El placer

jueves, 15 de septiembre de 2011
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            Si decimos “la vida es bella” ¿qué es lo primero que imaginamos? Cuando pensamos en la belleza de la vida instintivamente lo asociamos a algún tipo de placer, que en general tiene que ver con lo cotidiano, lo accesible: descansar, reunirse con amigos, etc.

            Si nos preguntamos ¿tenemos tiempo (espacio interior) para disfrutar de los placeres de la vida? A veces entramos en situaciones de mucho stress, y nos recetan pastillas, y en realidad lo primero que tendríamos que cuestionarnos es nuestra vinculación con el placer. Así como un refrán dice “Dime con quién andas y te diré quién eres”, en los tiempos que corren podríamos usar esta máxima: “dime de qué disfrutas y te diré quién eres”. ¿disfrutas de tu trabajo, de la competitividad, de una rica comida, de un encuentro íntimo, de un buen diálogo, de admirar a alguien…? Y también te diría “dime de qué NO disfrutas, y te diré de qué manera estás tomando los mandatos y las prohibiciones, que pueden ser claramente reconocidos, en torno al placer, por ejemplo, los pecados capitales.

            Los pecados capitales tienen todos relación con algún placer: la gula con el comer, la envidia con la posesión de algún bien, la pereza con el ocio, la lujuria con el encuentro sexual, la ira con la autoafirmación, la avaricia con la previsión y la plenificación, la soberbia con la autoestima. Todos ellos tienen, algunas veces más fuerte otras más débil, relación con algún placer. Y dice Santo Tomás que los vicios capitales tienen que ver o con el defecto de alguna virtud o con el exceso de algo. O con carencia o con exceso. Entonces, la gula es un exceso en el placer de comer, la lujuria es un exceso en el placer del encuentro sexual, la envidia es un exceso de la admiración, la ira es un exceso de autoafirmación, etc etc. Y por carencia, puede haber una soberbia que en realidad es una carencia de una legítima autoestima.

            En concreto: nos enseñaron que el pecado es una falta grave (o un exceso). Supongamos que tomamos esta medida de la falta: el pecado es una falta. ¿qué es lo que falta en los pecados capitales? Porque en los pecados capitales rige el ‘más’: más comer, más enojo, etc etc. Entonces ¿qué es lo que falta en estos pecados, donde lo que rige es la compulsión, lo insaciable, casi diríamos lo adictivo. Siempre se quiere más, nunca es suficiente, siempre falta algo.

            Desde esta mirada que hoy te propongo, justamente lo que falta es el placer. Porque el placer proporciona una sensación de saciedad, de satisfacción, homeostasis, armonía. Por eso queremos más y más: porque ansiosamente no creemos en la fuerza, el beneficio y la salud que nos proporcionan los placeres de la vida.

 

RAZONES PARA VIVIR Jesús adrián Romero

 

Me has dado tanto que no sé cómo expresar mi gratitud

por lo que has hecho tu por mi

 

Me diste amor, me diste paz, tomaste de tu plenitud

para llenarme de tu luz

 

Mi corazón se ha acostumbrado a así vivir

rodeado de tu bendición en mi existir

 

Tengo razones pa’ vivir, tengo canciones pa’ escribir

tengo una voz y un corazón

 

tengo un camino pa’ seguir, tengo un amor pa’ compartir

tengo una voz y un corazón

 

Me has inundado de tu amor, de tu ternura y comprensión

de tu cuidado y tu calor

 

Cada mañana puedo ver cuando respiro y miro el sol

que permaneces siempre fiel

 

 

Vamos a hablar ahora del placer de la comida. Para introducirnos en la creatividad y el disfrute de la vida, en este caso, en relación con la comida, un filósofo decía “los animales se alimentan, el hombre come. Sólo el hombre sabe comer”. No me imagino a los animales eligiendo y saboreando el pastito que van a comer (tal vez ignoro sus estrategias de goce). Tanto animales como hombres a veces nos alimentamos vorazmente. Sin embargo, la evolución ha querido darnos este goce ‘plus’ que es el placer de comer. Pero este placer se escurre, se desvanece, se esfuma cuando de pronto nos relacionamos con la comida de una manera ansiosa, desde LA GULA. Quien se relaciona con la comida desde el vicio de la gula, no goza, no disfruta. Nada alcanza para rellenar ese pozo ciego de angustia que es el verdadero protagonista de la voracidad. En realidad el que se relaciona con la comida de esa manera, tapa lo que él cree que no puede resolver o transformar o disfrutar. Tapa en realidad su ausencia de goce, de placer.

            Hay relatos de este placer desaforado de engullir uno tras otro los manjares selectos violentando los estómagos y haciendo que los comensales vomitaran para volver a comer nuevamente en tiempos del Imperio Romano. La dinámica de estos festines era la propia de este vicio de la gula.

            El que disfruta de la comida transita el comer con deleite: se detiene satisfecho cuando el cuerpo está gratificado. La satisfacción suele perdurar bastante tiempo después, ya que queda la sensación de saciedad no solo en el estómago sino también en el alma. El estímulo para el que disfruta del placer de la comida no es solamente el ingerir comida, también lo es la frescura de una fruta, su cualidad jugosa, la sutil diferencia del color, aroma y sabor. Hasta para la gente que está haciendo dieta por cuestiones de salud, la persona muy necesitada de comer algo, un simple sorbito de té dulce resulta delicioso: un manjar. Ahí está claro como hace falta a veces una gran carencia para volver a recuperar el goce de la comida.

            El goce de la comida tiene que ver también con la preparación. Es propiedad del hombre dilatar, ensanchar el placer, de manera tal que vamos disfrutando de lo que vamos a comer mientras vamos sintiendo el olorcito en la cocina. Y de alguna manera elevamos ese placer a una condición de agasajo, de ritual, de celebración de la vida, compartiendo la mesa con amigos, en familia, …o solo: disfrutando de nuestra propia compañía, en el acto de comer hacemos un ritual, una celebración, un acto religioso. Jesús ha entendido muy bien esto, puesto que no solo se ha despedido de la humanidad en una buena comida, no solo ha querido quedarse en el pan, sino que también ha privilegiado la mesa como uno de los momentos más importantes donde transmitir su Buena Nueva, y ha comparado el Reino de los cielos a un banquete. Si no sabemos disfrutar del goce de comer, si no logramos transformar este acto casi instintivo y mecánico, probablemente tampoco terminemos de entender muy bien de qué se trata el gozo del Reino de los Cielos.

TOCANDO AL FRENTE Los Puesteros
Ando despacito porque ya tuve prisa, y llevo esta sonrisa porque ya lloré de más
Hoy me siento más fuerte, más feliz, quién sabe
y llevo la certeza de que muy poco sé, o nada sé
            
Conocer las mañas y las mañanas, un sabor de mazas y de manzana.         
Se precisa amor para poder latir, se precisa paz para sonreír,
se precisa lluvia, para vivir
 
Pienso que sentir la vida sea simplemente emprender la marcha de ir tocando al frente
Como un viejo arriero va llevando la manada desandando días
por largos caminos voy, caminos soy
 
Todo el mundo ama un día, todo el mundo llora,
un día gente llega y otros te abandonan
Cada uno busca componer su historia
y cada ser en sí cargará el don de ser capaz, y ser feliz
 

            Hemos sido hechos, creados, pensados para vivir reconciliados con la vida. LA ENVIDIA es como una lanza llena de dardos que se incrusta en el envidioso antes de incrustarse en el corazón o en la vida del envidiado. Tiene ese efecto de amargarnos la existencia. Por ejemplo, cuando decimos ‘¡qué profesional exitoso!’. El veneno de la envidia es tan fuerte que se le atribuye –supersticiosamente-el ‘mal de ojo’: quien te ha mirado mal, te ha ojeado. Con su mirada te ha enfermado (tiene su lógica ¿no?). También dicen las curanderas que la sangre se espesa, las tripas se anudan y que una furia sorda quiere destruir todo a su paso, pero se sabe impotente. Eso es lo que la sabiduría popular le atribuye a la envidia, y entonces, como no puede explotar, como no puede actuar porque no puede desnudar esto que le está pasando, vuelve de donde salió envenenando sus propias extrañas. ¡qué tormento! ¿cómo se puede encontrar placer en este pandemónium de emociones que tienen que ver con la envidia, que corroen y que carcomen? O en todo caso ¿qué placer se ha negado para desvirtuarse y caer en este pozo de tormentos que es la envidia?: la autoestima, la autovaloración. Simplemente recordamos los defectos. La envidia tiene la capacidad enorme de distorsionar la mirada, de producir miopía a veces aguda. Nos ponemos ciegos. La ira y la envida son parientes: enceguecen.

            Cuando envidiamos solo vemos la cara externa de las cosas, lo que se muestra, la apariencia, vemos solo lo que creemos que nos falta, proyectado en el otro. Me niego a ver el otro lado de la apariencia

 La envidia tiene dos pasos. El primero: idealizar aquello envidiado. Si la envidia es por el éxito en la profesión voy a desconocer, o no escuchar o no prestar atención a que yo en mi lugar jamás hubiera estado dispuesta a sacrificar todo lo que esa persona ha sacrificado para lograr lo que logró, ni hubiera estado dispuesta a hacer los esfuerzos. Si la envidia es de los bienes materiales de otro, probablemente quiera desconocer la cantidad de problemas que le traen estos bienes, la cantidad de seguridad que tiene que poner para que no se los saquen, el peso de cargar con ellos, y cómo esos bienes terminan a veces ahogando la vida.

El segundo: la comparación con mi realidad y también con una mirada extremadamente miope: me niego a ver mi costado brillante.

Sumada la cara brillante de la luna del otro a la cara oscura de mi luna forman una ‘bomba atómica’. Cuando comenzamos a ponernos el ‘suero antiofídico’ que es el discernimiento, el análisis de esa intempestuosa rabia del bien ajeno, comenzamos quizá a darnos cuenta de que detrás de lo que el otro tiene hay una larga búsqueda que yo no estoy dispuesto a emprender, que detrás de lo que el otro tiene hay quizá compensaciones que a mí no me gustaría tener. En definitiva, que la vida es bastante equilibrada, y que sobre la distribución de bienes de ese tipo y de bienes espirituales suele ser muy difícil encontrar a quienes carguen puros males y a quienes carguen puros bienes. Es un acto de confianza también en la misma justicia de la vida. Entonces, cuando yo me pongo a preguntar todo lo que de frustración, sacrificio, esfuerzo podría conllevar vivir en la piel del otro, y digo ‘ni loca pagaría ese precio’ se me acaba la envidia, y en cambio –y aquí va la propuesta-: si yo estaría dispuesta a pagar el precio del esfuerzo y el sacrificio para alcanzar ese bien que tanto admiro, entonces, se abre el camino de la interconexión entre mi vida y una meta, y esa que es odiada o envidiada, comienza a convertirse en una guía y en un modelo para seguir. Y aquí aparece el enorme placer de la admiración. ¿Has admirado alguna vez a alguien? ¿has descubierto cómo se ensancha el alma cuando te encuentras con alguien a quien admiras? ¿te has dado cuenta de que la admiración es una enorme escuela de vida, que encontrar a alguien a quien admirar es un don, un regalo de la vida? ¿reconoces que en esa persona tienes un modelo, una guía, alguien que te recuerda lo que vos podés hacer también?: ella pudo, yo también puedo. Aquel a quien admiramos ilumina el lado oscuro de nuestra vida, nos anima a seguir con el camino. La admiración es un placer muy grande. El que admira a un poeta no tiene placer mayor que leerlo. El que admira a un músico no tiene más placer que escucharlo. Admiras a un personaje ¿tienes más placer que estar a su lado? Es casi…como vivir enamorado.

SOY PAN, SOY PAZ, SOY MÁS  Piero José
Yo so-o-oy, yo so-o-oy, yo so-o-oy
soy agua, playa, cielo, casa, planta, soy mar, Atlántico, viento y América,
soy un montón de cosas santas mezcladas con cosas humanas
como te explico . . . cosas mundanas.
 
Fui niño, cuna , teta, techo, manta, más miedo, cuco, grito, llanto, raza,
después mezclaron las palabras o se escapaban las miradas
algo pasó . . . no entendí nada.
 
Vamos, decime, contame todo lo que a vos te está pasando ahora,
porque sino cuando está el alma sola llora
hay que sacarlo todo afuera, como la primavera, nadie quiere que adentro algo se muera
hablar mirándose a los ojos, sacar lo que se puede afuera
para que adentro nazcan cosas nuevas.
 
Soy, pan, soy paz, sos más, soy el que está por acá
no quiero más de lo que me puedas dar, hoy se te da, hoy se te quita,
igual que con la margarita . . . igual al mar, igual la vida, la vida, la vida, la vida . . .
 
 

 

 

En pocos vicios se hace tan clara la carencia de un placer como en LA PEREZA. Muchos confunden la pereza, la vagancia, como un exceso de ocio. Y en realidad es más una carencia que un exceso. Cuando decimos ‘no tengo ganas’, ‘es mucho esfuerzo’, y postergamos una y otra vez las cosas para mañana, lo que está debajo de esa pereza muchas veces es el miedo, la ansiedad o la insoportable sensación de que no estamos a la altura de un ideal, es decir, la insoportable sensación de que la exigencia es tan grande que no vamos a poder cumplirla.

El camino que va de la exigencia a la postergación es tremendamente cortito. Y muchas veces la pereza no es más que sucumbir ante una exigencia que se sabe inconscientemente inalcanzable porque tiene un carácter absoluto. Es como si un tirano interno nos dijera “lo quiero todo, perfecto y ya”, y frente a esa tiranía, abdicamos, porque no sabemos si lo vamos a poder tener ‘todo’, mucho menos ‘perfecto’, y muchísimo menos ‘ya’. Entonces anhelamos un pase de magia a través del cual desaparezca el esfuerzo, el trabajo, el proceso y el tiempo que nos resultan terriblemente insoportables porque la presión del “enano fachista” que está dentro hacen imposible soportar sus gritos, mas el trabajo, el esfuerzo y el tiempo. Y estos elementos que conviven dentro nuestro como verdaderos enemigos, que son también fuente de peligro potencial, se transforman muchas veces en una actitud perezosa. Y entonces de afuera nos ven –o vemos a los demás- como verdaderos “vagos”, que no hacen nada, cuando en realidad, si pudiéramos auscultar lo profundo de sus corazones, los encontraríamos en una verdadera guerra.

En la fábula de “la zorra y las uvas”, la zorra quería alcanzar las uvas y no podía porque estaban muy altas, entonces, con inteligencia, se dio cuenta de que podía pedir una escalera. Pero…tenía que pedirla prestada a otro ‘grrrrr: NO, no es YA’. Puedo extender el brazo para tomar lo que pueda. ‘grrr: NO, las quiero TODAS’, es mucho trabajo, es mucho esfuerzo, es mucho tiempo. Entonces ¿qué se dice la zorra? ‘Bah! ¡las uvas están verdes!’: se miente. Ella cree que su autoestima queda a salvo por mentirse de esa manera. Grave error. La autoestima verdadera se nutre de realidades, de logros concretos, del despliegue de lo que somos, no de fantasías ni de mentiras. Se nutre de la obtención de frutos, no de ilusiones.

La pereza es muchas veces tirarse en el colchón de las ilusiones y fantasías, donde nos sumergimos en el mundo donde podemos alcanzar los objetivos que en la vida concreta nunca nos vamos a poner a trabajar por alcanzar. Entonces, ¿por qué y de qué manera la pereza se relaciona con el placer del ocio creador? ¿por qué decimos que en el fondo la pereza es la ausencia de ese placer, un no animarse a vivir ese placer? El punto blanco, luminoso, del placer del ocio creador, dentro del espacio negro de este mundo de exigencias y tiranías, de apresuramientos, de este mundo de ambiciones donde lo que rige es ‘lo quiero todo, perfecto y ya’, el ocio creador es un punto luminoso que puede ir dilatándose hasta borrar la negatividad de este verdadero enano facista que tenemos dentro, hasta borrar la exigencia y la tiranía que aparentemente nos hace perezosos, pero que en realidad, en el fondo, nos está haciendo derrotados.

 
Vamos a andar, en verso y vida tintos, levantando el recinto del pan y la verdad.
Vamos a andar matando al egoísmo, para que por lo mismo reviva la amistad.
Vamos a andar hundiendo al poderoso, alzando al perezoso, sumando a los demás.
Vamos a andar con todas las banderas trenzadas, de manera que no haya soledad.
Vamos a andar para llegar a la vida. Silvio Rodriguez
 
Existe una especie aún más elevada que el hombre productivo. Yo propicio la idea, más que de una ‘revolución productiva’, de una ‘revolución cultural’ por ejemplo.

Si hay alguien a quien le cuesta disfrutar del ocio creador, que es también un remedio para la pereza, es al ‘trabajólico’. Nadie podría decir que es un perezoso. Sin embargo anda continuamente huyendo frente a la tiranía de la exigencia.

Los monjes tienen una descripción excelente para la pereza que es la asedia. Y la asedia se traduce a veces por pereza, y a veces por ansiedad, por inquietud. Es muy linda la descripción que hacen los monjes, los primeros cristianos del desierto, sobre la asedia (el demonio del mediodía). Es envidia por el bien ajeno, pero el bien espiritual. Y está muy ligada también a la pereza. Por eso tiene relación con esa inquietud profunda del alma. Una inquietud que quiere alcanzar un bien, pero se siente bloqueado, paralizado en la posibilidad de habilitar el esfuerzo, encontrar la llave para abrir el esfuerzo para alcanzarlo, es decir, quiere la meta, pero no quiere hacer el camino. Y eso tiene que ver a veces con exigencias mal establecidas que gritan en lo profundo del alma y hacen que la persona se derrote, se de por vencida antes de empezar a caminar.

Es decir: la pereza no es quietud del alma. La pereza es una inquietud tan grande que te derrota, te hace bajar los brazos. Pero no todos toman ese camino. Algunos hacen de su vida simplemente un trabajo continuo. No pueden parar, no pueden estar quietas, necesitan estar haciendo algo siempre. Responden a la ‘ley del resorte’: comprimir el resorte de los glúteos contra la silla es solo para salir de nuevo disparados. Entonces la vida se desarrolla bajo el imperio de “que pase lo que sigue”, siempre lista, ‘a otra cosa, mariposa’. Termina una cosa y comienza con otra, y para descansar necesita hasta ejercer violencia contra ella misma. Necesita medicación para inducir el sueño, hacer yoga o meditación para inducir el relax, necesita de algún tipo de ‘garrotazo’ para poder parar. En los espacios y tiempos en los que no necesita trabajar, se siente inquieta y ansiosa, igual que el perezoso.

Hay una imagen interesante: la del globo aerostático. El globo aerostático necesita en primer lugar de una llama (de una pasión, de un placer, de un deseo). De lo contrario, no se produce el proceso físico químico necesario para que el globo comience su vuelo. Pero una vez que esto ha ocurrido, una vez encendido el fuego, hay que ir tirando las bolsas de arena que hay en el habitáculo del globo para que deshaciéndose de ese eso comience a tomar altura. El ocio creador es desprenderse de esas ‘bolsas’. La persona ansiosa y la persona perezosa, lo que harían ante cada bolsa es comenzar a fijarse si no tiene dentro cosas valiosas, si en realidad no sería mejor dejarla para mañana, si en cada cosa que tira no hay algo que tal vez sería útil para el futuro, analizaría cada una de las bolsas, etc etc etc. La persona en cambio que está realmente ligada al ocio creativo y al placer de volar, tira las bolsas porque tiene en su capacidad valorar lo que el día a día y minuto a minuto le va trayendo la vida. Se propone deshacerse de todo aquello que obstaculiza su placer de volar y echa mano a todas las estrategias posibles para poder depurar su tiempo, su trabajo, su espacio, su economía, y poder disfrutar de aquello que la reconcilia con la vida.

 

Detrás de cada vicio capital también hay una carencia de placer, o una saludable forma de vivir el placer

Animémonos a disfrutar de la riqueza, de la enorme cantidad de tesoros que tenemos

Hay algunos otros placeres de la vida ligados a la dificultad de vivirlos saludablemente, y de esa manera se desvirtúan y distorsionan en lo que se llaman ‘vicios capitales’.

 

“Para el hombre mezquino no es buena la riqueza. Para el envidioso ¿de qué sirve el dinero?…No logrará contento en medio de sus tesoros….la avaricia seca el alma. … Hijo: trátate bien, conforme a lo que tengas y presenta dignamente tus ofrendas al Señor. Recuerda que la muerte no tardará… No te prives de asarte un buen día, no se te escape la posesión de un deseo legítimo… Da y recibe y recrea tu alma… Toda carne, como un vestido, envejece, pues ley eterna es: hay que morir. Lo mismo que las hojas sobre el árbol tupido, que unas caen y otras brotan, así la generación de carne y sangre: una muere y otra nace. Toda obra corruptible desaparece, y su autor con ella” (Eclesiástico 14, 3-5-9-11-12-14-16-17-18-19)

Participan los oyentes

          Me cansé de ‘hacer’ para ‘tener’. Ahora quiero ‘estar’ para ‘contemplar’