12/05/2016 –
Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si por influjo del Espíritu Santo no es movido. 1 Corintios 12, 3
Nos vamos preparando hacia Pentecostés y nuestros corazones se abren poco a poco en la gracia de renovación en la que el Señor quiere transformar nuestras vidas.
Cuando después de lo compartido en familia, después de que se han asentado las experiencias de encuentro y de desencuentro, de búsquedas y de caminos que se cierran, de alegría y también de alguna tristeza que por allí se puede haber instalado en el corazón de la vida matrimonial o familiar, después de caminar un tiempo, podemos decir que necesitamos ser renovados en nuestras vidas. Hay un lugar en donde nuestras vidas necesitan volver a nacer, volver a comenzar, volver a intentar, volver a florecer, volver a intentar.
Pidámosle a Dios, que en el Espíritu Santo venga a hacernos volver a la alegría, a renacer a la esperanza, a renacer al espíritu de lucha, a fortalecernos en el espíritu de la oración, a renovar en nuestros corazones la gracia de la fraternidad, el don de la reconciliación, la capacidad de perdonar, el deseo de volver a empezar. ¿Dónde, cómo de qué anera, en qué lugar de tu vida agrietado necesitás que la vida del Espíritu venga a hacer nuevas todas las cosas? Le pedimos juntos al cielo que venga y renueve nuestro corazón.
El Señor nos quiere renaciendo en Él por la gracia que en este Pentecostés se va a derramar en abundancia y es bueno irse preparando para recibirla. Cuando captamos esta necesidad se la planteamos al Señor y el Señor va respondiendo hasta que se derrama efusivamente en Pentecostés una vez más.
A Jesús lo podemos haber visto, como ocurría en el tiempo en que caminaba entre nosotros, y posiblemente como les pasó a muchos de aquel tiempo como cuando nosotros lo vemos ahora en la oración en comunidad. El Espíritu viene a recordárnoslo todo y a recuperar el significado de la presencia del Maestro en medio nuestro. Ahora vive pero está presente de un modo distinto, de hecho podemos estar en las cosas de Dios o lo podemos haber visto como ocurrió hace dos mil años, o podemos tener frecuencia en el contacto con El, pero posiblemente, como nos pasa entre nosotros también, no siempre terminamos de conocernos, de profundizar, de entendernos.
¿O acaso no nos pasa que a veces, viviendo bajo el mismo techo, no nos encontramos?, ¿que estando al lado uno de otro no nos entendemos?, esta experiencia de estar sin vivir en el otro y que el otro no viva en mí ocurre también con el Señor si no recibimos esta gracia en el espíritu que nos da el interno conocimiento de la persona de Jesús y nos permite también a nosotros conocernos más honda y profundamente.
El Espíritu es quien nos precede y nos despierta en la fe y en el conocimiento de Dios. Recibimos la gracia del Espíritu Santo por el don del Bautismo, es el primer sacramento, el de la fe, el de la vida, y tiene su fuente y su origen en el Padre, y se nos ofrece por Jesús.
El Hijo se comunica íntima y personalmente por la gracia del Espíritu Santo, en la comunidad de la Iglesia, son el Padre, el Hijo y el Espíritu quienes actúan para que nosotros seamos incorporados al misterio de Dios y formamos parte de la familia de Dios. El Espíritu viene a nuestros lugares agrietados y viene a hacer florecer la vida donde hoy sólo hay herida y sequedad. Que Jesús nos de la gracia de renacer con Él en este pentecostés.
Dios que es familia, Dios que es misterio de Trinidad y de Amor, Padre Hijo y el Espíritu Santo, con su presencia y su gracia, es el primero que nos despierta en la fe y vida en familia. Es allí donde el Señor en el Espíritu nos hace movernos hacia Jesús para tenerlo a Él como centro en nuestras vidas. Una presencia sencilla y firme, por la cual entramos en contacto a partir de la oración. El Señorío del Señor vuelve a poner las cosas en su lugar en nuestra vida familiar.
La fuerza del mal que siempre atenta contra los caminos de Dios van minando la vida familiar con soberbia, desencuentros, crispaciones y rebeldías. Así en la desolación interior vamos dándonos cuenta como de manera silenciosa y sin darnos cuenta nos hemos enredados con sentimientos que nada tiene que ver con lo que Dios quiere para nuestras vidas. A veces puede ser pasajero, y otras veces viene a permanecer. Allí hay que echarlo fuera. ¿Cómo? De manera sencilla. Con la oración al Padre y con la certeza de que los ángeles nos asisten, nuestro ángel del guarda puntualmente. Quizás pueda ayudar algo de agua bendita, la oración del rosario y gestos de humildad.
El agrietado territorio donde tantas veces nuestras vidas transcurren, son los lugares donde el mal busca más fácil arrebatarnos la vida de Dios. Pero también es verdad que en ese mismo desierto es donde Dios se hace presente más fuerte. Es un lugar bello el desierto, de lucha, de tentación y también de encuentro.
Que sea la presencia de Dios la que abrace tu fragilidad y haga reverdecer en el desierto esa pequeña flor de vida familiar y comunitaria. Aún en medio del dolor aparece la fuerza abrazadora de Dios que con su amor nos consuela y nos pone de pie. Que se te llene el corazón, como estés, con la certeza de que el Espíritu ha venido a hacer nuevas todas las cosas.
Padre Javier Soteras
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