06/10/2021 – Enseña san Pablo que si Cristo no resucitó nuestra fe es inútil (1 Cor 15, 17) porque el Padre derrama todos sus dones a través de Cristo resucitado, Cristo es el manantial de la gracia, del gozo, de la fe. Sin la potencia de su resurrección no podemos alabar. En el Apocalipsis se nos presenta al Cristo resucitado lleno de gloria, luchando contra el mal en el mundo, y de ese modo despierta nuestra esperanza: “El Cordero los vencerá, porque es Señor de los señores y Rey de reyes. Con él triunfarán también los suyos” (Ap 17, 14). Por eso invita a alabarlo: “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Ap 5, 13).
Vale la pena leer las expresiones llenas de potencia y gloria que usa este libro para mostrarnos el poder del Resucitado en medio de las miserias que nos abruman: “Apareció un caballo blanco. Su Jinete se llama Fiel y Veraz. Él juzga y combate con justicia. Sus ojos son como una llama ardiente y su cabeza está cubierta de numerosas diademas. Lo siguen los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada y montados en caballos blancos. De su boca sale una espada afilada para herir a los paganos. Él los regirá con cetro de hierro. En su mano lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de los señores” (Ap 19, 11-12.14-16). El Resucitado es vida pura, vida en abundancia (Jn 10, 10), pero también es poder y gloria (Flp 3, 10). Por eso los Apóstoles “daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho poder” (Hch 4, 33).
No es para los que optan por ser débiles o flojos o tímidos. Somos humildes y humillados pero sin miedo a nada. Cuando Cristo resucitó se cumplieron las antiguas promesas que hablaban de una alegría desbordante: “¡Prorrumpan montes en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo” (Is 49, 13). “¡Exulta sin freno, Sion, grita de alegría! Porque viene a ti tu Rey, justo y victorioso” (Zac 9, 9). Nosotros, aunque no lo veamos, “rebosamos de alegría inefable y gloriosa” (1 Pe 1, 8).
Él está vivo a tu lado cada día, caminando por la calle junto a vos, trabajando con vos, y en cada latido de tu corazón está latiendo su propio corazón resucitado. No existe la soledad porque el Resucitado está con vos. Dice el Papa Francisco que “su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad”. Pero vale la pena que leamos un texto extenso donde nos invita a dejarnos invadir por la fuerza y la esperanza de la resurrección de Cristo: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable.
En medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. La fe es también creerle a Él, creer que es verdad que nos ama, que vive, que es capaz de intervenir misteriosamente, que no nos abandona, que saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad. Es creer que Él marcha victorioso en la historia. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo. La resurrección de Cristo provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo; y aunque se los corte, vuelven a surgir, porque la resurrección del Señor ya ha penetrado la trama oculta de esta historia, porque Jesús no ha resucitado en vano”.
Cristo vivo comparte con vos tu vida, y por eso cada momento es una Pascua. Aun cuando nos toque compartir su cruz, al mismo tiempo experimentamos la fuerza de su resurrección que nos levanta. ¡Gloria al Resucitado! Amén.
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