El Rosario, evangelio de los pobres

lunes, 3 de septiembre de 2007
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Y se transfiguró delante  de ellos: su rostro se puso brillante como el sol.

Mateo 17, 2

El texto que estamos compartiendo es un versículo del evangelio de San Mateo. La escena que rodea esta expresión es la escena evangélica de la Transfiguración de Jesús, en la que tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, aparecen como extasiados, sacados de sí mismos por la belleza que blanquea la presencia de Jesús.

Es este como un icono de la contemplación cristiana, y la invitación que surge de este lugar de la Palabra es la de mirar el rostro de Jesús. Descubrir su misterio en el camino de todos los días, ese nuestro, doloroso, ese nuestro, lleno de esperanzas, ese camino nuestro, el tuyo y el mío, donde en la lucha de todos los días buscamos en la elección que vamos haciendo a cada paso, en cada momento, descubrir la luz que nos permita disipar las tinieblas, las sombras, la oscuridad, y permitirnos anticipar cada vez más en medio nuestro el Reino de los cielos, reino de verdad, de justicia, de paz, de gozo.

Es justamente a partir de la contemplación de Jesús, esto que parece una no actividad, esto que parece una pérdida de tiempo, esto que sugiere un estar sin hacer nada pareciera ser que es el lugar desde donde las cosas nuevas comienzan a gestarse para nuestra vida y si uno se da tiempo y le da tiempo a la oración de la contemplación del rostro luminoso de Jesús, bajo cualquiera de los misterios de la vida del Señor en la que nos detenemos, seguramente el tiempo no es perdido sino que transcurrido el tiempo podemos descubrir que mucho de lo que en el transcurrir del tiempo va apareciendo a favor de nuestra vida tiene que ver con aquello que está, por así decirlo, por detrás, y es justamente esto de darle tiempo y quedarse y detenerse, y contemplar y mirar, y no sacarle los ojos a Jesús.

De esto se trata justamente los misterios del rosario. Tanto los misterios de gozo, en los de la luz, como en los de dolor y en los de gloria lo que nosotros hacemos es contemplar a Jesús. La oración del rosario es mariana pero más que centrada en María es, con María centrada en Cristo.

Todos los misterios del rosario apuntan a los misterios de la vida de Jesús. El Rosario se distingue por este carácter mariano, sin embargo, dice Juan Pablo II, es una oración centrada en Jesús. En la sobriedad de sus partes concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, es el evangelio de los pobres, de los que no saben leer, de los que no saben escribir, es el evangelio de los que sin poder acceder a la lectura de la Palabra, la pueden igualmente meditar.

El Rosario, la Oración del Rosario, para ponerla en el centro de nuestra Gracia de contemplación con la que Dios nos quiere, con los ojos fijos en la luminosidad de su presencia, esa con la que quiere contagiar en el camino de este tiempo.

Juan Pablo II en Nuevo Milenio Ineunte, invitándonos a la pedagogía de la santidad para el tiempo nuevo que se abre hacia nosotros, decía: “Es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de orar”, un cristianismo que, como decía Karl Rahner, será místico o no será nada. Un cristianismo centrado en el Misterio de Jesús.

En este sentido, el Rosario es una vía de contemplación del Misterio de Jesús. Forma parte, como decía Juan Pablo II, de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana iniciada en occidente. Es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la oración del corazón, la oración de Jesús, esa que surge como humus del oriente cristiano: “Señor Jesús, ten piedad de mí, que soy un pecador” es lo que ora el peregrino que en Rusia camina kilómetros y kilómetros, y forma parte de esa jaculatoria constante que golpetea el corazón de todo oriente cristiano que ha hecho de la oración que se repite, de la oración de jaculatoria, de la oración peregrina, el modo de permitir que gota a gota vaya cayendo sobre el corazón cristiano la gracia capaz de empapar todo el ser en Cristo.

La oración de la contemplación es la oración del misterio de Jesús, y éstos, se encuentran entre la infancia, el comienzo y desarrollo de la vida pública de Jesús, su muerte y su resurrección. Y si uno toma los cuatro grandes misterios del Rosario son éstos justamente: la infancia, en los misterios de Gozo, la vida pública en los misterios de Luz, la oración en torno a la pasión y muerte de Jesús en los misterios Dolorosos y la gracia de la resurrección, triunfo sobre el pecado y la muerte en los misterios de Gloria.

Al final de su vida Jesús tiene una indicación para el discípulo que está al pié de la Cruz: “Ahí tienes a tu Madre” con lo cuál, el discípulo que quiera hacer este camino pedagógico en torno a la santidad, encuentra en María una maestra. “Ella sigue, dice Juan Pablo II, mostrando y ejerciendo hoy también a través de esta oración, aquella solicitud materna para con todos los hijos de la Iglesia. Esos a los que el Redentor, poco antes de morir, le confió en la persona del discípulo amado: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” Son conocidas, decía el Papa, las distintas circunstancias con las que la Madre de Cristo, entre el siglo XIX y el siglo XX ha hecho, de algún modo, notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios, a nosotros todos, a recurrir a esta forma de oración que contempla. Deseo, decía el Papa, particularmente, decir cuánto de peso, en el siglo XIX y en el siglo XX han tenido las manifestaciones en Lourdes, en Fátima, cuyos santuarios son meta de numerosos peregrinos en busca del consuelo y la esperanza”.

Y el mismo Juan Pablo II ha reconocido que aquél momento crucial de su vida, en la plaza San Pedro, un 13 de mayo del año ´81 la tuvo a María como la protectora, a María, la Virgen de Fátima. Ese día se celebraba a la Virgen de Fátima y Alí Agca, como han reconocido algunos servicios de investigación, guiado por intereses políticos, se acerca a la plaza de San Pedro para terminar con el sucesor de Pedro. Hay imágenes, fotos, que lo muestran apuntando por arriba de la multitud, con su revólver, sobre la humanidad de Juan Pablo II, el papa venido desde Polonia.

Este atentado, rápidamente cubierto por todos los medios de comunicación, puso en vilo particularmente a la Iglesia Católica, y en la Clínica Gemelli, por más de dos semanas estábamos todos pendientes por cómo evolucionaba la salud de Juan Pablo II que como se supo después, mandó a pedir que llegara a sus manos, estando internado en la clínica, el texto del tercer secreto de Fátima, que en la voz y en la Palabra de Joseph Ratzinger de aquél atentado que Juan Pablo sufría y que testimonios dicen lo tuvo entre la vida y la muerte hasta que la vida triunfó sobre la muerte por la presencia de María que protegió a su hijo y venció pisándole la cabeza a la bestia, y triunfó el amor de Dios en el inmaculado corazón de María a favor del pueblo cristiano en la persona del sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo. Juan Pablo II.

Cuando estuvo en Fátima, años posteriores, llevó justamente la bala que habían extraído de su cuerpo y la puso en la corona de la Virgen. Reconociendo que Ella era la que le había protegido y había permitido que la bala se desviara de los centros vitales que pudieron haber terminado con la vida de Karol Wojtyla.

Sorprendente gesto, el posterior, no solamente este que terminó por coronar a María como la protectora de la Iglesia y de la persona del sucesor de Pedro, sino también aquél otro, el suyo, que en actitud de grandeza, de amor, se acerca a quien había sido su ejecutor y con gesto de reconciliación lo abraza en el perdón y recibe la confesión de sus males, de su pena, de su dolor, de su locura, de la intriga bajo la acción del mal que se había operado en contra de el que había sido obispo de Cracovia, del que había liberado a un grupo importante de obispos en el tiempo de la presencia de la Unión Soviética en Europa Oriental, y que había visto con sorpresa como el mundo lo recibía allí en la plaza de San Pedro, en un tiempo en donde el cruce de balas existía bajo la forma de una estrategia fría de guerra entre las dos potencias más grandes de la humanidad: por un lado Rusia liderando oriente y por otro lado Estados Unidos liderando occidente.

En ese contexto tan complicado aparece la Madre de Dios a quién Juan Pablo II le atribuye todo su pontificado, antes de aquél atentado: “Soy todo tuyo”, y nos invita a nosotros a ser todo de Ella, por estos tiempos igualmente difíciles que aquellos que atravesábamos algunos años atrás y que la ponen a María como la que sostiene, guía, alienta, favorece el camino del Pueblo de Dios abriéndose, entre las sobras, con la luz de Jesús, a Aquél que contemplamos con los misterios del Rosario.

No se puede hacer del Rosario una bandera ni tampoco un fanatismo, pero tampoco se puede desconocer la fuerza que se desprende de la súplica que surge repetida en nuestro corazón como un Madre, Madre, Madre, de tantas maneras dicho y en tantas formas expresado que termina por contagiarnos de aquello que tiene en su corazón. María para ofrecernos lo que ella tiene, justamente el rostro de su Hijo que ella tiene grabado en lo más íntimo de su ser.

De allí, que la contemplación de Cristo en María y con María es un modelo insuperable de oración que contagia, de súplica que nos gana el corazón. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se formó, donde también de ella tomó semejanza humana que evoca como una intimidad espiritual ciertamente más grande que aquellos rasgos físicos que pudieran parecerse.

Nadie se ha dedicado con tanta asiduidad como María a la contemplación de Jesús. Yo me la imagino sólo con este gesto en el momento en el que sale de su ser y entre sus manos lo tiene, lo mira, lo contempla, y al verlo crecer, comer, caminar, educarse, formarse, lo va  gustando. “Ella, dice la Palabra, guardaba todo”, las cosas que ocurrían, en los comienzos, en aquél tiempo, lo lleva guardado en su interior, lo lleva guardado en su corazón. Los ojos de su corazón se concentran, de alguna forma, en El.

Ya cuando en la Anunciación, y hasta al final, al pie de la cruz, allí Ella lo mira, desde su mirar, siempre lleno de adoración, de asombro, que no se aparta jamás de El, nosotros queremos aprender a mirarlo. Cuando nosotros oramos el Rosario lo que hacemos es aprender a mirar a Jesús, aprender a contemplarlo. Cuando con María repetimos una tras otra el Avemaría lo que hacemos es ver a Jesús, contemplar a Jesús, es el rostro de Jesús el que se nos refleja en lo más hondo del corazón porque María nos alcanza esta gracia. No se puede hacer del Rosario un Bastión ni una bandera pero tampoco se puede desconocer la fuerza que se esconde en El.

La gracia que Dios nos regala en ésta oración, una oración realmente bella, una oración realmente orada con el corazón que pacifica, una oración que acerca a Dios y que nos humaniza porque todo lo verdaderamente divino es humano, como todo lo verdaderamente humano es cristiano. En la oración del Rosario nos humanizamos porque la gracia de Dios se nos acerca de tal manera que en El somos puestos de cara a lo que estamos llamados a ser y esta es justamente nuestra humanización, la sintonía, el estar emparentados con aquello que está escondido con lo que Dios siempre soñó y esperó de nosotros.

María nos regala, sobre el misterio de Jesús, una mirada penetrante, y “quien contempla a Cristo, dice el Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes 22, descubre más la raíz de ser de si mismo”.

Quien se encuentra con Jesús se encuentra más profundamente consigo mismo. Estas preguntas básicas que nos hacen adolecer, que nos hacen sufrir: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos?, ¿Cuál es el sentido de la historia para mí?, ¿Cuál es mi misión?, ¿A dónde voy?, ¿Cuál es mi destino?, estas preguntas que típicamente aparecen en la historia de la biografía personal en el momento de la adolescencia, permanecen en el corazón como el gestarnos permanentemente, el darnos a luz constantemente.

Sólo en la medida en que nosotros, llamados a ser plenamente humanos, nos animamos a afrontar constantemente, permanentemente estas preguntas, que si no encuentran respuesta nos angustian, solo en la medida en que encontramos razón de ser ante estas preguntas, podemos verdaderamente humanizarnos, y estas preguntas en la persona de Jesús encuentran su respuesta.

Contemplarlo a Jesús nos humaniza. Contemplarlo a Jesús da respuesta a las grandes preguntas. Lo hacemos con María, particularmente en la oración del Rosario, entrando a la memoria, a ese código de memoria que está escondido en su corazón. “Ella guardaba todo en su corazón”.

Cuando con María hacemos memoria de los misterios de Jesús nos metemos en ese código de memoria interior que esconde su corazón. Es decir, ella guardaba, hacía memoria interior de todo lo que ocurría mientras los acontecimientos de la redención transcurrían dentro suyo, alrededor suyo, y frente suyo.

Tenemos que recordar que significa este “hacer memoria”, significa actualizar la obra realizada por Dios en la Historia de la Salvación. El Hacer Memoria no es sencillamente evocar sino hacer presente los acontecimientos de la redención, permanentemente eso está siendo actualizado en el corazón mariano.

Cuando nosotros entramos en contacto con la memoria viva de María que guardaba estas cosas en su corazón, lo que hacemos es actualizar para nosotros en el hoy el misterio de la redención. Este hacer memoria ocurre particularmente en la liturgia, lo que Dios ha llevado a cabo hace siglos no concierne solo a los testigos directos de los acontecimientos sino que alcanza con su Gracia a los hombres de este tiempo, de esta época, por eso celebramos la pascua de Jesús cada vez que nos reunimos a escuchar Su Palabra y a partir el pan de la Eucaristía.

Decimos que aquello que ocurrió hace dos mil años está ocurriendo ahora, está aconteciendo en este momento, ahora ocurre, ahora acontece la gracia de la redención. Esta actualización se realiza en particular en la Liturgia, este hacer memoria aparece de forma especial en la Liturgia, por eso nos acercamos a ella como dice el Concilio Vaticano II como la cumbre de la vida cristiana.

Toda la vida de Jesús en nosotros tiene allí como a la fuente donde todo nace y al mismo tiempo es el lugar donde todo termina. La Eucaristía, comienzo y final del misterio.

¿Que hace el Rosario como acto de piedad, como gesto de piedad con María?, actualizar esta gracia. Forma parte, dice Juan Pablo II, del variado panorama de la oración incesante. Dice la liturgia, acción de Cristo y de la Iglesia, es acción salvífica por excelencia “el Rosario, en cuánto meditación sobre Cristo, con María, es contemplación saludable”.

Es sano orar, cuánta salud, cuánta sanidad nos viene de esta oración. No es un gesto de piedad, no es una oración de los piadosos, no está planteada en esos términos la oración del Rosario, está ofrecida como un alimento sanante, saludable, con dosis de sanidad; ofrecemos la oración del Rosario y la proponemos en todos los misterios de Jesús: en el gozo, en la luz, en el dolor y en la gloria, porque sabemos que justamente desde esta oración es desde donde Dios nos regala muchas gracias, muchos dones. Insistamos, oremos, aprendamos a hacerlo no sólo repitiendo sino orándolo y rezándolo con el corazón, con el alma. El Señor nos tiene preparados muchos dones a partir de esta oración.

Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” dice Pablo en la Carta a los Filipenses. “Hace falta, según la Palabra del apóstol, para esto revestirse de Cristo”. Y esto hace el Rosario. En el recorrido interior de los misterios de Jesús, por la contemplación del Rostro de Cristo, que está en el corazón de María grabado, nosotros, lo que vamos haciendo es configurarnos con Jesús para llegar a ser uno con El. El rosario nos introduce de un modo natural en lo sobrenatural de la presencia de Jesús en el corazón de María y nos hace como dice Juan Pablo II: “respirar sus sentimientos”.

El beato Bartolomé Longo, como lo afirma frecuentemente dice que justamente “en la familiaridad de Jesús y la Virgen al meditar los misterios del rosario, donde uno va aprendiendo la gracia de la comunión y nos vamos pareciendo a ellos”. Debemos aprender este eminente ejemplo de vivir humilde, escondido, pobre, paciente, estos son los sentimientos de Cristo, esto es revestirse de Cristo Jesús, esto es emparentarse con la Gracia de Jesús que está en el corazón de María que nos ofrece su rostro por el Don de la Contemplación.