El misterio de Dios en la sencillez

martes, 3 de diciembre de 2019
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Camino de consagración a María (Día 17)

 

03/12/2019 – Martes de la primer semana de Adviento

“En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: «¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!»”.

Lucas 10,21-24

Para esperar la llegada del que viene, que se acerca en medio de dificultades, necesitamos levantar la mirada y abrirnos a las expectativas de lo grande que se nos aproxima y que no terminamos de animarnos a creer. En este tiempo de Adviento queremos abrirnos a la verdadera felicidad, la que nos trae el niño envuelto en pañales.

Nos conectamos con la expresión gozosa de Jesús, su alegre experiencia que se hace alabanza al ver al Padre Dios haciendo presente el misterio entre los pequeños y sencillos: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”.

Queremos sintonizar con esa dimensión interior de gozo y alegría con la que Jesús alaba y bendice al Padre por esta posibilidad de ver que la revelación se manifiesta entre los pequeños. Y esta experiencia nos lleva a reflexionar sobre el inmenso valor de las cosas de todos los días. Para poder entrar en esta dimensión de gozo y alegría que nos saca de la rutina y el aburrimiento, queremos con Jesús detenernos también nosotros en el inmenso valor de las cosas de todos los días.

Una clave para no aburrirse es no quitarle valor a nada, no restarle importancia a las cosas por más insignificantes que nos parezcan, no desperdiciar ninguna tarea ni actividad, todo tiene su valor y peso. Quizás sea necesario quitarle valor a nuestra estructura mental que nos dice que “sólo algunas cosas vale la pena para jugarnos la vida y no todo”.

Hay miles de cosas que valen la pena, ¿cómo reconocerlas y vivirlas cuando no podemos disfrutar nada?. No se logra haciendo fuerza, tampoco se logra imponiéndose una obligación. La posibilidad de gozar, sintonizando con la experiencia de Jesús, se logra cuando uno aprende a relajarse. Es dedicar tiempo y atención cariñosa a eso que la vida nos ofrece para adelante y saber disfrutar interiormente estar en el momento que nos toca estar en ese momento.

Si uno está tenso, inquieto, preocupado, el cuerpo mismo se llena de resistencia y entonces el nerviosismo nos crispa la musculación, la mirada, el gesto y ponemos la cabeza en otro lugar lo que nos imposibilita darle importancia a quien tenemos al frente. Necesitamos de esta capacidad de poder estar donde estamos gozosos y alegres. Es una fuerza interior que necesitamos aprender a desarrollar, y eso es relajarse, no desentenderse ni huir. Relajarse es saber estar bien en el momento en que estamos en lo más fragoroso de nuestra tarea o servicio.

 

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