El más pequeño en el Reino de los Cielos

jueves, 13 de diciembre de 2007
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Jesús dijo a la multitud: “les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista. Y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo porque todos los profetas, lo mismo que la ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren creerme él es aquel Elías que debía volver. El que tenga oídos que oiga.”

Mateo 11; 11-15

El papel del Bautista, en la obra redentora de Dios, vuelve a cobrar viva realidad en cada Adviento, nos decía en una de sus catequesis San Ambrosio. Pues la fuerza de Juan va delante de nosotros, cuando nos disponemos a creer en Cristo. Y podemos añadir nosotros, cuando nos disponemos llenos de fe, a celebrar en la liturgia la venida de Cristo. Se hace de una manera mucho más presente esta fuerza.
Y cuanto más nos inclinamos ante el juicio de Juan, tanto más la Iglesia y nuestras almas se asemejan a esta figura. A esta figura del precursor, de aquel que preparó el camino para el Señor. Y la Iglesia toda junto a Juan se convierte, en este tiempo, en heraldo de Cristo. Y desde el momento en que entra en juicio consigo mismo, desde su mirada, Cristo está presente en ella, y siente necesidad de anunciar lo que ve. 

Desde Cristo, que es preparado en su camino por Juan el Bautista, desde cada uno de nosotros como Iglesia, desde la fuerza y el don del espíritu que se nos regala en este camino, el Adviento, se van desvaneciendo las sombras del pecado y de la gravedad de este juicio, que tantas veces atemoriza por la segunda venida del Señor. Es que Dios viene visiblemente en el hermano.

Este misterio que celebramos, y nos preparamos a vivir en el Adviento, es lo que habrás escuchado y rezado en estos días, en una de las propuestas que trae el prefacio de la misa. La venida en la historia, que celebramos en la Navidad, la venida que esperamos, su segunda venida en Gloria, y la venida de cada día en el hermano necesitado. Jesús que se hace visible, Jesús que se hace uno de nosotros.

Por eso, una de las grandes figuras del Adviento es Juan el Bautista, el que prepara la venida del Mesías. Durante varios días los evangelios nos van hablando de quién es el precursor, el Bautista. Jesús hoy declara a la multitud, “en verdad les digo, entre los hijos de los hombres no ha habido otro mayor que Juan el Bautista.”

La fórmula es solemne en boca de Jesús y lo insiste, pero es mucho más contundente cuando Jesús dice “entre los nacidos de mujer”. No se habla pues de un elogio restringido a un momento histórico, a una sola persona, como si refiriera solamente a aquellos que vivían en la época de Jesús y en la época del Bautista. Jesús lo eleva por encima de todos los hombres y a través de toda la historia.

Pero sigue el evangelio diciendo, “sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.” Qué extraña esta expresión de Jesús. El menor de los cristianos, el menor de los bautizados es mayor que Juan. Y esto porque comienza un nuevo tiempo, una nueva era para toda la humanidad. La venida de Jesús divide la humanidad en dos, antes y después. Tan fuerte ha sido esta presencia de Jesús.

Uno no se atrevería a decir semejantes cosas Señor, si no las hubieras dicho antes tú mismo. Y estamos hablando entre estas cosas tan grandes y sublimes, las que hacen referencia a nuestra dignidad. Juan ha sido este hombre, que podemos llamar bisagra. Porque nos ha hecho dar el gran giro a toda la humanidad. Ha mostrado a Jesús y ha desaparecido él. Le ha dado todos los discípulos, si aquellos que primero fueron suyos. Aquellos, que Juan el Bautista, con un corazón tan grande y con una visión clara de su voluntad, “ése es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Lo mostró, lo señaló ante sus discípulos.

Solamente así podemos acercarnos a este misterio de las palabras de Jesús en el evangelio de hoy. Porque Juan fue el mayor en el AT, aquel que lo señaló a Jesús. Pero también el más pequeño, porque nos dice el mismo Jesús “el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.” El más pequeño en este nuevo tiempo que inaugura la Redención.

Y aquí estamos cada uno de nosotros, que somos parte de este tiempo y que hemos comenzado a vivir esta cercanía al amor de Dios, a partir de nuestro bautismo. Por eso, esto también se dice de mí. Yo también por el bautismo soy mayor que Juan el Bautista. No se cómo te suenan estas palabras, pero son bastantes intensas. Porque si Jesús dice que no ha nacido nadie mayor que él, pero que en este tiempo el más pequeño es más grande que él, podrá decirse esto también de mí.

¿Cómo deberé yo entonces respetar mi dignidad de bautizado? Lleno de la Gracia de Dios. Porque esto vale para todos, somos tan importantes y tan grandes para Dios. Que nos pone no sólo al mismo nivel de Juan el Bautista sino que nos hace mayores.

Sin duda que esto tiene que, en el corazón de cada uno de nosotros, renovar tantas actitudes para descubrir la dignidad a la que fuimos llamados los bautizados. Misteriosa palabra que prueba, por lo menos una gran cosa, que el Reino de Dios no se instaura fácilmente. Por esto, que Jesús después sigue hablando. Esto que es tan difícil de entender “el Reino de los Cielos es combatido violentamente y los violentos intentan arrebatarlo”.

Es que esta palabra nos hace más que hacernos entender esto, el Reino de Dios en el mundo no se instaura tan fácilmente. Resistencias muy fuertes se oponen a que Dios reine verdaderamente.
¿Se trata solamente de Satanás que quiere detener el trabajo mesiánico de Cristo? Lo es, de hecho el relato de la tentación de Jesús en el desierto es una prueba de que Satanás no quiere que el Reino se instaure. Pero también podemos hablar de que se trata de tantos otros que, están queriendo como detener esta presencia del Reino.

Los celotes por ejemplo, que en tiempos de Jesús, querían imponer el Reino de Dios por las armas y por la violencia.

Que lejos que estamos de este Jesús que se presenta como el Mesías de los pobres. Que rehúsa valerse de la fuerza.

De todos modos lo cierto es que las potencias del mal, estarán activas hasta el final de los tiempos. Cuando todo sea sometido bajo los pies de Jesús. Y que Juán Bautista ha invitado a sus discípulos al combate. Y él mismo dio un ejemplo de vida dura, y de vida de ascesis, de renuncia.

No se hace presente a Dios, en los ambientes en los que nos movemos. En casa, en el trabajo, en el club, en la fábrica en el campo. No se hace presente el Reino. No se lo construye con facilidad. Exige un dejar hacer al Señor, y exige la responsabilidad de nosotros.

Sin embargo el Señor quiere valerse de nuestra palabra, de nuestro testimonio y de nuestros gestos de amor. Por eso el tiempo de adviento es tiempo de vigilancia, y es tiempo de esfuerzo. Recién decíamos, que Juan el Bautista ha invitado a sus discípulos al combate. ¿Cuando hablamos de este camino, en qué cosas pensamos? ¿Sobre qué puntos de mi vida Dios hoy, me pide que me haga violencia? Violencia para que, yo, ordenando mi corazón, pueda ordenar cada uno de mis gestos y de mis palabras con los demás.

Y en esto del camino de la ascesis, en esto de hacerme violencia para que se haga presente Jesús, en mi vida y en la vida de los demás, creo que es bueno aclarar esto. Antes de buscar este camino de renuncia, en prácticas, por ahí escepcionales, ¿no deberé primero descubrir la ascesis que está ahí, presente en mi vida y que tan a menudo rehúso o no la alcanzo a ver?

Ejemplos concretos; el combate de todos los días para amar mejor; amar especialmente aquel con el que me cuesta el trato; el combate para rezar mejor. El combate que tengo que hacer para servir mejor, y para comprometerme más. Por ahí cuando escuchamos esta palabra de ascesis, cuando contemplamos la vida que llevaba Juan Bautista en el desierto, no hay dudas de que surge en nuestro interior el deseo de imitarlo. Pero también descubrir esto.

Dicen aquellos que estudian la Palabra de Dios que este texto en la Palabra, en el evangelio de Mateo, es uno de los más difíciles de interpretar. Desde lo que Jesús nos quiso decir.

La grandeza que Jesús nos regaló a cada uno es mayor que la de Juan el Bautista, pero no para que nos agrandemos. Sino para ponernos al servicio del evangelio. Del hermano.

Si el bautismo me ha dado esta dignidad de ser mayor que el Bautista, no es más que para que mi vida sea la de hacer presente a Jesús en el mundo. La de mostrarle a los hermanos por donde va este amor de Dios.

La de ponerme al servicio de la evangelización. ¿De qué me serviría tener una gran dignidad, si no haría nada por conservarla y por hacerme realmente digno de ella? Por eso, cuando Jesús dice que, aquellos que vivimos este tiempo, somos mayores que Juan el Bautista, nos está dando el compromiso y la responsabilidad de hacerlo presente en el mundo.

Para mirar con ojos nuevos esta navidad que viene tenemos que romper nuestros esquemas y contemplar con ojos nuevos la realidad que nos rodea. Sin duda haciendo esto, si miramos con los ojos de Dios, nos vamos a sorprender porque vamos a descubrir tantas presencias del Amor de Dios, en el medio del mundo. Estas semillas de bondad, estos rastros de Dios en la rutina de nuestro quehacer cotidiano.

El tiempo del Adviento es tiempo de vigilancia y es tiempo de esfuerzo. Por eso a partir de este día, nos restarán 13 días de compartir este camino. Y desde hoy hasta el día 17, día en que la liturgia comienza a presentarnos de una manera muy particular la cercanía de la Navidad, el hilo conductor de la Palabra de Dios, está en esta figura: la del Bautista. En aquel que se hace grande a los ojos de Jesús, pero que sin embargo para este tiempo nuevo que instaura Jesús, es el más pequeño.

Por eso la figura del Bautista estará presente en estos días como aquel que es el precursor del Mesías. Mientras que las lecturas del AT van a ir completando este cuadro de la presencia de Jesús en el mundo, como aquel que viene a restaurarlo todo. Si Isaías había sido hasta ahora como aquel profeta de la esperanza, ahora es el Bautista, quien tanto en los domingos como en estos días, nos anuncia que se acaba el AT, que se acaba el tiempo de los profetas. Que con Jesús de Nazaret empiezan los tiempos definitivos.

Más tarde, después del 17 de diciembre, será María de Nazaret quien nos presente a su Hijo, el Mesías, enviado por Dios.

Dios asegura de nuevo, que estará cerca de su pueblo, con un lenguaje siempre lleno de ternura. Nos dice el profeta Isaías “Yo el Señor tu Dios, te tomo de la mano, te digo no temas. Yo mismo te auxilio, no temas. Tú te alegrarás con el Señor.”

Por eso las imágenes del profeta Isaías, aquel que a la distancia también es el precursor, son imágenes para dibujar esta Salvación. Y son imágenes llenas de un futuro de esperanza. “Dará de beber a los sedientos”, “responderá a todo el que lo invoque”, “hará surgir ríos en terrenos áridos”, “transformará el desierto llenándolo de árboles de toda especie”. Es de nuevo la escena del paraíso. La vuelta a la felicidad inicial, estropeada por el pecado del hombre.

Tal vez, si tenés tiempo, y querés compartir el capítulo 41 del profeta Isaías, para descubrir cómo es a todo el pueblo de Israel, a quien se dirige Dios, diciéndole que todo lo va a ser grande y para nuestro bien. Va a preparar el terreno para la Salvación. Dios que cuida de su pueblo, y que a su vez hace este llamado a su pueblo a ser instrumento de Salvación, para los demás.

Ese Dios volcado hacia su pueblo, decidió que al cumplirse la plenitud de los tiempos, enviaría a su Hijo al mundo. Y quiso también que su venida estuviera preparada por un precursor: Juan el Bautista.

Por eso hemos escuchado lo que Jesús dice de Juan, cómo lo alaba “Es el profeta a quien se había anunciado, cuando se decía que Elías volvería. Ya ha venido aunque algunos no lo quieren reconocer. Y es el más grande de los nacidos de mujer.”

Presentar a Isaías, presentar a Elías, presentar a Juan el Bautista, no es otra cosa que ir ubicándonos también en nosotros como precursores. Bautista es el último de los profetas en el AT. Por eso dice también Jesús que es el más pequeño. Ahora que viene el profeta verdadero, todos los demás quedan relativizados. Ahora que se congrega el nuevo pueblo en torno al Mesías, ha llegado a la plenitud el pueblo primero, el de la primera Alianza, el del AT.

Por eso Jesús aprovecha para decir que este nuevo Reino supone un esfuerzo que hace violencia. Y que sólo los que se esfuerzan se apoderan de él. Es que Jesús viene a traernos algo nuevo, con nuevas exigencias. Juan el Bautista nos lo recordó en la liturgia del fin de semana pasado, “el hacha está dispuesta para cortar el árbol.” El Reino de Dios es Gracia, el Reino de Dios es Salvación, pero también es juicio. Vamos a ser juzgados en este tiempo, por el amor.

Es Juan el Bautista, este hombre recio, este hombre que recibió el Reino con entereza. Este hombre que supo mantenerse en su lugar, humilde, reconociendo su espacio. Conviene que yo mengue y que Él crezca. Porque no era el Salvador, sino que era el que preparaba el camino. Vivió en la austeridad y predicó sin recortes el mensaje de conversión. Fue la voz que clama en el desierto para preparar la Venida del Mesías. Y los encaminó a los discípulos al nuevo y definitivo Maestro.

Si hablamos así de Juan el Bautista, no es simplemente para hablar de un personaje en la historia. Es para recordar que Juan el Bautista hoy te invita también a vos a vivir un Adviento activo. Un Adviento exigente. Celebrar la venida de Dios en la Navidad no es solamente una cosa del sentimiento y de la poesía. No es simplemente adornar de manera distinta nuestras casas, sino que la Gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide esta disponibilidad, esta apertura a la vida de Dios, que Dios mismo nos quiere comunicar.

Supone, como nos predicaba Isaías, como repetía Juan el Bautista, preparar los caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenés, hacer penitencia, convertirnos. Cambiar de mentalidad, que nuestra mentalidad sea la de Dios. Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado. El Don de Dios es siempre tarea y compromiso. Es Palabra de consuelo y de conversión.

Por eso si la liturgia nos presenta al Bautista, si hoy Jesús lo presenta con estas palabras tan claras y a su vez tan complejas para entender esta grandeza, que tenemos nosotros, desde nuestro bautismo, por sobre Juan el Bautista, no es más que para que tomemos conciencia de nuestro compromiso.

Este esfuerzo que supone la Navidad, no es el esfuerzo de llegar a pagar todas las deudas que supone la Navidad. Sino la de cambiar el corazón.

Esa mano que podés tender para poner al servicio del otro, esa mano que levanta al otro, esa mano que te dice “no temas”, esa mano que acompaña, esa mano que se traduce en gestos concretos de generosidad hacia el otro. Por eso en este día, nos invita la Palabra de Dios a descubrir esa dignidad que todos tenemos.

Cada vez que recibimos los sacramentos, o que hemos recibido algún sacramento, hemos recibido esta palabra que hoy Jesús dice en el Evangelio: “el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que Juan el Bautista.”

Tanto nos ama Jesús, tanta predilección tiene el amor de Dios por nosotros que nos hace únicos, y que nos da esta dignidad. Y nos hace más grandes que el Bautista.

Por eso hoy le pedimos a nuestra Madre, ella que también entró en esta sentencia de Jesús, que María nos haga comprender la profundidad de estas palabras “somos más grandes que el Bautista”. No por famosos sino por la Gracia que recibimos.

Motivo suficiente para compartir esto. El descubrir esta realidad, pero entonces también el ir dándonos cuenta de cuán importantes somos para Dios, pero también la respuesta que tenemos que dar.

Estamos en la mitad de este camino del Adviento. Si en tu comunidad tenés la posibilidad de contemplar la corona del Adviento, o si la has preparado en tu casa, para ir encendiéndola en familia, verás cómo ya vamos por la mitad de esa corona de Adviento.

Y ¿cómo estás viviendo este tiempo? ¿Cómo estamos preparándonos para la Navidad? ¿Cuán grande es la disponibilidad de nuestro corazón para la renuncia? ¿Cómo vivimos la alegría de ser bautizados? En este fin de año, ¿de cuántas cosas le vamos a dar gracias a Dios, porque nos miró con predilección? Nos miró, nos descubrió y nos dio una dignidad mayor a la de Juan el Bautista. Sí, la de aquel que saltó de alegría cuando todavía estaba en el vientre de Isabel.

Creo que Juan el Bautista, nos sigue dando ejemplos de esta realidad. Más allá de lo que el evangelio nos dice de su estilo de vida, en el desierto, de tanta penitencia y tanto sacrificio, cuando aparece en escena, aparece con la sencillez de aquel que no hace más que cumplir lo que Dios le está pidiendo.

Pedir al Señor la Gracia de poder vivir el compromiso cristiano con sencillez, que es la manera en que también arrastra. El mundo está cansado de maestros, decía Pablo VI. El mundo necesita testigos que con su vida hablen de Dios a los demás.

Cuando uno ve que la vida de una persona, de un amigo, de alguien que está cerca nuestro, se convierte en una vida de desierto, una vida de sufrimiento. Cuando nos pasan cosas, cuando le pasan cosas a nuestros amigos, o nuestros familiares, lo primero que uno piensa suele ser “Dios lo abandonó, Dios lo dejó solo.” Sin embargo cuando se presentan esta clase de situaciones, uno tendría que pensar lo que el profeta Isaías nos dice para prepararnos a la Venida del Señor “Yo, el Señor, daré una respuesta al corazón afligido”.

¿Cuál es la respuesta que nos da el Señor? Nos invita a trabajar, a esforzarnos, a no quedarnos con la impresión de haber cumplido. Porque le puse un poquito de esfuerzo a lo que hice hoy. A no creer que yo ya hice lo suficiente, que ahora le toca a los demás hacer lo suyo. No debemos pensar, que como hemos intentado tantas veces llegar con el evangelio, llegar con una palabra de aliento, llegar hasta con un testimonio ante esta o aquella situación, ya es suficiente. Dios no se cansa de nosotros y siempre nos ofrece la Salvación.

Tampoco nosotros nos cansemos de hacer estos intentos cada día, de hacer presente al Señor, sabiendo que Él, aun en medio de las dificultades, nos va dando las respuestas.

Realizar el testimonio cristiano, hacer presente a Jesús en nuestra vida. Lo que hizo el Bautista: ése es el Cordero de Dios.

Quienes son tibios, quienes se quedan en la mediocridad, quienes no son capaces de resistir el esfuerzo constante, el desgaste tremendo que supone predicar, anunciar, ser testigos en una sociedad indiferente. A veces nos cansa, nos desgasta, pero es la Palabra de Dios con su fuerza, la que puede conquistar los corazones.

La respuesta que el Señor da es su ayuda, su presencia cerca de nosotros. Pero sigue necesitando de nosotros. Quiere siempre nuestra respuesta generosa. Quiere siempre la respuesta de nuestra libertad y de nuestra voluntad. Poner nuestra vida en sus manos.

Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán. Cristo se convierte para nosotros en el trofeo que tenemos que conquistar. El Reino de Dios se convierte para nosotros en la misión, con la que tenemos que batallar todos los días. Es que es fácil, lo vemos tantas veces a nuestro alrededor, es fácil empezar a hacer buenas obras, es fácil comenzar un apostolado, es fácil comenzar un trabajo, es fácil hacer que alguien escuche una linda palabra de Jesús y hasta se entusiasme con poder seguir. Hasta es fácil enamorarnos de Jesús, cuando participamos de un retiro, de un encuentro. Pero qué difícil es terminar, qué difícil es llegar hasta el fin.

Todos podemos sentirnos ilusionados, porque llevamos la medalla colgando en nuestro pecho, porque emprendimos y porque comenzamos, porque levantamos estandartes de una gran obra, que se inicia. Y no pienses solamente en las cosas extraordinariamente grandes. También en tu propia vida, te habrá pasado. Viste cuando volvemos de un retiro, de un encuentro, de una jornada, cuando comenzamos el año, con cuánta fuerza, con cuánto espíritu, con cuántas ganas de transformar el mundo.

Desde lo que hagas en la parroquia, en este momento lo podés pensar, desde lo que hagas en tu comunidad. Pero a medida que va pasando el tiempo, van pasando los días, cuánto cuesta mantenerse fieles y firmes. Cuánto nos cuesta terminar, acabar la obra que Dios comienza en nosotros.

Y ¿sabés por qué nos cuesta? ¿Sabés por qué a veces cuesta que lo que empezamos con tanta alegría, con tanta euforia? Es porque cuando no recordamos permanentemente que la obra no es sólo nuestra sino que es Dios quien te da la mano, es fácil volver atrás, es fácil desanimarnos.

Para que las obras del Señor den frutos, nuestra libertad tiene que estar dispuesta a colaborar con Él. Los grandes proyectos de vida cristiana no van a depender mucho, de si nosotros hicimos, organizamos, manejamos, subimos, bajamos, sino sobre todo, van a depender de si en nuestro interior, a veces en medio de un gran desierto, a veces en medio de prados verdes frescos y abundantes, hemos permitido que Dios actúe. Y actuar con toda la Gracia. También con la fuerza y la fecundidad espiritual, que Él quiere en nosotros.

De esto se trata cuando Jesús en el evangelio, hoy nos habla de este combatir con violencia, para que se haga presente el Reino. Luchar contra nosotros mismos para no desanimarnos en nuestro camino, de testimonio cristiano.

Creo que, llegando al fin de año, es bueno recordar esto. Aquello que empezamos con esfuerzo, que empezamos con ganas, lo tenemos que continuar en el tiempo.

Es el Señor el que nos da la perseverancia y es el Señor el que nos fortalece. Porque el más pequeño en el Reino que vino a inaugurar Jesús con su vida, es más grande que Juan el Bautista, que Juan el precursor.

Adviertan y entiendan de una vez por todas, que es la mano del Señor la que hace esto, que es el Señor de Israel quien lo crea, nos dice también Isaías. No somos nosotros quienes lo hacemos, es la mano del Señor quien lo hace.

A nosotros nos toca corresponder con generosidad. Esforcémonos, pongamos lo mejor de nosotros, pero sobre todo, abramos el corazón a la Misericordia de Dios, que viene para que nuestra existencia sea una vida cada vez más llena de la luz, que el Señor quiere darnos. Que el Señor viene a traer a nuestro corazón para consolarlo, para fortalecerlo, para hacerlo fecundo y para transformarlo.

Tal vez alguno de nosotros estemos llamados a misiones sobrehumanas, extraordinarias, pero creo que la mayoría de nosotros, estamos llamados a vivir en fidelidad lo de todos los días. No permitamos, entonces, que nuestra visión pequeña de todos los días, nos impida ver la grandeza que Dios quiere hacer en nosotros.

¿Te acordás de aquellas palabras de la madre Teresa de Calcuta? “El Señor no me ha pedido que sea exitosa, me ha pedido que sea fiel.” Y desde la fidelidad pudo responder con una vida de santidad.

Esto es lo que hoy te invita también y nos invita a nosotros el Señor a ser. No estar soñando en ser el súper héroe, sino tener la mirada en las cosas de todos los días, en lo pequeño para hacerlo de manera extraordinaria. Por eso Juan el Bautista, que es el más grande de los nacidos de mujer, se convierte a partir del nuevo Reino de Dios, en el más pequeño. Cumplió al pie de la letra lo que Dios le pedía.

Vivir en nosotros esta voluntad de Dios, entregando nuestra libertad, entregando nuestra voluntad a Dios que no nos abandona. Si es así descubrimos entonces que verdaderamente, el Reino exige esfuerzo. Ser cristiano, y hacer que la vida cristiana sea una realidad, no es algo que sucede por arte de magia. Sino que exige la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario estar convencidos de que vale la pena ser cristianos.

Cuando descubrimos la dignidad, que hoy nos habla Jesús, la de ser bautizados, si no la descubrimos para estar completamente convencidos de que la vida en el Reino de Dios, la cristiana, es lo mejor que nos pudo pasar, y es la oportunidad que Dios nos regala para ser felices y para alcanzar la plenitud, y para realizarnos, será muy difícil que el Reino se haga realidad en nosotros.

Tenemos que enamorarnos de ser cristianos, tenemos que vivir este sano orgullo de ser cristianos. Tenemos que testimoniar que somos felices de ser cristianos. Y a veces nos cuesta. Porque cuando lo queremos hacer nos damos con una realidad dura. Por eso, dejá que el Señor también te deje esta pregunta en el corazón. ¿Estás convencido de que ser cristiano vale la pena? ¿Estás convencido de que es lo mejor que te pudo haber pasado, en toda tu vida, haberlo descubierto a Jesús?

De esta respuesta depende el esfuerzo que hagas cada día. No sólo en el Adviento, sino toda tu vida, vivida de acuerdo el evangelio.

Creo que en esto podemos imaginarnos, que dentro de un momento estemos caminando por la calle, por tu ciudad, por tu pueblo, y de pronto aparecen dos personas. Una con grabadora en mano, y te hacen la pregunta: ¿vale la pena ser cristiano?

Sí, es el Señor que también te está preguntando para que des una respuesta.

¿Qué es ser cristiano?

Vale la pena, porque es lo mejor que nos pudo haber pasado, hemos descubierto a aquel que da sentido a nuestra vida. Y vale la pena ser cristianos, porque nos da esta dignidad, que a la luz de la dignidad de Juan el Bautista, nos hace superiores. No por famosos, sino por el amor de Dios que se derrama en nosotros.

¿Sos feliz por el bautismo que recibiste un día? ¿Le sabés dar gracias a Dios por los sacramentos? Y lo más importante y tal vez lo más difícil, por lo que le pedimos, en esta mañana al Señor que te ayude, ¿estás dispuesto a testimoniar con tu vida que sos cristiano?

Que se nos note, que en el rostro llevamos la alegría de Jesús. Que se nos note que somos felices, aun en medio de las dificultades.

Padre Gabriel Camusso