Enseñanza de Jesús en Nazaret

lunes, 30 de marzo de 2009
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“Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Elíseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”. Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Lucas 4, 24 – 30

El primer punto de nuestro encuentro reza así, Jesús revela al Dios de un paso más.

Jesús se sabe enviado no solo a los judíos, sino a todos los hombres para salvarlos. Y lo afirma esto en la sinagoga de Nazaret, despertando la ira en los paisanos de su pueblo que intentaron despeñarlo sin conseguirlo.

Se estaba verificando al pie de la letra la afirmación de Jesús, ningún profeta es bienvenido en su propia tierra. Sus vecinos y los judíos en general, estaban convencidos que la salvación alcanzaba a Israel y que el resto de las naciones quedaban excluidas. Dios tenía una nacionalidad, era hebreo. Jesús viene a decirles que Dios tiene horizontes más amplios. La salvación es para todo hombre, para todo pueblo, para toda raza.

Si hubieran entendido al Dios de la historia, habrían aprendido de la lección de la atención de Dios más allá de Israel. En el caso de la viuda de Sarepta, como bien cita hoy el texto de Lucas, y de Naamán, el sirio, Dios es más de lo que entendemos, es más lo que lo sabemos de Él, decía Santo Tomás, que lo que de Él podemos saber, balbucear. Tal vez sea esto lo que desconcierta a los judíos del tiempo de Jesús y también a nosotros mismos.

Encontrarnos con un Dios, cercano, amigo, familiar y al mismo tiempo verlo un paso más adelante, adelantado en su pastoreo, sorprendiéndonos en nuestros esquemas limitados de comprensión, ubicándose un tramo más allá, invitándonos a caminar con Él.

Tal vez vos te encuentres entre aquellos que han hecho la experiencia de creer que ya todo estaba comprendido y Dios te sorprende para llamarte a darte un paso más, que suponía como estar comenzando de nuevo. No se si te ha pasado alguna vez, decir bueno, al fin llegamos hemos logrado lo pensado, lo planificado, las cosas se ven claras, y de repente todo empieza como de nuevo a replantearse, a no es que está mal a donde estamos sino que a dónde vamos es más. Por eso hemos querido titular así este primer párrafo de nuestro encuentro, Jesús revela al Dios de un paso más.

Jesús muestra el rostro de Dios de un paso más. Es el Dios de la madurez, del crecimiento, es el Dios que no se estanca ni nos estanca, es el dinámico Dios peregrino en el camino que nos hace caminar con Él, es un Dios desafiante y sumamente divertido, que no nos permite aburrirnos con la rutina, que siempre ofrece un costado distinto a lo cotidiano si al Él estamos atentos. No entendemos a Dios cuando lo encerramos en nuestros esquemas, mucho menos cuando creemos haberlo comprendido.

A Dios se lo entiende dejándonos sorprender por Él, y dejándonos guiar por su iniciativa siempre novedosa. ¿te acuerdas de aquel momento, podes registrar en tu historia, en tu álbum de foto, en tu agenda, en tu diario personal, el momento que dijiste a esto no lo tenía pensado, esto es más de lo que yo suponía, esto me sorprende? Dios me invita a dar un nuevo paso.

El segundo punto de nuestro encuentro reza así, El espíritu lleva más allá y desconcierta.

El texto de hoy es continuidad de aquel que revela el inicio de la actividad apostólica de Jesús, dónde el Espíritu Santo ungiéndolo lo lleva desde el desierto a la sinagoga para proclamar la buena nueva de Dios.

En la tercera persona de la trinidad, es el que nos revela y nos sorprende desconcertándonos e invitando a la aceptación de su novedosa presencia. Él, el Espíritu Santo, la tercera persona de la trinidad sorprende, desconcierta e invita a la aceptación de su novedosa presencia. Veamos algunos ejemplos, María quedó desconcertada, no sabía que significaba aquel saludo, se vio sorprendida por el ángel y la llegada del Espíritu que tomaba su corazón fiel y su vientre virginal para quedarse allí y engendrar en ella la presencia del Hijo eterno del Padre, en su propia carne.

También los apóstoles en Pentecostés, ante las ráfagas del viento y las lenguas de fuego se ven sorprendidos y bajo el temor de Dios, salen a proclamar la buena noticia del queritma de Jesús en boca de Pedro, y todos los que estaban allí también se sorprenden, porque los escuchan hablar en sus propias lenguas y es gente venida de todas las regiones del mundo conocido por entonces.

Igualmente en esta proclamación en la sinagoga del ungido de José, el ungido, el hijo de José, el ungido de Dios, en esta proclamación en la sinagoga, del Hijo de Dios, aquí también somos sorprendidos, vivir en el Espíritu Santo es vivir desde esta dimensión de apertura a su novedad. Dejarse llevar por el Espíritu Santo es animarse a ser sorprendidos y a reconocer que no está en nuestras manos el control, el manejo, la posesión de los tiempos que vendrán.

Él no se deja aprisionar en nuestros esquemas de encierro, Él sopla sobre nuestra barca llevándonos mar adentro, más allá de nuestras limitadas expectativas. Hay que animarse a dejar la orilla conocida para meterse en lo profundo, bajo el impulso renovador de Espíritu Santo. No queramos apagar su iniciativa, animémonos a cambiar desde su inspiración dejando lo viejo, asumiendo la novedad de su propuesta que en tu vida tiene connotaciones particulares, este dejar la orilla, este soltar las seguridades, este desaferrarte de tus posesiones, este confiar que el las manos de Dios estamos.

Cuando nos quedamos de este lado de la orilla, puede más la angustia, puede más la tristeza, puede más desazón, el fracaso, puede más la negrura de la tormenta que la confianza de que ya pasará y un tiempo nuevo vendrá. Animarnos a soltarnos, a dejarnos llevar, animarnos al soplo del Espíritu sobre nuestra vida, animarnos a su inspiración, a aprender a reconocerla, no dejarnos engañar y saber cuando es él realmente el que está inspirando, guiando, sosteniendo.

Tal vez vos tenga por allí dando vuelta una inquietud novedosa dentro de tu corazón, te has detenido a prestarle atención, ¿Cuál sería esa novedad en tu vida que viene como a invitarte, a dar un paso de crecimiento?¿Cómo es que te guía en este tiempo, esta novedad, novedad de alegría, de gozo, de paz, identificada con lo concreto de tu vida familiar, laboral, comunitario?¿Cómo es que te guía en este tiempo, llevándote a la novedad de tu vida y a lo nuevo de tu vida?.

Cuando uno toma algo nuevo, algo viejo deja, como cuando nos revestimos de un hombre nuevo y tomamos una prenda nueva, dejando las prendas viejas, ¿Qué tendrías que dejar atrás en este tiempo de cambio, de transformación?.

La presencia del Espíritu Santo, por la gracia del Bautismo, vive en nosotros con gracia de liberación de nuestros lugares de esclavitud y desde nuestra presencia esclava su experiencia transformadora viene como a sacarnos lo que nos ata y animarnos desde él con Jesús a un vínculo de liberación y promoción de los más pobres y oprimidos por las estructuras de pobreza en las que vivimos.

Ser liberados de nuestras esclavitudes por la fuerza de un amor que nos promociona y nos dignifica, que nos pone de pie, que nos hace ser más en Dios, que nos entusiasma, que es vivir en Dios y nos hace permanecer en Él. Cuando esto está en nosotros por la gracia del Espíritu nos resulta connatural a nuestro proceso, dar paso en relación a los que menos tienen, pueden y saben, a los más pobres entre los pobres. Recorremos caminos de promoción poniendo de pie por la gracia que nos habita y por el espíritu que nos guía a los que necesitan de ese calor del amor que viene a renovarlo todo y a transformarlo todo. Lo que permite esa posibilidad es la gracia del amor que opera, el Espíritu Santo en el corazón del Bautizado.

Dejémoslo moverse en libertad, no le pongamos límites, no lo metamos al Espíritu en un brete, dejemos que su presencia de soplo inspirador tome nuestro corazón, lo trasforme en la novedad con la que el Padre nos quiere en Jesús caminando como un hombre nuevo en Cristo y al mismo tiempo dejando atrás lo que fue, nos lancemos a lo que está por venir, a lo más que Dios nos propone, siempre Dios está un pacito más allá y es desde allí donde nos llama a crecer y a madurar.

Padre Javier Soteras