“Estén siempre alegres… para la misión”

jueves, 21 de octubre de
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“Estad siempre alegres en el Señor” (Flp 4,4) Con esta cita de Filipenses quisiera comenzar a escribir estas líneas en sintonía a octubre, el mes que nuestra Iglesia dedica especialmente a las misiones.

Y se me venían a la mente estas palabras de San Pablo, sencillamente por la razón que cada vez que en la vida me he cruzado con un misionero o misionera, ya sea laico o consagrado, esta característica es parte de ellos. Antes no sabía de qué se trataba, qué podía ser aquello tan especial que hiciera que estas personas vivieran la vida con tanto gozo, siempre desbordantes de alegría, con un grande deseo por vivir y caminar siempre con una sonrisa que sobresalía de su rostro.

Con el tiempo lo fui descubriendo. Y no se trata de nada material, pues ningún objeto por más preciado que este sea podría regalarnos esa alegría que perdura en todo momento. Se trata de una persona, y no cualquiera, pues aunque vivimos rodeados de gente que apreciamos y valoramos mucho, no podríamos gozar y agradecer la presencia de cada uno de ellos y ellas si primero no hubiéramos encontrado primero a Aquél que nos da esta alegría infinita: Jesús.

El encuentro con Jesús es quien nos lleva a “estar siempre alegres”, pues por muchas dificultades y problemas que tengamos en la vida cotidiana, Él es la fuente de esa alegría, da sentido a nuestros sufrimientos, nos impulsa a caminar la vida seguros de que Él va con nosotros y aunque podamos caer, siempre va a estar para sostenernos y tendernos la mano cuando lo necesitemos.

Durante este año, en mi congregación (Don Orione) tuvimos un encuentro internacional de jóvenes que llevaba por lema “Two flames” que significa “Dos llamas”, y se refiere a las dos flamas que nacen de un único fuego que es la caridad: el amor a Dios y a los hermanos. Esto que es tan orionita, tan propio de nuestra familia religiosa creo que también puede ser una invitación para toda la Iglesia a seguir encendiendo el fuego de la misión, de anunciar con nuestra vida a los hermanos, el amor que hemos experimentado en el encuentro con Jesús.

Recemos especialmente por todos los misioneros y misioneras del mundo, aquellos que han decidido tomar su valija y dejar su tierra. Que Dios vaya abriendo los caminos donde cada uno de ellos y ellas está anunciando con alegría a este Señor de la vida. También pidamos por cada uno de nosotros, “los misioneros y misioneras de cada día”, que en nuestros propios lugares y espacios, con nuestro testimonio estamos siendo presencia de Dios en medio del mundo, para que nunca perdamos la alegría que significa comunicar la Buena Noticia del Resucitado a toda la humanidad.