm 3,8).

De hecho la creación del mundo según el Génesis tiene muchas similitudes al relato de la construcción del Templo. Uno puede preguntarse ¿a qué viene todo esto? Y ¿de qué nos sirve saber todo esto litúrgico? Lo que está mostrando el autor del Génesis a través de este relato de la creación es que el ser humano fue creado para Dios. Hombres y mujeres fuimos creados para Él. ¿Cuál es el objetivo del culto o de la liturgia? El encuentro del ser humano con su creador. El encuentro de Dios con nosotros. Que podamos alabarlo y glorificarlo y en ese encuentro darnos cuenta del sentido de la vida. De hecho, porque está el relato de la creación en la biblia. Justamente para darnos cuenta cuál es el fin de nuestra vida. La pregunta: ¿para qué estamos aquí? Va muy unida a la pregunta: ¿de dónde venimos? Lo que le interesa a la Biblia no es dar una explicación científica de cómo fue creado el mundo, sino mostrar para qué fuimos creados. Algunos salmos lo dirán de manera un poco más directa: “El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos; un día transmite al otro este mensaje y las noches se van dando la noticia.

Sin hablar, sin pronunciar palabras, sin que se escuche su voz, resuena su eco por toda la tierra y su lenguaje, hasta los confines del mundo” (Sal 19,2-5) “Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. “Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los humildes y se alegren. Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: él me respondió y me libró de todos mis temores” (Sal 34,2-5). Los Hechos de los Apóstoles también se vuelve eco de esta realidad: “El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras, para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros”. (Hch 17,26-27). Y quien lo dirá de una manera clarísima será san Agustín al decir: “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Conf 1,1). «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).” (CEC 27).

Entonces, acabamos de sumergirnos en el para qué crea Dios al ser humano, y vimos que fuimos hechos para estar en comunión con Dios. Pero vamos a profundizar un poco más todavía. El hombre y la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios ¿qué quiere decir esto? Para entender esto tenemos que buscar en qué otro momento de la escritura se habla de “imagen y semejanza”. Esto sucede en Gn 5,3 cuando dice que “Adán tenía ciento treinta años cuando engendró un hijo semejante a él, según su imagen, y le puso el nombre de Set” (Gn 5,3). Por lo tanto, ser imagen y semejanza de Dios es en síntesis ser hijos de Dios. Fuimos creados para ser hijos de Dios. Acá nos meteríamos en un concepto que es esencial y transversal a la Biblia: la Alianza. Como decíamos antes, fuimos hechos para vivir en alianza con Dios, para tener una relación personal con Él. No somos seres cerrados en nosotros mismos, sino que estamos hechos para vivir como hijos de Dios y vivir siendo amados por el Padre y amando al Padre.