17/08/2018 – Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel, los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio.
Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?”. El respondió: “¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. Le replicaron: “Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?”. El les dijo: “Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era así. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio”. Los discípulos le dijeron: “Si esta es la situación del hombre con respecto a su mujer, no conviene casarse”. Y él les respondió: “No todos entienden este lenguaje, sino sólo aquellos a quienes se les ha concedido. En efecto, algunos no se casan, porque nacieron impotentes del seno de su madre; otros, porque fueron castrados por los hombres; y hay otros que decidieron no casarse a causa del Reino de los Cielos. ¡El que pueda entender, que entienda!”.
San Mateo 19,3-12
En su predicación, Jesús enseñó sin rodeos el sentido original e insondable de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mt 19,6). Es más, el auténtico amor conyugal es como un reflejo o una imagen del amor divino (cf. CEC, nº 1639).
La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná (cf. Jn 2,1-11). “Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que, en adelante, el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo” entre sus discípulos, los cristianos (CEC, nº. 1613).
De la alianza entre el hombre y la mujer cristianos nace una institución estable por ordenación divina, a la que llamamos sacramento del Matrimonio: es “el Matrimonio en el Señor”, una alianza de por sí indestructible.