Espiritualidad para el siglo XXI. (Segundo ciclo) Programa 5: La experiencia de Dios

martes, 10 de junio de 2008
image_pdfimage_print
Texto 1:

 

Si consideramos la espiritualidad como vida y la vida humana –en su núcleo más profundo- como ámbito espiritual, no podemos menos que entenderla, entonces, como “experiencia”. Pero antes de reflexionar sobre la espiritualidad como ámbito ordinario de la fe para hacer la experiencia de Dios, nos acercaremos al concepto de «experiencia» en el sentido más amplio posible.

 

Podemos describir cualquier experiencia humana –no solamente la experiencia de Dios- sino cualquier otra como:

 

* «Algo» que nos pasa, nos acontece, nos viene dado y ofrecido en la gratuidad de la existencia.

 

* Es “algo»

que nos deja un sello y nos marca con una impresión particular.

 

* «Algo» que se vive especialmente. Nos interpela, nos moviliza, nos reclama, nos cuestiona, nos compromete integralmente, nos otorga la posibilidad de enriquecernos. Ninguna dimensión de nuestro ser y de nuestra personalidad se sustraen de su impacto. Una verdadera experiencia nunca nos deja indiferentes, no nos permite permanecer igual que antes.

 

* La experiencia es «algo» que cada uno tiene que realizar por sí mismo. Otros podrán decir qué es o cómo hay que hacerla, pero cada uno debe hacer «su» experiencia. La experiencia sólo puede ser compartida a modo de «sugerencia», «proposición» u «orientación». Nunca como «criterio» absoluto, universalmente válido y estático para todos iguales. Una experiencia no es una ley o una norma objetiva. En este sentido, las experiencias son siempre «relativas» y, de algún modo, intransferibles, en cuanto son eminentemente personales, lo que se puede comunicar es nuestra percepción de la experiencia pero no la experiencia misma, ya que poseen cierta «incomunicabilidad» e intransferencia.

 

* La experiencia es «algo» que nos otorga un mayor conocimiento de nosotros mismos, también nos permite el desarrollo de alguna aptitud que antes no potenciábamos o la adquisición de lo que no se tenía.

 

* Es «algo» que al interpelarnos nos produce un planteo, nos abre horizontes, nos suscita nuevas preguntas y perspectivas, nos brinda una nueva mirada, nos produce un «re-acomodamiento» y una nueva adaptación.

 

* La experiencia es «algo» que existencialmente nos resulta importante y valorativo. A partir de ella, necesariamente, algo cambia. Hay un «antes» y un «después». De lo contrario, no es una genuina experiencia – ya que ésta tiene algo de acontecimiento- sino, simplemente, un hecho cotidiano y pasajero, una trivialidad.

 

* Por último, la experiencia es «algo» que después de acontecida nos posibilita un cambio de actitud interior, un crecimiento cualitativamente positivo, incluso cuando objetivamente lo acaecido no haya sido positivo. Se puede crecer y madurar a partir de realidades no tan positivas. La cuestión no está en el hecho ocurrido sino en la manera en cómo se lo ha vivido. 

 

Esta breve descripción no tiene pretende ser completa. Sólo desea ser una primera aproximación general. Vos, ¿en qué experiencias de tu vida estás pensando?; ¿Qué es lo que te dejó una marca profunda en la vida?; ¿Cómo lo has vivido?; ¿Todavía sentís los “ecos” y las repercusiones interiores de esa experiencia?; ¿Estas pensando en una experiencia surgida del impacto de una realidad positiva o negativa?; ¿No sentís que hay experiencias en las que todos somos iguales?

 

 

Texto 2:

 

 

Después de haber hecho una primera descripción general de la experiencia, ahora la caracterizaremos en un nivel más profundo:

                                           

* Una primera característica es la diferencia psicológica entre «sensación» y «experiencia». La experiencia generalmente tiene varias sensaciones que van desde las más superficial a las más profundas. Toda experiencia tiene sensaciones (físicas, anímicas, espirituales) pero no toda sensación implica necesariamente una experiencia. Puedo sentir frío y eso no constituye necesariamente una experiencia sino que es meramente una sensación física. Sin embargo, si recuerdo que ese frío era el de la noche en que me comunicaron la noticia de la muerte de un ser querido, la sensación de frío deja de ser solamente una percepción térmica y se convierte en la experiencia de ruptura, ausencia y abandono que produce toda muerte.

 

* Una segunda característica es la distinción entre «experiencia» y «vivencia». La «vivencia» es consecuencia de la experiencia, surge como resultado de la experiencia y no al revés. Por ejemplo, a través de muchas experiencias de fracasos se puede llegar a una vivencia saludable de superación y autoestima. La vivencia es como la “síntesis” vital de las experiencias, lo que vamos aprendiendo en el camino.

 

* Una tercera característica de la experiencia es el valor personal que cada uno le otorga a lo vivido, la interpretación que tiene para la propia vida. Toda experiencia, para ser tal, necesariamente, debe ser «significativa», tener su propio peso existencial para nosotros. De lo contrario, no es más que una simple «sensación», no una experiencia o un acontecimiento.

 

* Una cuarta característica es que la experiencia no es acumulativa «cuantitativamente». No necesariamente más experiencias (numéricamente hablando) implican mayor crecimiento. Se crece no cuando se tienen “más” experiencias” sino cuando se las asimila, se las incorporada, se las “capitaliza” y se las internaliza mejor “cualitativamente”, no “cuantitativamente”. La “cantidad” de experiencias o la cronología de los años biológicos no siempre se desarrolla armónicamente con el proceso de la madurez personal. Puede existir alguien cronológicamente avanzado y psicológicamente inmaduro, y viceversa. El crecimiento humano depende, en gran medida, del elemento «cualitativo» de las experiencias.

 

Luego proseguiremos con cuatro características más; no obstante, estas primeras –la diferencia entre experiencia y sensación; experiencia y vivencia; el valor significativo de la experiencia y su particularidad “cualitativa” no “cuantitativa”- ya pueden servirnos para discernir nuestras propias experiencias: Vos, ¿te movés por sensaciones, por experiencias o por vivencias?; ¿Pensás que la madurez es tener muchas experiencias en la vida o asimilar bien aquellas que se tengan?; ¿Cómo “medís” tu crecimiento?; ¿Tu vida se ha convertido en un lamento o se ha vuelto un canto?

 

 

Texto 3:

 

Continuando con las características de la experiencia en general, para luego hablar de la experiencia de Dios en particular, proseguimos detallando:

 

* La quinta característica consiste en que la experiencia más que un «acto» (esto correspondería a la «sensación») es, ante todo, un «proceso». Esto constituye propiamente el crecimiento, el cual se da cuando se asimila un acontecimiento que cualifica la vida, mejorándola. Esto fundamenta la diferencia que existe entre «hechos» y «acontecimientos», entre «historia» y «vida». Los hechos son los sucesos objetivos y ordinarios que se dan en la cronología de un cierto tiempo determinado (por ejemplo, las cosas triviales y rutinarias que ocurren en un día). La historia personal es la concatenación de los sucesos cronológicamente considerados. Los acontecimientos, en cambio, son los «ejes o claves existenciales» que han determinado las opciones de la vida. En este sentido, la vida – distinta de la historia como mera biografía – es lo que se centra en los núcleos de estos «ejes existenciales» de sentido. Se puede tener, por lo tanto, una historia conformada con hechos muy monótonos o aparentemente vulgares y, sin embargo, poseer una vida de «núcleos personales y existenciales» muy rica y profunda. 

 

* La sexta característica es aquella por la cual la experiencia, cuando se la asimila positivamente, posibilita el descubrimiento, la construcción y la incidencia de valores en la vida. Por ejemplo, una experiencia de «compasión» posibilita descubrir el sentido de la solidaridad, el servicio y la entrega. El «valor» es objetivo aunque se expresa en la «actitud» subjetiva de alguien a través de un «criterio» que es el nivel práctico de la acción y la conducta. La experiencia integral tiene una estructura «compleja» en sus distintas dimensiones: Lo «objetivo» (valor), lo «subjetivo» (actitud) y lo «práctico» (criterio).

 

* La séptima característica consiste en que la experiencia nos otorga una «clave de interpretación» para leer toda la realidad personal. Cada uno va teniendo su «filosofía de vida», va accediendo y viviendo la realidad desde una determinada manera, con perspectiva y estilo propio. Es por eso que para conocer una persona hay que interpretar sus experiencias.

 

* La octava característica de la experiencia es su comunicación y transferencia relativa. Cuando se quiere compartir a otro una experiencia vital profunda, se percibe que el lenguaje encuentra sus propios límites. A veces se siente la incapacidad del lenguaje como mediación para transmitir la experiencia que nunca logramos transferir totalmente. No agotamos la realidad al experimentarla y al compartirla no transmitimos todo lo que hemos experimentado. La transmisión y comunicación de la experiencia es siempre relativa, de allí que cada uno tiene que hacer su propia experiencia. Todos sabemos qué es la amistad pero también todos seguramente tenemos diferentes experiencias al respecto.

 

Hasta aquí, las principales ocho características de la experiencia en general. Estas últimas cuatro mencionadas –la experiencia como proceso; como constructora de valores; como “clave de interpretación” de la realidad y su comunicación relativa- pueden seguir ayudándonos en el discernimiento de nuestra propia experiencia: Vos, ¿Vivís la experiencia como un camino o como un paso, un momento?; ¿Qué valores se derivan de tu experiencia?; ¿Desde qué clave o eje de experiencia leés la realidad de tu vida y de tu historia?; ¿Te encontrás sólo en tu experiencia o la has podido compartir con alguien?; ¿Tenés la puerta abierta del alma para que podamos entrar y nutrirnos de la savia de tu corazón?

 

 

Texto 4:

 

Después de haber visto las principales características de toda experiencia humana, podemos afirmar que una experiencia, en términos generales, es esa «incorporación» de todo lo real en nosotros y de nosotros en todo lo real, en un dinamismo que va de afuera hacia adentro y de adentro hacia fuera en mutua inter-acción, produciendo lo que llamamos «crecimiento».

 

            Si consideramos ahora en particular la experiencia de Dios, antes de verla desde el creyente, debemos contemplarla desde el mismo Dios, ya que en Él se da una cierta experiencia. 

 

Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada Persona divina al relacionarse con las Otras, tiene una «experiencia» porque las ama, las conoce, las posee, las recibe y las entrega. Dios tiene una experiencia de Dios. Cada Persona divina tiene una «experiencia» de las Otras y cuando Dios se comunica al hombre éste participa de la experiencia de Dios que el mismo Dios tiene.

 

Nuestra experiencia de Dios es una participación de la experiencia que Dios tiene de sí. Esto no quiere decir que principalmente el creyente tenga la iniciativa en tal experiencia y sea el primer protagonista, sino que es Dios el que nos permite ingresar a su mundo interior de manera absolutamente inmerecida. No es que el creyente tenga una experiencia de Dios sino que es Dios quien le concede participar de su propia experiencia. No es que el creyente sienta que lo tiene a Dios en su corazón sino que es Dios el que lo tiene en su corazón a él. No es que el creyente tenga una relación íntima con Dios sino que es Dios el que lo incorpora a su misterio.

 

El creyente está inmerso en el abismo de Dios, sumergido en ese mar sin fondo, ni riberas, en «la anchura y la longitud, la altura y la profundidad» (Ef 3,18) de un inabarcable, inagotable, eterno e infinito amor.

 

            Vos, ¿pensás que tenés a título personal una experiencia de Dios?; ¿Creés qué tu experiencia es única y original?; ¿Nunca pensaste, en cambio, que es Dios quien en su gracia te comunica su propia vida de la cual vos hacés -en la fe- una experiencia?; ¿Acaso no es más hermoso pensar que es Dios quien te participa de su propia experiencia de amor a creer que la experiencia de Dios que tenés, nace y culmina sólo en vos?

 

 

Texto 5:

 

El cristianismo, en general, y la espiritualidad, en particular, se resuelven en la experiencia de Dios. A partir de esta experiencia fundante y fundamental se debe comprender todo lo demás. Como dice el Apóstol San Juan: «Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos. Eso es lo que anunciamos» (1 Jn 1,1-3). Esta experiencia de Dios desde Jesús se hace en la fe.

 

Una verdad de fe, si es genuina, debe ir acompañada de una experiencia interior de esa misma verdad. Una verdad no experimentada termina siendo una verdad no conocida. Esta mutua armonía entre verdad y experiencia y experiencia y vida implica un verdadero crecimiento.

 

Hay que procurar el contacto vital con las verdades sobrenaturales: Vivir lo que se contempla, contemplar lo que se vive. La verdad se la comprende desde adentro en la medida en que se la vive[1]

. En el amor de la verdad y en la verdad del amor se realiza, como don del Espíritu, la «síntesis» entre conocimiento y vida. Sólo es sabio el que aprende a amar: «Quien más conoce, más ama y quien más ama, más recibe»[2].

 

La sabiduría que se nos brinda con la experiencia de Dios es un don de la gracia para que armoniosamente se unifiquen la espiritualidad, la reflexión y la vida. La experiencia de Dios es, ante todo, una gracia de Dios y, por lo tanto, como cualquier otra gracia hay que pedirla. Si Dios existe, no queda otra posibilidad que experimentarlo. No basta sólo con creer, también hay que experimentar. Creer en Dios es una cosa, experimentarlo es otra.

 

En la Biblia, la experiencia de Dios consiste en «dejarse amar por Él». La Biblia dice concretamente «dejarse conocer». El Apóstol San Pablo afirma: «Si alguno cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Más si uno ama a Dios, ése es conocido por Él» (1 Co 8,2-4). Ser conocido por Dios es ser objeto de su amor. El “conocimiento” en la Biblia es un “conocimiento amoroso”, nunca es un conocimiento meramente intelectual.

 

En el camino espiritual nada puede darse por concluido. Todo lo que se hace es para darnos cuenta que ni siquiera hemos empezado. Aún nos queda todo por decir y hacer. Hay un salmo que le dice a Dios: «Aún me quedas Tú».

 

Siempre podemos continuar. En la experiencia de Dios, continuar es siempre iniciar. Buscar es haber sido encontrado. Adentrarnos en el misterio es descubrir que siempre se está a las puertas. Llegar al final es comenzar a ver el principio. Podemos seguir perdiéndonos en este abismo, en esta abundante «espesura» colmada de misterios.

 

Sin embargo, en la experiencia de Dios, el conocimiento en sí mismo no alcanza.  Como afirma una bella oración:

 

 

«Ciertamente -Dios mío- el puro saber es nada. No produce otra cosa que el sufrimiento de que uno no puede convertir la propia realidad en vida. Sólo la experiencia de un amor que conoce puede permitirle a mi corazón llegar hasta el corazón mismo de las cosas. Solamente la experiencia me transforma. Únicamente cuando me sumerjo en un amor que conoce -y no en el puro conocimiento- el contacto con la realidad se transforma por completo, y tengo un saber que soy yo mismo, y no pasa por el escenario de mi conciencia como una sombra fugaz sino que se queda, como yo mismo me quedo. Solamente algo experimentado, vivido y sufrido es un saber sin decepción, que no termina en aburrimiento y olvido sino que rebalsa el corazón. Todo el saber aprendido, no es más que una pequeña ayuda para la experiencia de la vida, la única sabiduría. ¡Gracias a tu misericordia, Dios infinito, yo te conozco! No sólo con conceptos y palabras, sino que te he experimentado, vivido y sufrido porque la primera y la última experiencia de mi vida eres Tú. Sí, Tú mismo, realmente Tú mismo; no tu concepto, no el nombre que nosotros te dimos. Tú mismo eres mi conocimiento y mi experiencia»[3].

 

 

Texto 6:

 

            Para terminar el tema de hoy, selecciono un luminoso pasaje del Antiguo Testamento, tomado del Libro del Eclesiástico, donde se canta la sola gloria del Dios Absoluto, el fin de la sabiduría y de todas las cosas, la llave de todos los secretos: «¿Dónde hallar fuerzas para glorificarlo? Él es grande sobre todas sus obras. Que toda alabanza ensalce al Señor cuanto pueda, que siempre estará más alto. Al alabarlo redoblen sus fuerzas y no se cansen, que nunca acabarán. ¿Quién lo ha visto para que pueda describirlo?; ¿Quién lo ha de engrandecer tal cual es? Muchas cosas más podríamos decir y nunca acabaríamos. Que sea broche de mis palabras sólo esto: Él lo es Todo» (Eclo 43,27-33).

 

Eduardo Casas.



     [1]. San Buenaventura. De Decem Praeceptis 1,8.

     [2]. Santa Catalina de Siena, «El Diálogo», 131.

     [3]. Rahner, K. «Palabras silencio». Ed. Dinor. San Sebastián. España. p. 36-42.