El verdadero amor cristiano

miércoles, 27 de mayo de 2009
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Jesús exclamó:  "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.  Y el que me ve, ve al que me envió.  Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.  Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.  El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.  Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".

Juan 12,44-50

Entre luces y sombras el primer punto de nuestro encuentro.

El texto que estamos compartiendo es el epílogo de la vida pública de Jesús. El último fragmento del que podíamos llamar el Evangelio de Juan, el libro de los signos, por aquello de que Juan identifica la vida prodigiosa de Jesús entre los hermanos como los signos que hablan de la llegada de un tiempo nuevo a la humanidad. El Reino dirían los Evangelios Sinópticos.

El propio Jesús dirige una clave y definitiva llamada a todos sus discípulos, a nosotros también para que orientemos la vida con una adhesión convencida y vital a su Palabra dejando de lado lo superfluo dándole importancia a lo que verdaderamente importa, adhiriendo de corazón a su persona y lo que de El viene a nosotros como aquello a lo que verdaderamente debemos prestar importancia que El como luz viene a disipar las sombras, también las mentiras, también las apariencias y a develar lo oculto, lo importante, lo que verdaderamente es un tesoro dirían los textos evangélicos de los sinópticos hablando de aquella riqueza escondida como el único campo de nuestro propio corazón por la que vale la pena venderlo todo.

La presencia de Jesús que se ha instalado en medio nuestro. Recuerda Cristo que el objeto de ésta adhesión reposa en el misterio que el Padre le ha confiado al Hijo y parta que tenga el mundo en el propio Hijo la Gracia de la salvación. Entre el Padre y el Hijo hay una vida de comunión, de unidad, por el amor.

El que crea en el Hijo cree en el Padre y el que ve al Hijo ve al Padre.

Existe una plena identidad entre el creer en Jesús y el ver a Jesús, entre creer en el Padre y ver al Padre. Quien me ve a m iFelipe ha visto al Padre. Nos encontramos frente a una realidad de sobre naturaleza que nos invita a acoger la Palabra del Hijo de Dios y a vivir en esa Palabra como lugar de la plena Revelación del rostro visible de Dios en medio nuestro.

Esta presencia visible del rostro paterno de Dios que se nos ofrece en la persona del Hijo es lo que nos hermana y es lo que viene a traer Gracia de reconciliación y a sanar la herida profunda que tenemos, la más honda de todas, la que tiene que ver con el amor por ausencia o por exceso.

Esta es la razón de todo trauma humano. El tema del amor en cuanto excesivo, mal amor, o ausente, carente. El rostro del Padre se refleja en el Hijo que viene a decirnos que a éste drama, a ésta herida honda y profunda El viene a curarla.

Desde el Padre, el Hijo, Juan pasa a considerar el mundo en el que vivimos. Quien tiene fe en Jesús entra en la vida, en la luz que es ésta presencia de amor transformante y sanante. La necesidad de creer en el Hijo y en su misión están motivadas en el hecho de que El es el que trae la luminosidad a éste lugar donde hay una gran pregunta ¿porqué el dolor? ¿cuál es la raíz del sufrimiento? ¿ donde está el sin sentido de iniquidad del pecado? dirá Pablo. Es el desamor.

Jesús ha venido a poner luz sobre éste lugar e invita a adherir a éste lugar. Al lugar del amor como lo esencial de la vida. La luz disipa las sombras que oscurecen ésta dimensión esencial de la vida del hombre llamado a amar y a permanecer en el amor. Quien recibe ésta luz de vida escapa de las sombras de la muerte. Entre luces y sombras se juega nuestra vida.

La luz viene de manos de aquella presencia misteriosa y escondida como el tesoro por el  por el cual vale la pena venderlo todo. Jesús, el amor del Padre entregado a nosotros. Esto es lo que verdaderamente permanece y esto es lo esencial por lo cual debemos optar una vez más para quien acoge ésta luz escapa de las tinieblas de la muerte en comprensión de los pecados se salva a si mismo de la situación de ceguera en que con frecuencia nos encontramos.

El verdadero discípulo es el que adhiere al mensaje de Jesús y guarda en su corazón en comunión con El ésta experiencia honda y profunda de su amor que libera, transforma, sana, eleva. Que es andar en tinieblas según Juan? En Juan 2,75 el que anda en tinieblas no sabe a donde va. Andar en tinieblas es vivir sin propósito, sin buena motivación. El proceso de transformación de las personas y el emprendimiento que llevamos en común el tema de la motivación es un gran tema hoy de los recursos humanos.

La motivación es la pasión por la cual hacemos lo que hacemos y esto dice hoy Jesús tiene que ver con la centralidad  del mensaje que yo les propongo. Es el amor el que trae luz, la motivación por lo cual vale la pena hoy levantarse, comenzar un día nuevo y emprender lo que tenemos por delante no como una utopía imposible de alcanzar sino como un desafío hermoso por conquistar. El segundo punto por el cual vivimos en tinieblas, dice 1 Juan 2,9 El que dice que está en la luz y aborrece a su hermano ese está en tinieblas. Sigue siendo el amor y no una cosa etérea.

El amor como un platónico amor, insustancial amor, etéreo amor, novelesco amor, sentimental amor. Es un amor concreto, es un amor hasta dar la vida y por el hermano concreto de carne y hueso. Con lo que es y lo que tiene, no con lo que quisiera que fuera o lo que sueño que pudiera llegar a ser, con lo que va siendo, como voy siendo. Amar sin condiciones. Amar es dignificar la vida y es verdaderamente promovernos, movernos hacia a delante con sentido.

Cristo como luz del mundo sigue viniendo a la humanidad. También en los que permanecen en la luz y en quienes viven en tinieblas. Hay hoy quien prefiere la oscuridad y las sombras para actuar porque la luz compromete la luz pone al descubierto lo que hay en el corazón. Las intenciones es lo que uno tiene en el corazón. Ser hijo de la luz supone caminar en la verdad sin trampas, caminar en el amor sin odios ni rencores.

Caminar en el amor amando al hermano y permaneciendo en la luz. En 1 Juan 2,10 se identifica a los hijos de la luz de los hijos de las sombras, de las tinieblas. En el que ama al hermano está la luz. Cuando en la noche de la Vigilia Pascual nosotros entramos con los cirios encendidos cantando ésta es la luz de Cristo anunciamos que el amor ha triunfado en nuestras vidas y nos comprometíamos a luchar para que ese amor permaneciera vivo invitándonos e invitando a ser partícipes a los demás en la construcción de una civilización que tenga características marcadas por los signos del amor y ¿Cómo sería la civilización del amor de la que ya hablaba Pablo VI en su pontificado.

La civilización del amor es una propuesta total. Es un proyecto de vida que implica todos los ámbitos de la existencia: familia, relaciones personales la vivencia de la fe, la comunidad eclesial, el compromiso sociopolítico, el trabajo, el tiempo libre, el arte, la cultura y darle la característica de la virtud más importante la de la caridad un sentido más importante de la plenitud nueva de quien quiera vivir en un mundo nuevo. La civilización del amor es un compromiso, exige un esfuerzo decidido y ordenado y organizado.

El Reino de los cielos está en tensión y solo los que se esfuerzan llegan a el dice la Palabra en Mateo 11,12. La civilización del amor es al mismo tiempo una utopía. Es un ideal que se va concretando y haciéndose histórico en los pequeños y grandes compromisos de cada día que anuncian y hacen creíble la posibilidad de la plena realización.

Tener la mirada puesta sobre la civilización del amor es saber esperar desde las realidades construidas mientras hay otras que atentan portentosamente frente a ellas y saber que al final triunfará el Reino de Dios en medio nuestro y por eso vivir bajo la certeza del triunfo del amor. La civilización del amor es tarea en éste sentido pero es esperanza también.

Es tarea diaria. Es paciente construcción de dinamismos que motivan opciones, compromisos, proyectos que van transformando lenta pero radicalmente su honda raíz en la realidad. Es tiempo de siembra, es tiempo de esperanza permanente, de que los pasos dados y los logros alcanzados invitan a seguir adelante, a no bajar los brazos ni la cabeza, a levantar la mirada y a confiar en que el amor nos guía y nos conduce y hace nuevas todas las cosas

El amor descendente es el ágape. La cultura no cristiana, sobretodo la griega, se caracteriza por el amor ascendente, demente y posesivo, el eros. El ágape es el amor típicamente que se entrega sin recibir nada a cambio. El eros es el amor más posesivo, menos libre, más atado a la contra respuesta al amor dado.

Un amor que nos perfecciona, nos hace estar a la altura de Dios y parecernos cada vez más es un amor de Ágape es el amor típicamente cristiano.