27/09/2021 – A veces tenemos una extraña dificultad interior para pensar en el Padre Dios o para hablar con él; como si una oscura pared se interpusiera entre los dos y como si necesitáramos escapar de él. A algunas personas les resulta sumamente simple y agradable pensar en Jesús y dialogar con él, pero cuando se trata del Padre Dios descubren que hay una especie de rechazo, de temor o de indiferencia. Esto suele suceder cuando hemos tenido alguna mala experiencia con la paternidad; cuando nuestro padre de la tierra no fue como lo necesitaba nuestro corazón, por distintos motivos: porque era muy agresivo o autoritario, porque era muy distante, porque trataba mal a mamá, o porque era muy absorbente y controlador, o quizás era celoso y posesivo, o porque no estaba nunca o jamás tenía un gesto de cariño. No existe el padre ideal para cada uno, simplemente porque los padres son creaturas limitadas. Entonces, cuando nos dicen que Dios es como un padre, inmediatamente en nuestro inconsciente le aplicamos todo lo negativo que tuvo nuestro padre de la tierra, y por eso pensar en él nos resulta desagradable, o escapamos de su presencia, o nos cuesta mirarlo de frente, o preferimos ignorarlo.
Si descubrimos que tenemos una dificultad con la paternidad, no nos conviene ocultar el problema y dejarlo pasar, porque es como una espina en nuestro interior que no nos dejará ser del todo libres y felices. Además, empobrecerá nuestra espiritualidad, porque no nos permitirá una relación rica y serena con el Padre Dios y viviremos escapando de él. La necesidad de tener un padre es como una raíz del corazón, y renunciar a ser hijo es como si una planta tuviera su raíz enferma; por fuera parece todo normal, pero en algún momento también las hojas y los frutos se debilitarán a causa de la raíz enferma. El camino para curar esta herida del corazón es doble: tratar de sanar la relación con el padre de la tierra perdonándolo; pero también mejorar y corregir la imagen que tenemos del Padre Dios.
Reconciliarme con mi padre en el corazón. Aunque nuestro padre haya muerto, y con más razón si está vivo, de cualquier manera tenemos que reconciliarnos con él. Pero siempre tenemos que hacerlo en oración, invocando la luz, la fuerza, el amor del Señor. En la presencia del Señor recordamos a nuestro papá de esta tierra y tomamos conciencia de lo que no le hemos perdonado, de lo que sentimos en nuestra piel si nos imaginamos que él se acerca y nos abraza. Y tratamos de permitir que Jesús nos abrace a los dos y serene lo que perturba el corazón. Pero puede suceder que esa perturbación sea muy fuerte, porque nuestro padre nos golpeó, nos ignoró, nos rechazó, no nos valoró, no supo expresarnos afecto, etc. Entonces nos resulta muy duro romper la muralla que hay entre los dos. ¿Qué hacer? No podemos negar lo que estuvo mal. Pero sí tendremos que comenzar a pedir la gracia y el deseo de comprenderlo y de perdonarlo, y al mismo tiempo intentar buscarle alguna excusa para comprender por qué era así.
Quizás los golpes de la vida, su educación, sus faltas de afecto lo llevaron a ser así. De este modo, pidiendo la gracia del Señor e intentando mirarlo con comprensión, el paso del tiempo nos hará ver el milagro del perdón y la reconciliación. No es necesario que se despierte cariño, porque a veces eso no es posible, pero sí que estemos en paz con ese ser humano en nuestro interior.
Quizás llegará un momento en que lo recordaremos, imaginaremos que nos dejamos abrazar por él, le diremos imaginativamente: “Papá, con el amor de Jesús yo te perdono, te comprendo y te perdono para siempre. Y te doy gracias porque me diste la vida, porque llevo tu sangre en mis venas. No apruebo lo que estuvo mal, pero te perdono”. Puede suceder que en estas sentidas palabras se descargue un viejo dolor y lloremos lágrimas de amor, lagrimas que sanen y liberen. Así se curarán las dificultades con la paternidad, encontraremos el padre que habíamos perdido y podremos iniciar un camino de encuentro con el Padre Dios.
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