Es tarea de todos los creyentes solidarizarse en la acción y en la oración para acercar a Jesús a los hermanos que necesitan de su perdón

viernes, 12 de enero de 2007
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Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta y el les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico llevándolo entre cuatro y como no podían acercarlo a El a causa de la multitud, levantaron el techo del lugar donde Jesús estaba y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la Fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico:-“Hijo, tus pecados te son perdonados”. Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior:-“¡Qué está diciendo éste hombre! ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? Jesús, advirtiendo enseguida que pensaban así les dijo:-“ ¿Qué están pensando? ¿Es más fácil decir al paralítico tus pecados te son perdonados o levántate, toma tu camilla y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados dijo al paralítico:-“Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El se levantó enseguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios diciendo:-“Nunca hemos visto nada igual”.
Marcos 2, 1 – 12
 
Hoy, al meditar y reflexionar sobre éste relato del Evangelio de Marcos, vemos que, así como decíamos ayer en el milagro del leproso: “ ha sido purificado para poder volver a integrarse a la comunidad”, éste relato del milagro del paralítico está significando también que Jesús nos quita las ataduras que nos impiden caminar hacia Dios mediante la purificación del pecado.

Al leer nuevamente con atención este relato del Evangelio de Marcos, dejemos que el Espíritu que ha suscitado ésta Palabra vaya suscitando también en nuestro corazón ese deseo de que el Señor también hoy quite aquellas ataduras que nos impiden no solamente integrarnos y participar de la comunidad sino que nos impide ir hacia Dios. Aquellas ataduras que hacen que a nosotros nos cueste el encuentro con el Señor y con nuestros hermanos. Abramos nuestro corazón a ésta acción de la Palabra de Dios.

Tratemos de ubicarnos en éste relato, sobretodo a partir de aquel momento en el que nos dice el Evangelio de Marcos que cuando lo buscaban los apóstoles a Jesús diciéndole que mucha gente quería verlo, El les dice:-“Vamos a otro lugar”. Porque dice:-“ He venido para anunciar el Reino a todos los pueblos, de Galilea, de Judea. Nosotros decimos que ahí también se está iniciando esa misión universal de Jesús. Y el relato de hoy comienza diciendo que Jesús vuelve a Cafarnaúm después de algunos días, seguramente, que ha estado en otros lugares anunciando el Reino de Dios. Y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Debemos entender en la casa de la suegra de Pedro, donde Él había hecho el milagro de curar a la suegra de Pedro de la fiebre que tenía cuando llegaron. Decíamos que la suegra de Pedro, al recibir éste milagro del Señor, comienza a servir. Comienza a sentirse partícipe de la misión de Jesús y de los apóstoles, comienza a servir colaborando y poniendo la casa a disposición. Y vemos también como entonces hoy éste relato nos presenta a Jesús que está en la casa, y allí, cuando la gente se anoticia nuevamente, se reunió tanta gente que no había lugar ni siquiera delante de la puerta, y El les anunciaba la Palabra. No solamente dentro de la casa sino fuera había mucha gente queriendo escuchar la Palabra del Señor. Pero también muchos habían venido para que el Señor los curara, los liberara de sus males. 

Estamos en los comienzos de la predicación del Señor y en dónde el Evangelista Marcos está señalando a través de éstos signos que Jesús va realizando, la curación del endemoniado, la curación del leproso, la curación de la suegra de Pedro, éstos signos que ya van anunciando que Jesús es el Hijo de Dios. Es el que ha venido a salvar y a liberar al hombre del pecado y de las consecuencias del pecado. Mediante éstos signos, el autor de éste evangelio, muestra la divinidad de Jesús, que El es el Hijo de Dios, que El es el Mesías. Y dice: le trajeron entonces a un paralítico. Otro signo va a realizar el Señor, pero aquí la atención no la debemos centrar tanto en el signo en las Palabras de Jesús. Porque ni bien bajan a éste hombre después de haber hecho la abertura en el techo de la casa, lo bajan entre cuatro para que el Señor lo cure. Jesús dijo al paralítico: -“Hijo, tus pecados te son perdonados”.

Ahora, ésta Palabra de Jesús nos va a indicar que Jesús, porque es el Hijo de Dios, tiene poder para perdonar los pecados, algo, que como pensaban los fariseos, es únicamente de Dios. Quien puede perdonar los pecados sino sólo Dios! Por eso decíamos, ésta acción y todo éste relato se va a centrar en ésta enseñanza de Jesús, en ésta proclamación que El mismo hace de su capacidad para perdonar los pecados. Una capacidad que le pertenece a Dios, que viene de Dios, y que El la posee porque el es el Hijo de Dios, y el milagro va a confirmar ese poder porque el tiene capacidad de perdonar porque el es el Hijo de Dios y por eso también puede hacer que el paralítico camine.

El milagro viene a confirmar la Palabra de Jesús. Por eso Jesús a aquellos que pensaban diciendo que estaba blasfemando les dice:-“ ¿qué es más fácil decir al paralítico: tus pecados te son perdonados o levántate, toma tu camilla y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: -“yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Así se confirma entonces que Jesús viene a liberar al hombre de todo pecado. Es el que viene a purificar toda su existencia para que nosotros volvamos nuevamente a la vida de Hijos de Dios, podamos ser partícipes de la divinidad que el Señor nuevamente nos quiere regalar haciéndonos partícipes de la misma vida divina. Aquella purificación del leproso podría estar significando la purificación que se realiza en el creyente a través del Bautismo. El Bautismo que nos vuelve a la vida de hijos de Dios.

Este milagro del paralítico podríamos decir, estaría significando por la expresión de Jesús, el perdón de los pecados, ese perdón que recibimos a través del sacramento de la reconciliación, que nos libera de aquellas ataduras que nos impiden caminar en la vida como hijos de Dios. Hoy el Señor también a nosotros, a los que creemos en El, nos está diciendo – “Hijo, tus pecados te son perdonados” y lo más difícil en la vida del creyente a veces es reconocer su situación de pecado, reconocer que es pecador. Con cuánta gente nos encontramos que dicen con toda tranquilidad: – Yo, la verdad, no tengo pecados.

Sería bueno reflexionar sobre esto que nos está señalando hoy la Palabra de Dios. Jesús viene hoy a perdonar nuestros pecados, a purificarnos, a liberarnos, porque el pecado es lo que impide al hombre caminar, el pecado es la causa de todo aquello que daña al hombre, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, y que le impide vivir con alegría su condición de hijos de Dios.

Este hombre paralítico es llevado por cuatro hombres. Es la fe de estos hombres la que mueve al paralítico. Es la fe de estos hombres que acercan al paralítico a Jesús, la que hace posible que Jesús lo sane primero espiritualmente y después le conceda el don de la sanidad física para que pueda caminar. Es importante que nosotros subrayemos el esfuerzo y la generosidad que nacen de la fe. Un elemento original del relato que la fe, considerada necesaria para recibir el don de Jesús no se atribuye aquí al enfermo sino a sus amigos. Por su tesón y su fe ellos logran la salvación del hombre. Y esto nos lleva a la reflexión para poder también responder un poco a aquellas personas que hoy se resisten a Bautizar a sus hijos porque dicen porque tenemos que hacerlo si ellos no son conscientes de lo que va a recibir.

Siguiendo un poco también la idea de nuestros hermanos protestantes, sea de la iglesia que fueran, hoy también entre muchos católicos está ese pensamiento y a veces esa actitud. Hoy en nuestras parroquias se acercan jóvenes y adultos a bautizarse porque no han sido bautizados de chicos, y escuchamos de muchos padres decir:-“ yo no voy a hacer bautizar ahora a mi hijo ahora sino que se bautice cuando sea grande y él elija lo que quiera. Yo pienso siempre en un primer argumento, reflexión, ningún papá le va a decir a su hijo que no le enseñará a hablar para cuando sea grande elija el idioma que quiera. Nadie le va a decir eso a su hijo, le va a enseñar lo que sabe y el idioma donde está para que pueda comunicarse, sino hay una incomunicación total.

A partir de allí, pienso que ningún padre católico puede pensar en no bautizar a su hijo porque lo primero y lo más espontáneo, si él es verdaderamente creyente, es transmitirle la fe, es hablarle de Dios, para tener un mismo lenguaje, para que lo pueda entender, para que lo pueda comprender. Pero esto que nos dice hoy el evangelio de Marcos nos puede ayudar hoy también descubriendo que no solamente es la fe personal es la que nos acerca a Jesús, que nos obtiene la gracia del Señor, sino que también es la fe de la comunidad, que otros puedan ayudar a alguien a acercarse a Dios, y esto nos muestra éste relato de Marcos, que por el tesón de sus amigos éste hombre va a lograr la salvación que le ofrece Jesús, primero la sanación espiritual y luego la sanación física. Entonces, ¿por qué bautizar a un niño y por qué la Iglesia bautiza a los niños? Siempre se nos dice: la Iglesia bautiza a los niños en la fe de sus padres. Y de allí el gran compromiso de esa mamá, de ese papá y de esos padrinos que bautizan a un niño.

No es solamente cumplir con el rito, cumplir con el momento del sacramento, sino que eso comporta también toda una tarea de ayuda, de sostén, de educación, de formación, pero basado en esto, el tesón y la fe de los padres que va a hacer que ese niño que se bautiza, aunque no es consciente de lo que está recibiendo, pueda experimentar en su vida, esa acción salvadora del Señor. Y a eso también lo vemos en mucha gente de fe, cuando tiene a alguien enfermo y reza y pide sanación, porque no es sólo la fe del que sufre sino de todos aquellos que pueden acompañarlo en esa petición y sobre todo cuando el mismo Jesús ha puesto la fuerza de la oración, no solamente en la oración personal sino en la oración comunitaria: -“Cuando dos o más se reúnan en mi nombre, ahí estoy yo. Lo que pidan en mi nombre se les va a conceder”. 

Es muy importante lo que se nos dice hoy en el evangelio de Marcos de la actitud de estos hombres, realmente es una escena sorprendente, que cuatro hombres lleven a éste paralítico en una camilla y hagan todo para poder hacer que se sane, subirse a los techos, romperlo, bajar la camilla con cuerdas para poder ponerlo delante del Señor, esa solidaridad de la fe. Debemos confiar, pero no es la tarea de uno sólo sino apoyarse en la oración de los hermanos, tener fe en la oración en común, y eso es también lo que va a hacer posible que podamos ayudar en nuestra familia. Que esta solidaridad y éste tesón de los amigos del paralítico, nos ayuden también a nosotros a vivir ésta fidelidad oracional para conseguir éstas gracias de Dios en favor de aquellos hermanos, amigos, que necesiten una gracia muy especial del Señor. Que esto nos anime y nos ayude también a poner toda nuestra confianza en la oración. Que esto nos de también esa gracia de cuidar la oración constante, perseverante, de no tener miedo a dedicarle tiempo a la oración. También éste evangelio nos ha presentado a Jesús como un hombre de oración.

Todo el tiempo que el Señor le dedicaba a la oración, ya sea quedándose hasta muy tarde en la noche o levantándose antes que amanezca para poder encontrarse en la oración, en el silencio, en la intimidad, con el amor de su Padre para recibir de El la fuerza y la inspiración en esa misión que El le había encomendado. Nosotros también tratemos de valorar la oración en nuestra vida, la importancia y la eficacia de la oración que nos lleva a hechos concretos de solidaridad hacia nuestros hermanos. Que grande entonces que nosotros también podamos vivir esto. 

Pensemos cuántas veces también nosotros hemos sido poco solidarios porque nos ha faltado ésta convicción, porque hemos pensado que nosotros no podemos hacer nada ante un hermano descarriado, un hermano que sufre, y pensamos que si el no quiere no se puede, es cierto que tenemos que respetar la libertad del hermano como Dios respeta nuestra libertad, pero la oración es poderosa, “Pidan y recibirán” nos dice Jesús.

Todos tenemos que considerarnos pecadores. La misma Palabra de Dios es muy clara en esto, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se nos dice que todos somos pecadores, no hay ni uno sólo que no tenga pecado. Y no solamente tenemos que pensar en pecadores como grandes criminales, en homicidas, si pensamos en todos en esos pecados graves que se nos muestra a través de los medios de comunicación, que es cierto pero también aquellos pecados ocultos, aquellos que nadie conoce, aquellos pecados que tal vez lo sabe cada uno y Dios, aún aquellos pecados pequeños, todo aquello que de alguna manera nos hace que digamos No a Dios, tal vez decimos sí, que son cosas pequeñas, como la mentira piadosa pero la mentira piadosa también es un pecado, es un no a la verdad, es un no a la enseñanza de Jesús que tenemos que decir la verdad, que buscar la verdad, la verdad que nos hará libres.

Y es ahí donde empieza propiamente el pecado. Y decía la Iglesia, después del concilio, que el mayor pecado del hombre de hoy es haber perdido la conciencia de pecado. Un obispo decía que había ido a la cárcel y que encontró a muchos que estaban presos pero que no reconocían que eran pecadores, siempre había un justificativo para lo que habían hecho. Y algo así también nos pasa a nosotros con Dios.

No reconocemos nuestros pecados ante el Señor. Y Juan es el que nos va a decir que aquel que dice que no tiene pecado es un mentiroso y no solamente que él es un mentiroso sino que hace un mentiroso a Dios porque Dios envió a su hijo para liberar al hombre del pecado y basta que uno no tuviera pecado para que esa liberación no fuera necesaria o estuviera de más. Todos hemos pecado. Y Jesús murió a causa de nuestros pecados y no de los de algunos sino de los de todos. Cuando participamos de la Eucaristía cada domingo, o si tenemos la costumbre de ir a misa frecuentemente o todos los días, al iniciar la misa pedimos perdón a Dios para purificarnos sobretodo de esos pecados de cada día. Pero cuando decimos “Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes hermanos, he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión…,” no estamos recitando simplemente una fórmula, no es simplemente un rito ceremonial sino que es la conciencia de aquél que experimenta ante la majestad, la bondad, la misericordia del Señor, su condición de pecador, de que es nada ante Dios. Es aquella parábola de Jesús, del fariseo, del publicano. Y a veces nosotros tenemos más la actitud del fariseo que la del publicano.

Pensamos que estamos bien, que somos los buenos, que somos los mejores porque cumplimos con algunas cosas externamente y nos cuesta reconocer en nuestra intimidad nuestras falencias y no somos como el publicano que simplemente le perdía perdón al Señor y decía.-“soy pecador, perdóname Señor, ten piedad de mí”. Y Jesús dice que quien salió del templo purificado no fue el fariseo sino el publicano. Porque cuando el hombre se reconoce pecador entonces es allí donde actúa la misericordia, ese amor infinito de Dios para purificarnos. Ya lo decía en el antiguo testamento al pueblo de Israel, si se arrepienten de sus pecados yo borraré de mi vista todos sus pecados.

Qué difícil y cómo nos cuesta reconocer nuestras limitaciones, y a veces también en ese arrepentimiento a través de algo que nosotros podamos cometer y que sea grave, a veces el arrepentimiento más que un arrepentirnos por haber ofendido a Dios, por no haber sido fiel a nuestra vida cristiana, es simplemente tal vez un acto de vergüenza, como diciendo: “como yo he podido hacer esto” y entonces pensamos en todo lo que nos puede pasar, en todo lo que pueden decir los demás de nosotros pero no en esa relación de arrepentimiento ante la misericordia del Señor.

A veces tenemos vergüenza del pecado no por la ofensa a Dios sino porque nos mancha y nos pone mal ante los demás o ante nosotros mismos que consideramos que no podemos pecar, que nos es de nosotros equivocarnos. Y todos podemos fallar. Por eso Jesús cuando a aquél hombre que le es presentado por sus cuatro amigos le dice:-“ Tus pecados te son perdonados”, ésta expresión de Jesús hace que el milagro que va a realizar después de darle la posibilidad de caminar, de desatarlo de esas ataduras que le impedían ser libre, manifiesta entonces que Jesús tiene poder para perdonar pecados y por lo tanto su autoridad es Divina. Este milagro demuestra que la parálisis es símbolo del pecado y que es necesario liberarse de él para empezar a ser libres. Y liberarse de él implica también reconocer que estamos incapacitados a causa de nuestros pecados, ya sea de palabras, obras u omisiones. La parálisis representa la incapacidad, la atadura en que nos deja el pecado. Jesús puede hacernos libres. Esto no significa que haya una relación directa entre pecado personal y enfermedad, quiere decir solamente que el misterio del pecado deja a la persona paralizada sin poder moverse hacia los bienes prometidos. 

Creo que también en esto es importante saber distinguir que es lo que el Señor pretende cuando le dice a éste hombre:-“Tus pecados te son perdonados”. El pecado es siempre la causa, el origen del mal en el hombre. La enfermedad, el dolor, el sufrimiento. Pero no hay una causa directa y por eso es una pena cuando algunos va a visitar enfermos y los quieren ayudar y le dicen al enfermo:-“Arrepiéntete hermano porque tu debes haber cometido un pecado muy grave en tu vida para que el Señor te haya dado como castigo ésta enfermedad”. Si realmente Dios tuviera que castigar cada uno de nuestros pecados con una enfermedad no habría nadie sano en el mundo. Todos seríamos ciegos, cojos, sordos, paralíticos, enfermos de esto o de aquello. Quiere decir solamente que el misterio del pecado deja a la persona paralizada sin poder moverse hacia los bienes prometidos. Esta sanación espiritual del Señor es importante para las otras sanaciones, pero no quiere decir que siempre, si estamos sufriendo, es a causa de nuestros pecados.

Cualquiera de nosotros puede estar sufriendo algo en la vida más o menos grave, que si tiene como causa el pecado pero no en una relación directa. Ojalá que nosotros podamos también entender la importancia de pedirle al Señor que nos libere, que nos purifique de nuestros pecados para poder ser sanados también en nuestros cuerpos, pero sobre todo y muchas veces, en muchos casos, para tener la fortaleza de saber sobrellevar las enfermedades con fuerza, con alegría. Y esto también nos hace ver, como la misma palabra de Dios nos dice, que cuando hemos sido sanado espiritualmente de nuestros pecados, liberados de nuestras miserias, Jesús también se manifiesta aún en la enfermedad porque cuando no somos liberados físicamente de una enfermedad tenemos la fortaleza de sobrellevarla y de asumir aquello que nos dice también la Palabra de Dios en la expresión de Pablo:-“Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo”, es decir, poder unirnos en nuestro sufrimiento, en nuestra enfermedad a Jesús, a su Cruz y desde allí colaborar con El en la obra de redención, en la purificación porque como también hemos señalado a lo largo de ésta catequesis, la esperanza del cristiano no se reduce solamente a la esperanza de un bienestar aquí en la tierra, que estos milagros del Señor nos van a ayudar, pero que se busca más que nada la esperanza de una sanación y de una plenitud en la vida eterna que el Señor nos ha prometido en el reino de los cielos.

Todos estos milagros son signos, son anticipos, son gracias que el Señor nos va dando para que nosotros podamos mirar hacia más adelante. Por eso, le pidamos al Señor, en primer lugar sepamos reconocer nuestras miserias, que no tengamos miedo de sabernos pecadores, pero no para vanagloriarnos, como a veces escuchamos de muchos que se vanaglorian de sus faltas, de sus conquistas, de sus errores, o como cuando escuchamos de algunos que dicen: – mira que tipo inteligente aquel que a través de un fraude o un robo no lo han descubierto…”, sino reconocer nuestros pecados porque confiamos en la misericordia del Señor y que es la misericordia del Señor la que nos va a ir purificando.

Reconocer nuestros pecados para que podamos cambiar de vida. Mientras no reconozcamos nuestra situación de pecadores no vamos a hacer nada para cambiar y eso le pasa a mucha gente, si no cambia, si no mejora es porque cree que lo que está haciendo está bien. Cree que su situación de pecado es buena y por eso no hace nada por camibar. Es más se siente muy contento muy feliz en esa situación y a veces hoy vemos que mucha gente, en relación al matrimonio, están juntados y se dicen cristianos, católicos y piensan que si están bien así para que van a recibir el sacramento. No se dan cuenta que están en una situación grave de pecado y dicen que como todo el mundo lo hace, como todo el mundo vive así, y hoy nadie dice nada, todos consideran que está bien, entonces estamos bien, porque han puesto su vida matrimonial desde la óptica humana y no desde la óptica de la fe, no desde la Palabra de Dios. No reconocen, no tienen la capacidad de reconocer su pecado y entonces no hacen nada por salir de esa situación y no buscan esa gracia inmensa que el Señor les quiere regalar a través del sacramento, que les va a transformar su vida cuando realmente vivimos según los mandatos del Señor.

Reconocer nuestros pecados no para quedarnos en el pecado sino para que con la Gracia de Dios, confiando en la misericordia del Señor, el Señor nos purifique como a éste hombre y que nos libere de aquellas ataduras que nos impiden caminar hacia El, que nos impiden vivir en plenitud nuestra condición de hijos de Dios.

Padre Emilio Lamas