El sexto mandamiento: No cometerás adulterio

miércoles, 12 de septiembre de 2012
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Continuamos para compartir este espacio de la catequesis, Jesús se hace presente en medio de nosotros para acercarnos su magisterio, la enseñanza de Jesús en la catequesis. Lo hacemos en este tiempo continuando con lo que la Iglesia tiene para ofrecernos en su doctrina, en este caso siguiendo el catecismo de la Iglesia católica.

 

Estamos siguiendo los mandamientos y estamos en el sexto mandamiento: No cometerás adulterio.

Ayer hemos realizado una mirada amplia sobre el vínculo de amor del hombre y la mujer, la fuente de este vínculo de amor en unidad es la presencia de Dios, a su imagen y semejanza Dios nos hizo, siendo Dios un misterio de amor y de unidad de tres personas-en un único misterio Dios se expresa a sí mismo- así también el hombre y la mujer en la unión conyugal es expresión de esa misma realidad, “llegarán a ser una sola carne, siendo dos”. Para que esa realidad sea posible hace falta desarrollar la vocación a la castidad y mencionamos cuanto valor esconde dentro de sí misma esta gracia de la castidad. La integridad de la persona en todos sus aspectos se realiza en virtud de esta fuerza de la castidad como una parte de la virtud de la templanza, donde nosotros nos capacitamos para ser dueños y señores de nosotros mismos y a partir de allí darnos a los demás, con la suerte de poder controlar nuestras pasiones y poder obtener la paz interior.

 

El dominio de sí obtenido por la gracia nunca se lo considera obtenido una vez y para siempre sino que siempre habrá un escenario nuevo donde luchar para alcanzar esa posesión de sí mismo para ser para todos.

 

Ahora vamos a ver la segunda parte de este don de integridad de sí mismo que es la castidad. La forma de la virtud de la castidad viene de la caridad, y bajo esta influencia la castidad aparece como una escuela de donación de sí mismo.

El dominio de sí mismo está ordenado al don de sí mismo, a la capacidad de darse.

La castidad produce al que la practica a ser un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.

Nos auto poseemos, no para resguardarnos en nosotros mismos sino para donarnos, para ofrecernos.

 

¿Dónde sentís que tu vida está llamada a ser entregada y ofrecida?

 

Jesús ha dicho que el camino que conduce a la plenitud es el camino del servicio, “Aprendan de mí que soy mando y humilde de corazón y aprendan de mí que siendo el primero entre ustedes soy el servidor de todos”.

La castidad se expresa en este vínculo de amistad donde el Señor nos invita a ser uno con el prójimo.

 

El contexto en que esto ocurre en la vida de Jesús es en la última cena. Allí se está celebrando el misterio de comunión entre Jesús y los discípulos y Jesús dice que para conservar este misterio de gracia que celebramos bajo el signo del pan, ustedes deben ejercer el don de la caridad. No hay una auténtica Eucaristía si no hay un ejercicio auténtico de la caridad, y no hay caridad auténtica si no hay posesión de sí mismo, y no hay posesión de sí mismo si no hay castidad.

 

Hay estados distintos de vida y por lo tanto estados diversos de vivencia de este don maravilloso de la posesión de sí mismo que llamamos castidad.

 

Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Ga 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.

La castidad “debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes” . Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.

«Se nos enseña que hay tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. […] En esto la disciplina de la Iglesia es rica» (San Ambrosio, De viduis 23).

 

Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro en Dios.

 

En un contexto de tanta sexualidad, de tanto erotismo, de tanta exacerbación de la sexualidad entendida como auto placer, es difícil para los novios, en el proceso de madurez afectiva y sexual, sostener este don, sin embargo cuando se vive castamente se sabe utilizar el tiempo del noviazgo para el tiempo de la entrega carnal en la unión definitiva, entonces guardar la expresión de la entrega mayor para el tiempo en que definitivamente podamos decir hemos decidido construir un proyecto juntos.

Evidentemente el contexto social actual no es el más favorable para la vivencia de esta virtud, de allí que de la mejor manera hay que velar por la continencia casta. Esto es para trabajarlo, no como un vínculo culposo con la sexualidad sino un vínculo cuidadoso, un vínculo que si lo sabemos trabajar en continencia en el noviazgo, la capacidad de donación de sí mismo se acrecienta. Ser para el otro, ser para la otra.

 

En el medio de la vivencia de la castidad como capacidad de donación de sí mismo, aparece lo que limita el ejercicio de esta virtud.

 

El don y la gracia de la castidad trabajan sobre el aparato psíquico, sobre la libido. Este término se utiliza para determinar el deseo de la persona, como comportamiento sexual la libido ocuparía la fase apetitiva en el cual un individuo trata de acceder a una pareja potencial mediante el desarrollo de ciertas pautas de comportamiento. No obstante existen definiciones técnicas del concepto como las que encontramos en las obras de Freud y de Jung que hacen referencia a la libido como energía psíquica. Estos autores vinculan la energía libidinal respectivamente a las pulsiones y a su carácter meramente sexual como meta primera según la mirada de Freud y como una energía mental indeterminada que mueve el desarrollo mental general, el proceso de madurez de la persona según la perspectiva de Jung.

Para Jung la fuerza libidinal atraviesa el aparato psíquico de la persona en todas sus dimensiones y el velar porque esta fuerza libidinal esté encausada es velar para que la persona se desarrolle integralmente y su energía personal esté puesta en el lugar adecuado. El que vela por esto es la virtud de la castidad o del don de sí mismo. Por eso es que hay que estar atento a las cosas que atentan contra esta virtud de la castidad porque demoran el proceso de madurez personal.

 

 

 

La lujuria atenta contra la fuerza libidinal, es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual ordenado es el que nos permite madurar y crecer, el placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades propias y de unión.

 

Cuando la sexualidad busca el placer por sí mismo se traduce en un gesto de auto placer que llamamos masturbación que es la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer, y esto demora el proceso de madurez personal. El magisterio de la Iglesia de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”.

Es interesante como lo muestra el catecismo de la Iglesia Católica a este desfasaje que aparece en la vida de la búsqueda de estar bien, entendiendo el bien como el placer absolutamente y entendiendo el bien como el auto bien.

El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad y la relación requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero pierde su sentido, se banaliza.

Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, en la adolescencia y en la juventud, la explosión hormonal que se produce, genera de hecho un desequilibrio que hay que ayudar a encontrar cauce. La fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la responsabilidad moral frente a este desajuste de relación auto gratificante. Hay que tener mucha delicadeza y mucho cuidado con los jóvenes y los adolescentes cuando van pasando por este estado de madurez para no generar sentimientos de culpabilidad excesiva.

 

Otra cosa que atenta contra esta virtud de la castidad es la fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del compromiso de mantener una relación estable. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana.

 

Aquí cuidado! porque con el avance de la tecnología y del internet encontramos la pornografía que consiste en sacar de la intimidad de los protagonistas actos sexuales, reales o simulados, para exhibirlos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual.

La prostitución también atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer que se saca de ella.

Cuando la sexualidad está orientada al vínculo placentero solamente se debilita la fuerza que la sexualidad tiene para la integración de la persona en su conjunto, por eso la virtud de la castidad orienta y ayuda al proceso de madurez.

 

La desarrollamos y le damos fuerza al contenido de a auto posesión no para quedarnos en nosotros sino para darnos y para donarnos. También en el darse crece este don de la castidad.

El catecismo refiriéndose a la castidad cierra su ciclo reflexivo en torno a la homosexualidad y se plantea inteligentemente la relación que existe entre la castidad y la homosexualidad.

 

La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como comportamientos graves, la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” y se pide particularmente atención para no hacer un juicio moral sobre esto porque el origen no es fácil de determinar. Lo cual no quiere decir que se haga sobre el acto de la homosexualidad una justificación y al mismo tiempo dice que este comportamiento homosexual no muestra lo que en el plan de Dios supone la relación entre el hombre y la mujer llamados a la complementariedad.

 

Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la santidad.

Lo plantea como una herida y debe ser tratada con respeto, delicadeza y compasión y se orienta por el dominio de sí mismo.

Hay alrededor del comportamiento homosexual una corriente de liberación de la fuerza de la libido sexual en las personas heridas por esta condición que hace que se acreciente esta herida y se justifique detrás de aquel comportamiento la condición, sin entender que detrás de esa herida tiene que ser tratada y atendida a partir del dominio de sí mismo, de ser dueño de los propios actos y concretamente también en lo que hace a la continencia sexual en el uso de la genitalidad. Todo un camino para recorrer en una cultura donde esta dolorosa experiencia va siendo cada vez más creciente, como lo expresa el catecismo de la Iglesia Católica.

 

Un abrazo grande para todos, que el Señor nos de fuerza para el mejor servir desde el lugar donde Dios nos pide servir, siendo dueños de nosotros mismos.

Nos encontramos el lunes en el Despertar con Maria.