Festejamos junto a San Cayetano y el pueblo

miércoles, 7 de agosto de 2024

07/08/2024 –

Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón.» san Lucas 12, 32-34

La devoción a san Cayetano se extendió en la Argentina de un modo notable a lo largo del siglo XX. La encuesta de Gallup realizada en el 2001 señaló que el 38% de los habitantes de Argentina se consideran ligados a este santo, ocupando así el primer lugar de las preferencias entre todos los demás, excluyendo, claro está, a María, la Madre de Dios.

Aunque de un modo general Cayetano de Thienne es considerado un santo italiano, es más exacto decir que nos encontramos frente a un hombre formado en la Venecia del siglo XVI, con una gran experiencia social, política y religiosa que le permitió una intensa acción reformadora de la Iglesia tanto en su república natal, como en la Roma y en el Nápoles dependiente de la Corona española. Italia no era el país que conocemos a partir de 1870, sino un mosaico de diversos estados con cierta preponderancia en el centro geográfico ocupado por los Estados Pontificios.

La devoción a san Cayetano probablemente se difunde en Hispanoamérica, por la acción de la Compañía de Jesús, que tenía la costumbre de poner en el altar su imagen junto con la de san Ignacio de Loyola. Antonia de la Paz y Figueroa continuó la obra espiritual de los jesuitas, después de su expulsión, y trajo a Buenos Aires la devoción a sus imágenes que fueron colocadas en la Casa de Ejercicios de la avenida Independencia y también en una ermita del lejano suburbio que con el tiempo sería el barrio de Liniers.
Algunos historiadores suponen que Santiago de Liniers y José de San Martín pasaron por la ermita de San Cayetano antes de iniciar sus acciones militares. Pero más allá de la exactitud del dato histórico, lo que importa es que en la simbología el santo comienza a tener una pertenencia propia en las Provincias

Unidas del Río de la Plata.


Con el correr del tiempo la devoción popular adquiere mucho mayor relieve que en su patria, donde pasa casi desapercibido. Dicho de otro modo: san Cayetano se vuelve ciudadano de Argentina, porque la religiosidad popular se lo apropia y lo convierte en parte de nuestra cultura.

La expansión de la devoción tiene varias etapas, sobre todo a partir de la crisis económica de 1930 y de la renovación de la pastoral popular que siguió los postulados del Documento de San Miguel, en la década del 70, con profusión de santuarios, iglesias, capillas y ermitas.

Este hombre de origen europeo inculturado en la historia de la evangelización como un santo nuestro tiene la característica de sintetizar lo religioso y lo social; la evangelización y la promoción humana. La sola advocación de “padre providente del pan y del trabajo”, está manifestando que responde a una necesidad básica de la condición humana: poder comer y conseguir el trabajo para obtener el pan.
En la personalidad de san Cayetano se puede encontrar un camino para responder a la “sed de Dios” y al deseo de una “justicia largamente esperada”, tal como lo señalan las Líneas Pastorales de la Nueva Evangelización.

En su historia se muestra como un hombre de una enorme fe, que lo llevaba a la acción inmediata y organizada con una síntesis religioso-social que hoy permite presentarlo como el santo de la “fe y la solidaridad”.

La práctica social de san Cayetano, comprende desde la fundación del “montepío”, equivalente a lo que hoy sería un “banco popular”, hasta la organización de hospitales para atender a los excluidos por la sífilis, enfermedad incurable en aquel entonces y con cierta semejanza a la actual problemática del Sida. Es muy crítico a las apariencias del mundo de los ricos y por eso se niega a celebrar funerales para gente de dinero porque denuncia que vienen por la pompa y no por la fe. No quiere estar presente y cierra las puertas de su casa cuando el emperador Carlos V visita Nápoles, desdeñando hasta la curiosidad frente al poder.

El fundamento de sus acciones solidarias se encuentra en la fe en la providencia. Con varios sacerdotes funda los “Clérigos Regulares” o Teatinos, con un fuerte compromiso de oración, vida sacramental y austeridad de vida que difundirán en todo los lugares de su apostolado. Escribe desde Venecia: “No dejaré de luchar, hasta que vea a los cristianos correr hambrientos para nutrirse del Pan Sagrado y lo consideren un honor y no un motivo de vergüenza”

Para nosotros la convergencia de las multitudes en torno a las parroquias con la advocación de san Cayetano, desbordando la feligresía común del barrio, manifiesta un signo de los tiempos que no se limita a una constatación sociológica sino que aparece como un llamado a la lectura creyente propia de la pastoral.

Cinco manifestaciones, cinco aspectos, cinco presencias nos sorprenden al realizar tal lectura creyente: el espíritu comunitario, una liturgia popular, confianza en la providencia, distantes del poder político y una pastoral eficiente.

1. El espíritu comunitario

Cayetano vivió una época de grandes tensiones y crisis en la Iglesia del Renacimiento, caracterizada por el cisma de Occidente, lamentable división entre los católicos seguidores de Roma y la Reforma encabezada por Martín Lutero.

Ante la gravedad del momento, Cayetano propone una respuesta comunitaria: “Estamos en momentos muy difíciles. Creo que la Iglesia es siempre la Iglesia. Como esposa de Cristo no tiene ninguna mancha, ninguna arruga, blanca y pura, pero en sus ministros aparece prostituta. ¡Si un grupo de sacerdotes que estuviéramos dispuestos a vivir según el Evangelio nos juntáramos…! ¡Con la fuerza de Dios arrastraríamos, sin duda, a otros hombres…!”.

A lo largo de la vida de los “teatinos” se diseña una teología de la comunidad sacerdotal. Su transformación en congregación religiosa pertenece a otro momento de la historia. Inicialmente ellos quisieron constituir un grupo de presbíteros con vida común, al estilo de los clérigos regulares que había fundado san Agustín.

La eclesiología que aparece en Cayetano y en sus compañeros es un esbozo del espíritu comunitario. Impulsando los “círculos del Divino amor” profundizarán la experiencia de la fe y de la práctica solidaria en el ambiente del laicado.

Vivir juntos, más allá del nombre que se le ponga (“grupo”, “equipo” o “congregación”) permite acentuar la comunidad sacerdotal y la fraternidad presbiteral, anticipo de lo que siglos después, el Concilio Vaticano II indicará considerando al “presbítero en la fraternidad de un presbiterio” (ver Presbiterorum Ordinis, 8).

A los sacerdotes que en los santuarios o en las parroquias de los barrios podemos vivir de a dos, tres o más, esta dimensión de la fraternidad nos dispone, más allá de los modos prácticos de la vida común, a fundamentar el espíritu comunitario.

San Cayetano se basaba en el proyecto de imitar la vida de los apóstoles tal como se relata en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Radicaliza, así, la propuesta de volver a las fuentes que, desde la Reforma, proponía Lutero. Los que los conocían los describían así: “son los que quieren vivir como los primeros cristianos, como los primeros apóstoles”.

2. Una liturgia popular

San Cayetano y sus compañeros manifestaban un aprecio y cuidado especial por las celebraciones litúrgicas.

En una época, con proliferación de altares para celebrar numerosas misas muchas veces sólo en función de los estipendios y la venta de las indulgencias para la construcción de la Basílica de San Pedro, los teatinos proponen que la liturgia sea de una sobriedad tal que el pueblo sienta el gusto por ella. Más allá de cómo lo practican en el contexto de la época, la intuición es la misma del Vaticano II: celebrar una liturgia en la que el pueblo participe “consciente, activa y fructuosamente” (Constitución sobre la Liturgia, 11).

Para nosotros, se trata hoy de celebrar una liturgia nutrida y arraigada en la religiosidad popular. Quizá no llegaremos hasta el extremo de ver pintada en la pared vecina una frase como aquella que apareció en el frente de la casa que habitaban los teatinos: “Cayetano y compañeros, no reformen imposibles, reformen sus cabezas de locos”; pero de todos modos, la tarea significa seriedad, adaptación y búsqueda constante.

3. Confianza en la providencia

La confianza en la “providencia divina” se radicaliza en los teatinos hasta llegar al absoluto desprecio por las riquezas. A diferencia de las congregaciones religiosas de la época, ellos se niegan a tener posesiones propias. Ni siquiera son propietarios de la casa en la que habitan.

La propuesta no sólo les trajo dificultades iniciales, porque hubo cardenales objetores del sistema, sino que posteriormente, en Nápoles, tuvieron que enfrentar una fuerte disputa con los superiores de las congregaciones tradicionales, que los instaban a tener bienes pertenecientes a la comunidad religiosa.
Cuando lo interrogan sobre los contratos de arrendamiento que garantizarían los ingresos, Cayetano replicó:

“– ¿Acaso existe contrato más firme que la Palabra de Dios refrendada y autenticada con la sangre de Jesucristo? Dios mismo sale de garantía al decir en el Evangelio: Busquen primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura. Si quieren poner en duda la promesa de Jesús, ahí tienen nuestra experiencia. En diez años de vida en común no nos faltó nada. Cuando hace cinco años Venecia fue víctima de la carestía y la gente se moría de hambre, nosotros, que no teníamos ni contrato ni rentas, vivimos sin pedir nada. Nunca nos faltó lo necesario y todavía nos sobraba para socorrer a los necesitados.

“–Venecia no es Nápoles –le objetan.

“–De acuerdo –replicó Cayetano–. ¡Pero el Dios de Venecia es también el Dios de Nápoles!”.
Esta fe en la Providencia está basada en la Palabra de Dios. En un mundo que ha globalizado el modelo neoliberal, en el que todo se compra y “el tiempo es oro” se requiere insistir en una teología y práctica de la gratuidad que pueda llevar a una solidaridad también globalizada.

4. Distantes del poder político

La experiencia como abogado y funcionario de los Estados Pontificios en su vida de laico y antes de su ordenación sacerdotal influye en Cayetano y sus compañeros de tal modo que tratarán siempre de mantenerse muy alejados del poder político.

Alguien que le pidió una recomendación para que nombraran a un juez, recibió esta respuesta: “No nos parece adecuado que los Clérigos Regulares nos dediquemos a firmar recomendaciones para ejercer cargos de gobierno. Perdóneme que le diga que el juzgar es una tarea santa y no todos están en condiciones de hacerlo; ni nosotros de elegir con acierto a quienes tendrán que ejercer tan delicada función”.

Una vez más la acción profética que se adelanta al Concilio Vaticano II: “Las realidades temporales y las sobrenaturales están estrechamente unidas entre sí, y la misma Iglesia se sirve de medios temporales, en cuanto su propia misión lo exige. Sin embargo, no pone su esperanza en privilegios dados por el poder civil: más aún, renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimamente adquiridos tan pronto como conste que su uso puede empañar la pureza de su testimonio o las nuevas condiciones de vida exijan otra disposición” (Gaudium et Spes, 76).

5. Una pastoral eficiente y orgánica

El último aspecto del mensaje de San Cayetano que puede llegar a nuestro nuevo siglo, es la eficiencia de la organización y la planificación. Sus acciones no son aisladas ni esporádicas, sino diseñadas con planes de largo aliento. Ni los hospitales, ni las casas de refugio de las ex-prostitutas ni el trabajo de los miembros del grupo quedan librados al azar, ni dependen sólo de su persona.

La absoluta confianza en la providencia es también seriedad en el trabajo y en la formación de los equipos que lo acompañan. Su presencia no es “personalismo”, sino propuesta y delegación, respetando a los laicos que asumirán el protagonismo correspondiente en la conducción de las instituciones que se fundan para responder a cada necesidad.

Es una fe que se expresa en “líneas pastorales orgánicas” (Líneas Pastorales para una Nueva Evangelización, 10), y “en el amor de la fraternidad y la solidaridad humanas; y en la grandeza de ánimo para enfrentar las empresas comunes y los desafíos de la historia” (San Miguel, VI,1).