El Padrenuestro

lunes, 7 de marzo de 2011
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Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando termino, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseño a sus discípulos”. El les dijo entonces: “cuando oren, digan:

Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;

danos cada día nuestro pan cotidiano;

perdona nuestros pecados,

porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden;

y no nos dejes caer en la tentación.”

 

La oración cristiana como experiencia pascual

 

Dice San Agustín en el sermón 80: Creen hermanos que Dios no sabe lo que es necesario, de que conoce nuestros desamparos, conoce anticipadamente nuestros deseos, por eso cuando el Señor enseñó el Padrenuestro, dice San Agustín, recomendó a sus discípulos a ser sobrios en la palabra. Cuando recen no usen muchas palabras como los paganos, su Padre sabe lo que les hace falta antes de que se lo pidan, si nuestro Padre sabe lo que nos hace falta, para que decírselo, porque decírselo. Señor si tu lo sabes todo ¿es necesario orar? Es la pregunta que brota del encuentro con esta perspectiva de la presencia omnisciente de Dios, de ciencia permanente, de conocimiento constante de Dios, de nuestro corazón, de nuestro pasado, de nuestro presente, de nuestro futuro, de lo mas hondo de la entrañas de nuestra vida. El Señor quiere que para hallar te pongas a buscar, dice San Agustín, y para entrar no dejes de llamar, para que pedir, para que buscar, para que llamar, para que cansarnos orando, buscando, llamando como para hacer saber al que ya lo sabe todo, se vuelve a preguntar San Agustín. Incluso leemos en otra parte, es preciso orar sin cesar, sin cansarse, “bien”  Dice Agustín, para aclarar este misterio, pedí, busca y llama, si el Señor cubre de velos este misterio, es que quiere que te ejercites en buscar, en encontrar, vos mismo, la explicación a lo que buscas. El camino de la oración es un ejercicio sin duda, en donde de a poco vamos penetrando en el misterio laboriosamente, la oración es un lugar claramente humano, es decir, de gozo, de alegrías, de búsquedas, de anhelos, de espera, de luchas. Le preguntaba a un discípulo, a un moje del desierto: ¿Qué es la oración? A lo que el sabio monje respondió: “es un lugar de combate”, sin embargo nosotros también tenemos la experiencia de momentos de profundas y largas consolaciones de la oración, donde no nos resulta difícil, es mas nos resulta gozoso, grato, consolador, nos parece como decimos a veces que el cielo se acerco a nosotros y podemos tocar la presencia de Dios vivo, en dialogo, en miradas, en silencios. Podemos pasar horas junto a la palabra o frente al Santísimo sin distraernos, sin experimentar cansancio, en otro momento la oración es un ejercicio penoso, ardo, donde el silencio nos parece solo habitado por el mismo, está ausente la palabra, se experimenta dolorosamente la sed en medio del desierto, donde lo que resta por delante es un largo camino sin poder sostenernos mÁs, que de la esperanza en algún momento será el oasis de la presencia de Dios que todo lo habita, a quien nada se le escapa. La oración, un camino que Jesús enseña básicamente a partir de su testimonio y nos alienta a vivir en común unos con otros, en ese espíritu orante, nada mas eficaz que la oración que brota del corazón de dos, que se ponen de acuerdo para clamar al cielo por algo de lo que se necesita. Jesús en la montaña, como lugar de oración, experimento Getsemani en la dolorosa espera del tiempo que se acercaba para su condenación, pasión y muerte y el Tabor, donde junto a los discípulos Pedro, Santiago y Juan experimentan anticipadamente la gloria de la resurrección. En el camino de la oración nosotros tenemos una historia, hay una biografía orante en cada uno de nosotros y es bueno tomar nota de ello para descubrir estos rasgos distintos que de gozo, de dolor, de combate, de lucha, de búsqueda, de llamar, de experimentar consuelo, que se da en la oración como experiencia pascual, para que registrándolo nos animemos a transitarla serena, confiada y fielmente, sabiendo que a la larga quien busca, encuentra, a quien llama, se le abre y a quien pide, no deja Dios de asistirlo, con su amor y con su providencia.

 

Jesús, maestro de oración

 

 Cuando Jesús reza, nos enseña a nosotros el camino de la oración. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2607, “El camino teologal de nuestra oración es su oración, la oración de Jesús al Padre, a su Padre”. El evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús orante. Jesús aparece en la palabra de Dios, en los textos evangélicos como un pedagogo. Nos toma donde estamos y progresivamente nos conduce al Padre. Jesús en este sentido es un Maestro en el acompañamiento del camino de la oración. De hecho el pedido de los discípulos, “Señor, enséñanos a orar”, nace del observar a un Jesús profundamente rezador. Él hizo un camino de aprendizaje en la oración junto a María y a José, sus Padres. Sin duda la Familia de Nazaret  fue la escuela donde Jesús aprendió a orar, yendo al templo, cumpliendo con la ley de Moisés, leyendo y contemplando la palabra, haciéndola vida en su carne y en la Familia de Nazaret a Él, la palabra que se había hecho carne, el Maestro Jesús fue discípulo que aprendió en las palabras y en el ritmo de la oración de su pueblo, en la sinagoga de Nazaret. Este camino de aprendizaje de oración familiar y popular en la sinagoga, en el templo, tiene sin embargo en la vida de Jesús una fuente secreta, distinta, como lo dice cuando tiene doce años, en el evangelio de Lucas 2, 49 nos testimonia: “Yo me dedico a las cosas de mi Padre”. Esta experiencia de vínculo de amor con el Padre es la que abre para los que van a ser toda una novedad en el estilo de oración de Jesús. La novedad en el estilo orante de Jesús es la filiación. Cuando ustedes recen digan: “Padre”. San Pablo, va a entender la oración al Padre como un gemido interior del Espíritu que clama a Dios desde un nombre nuevo, Abba, Papá. El camino de la oración de Jesús, Maestro, es un camino aprendido que tiene como fuente y lugar primero y de aprendizaje, el modo y el estilo de relación con el Padre y que en el contexto de su pueblo, de su familia se encarna, encuentra sus anclajes para poder transformar el espíritu orante en todo el nuevo pueblo de Dios, tomando la experiencia rica del antiguo pueblo de Dios.

Es su testimonio en realidad el que contagia, y en este sentido la gran pedagogía de Jesús, es testimonial. Hay una imagen de Jesús orante que a mí particularmente me pone en contacto con este rasgo testimonial de la oración en Jesús, es un cuadro que lo tenemos reflejado en la pantalla de Jericó, dónde Jesús aparece, es la imagen de Jesús orante en Jericó, donde Jesús aparece con las manos entrelazadas, los ojos cerrados, un gesto verdaderamente concentrado y una presencia de luminosidad que indica este contacto, de profunda comunión, de encuentro y de relación clara de lo más hondo de su corazón en el trato con el Padre. Es contemplándolo a Él y escuchándolo a Jesús donde nosotros aprendemos el camino de la oración filial, el camino de la oración a Dios como Padre. Aprendemos a decir Padre en el Hijo Jesús, en quién nosotros somos hijos también. El camino teologal de nuestra oración, es su oración, la oración de Jesús a su Padre.

Cómo es tu camino de oración. Cómo es tu experiencia de encuentro con Dios. Cuál ha sido tu biografía orante. Cómo es que has pasado por oscuras quebradas y por lugares de mucha luminosidad. Cómo tu oración ha sido tentada, atacada. Cómo has reencontrado el camino de oración. Qué estás buscando en la oración en este tiempo. Si ha despertado en vos el deseo de orar.

 

La oración de Jesús, una experiencia existencial abarca toda la vida. 

 

La oración como una experiencia totalizante. Así lo expresa la Carta a los Hebreos, en el capítulo 5,7-9 hablando de Jesús dice: “El cual habiendo ofrecido en los días de su vida mortal, ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente y aún siendo hijo con lo que padeció, experimentó la obediencia, llegando a la perfección se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. El camino de la oración en Jesús es un camino de obediencia en la fe, un camino de entrega, de obediencia, de fe y de entrega hasta expresar con la propia vida en clamor y en lágrimas lo que está escondido en el corazón del mismo Cristo, la humanidad toda, que sufre y padece la ausencia de Dios por la ruptura de iniquidad que ha introducido el pecado en el corazón del hombre.

 Entrar en comunión con todo el dolor de los desposeídos por los cuales Dios hace opción, tomando el testimonio del libro del Génesis de la sangre de Abel, “He sentido el clamor de la sangre de tu hermano” le dice a Caín.

Es así como orando, sin duda tenemos que abrazar la humanidad. La oración es un lugar de encuentro con la humanidad en toda su expresión. Por eso algunos dicen, qué bueno es orar con el diario, con las noticias, qué saludable es encontrarnos orando con el acontecer de lo humano en toda su expresión de clamor al cielo por redención, por presencia de Dios que desciende hasta los infiernos de nuestra humanidad para que instalado allí, con clamor y lágrimas pedirle a Dios, el Padre, la liberación de la muerte que experimenta el hombre en su totalidad.

La oración de Jesús es una oración existencial. La oración en Jesús, de los que oramos en Cristo y con Cristo, es una oración que abarca a lo humano en su totalidad. Y a partir de allí, contemplándolo a Jesús orante con la vida, aprender a orar desde la vida y con el corazón. No sólo son palabras, no está en las muchas palabras dice Jesús la oración, sino en un corazón que se anima a poner la vida en la oración y hacer de la vida una experiencia orante. La oración en la enseñanza de Jesús va de la mano de la conversión del rostro humano al verdadero Dios, el Padre. “Cuando ustedes oren digan, Padre”. Y Padre nuestro, hermanos, entre nosotros. Por eso cuando se ora se extienden las manos de algún modo para encontrarnos con todos los hermanos, con los que compartimos el camino de la vida. La oración toca la vida y la vida es vida de vínculo, vida de relación, vida de intimidad con la conciencia del si mismo, en donde los demás ocupan un lugar, nos guste o no, son alguien, lo reconozcamos o no. Por eso la verdadera oración en Jesús supone la reconciliación con el hermano. “Antes de presentar la ofrenda en el altar, el amor a los enemigos y la oración por los que nos persiguen”. El orar desde el corazón y en lo secreto, el no gastar muchas palabras, el perdonar desde el fondo del corazón al orar, la pureza del corazón y la búsqueda del reino es el compromiso de amor particularmente por los más frágiles, los más débiles. La verdadera conversión es la que va de la mano de un camino de profundo encuentro con Dios en Cristo que abraza la humanidad toda.

La verdadera oración de un camino de conversión brota de un encuentro profundo con la humanidad de Jesús.

Santa Teresa de Jesús tenía una expresión sumamente rica respecto de la relación entre vida y oración. “Vida regalada y camino de oración no van de la mano”. La vida ordenada, la vida puesta en su lugar, la vida de vínculos sanos, la vida de relaciones fraternas saludable desde lo profundo de nuestro corazón y reconciliados con todos, es la vida verdaderamente cristiana. La vida fraterna profunda, es la verdaderamente  vida en Cristo y es vida de oración, cuando presentes tu ofrenda, primero encuéntrate con tu hermano, cuando vayas al encuentro con Dios vayamos sabiendo que no vamos solos, vamos con todos los que compartimos la vida, la humanidad toda se entremezcla en nuestro espíritu orante.

 

La oración que enseña Jesús, es la oración en fe

 

La oración en fe nace de un corazón que se convierte. La fe es una adhesión filial al Padre, más allá de lo que nosotros sentimos, más allá de lo que nosotros somos capaces de comprender. La oración es posible en Jesús, el hijo amado que nos abre al encuentro con el Padre. En Él es posible la oración porque Él nos enseña el modo de orar, Él puede pedirnos que busquemos y que llamemos porque Él es la puerta y Él es el camino. La oración de Jesús invita a ser audaces, a animarnos, del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña este mismo camino de confianza filial, todo lo que pidan en la oración crean que ya la han recibido. Esta es la fuerza de la oración. Todo es posible para quien cree. Con una fe que no duda oramos, con una fe que sabe que lo pide lo recibe. Así como Jesús se entristece por la falta de fe de los de Nazaret y la poca fe de sus discípulos, así admira también la gran fe del Centurión y de la Cananea por ejemplo. Del Centurión dice Jesús:”Jamás he encontrado fe como ha visto en este hombre”. Y de la mujer Cananea que le dice: “Los cachorros comen de la migaja que caen de la mesa de su señores”, Jesús le responde que la salud de su hija, por quien ella clamaba y porque era cananea en principio, no le correspondía pedir, es hoy una realidad a partir de la fe que tiene su madre. Orar, pero no sólo orar, orar con fe, orar lanzados audazmente a las manos del Padre, como hace un niño que no tiene problema de subirse a la mesa y decirle al papá, me tiro papá y sabe que el padre lo va ha recibir. Tírate a los brazos de Padre y saber que ya te recibió, que te abraza con su amor y que en su amor y en su ternura, en su infinita misericordia, en su capacidad sanante, en su fuerza de esperanza están las respuestas a las preguntas que brotan de lo más profundo de tu corazón, decirle Padre en vos confío, en tus brazos me lanzo.

Si haz hecho la experiencia de subirte a un trampolín en la pileta y decís me tiro o no me tiro, hasta que te tiras, por lo menos parado, no digo que te tires de cabeza, hay un poco de vértigo pero se va cuando uno llega al encuentro y al encuentro con el agua. Así también es la experiencia orante confiada en los brazos del Padre. da un poco de vértigo, el hecho de no tener ya en la propia mano la respuesta a lo que hasta aquí vos en seguridad manejabas, entendías, sabías, comprendías. Lánzate serenamente, confiadamente, diariamente, todos los días un acto de arrojo, de confianza, de entrega en las manos de Dios el Padre que te da la bienvenida. Así Dios nos quiere, lanzados audazmente. En Abrahán tenemos el modelo de oración en fe, cuando Dios lo llama, Abrahán parte, como se lo ha dicho el Señor. Todo su corazón se somete a la palabra de Dios, porque Dios se lo dice sencillamente y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial para el camino de la oración. Por eso tiene ese tono oscuro el hecho de orar, oscuro a la razón, no es el fruto final de un acto de razocinio reflexivo en la oración, sino es en comienzo de un acto de confianza en las manos de Dios a quien a veces ni vemos, ni sentimos, ni nos parece que nos entiende, ni nos reciba, desde esos lugares más no creyentes te diría, anímate hoy a aprender a decir con ese susurro suave que brota de tu corazón, en vos confío Señor. Aunque no termines de sentir que así sea de verdad, pero empieza por allí, porque hay una parte de tu vida que te está pidiendo que desde lo más hondo de tu corazón puedas hacer un acto renovado de confianza en el más grande que todo lo puede, que todo lo sabe, todo lo entiende, a quien nada se le escapa y para quien eres importante y vales y mucho. En vos confío Señor. Decirlo una vez, otra vez más y otra, hasta que la familiaridad con este costado sereno, de susurro suave, de lo más hondo de tu corazón, donde el Espíritu gime, vaya ganando otros espacios de tu interioridad que vaya como entendiendo que en este acto primordial de encuentro con el que le da razón de ser a tu existir está la posibilidad de darle consistencia en vida. En vos creo Señor y en vos confío, en tus manos mi vida.

 

Orar en el nombre de Jesús

 

Cuando oramos en el nombre de Jesús, el padre atiende nuestra súplica, porque en realidad atiende al hijo. En todo caso la nuestra es atendida en la medida que Cristo nos asiste con la gracia de poder estar en comunión con Él y nosotros buscando y anhelando estar en comunión con Cristo. En cuanto estamos en unión plena con Él, el Padre recibe nuestras súplicas. Pedir en el nombre de Jesús es pedir estando en comunión con su voluntad, haciéndonos uno con su querer. En este sentido la oración y el espíritu de obediencia van de la mano. En Juan 14,3 la palabra nos dice: “Y todo lo que pidan en mi nombre, yo lo haré para que el Padre sea santificado en el hijo”. Este Yo lo haré por parte de Jesús, tiene como condición que nosotros permanezcamos en Cristo. Lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es nada más ni nada menos otro paráclito, para que este permanezca con nosotros para siempre, es el Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad. Esta novedad de la oración en Jesús, y de su condición aparece en todo el discurso de despedida de Jesús, particularmente en el evangelio de San Juan. En el Espíritu Santo nuestra oración es comunión de amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también, en él. Hasta ahora nada han recibido en mi nombre, dice Jesús, pidan y recibirán para que su gozo sea perfecto. Y en la perspectiva de Jesús ese pedir no tiene otro horizonte que el Espíritu. Orar y orar con la confianza cierta que el Señor escucha nuestras súplicas. Orar anhelando permanecer en comunión de amor con Dios, el Padre, por la presencia de amor cercano y en comunión con Jesús. Orar desde los gemidos del Espíritu Santo, que mueve nuestro corazón para que desde ese lugar de transformación nuestra oración sea con poder en fe, sabiendo que Dios hace posible lo imposible.

 

 

                                                                                    Padre Javier Soteras