En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

miércoles, 16 de enero de 2013
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En el misterio de Dios somos conocidos y gracias a ese conocimiento de Dios sobre nosotros podemos acceder también nosotros al conocimiento profundo del misterio de lo divino, y esto es lo que hacemos cuando en su nombre establecemos vínculo de alianza con Dios, es decir, establecemos vínculos de profunda comunión que nace de este conocimiento íntimo que Dios tiene sobre nosotros cuando nos da a conocer su propio rostro. Conocer lo a Dios que se nos revela es conocernos y dejarnos conocer aún más profundamente, y es allí cuando tomamos y es allí cuando tomamos la decisión de vivir en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Cuando nosotros invocamos la presencia de Dios en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, decimos que en ese nombre establecemos vínculo de amor y alianza.

Los cristianos somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y el bautismo es justamente el lugar donde se establece el vínculo de alianza con Dios, vínculo de amor y de alianza establecidos sobre este lugar de relación íntima con Dios en sus tres personas. Es allí donde decimos creer. Decir creer es decir que nuestro corazón todo y nuestra vida toda esta vinculada a este misterio. Los cristianos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no en los nombres sino en el nombre, porque es un Dios en tres personas. Este es el misterio central de nuestra fe y de la vida cristiana, es el misterio de Dios en sí mismo, es la fuente de todos los misterios de la fe, es la luz que los ilumina, es la enseñanza fundante, esencial, de todas las verdades expresadas en el corazón mismo de nuestro acto creyente, este es el fundamento. Toda la historia no es otra historia, la de la salvación, que la historia del camino que los medios por los cuales Dios, el único Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se nos da a conocer, nos aparta del pecado, nos reconcilia y nos une con él, el misterio de alianza. Por eso detenernos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es meter profundamente las raíces en el acto creyente en torno al cuál nuestra vida tiene todo su fundamento creyente. Nuestra existencia creyente encuentra su raíz más honda y más profunda. Creemos en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El misterio de Dios solo es cognoscible por el Dios que se nos revela en su misterio. Los padres de la Iglesia distinguen entre ese conocimiento que nos viene de Dios por la teología y por la economía, distinguiendo con el primer término el misterio de la vida íntima de Dios trinidad, con el segundo de todas las obras de Dios por las que se revela, se comunica, se da a entender, por la economía de la salvación Dios nos muestra su misterio más profundo, pero al mismo tiempo, al revés podríamos decir, la mirada del conocimiento e Dios en la Teología lo que hace es esclarecer todo el accionar de las obras de Dios, fortalece nuestra mirada sobre el acontecer de Dios en lo cotidiano. Es tan importante esto de descubrirlo a Dios actuando en el discernimiento que hacemos el espíritu de Dios moviéndose en medio de nosotros, al mismo tiempo dejarnos llevar hacia el corazón mismo del misterio de Dios deteniéndonos en él y descubrir en ese estar en Dios como todo lo que acontece alrededor nuestro, cómo el accionar de Dios está fundado en el ser de Dios. Es como nos pasa con las personas, nos vemos funcionar, actuar, y descubrimos quienes somos unos y otros, y mientras más conocemos a la persona más entendemos a la persona. Por eso en esto Dios nos invita a verlo obrar en medio de nosotros y al mismo tiempo a descubrirlo en su misterio más profundo, a partir de cómo Dios pasa haciendo su quehacer, por así decirlo si vale la expresión. Este doble movimiento de Dios obrando y Dios en sí mismo es el que nos permite vincularnos con Dios desde la historia y desde lo concreto al misterio insondable siempre nuevo que supone la presencia de ese mismo Dios en todo su ser presente en nosotros. Conocemos a Dios por la teología, se nos da a entender, pero también lo conocemos en su obrar. Conocemos la identidad más profunda de Dios que se nos revela en su quehacer, y mientras más descubrimos el operar de Dios en lo concreto, más entendemos el ser de Dios, y mientras más nos detenemos a contemplarlo a Dios en su más profunda realidad de misterio interior, más nos abrimos a el obrar de Dios en lo cotidiano y en lo concreto.

En todos los casos, para conocer el misterio de Dios en el que creemos necesitamos de la revelación de Dios hace de sí mismo y ese gesto de revelación de Dios en sí mismo, esa expresión de la manifestación de Dios en sí mismo, es un acto de amor de Dios que se cruza en el camino en algún acontecimiento que nos muestra el rostro de Dios, tan rico y tan variado del rostro de Dios, por eso hablamos del conocimiento de Dios en sí mismo en la teología y el conocimiento de Dios en su obrar. En este contexto planteamos la consigna.

Consigna: Puntualmente, ¿Cómo Dios se dio a conocer en tu vida? Sería bueno que vos describas los acontecimientos en los que Dios se dio a mostrar en tu vida, pero al mismo tiempo, ¿qué de él Dios te mostró? Tan rica es la presencia de Dios y tan variada las riquezas que se esconden en su ser.

La invocación de Dios como Padre es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia considerada como Padre de los dioses, de los hombres. En Israel Dios es llamado Padre en cuánto creador del mundo. Aún más, es Padre en razón de la alianza y del don, en razón de la Ley. Dios es Padre, es llamado Padre del rey de Israel. Es muy especialmente el Padre de los pobres, de los huérfanos, de las que son viudas, de los que están bajo su protección amorosa. Dios aparece muchas veces bajo esta imagen. Al designar a Dios con el nombre de Padre, el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos, que Dios es origen de todo y autoridad trascendente, y que es al mismo tiempo bondad, solicitud amorosa por todos sus hijos.

Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también como de manera materna. Y de hecho, en el libro de Isaías 66, 13 así aparece el rostro materno de Dios que indica más la intimidad entre Dios y la creatura como existe intimidad en el vínculo entre la madre y el hijo. El lenguaje de la fe sirve para la expresión humana de lo que en Dios es mucho más de lo que pudiéramos decir. Eso quiere decir que el lenguaje de la fe nos ayuda a decir y al mismo tiempo nos esconde una parte de lo que decimos, o mejor dicho es más de lo que decimos. Conviene recordar entonces que Dios trasciende la distinción humana de los sexos y no es hombre ni mujer, es Dios. El lenguaje humano dice y esconde. Dice de Dios que es Padre, como Padre, es Madre, como Madre, pero no tiene sexo y trasciende esa realidad. Siempre el lenguaje religioso a la hora de expresar lo divino adquiere una simbología que nos ayuda a entrar en Dios y a saber que de él es más lo que no sabemos que lo que sabemos. Y eso hace de Dios un misterio cognoscible y al mismo tiempo incognoscible. Vale la pena detenerse a pensar en esto para que le demos el peso, el valor, el sentido que representan las palabras que utilizamos cuando manifestamos nuestra fe de modo humano, pero siempre referido a algo que nos trasciende humanamente. Jesús ha revelado que Dios es Padre en un sentido nuevo, no lo es en cuánto creador, el es eternamente Padre en relación a él, el Hijo único que recíprocamente sólo es hijo en relación a ese Padre, a su Padre. Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino al Hijo y aquél a quién el Hijo se lo dé a conocer. Es más le dice a sus padre, María y José, acaso no saben que debo dedicarme a las cosas de mi Padre. Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como el que estaba junto a Dios y era Dios, como la imagen del Dios invisible, como el esplendor de su gloria y la impronta de su esencia. Cuando nos acercamos a Dios en el misterio trinitario es bueno saber que tenemos como acercarnos, pero es bueno saber que siempre nos resulta inatrapable Dios. Está más allá y nos trasciende. Esta dimensión de cercanía no es la que tenemos habitualmente entre nosotros aunque sería bueno también comenzar a vincularnos así en medio nuestro. El otro, mi hermano, yo mismo, es algo de lo que tengo acceso y conozco y mucho de mí mismo y de mi hermano me resulta todavía incognoscible. Algo sé y mucho no sé. Eso hace que la vida tenga una dinámica en torno al misterio que nos resulta siempre sorprendente y esto hay que recuperar en las relaciones. Dios nos ofrece una gran oportunidad al mostrarnos su rostro y al mismo tiempo escondernos parte de todo lo rico que él es.

 

Padre Javier Soteras