Espiritualidad para el siglo XXI. (Segundo ciclo). Programa 10: La vida espiritual y la afectividad.

lunes, 7 de julio de 2008
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Texto 1:

    El Evangelio es un estilo de vida y de relaciones para un camino de realización armónica de la madurez humana, intentando una perspectiva integral y realista donde el crecimiento se da en la medida en que se vive, se acepta y se asume la realidad.

    Hay quienes se sienten llamados a vivir para Dios, desprendiéndose de todo y de todos. Hay otros que disciernen que tienen que vivir a Dios en todos los vínculos. Todos debemos purificar, en nuestro itinerario al amor, las relaciones con los demás, procurando la integración y la asunción de las realidades humanas en el ámbito de Dios.

    La radicalidad de la experiencia de Dios también se vive desde los vínculos humanos. El Absoluto está «en medio» de la relaciones. Todo gira en torno al centro divino que, como fuerza unificadora, incorpora la realidad humana abriéndola hacia lo trascendente.

    En la dinámica de la relación se cultiva el vínculo y su crecimiento. Crecer a partir del lazo dado y vivido. Es un desafío equiparar los ritmos de las distintas personas, incorporando el vínculo con Dios en el vínculo con el otro y viceversa. Se dan intensas purificaciones, tanto personales como relacionales. No es separándose de los vínculos como los vínculos maduran, sino “trabajándolos” en la mutua relación. Se involucran todas las relaciones en el amor a Dios. La relación humana queda incorporada al vínculo con Dios. Los amores no se separan.

    Hay un solo amor con distintas dimensiones y relaciones. El corazón vive todos sus amores en unidad. El verdadero amor no separa al amor. Los amores humanos no son “fronteras” y “murallas” impuestas al amor divino, como si el vínculo humano «ocupara» en el corazón un «espacio» que le compete sólo a Dios, teniendo la sensación de una «fractura» interior, una fragmentación y desintegración, una división que polariza el afecto y las energías en una continua lucha.

    Ningún amor genuino divide y disloca el interior, es el corazón el que ya está divido, o al menos, no totalmente unificado. No hay romper con los vínculos sino «re-orientarlos», encauzarlos, dirigirlos y centrarlos en el núcleo primero y fundamental de Dios y su amor: Lo humano en lo divino y lo divino en lo humano. Los amores tienen que permanecer centrados en el «Centro», procurando la unificación de las relaciones en Dios, “re-educar” las relaciones para “re-crearlas”. Dios y los corazones en vínculo son el crisol de estas purificaciones y crecimientos.

    No hay que esperar estar totalmente maduro para arriesgarse a amar. El amor se va construyendo en tanto se va dando y creciendo la relación. Hay que asumir la relación para iniciar el camino de la purificación. El vínculo es un «don de relación», un «don de encuentro», un «don de diálogo» y un «don de presencia».
 
    Asume todo lo humano para enriquecerlo, potenciarlo y perfeccionarlo. Se involucra la totalidad de la persona, con todos sus niveles, asumiendo desde las dimensiones más exteriores a los más interiores, desde las más sicológicas a las más espirituales.

    La afectividad es un ámbito importante para  asumir y purificar.  Es centro intensivo, expansivo y expresivo en el cual la persona se abre a la comunión con otros, involucrando toda su personalidad. Es preciso abrir desde lo espiritual un espacio para lo afectivo y desde lo afectivo cultivar un espacio para lo espiritual.

    Una afectividad madura abarca la unidad más profunda de la persona con sus múltiples expresiones de sentimientos, actitudes, gestos y relaciones. En la afectividad, las actitudes expresan la voluntad, los sentimientos manifiestan la interioridad y los gestos comprometen a la corporeidad. Se necesita integrar todo. La afectividad permite expresar la unidad del espíritu y el cuerpo entrelazados en cada manifestación afectiva. En los gestos está “concentrada” toda el alma y todo el cuerpo. El espíritu se expresa y el cuerpo se espiritualiza.

    ¿Sentís la necesidad de que tus relaciones y afectos crezcan, se dilaten, se expandan?; ¿Tu corazón quiere ser más universal?; ¿La purificación de la afectividad no es una oportunidad para empezar a cambiar?…

Texto 2:
 
No dejes que el viento se lleve mi nombre. No quiero ser  ceniza. Recuerda que todas las caricias son una sola que viene y va, meciéndose continuamente en el mismo mar. La caricia es un viaje asombroso por una geografía revestida de piel, en donde le damos alas a las manos del alma.

A veces, la caricia se extiende en un abrazo de apertura, reciprocidad y encuentro. Hay abrazos que asfixian y abrazos que liberan. Hay abrazos que contienen y sostienen, afirman y confirman. Hay abrazos que apresan y hay otros que libertan. Hay abrazos que encierran y otros que abren y nos dan alas. Hay abrazos que clausuran y hay otros que inauguran nuevas experiencias. Hay abrazos para las bienvenidas y para las despedidas. Hay abrazos de amigos, de padres a hijos; de abuelos a nietos. Hay abrazos para llorar y otros para festejar. Hay abrazos para la distancia y otros para la cercanía, para la presencia y para la ausencia. Hay abrazos que se dan con los brazos. Otros se dan con el corazón y con el alma.

El beso, en cambio, es el sello de los labios que estampan el alma, como una palabra hecha de silencio.

Mientras que por la mirada, el alma vuela, roza y toca aquello en lo cual se posa. Por los ojos, el alma se enciende, el fuego se aviva, el mundo renace, la esperanza está de vuelta, la alegría viene recién nacida.

En tanto, los suspiros son miradas que no llegan, besos que no se dan, pensamientos que se pierden, lágrimas que se vuelven hálito, alas rociadas de deseo en un camino de sueños que se escapan.

Texto 3:

Así como algunas veces, la brisa recorre todo el paisaje envolviéndolo, con un suave y sutil abrazo invisible, de la misma forma quisiera -en un  toque intangible- llegarme hasta vos.

Así como las mareas mecen las playas de los mares, hasta dormirlas profundamente, abrazando sus incontables arenas, de semejante manera, mis subterráneas corrientes quisieran desembocar donde te encuentras y allí, por fin, aquietarme.

Así como el sol inunda transparentando todas las formas, emergiendo de ellas su propia luz, de modo similar, deseo que mi fuego toque tus leños y, encendidos, ardan sin consumirse.

Así como la sangre, en su recorrido, toca el laberinto de todas las venas y -en el río rojo de la lava que contiene el cuerpo- transita innumerables recodos, de igual manera, sueño que peregrino por las rutas que llevan a tu centro.

Así como la lluvia se desliza, empapando la tierra, de manera semejante, deseo condensarme en tu suelo y hacerlo estallar en verdes y colores.

La brisa y el paisaje; las mareas y la playa; el sol y las figuras; la sangre y las venas… y todas, todas las cosas de este desconocido universo se aproximan y se tocan; se conjugan y se unen; se agitan y se mezclan.

Todo -en el mundo- se acaricia. Todas las fuerzas se rozan en su danza: La luz y la sombra; el día y la noche; el aire y el fuego; el agua y la tierra, el tiempo y el espacio…

Todo se acaricia en un equilibrado movimiento. Todo en el cosmos busca su abrazo y su nexo, su puente y su unión.

También yo, como todo en este universo, busco aquella caricia que tengo que dar y recibir.

Hay una sola e interminable caricia, una que dure todos los momentos: Es la caricia de Dios que se desliza por el mundo y por los seres.

Así se entretejen los tejidos del cuerpo y las fibras de alma.

Todo el universo respira caricias que se buscan en el ritmo de un único e ininterrumpido movimiento.

Hay una caricia que está buscando.

Texto 4:  

Cada caricia guarda su historia:
Primero es el vuelo del alma,
luego sendero sinuoso en la piel
y después, laberinto de la memoria.

Geografía del cuerpo en el espíritu.

Caminos y surcos.
Otros mapas y rutas,
con sus brújulas y búsquedas.

Una memoria para el tacto,
otra para el ojo y el olfato,
otra para el oído y el gusto…

Todas son “memorias de la memoria”.

También existe una “memoria de caricias”:
remembranza y evocación.

Las manos y el alma;
las miradas y el gesto;
las palabras y el  silencio…

Destello de caricias
que cicatrizan heridas  
y despiertan  huellas sutiles
que entretejen esa urdimbre
de rostros y rastros.

Texto 5:

No deambules
por la sinuosa soledad del desamor,
mendigando una caricia
de fantasmas.

Por las grietas de tu corazón
se filtran las sombras del desamparo;
el abandono del olvido
y la ingratitud de un silencio
que nunca responde.

Toma los retazos de tu piel y
los  fragmentos de tu corazón.

En este un campo de batalla:
Hay trozos de mí y de ti,
como una lluvia de fragmentos
desatada por los vientos.


Texto 6:

    El amor realiza la integridad del corazón unificado. El amor nos regala el sueño de un corazón entero y único. En la unidad corporal y espiritual de los gestos se manifiesta que está, intensivamente, toda el alma en la expresividad de todo el cuerpo.

    Los sentidos quedan espiritualizados en la «sensibilidad» profunda del amor como un don del Espíritu. Allí reside la última resplandecencia de todo lo humano. El corazón, mientras más divino, más humano.

    Es preciso hacerse cargo de la afectividad serenamente, sin exageraciones. No hay que reprimirla, minusvalorándola; ni exaltarla, sobrevalorándola. La afectividad es intensidad, expansividad, expresividad  y comunión en el riquísimo y complejo lenguaje de las emociones, pasiones, sentimientos, actitudes y gestos. Es una dimensión unitiva y fecunda del desarrollo de la persona y sus relaciones. Mientras va madurando resulta siempre una fuente de gozo y serenidad. En el amor, la afectividad tiene una particular complacencia porque la verdadera realización humana se encuentra en los vínculos. No te prives de dar o de recibir un gesto. El corazón necesita ensayar su propio idioma.

    ¿Cuál es la riqueza y los límites de tu afectividad?; ¿Qué es lo que tenés que potenciar?; ¿Lo que tenés que sanar?; ¿A qué sos más sensible?; ¿A qué más insensible?; ¿Qué es lo que más te gratifica afectivamente?

    Una afectividad no totalmente integrada se caracteriza por la necesidad dependiente de los otros; el dominio, la manipulación y  la posesión; la pretensión de exclusividad, el aislamiento cerrado y clausurado que no se abre a otros. La afectividad integrada, en cambio, se caracteriza por el ejercicio del amor desinteresado y  gratuito, la libertad, la pertenencia fiel sin esclavitudes, la apertura.

    ¿Cómo vivís tu afectividad?; ¿Cómo algo primario e impulsivo que te somete a continuos vaivenes?; ¿Tu afectividad te integra o te desintegra?; ¿Has sentido el corazón «tironeado», desgarrado y divido?;  ¿Perdés tu centro unificador?

    Nosotros creemos en Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Descubrimos en Él al amor de Dios auténticamente humano,  la sensibilidad humana de Dios en nuestra carne, el abismo del amor se hace carne en el Corazón divino y humano del Señor.

    Dios nos ama desde el Corazón humano de su Hijo que se dejó emocionar cuando se enteró que su amigo Lázaro había muerto (Cf. Jn 11,33-36), con un Cuerpo que se dejó tocar las heridas por su discípulo Tomás para comunicarle la fe (Cf. 20,27-28). Permitió ser abrazado por el Apóstol Juan en la última Cena (Cf. 13,25); se dejó besar los pies por la mujer arrepentida (Cf. Lc 7,45); concedió que su manto fuera tocado por una mujer que buscaba curación.

    ¿Tus gestos humanos transmiten algo de Dios?; ¿Unís espiritualidad y afectividad?; ¿Si nuestro Dios es un Dios Encarnado, un Dios humano y humanado, no te parece que nuestra fe debe armonizarse cada vez más con la condición humana?…

    Que este Dios humano, Dios de carne y sangre, lágrimas y sudor, hambre y sed, reposo y cansancio, nos enseñe a ser más sensibles.  Que Dios nos enseñe a ser más humanos. Que la humanidad de Jesús nos reconcilie con toda nuestra vieja y gastada humanidad.

Texto 7:

Como una fragilidad  que  invita a la protección,
una suavidad que  provoca el abrazo,
y una vulnerabilidad que busca amparo;
así me encuentras ahora, Señor.

Desde lo más hondo
te abrazo sin brazos:
Vos me abrazas desde dentro de mí mismo.

Me tomas y me habitas,
y te quedas
al resguardo del silencio y la tibieza.

Cuando este nudo nos liga,
Un círculo  nos entrelaza y nos encierra,
nos junta y nos sujeta,
nos contiene y nos cobija.

No hay adentro, ni afuera.
En  tu suavidad, todo es habitable.  

Ya no puedo defenderme.
Siento el cobijo de tu amparo
que me sostiene.

Todo está allí.
Tu abrazo lo abarca todo.
Invisible, me recorre y me reconoce.

Yo sé que todos vivimos en tu abrazo, Señor.

Eduardo Casas.