Hacerse niños con sencillez de corazón

martes, 22 de octubre de 2013
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22/10/2013 –  La Catequesis de hoy está enmarcada en la segunda semana de misión de Radio María al norte de la Argentina. Desde la localidad de Libertador General San Martín (Jujuy), el P.  Javier Soteras hizo un fuerte llamado a recuperar la condición de niños, y a dejarnos ganar el corazón por la ternura.

¿Quiénes son los más grandes?

“En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: “¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?”. Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”

Mt 18,1-5.

Vivir el momento presente

El niño vive con plenitud el presente y nada más. En cambio, la enfermedad de los adultos es vivir con excesiva inquietud por el mañana, dejando vacío el hoy, que es lo que debe vivir con toda intensidad. Los niños tienen la capacidad de hacer de la vida una eternidad, en dónde sólo existe el presente. Lo viven con la intensidad propia de quienes viven en el amor cada segundo.

Van Thuan nos ha dejado un testimonio desde su prisión de cómo vivir el momento presente.

Cuando era trasladado para ser arrestado, durante el trayecto de 450 km que me lleva al lugar de mi residencia obligatoria, vinieron a mi mente muchos pensamientos confusos: tristezas, abandono, cansancio, después de tres meses de tensiones… Pero en mi mente surge claramente una palabra que disipa toda oscuridad, la palabra que Mons. John Walsh, obispo misionero en China, pronunció cuando fue liberado después de doce años de cautiverio: “He pasado la mitad de mi vida esperando”. Es una gran verdad: todos los prisioneros, incluido yo mismo, esperan cada minuto su liberación. Pero después decidí: “Yo no esperaré. Voy a vivir el momento presente colmándolo de amor”.

Que interesante la vivencia y cómo se dispone Van Thuan a vivir un presente que se le muestra sumamente doloroso y exigente. A él se le viene a la memoria la experiencia de otro que pudo sobreponerse. Y eso es lo que queremos compartir hoy. Cuántas cosas nos ocupan el corazón, y la mayoría de las veces tiene que ver con la incertidumbre del futuro o los arañazos que la vida nos dejó en el pasado y nos hacen tambalear. La idea sería abandonar la experiencia de atrás como quien lo mira integrándolo y pensar en el mañana concentrándonos en el hoy. Entonces es bueno detenernos hoy frente a nuestra propia agenda y marcar cada actividad con aquello que la Palabra dice “Hoy es el día de salvación”. Ayer pasó, y el mañana todavía no llegó. Cuando en el presente tenemos una memoria agradecida, lo que traemos se asume enriqueciendo el presente.

Despertar la espiritualidad de la ternura

Los que son como niños, nos dice elevangelio, viven en esa clave, viven anticipadamente el cielo, vivien la eternidad desde ya. Uno podría decir “pero si hoy mi vida es un infierno”… ¿cómo salir? También la palabra nos dice “como un niño en brazos de su madre así te cobijo y te llevo”. Todos, aún los que somos grandotes, tenemos registro y necesidad de que nos hagan “upa” y de sabernos amados. Dicen que esos momentos de mayor crisis de la condición humana como el encierro, la tortura, la persecución, la cárcel, una enfermedad extrema… la primera expresión que sale desde el insconsiente es “papá” o “mamá”.

Todos, a pesar de que hemos crecido, tenemos necesidad y registro de este lugar al que pertenecemos aunque seamos grandes, que es el lugar del abrazo y de la ternura a donde Francisco nos invita en este tiempo de la Iglesia a renovarnos desde ésta espiritualidad. No nace de un corazón que se hace “blandengue”, sino de un corazón que teniendo consciencia de la propia fragilidad y las propias heridas se deja amar por Dios. Y desde allí tiene una mirada sobre los demás. Sino, nos vamos poniendo como muy duros, y la necesidad de defendernos de lo que nos ocurre nos hace ultra críticos. Y comenzamos a ver todo con los anteojos oscuros, como creyendo que mientras más duros somos más responsablemente vivimos el mundo adulto.

La Palabra nos vuelve a invitar a ser como niños. “Si no se hacen como niños no van a poder ingresar ni entender el reino”. Los niños, según el evangelio, son los sabios. Que el Señor nos regale esta gracia de que mientras vayan pasando los años vayamos ganando sabiduría, y que ésta nazca de un corazón confiado y entregado que vive el presente adelantando la eternidad cada día.

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Testigos apasionados

Cuando nos quitan los sueños, nos golpean las ilusiones, nos roban la confianza y nos invitan a guardar y aprisionar todo para que no se escape, se nos va apagando el deseo de vivir, los sueños desaparecen y se nos entibia la vida, perdemos la pasión. Los cristianos estamos llamados a ser testigos apasionados de un tiempo mejor que vendrá. Decía Pablo VI que los hombres de hoy lo que buscan en nosotros es encontrar en nuestra mirada, nuestras actitudes y nuestro trabajo, a aquel que contemplamos con el corazón. Un cristiano que tiene a Dios adentro vive el presente con pasión. El Papa Juan Pablo II, en las puertas al inciio del tercer milenio, invitaba diciendo que “vivan el pasado en acción de gracias, vivan el presente con mucha pasión y vivan el futuro como la profesía de que mañana será mejor”.

Ayer pasó, y si bien no todo está puesto en su lugar, tenemos razones de sobra para dar gracias a Dios. Mientras tanto, la pasión por el presente es donde se juega la vida de todos los días del cristiano, llamado a ser luz del mundo y sal de la tierra, fermento en la masa. De ahí que el Papa Francisco nos dice “salgan, vayan a las periferias existenciales, lleven luz, no se queden encerrados en el templo”. En los encuentros previos al cónclave dicen que Bergoglio describía la imagen de Jesús golpeando la puerta del templo, pero no de afuera, sino de adentro pidiendo que le abramos la puerta del corazón para salir afuera.

El mundo necesita recuperar el sentido de la trascendencia, porque el presente se convierte en un “comamos y bebamos porque mañana moriremos”. El que no cree “se tira a chanta” porque todo es lo mismo por ende no vale la pena esforzarse, porque no hay un mañana. Y si no hay otra vida disfrutá livianamente esta. Así, el placer se construye en el nuevo cielo que hemos construido, y el ídolo que lo gobierna es el dinero, el shopping el templo y el sacrificio el trabajo arduo por tener un poquito más para disfrutar alguito más.

“Estamos hartos de todo, llenos de muchas cosas, pero vacíos por dentro” dice el hermoso himno de la Liturgia de las horas hablando de la experiencia del mundo contemporáneo. Esa es la experiencia de muchos de nosotros, pero no es lo que Dios quiere. Dios nos quiere como niños viviendo el presente despreocupados y con mucha pasión.

Como esos niños que van, corren, juegan y al final del día caen rendidos, porque vivieron con pasión. Tienen la consciencia de que la vida está hecha para ser disfrutada y vivida con sentido. Quien la vive así, vive como dice Jesús, en la cercanía del reino.

Hay un mundo nuevo que está viniendo, aunque contradiga lo que las señales noticiosas nos ofrecen cada día, y ocurre en los lugares más escondidos y silenciosos: en tu casa, en el barrio, en la familia, en la escuela, ahí se está gestando un mundo nuevo y hay que aprender a descubrirlo para ir detrás de él.

Le vamos a pedir al Señor que nos lleve por el camino del evangelio: “si ustedes no se hacen sabios, no se hacen como niños no van a entender el sentido de la vida. Es una gracia, porque no viene de nuestra naturaleza. De nuestra naturaleza nace lo que el mundo nos propone. El evangelio nos invita a llegar a ser hombres y mujeres sabios, porque al final de la vida nos pone como al principio. Los dos extremos de la vida tienen mucho para enseñarnos. Sin embargo nosotros creemos socialmente que los jubilados son los inactivos, los que no producen, los de “descarte”… Sin embargo es el tiempo de la reflexión, del descanso, del disfrute de las cosas simples. Distinto al modo tan atropellado con el que vivimos muchos de nosotros.

Invitación a la confianza y al abandono

Para ser como niños es necesario confiar y abandonarse. Son dos actitudes complejas en el mundo moderno, donde abandonarse sería como una locura. El Señor cuando nos invita a seguirlo, ciertamente parece una locura. El niño necesita constantemente una certeza que le de seguridad, la figura del padre y de la madre que puede no ser el padre ni la madre biológico pero si una presencia cerca. Eso les permite crecer en libertad, propio de esa inocencia de que aunque el mundo se esté cayendo, ellos están confiados. Hacerse como niños, pero sin perder el contacto con lo que acontece, nos da la confianza para creer en que es posible hacer un mundo nuevo y soñar con algo distinto. Sino dificilmente podamos crear algo distinto.

Me ha sorprendido mucho encontrarme por aca muchas historias de personas afectadas por el alcohol y la droga. Los adictos encuentran en esta alienación un escape al mundo que les resulta insoportable. Por unos momentos puede vivir un mundo irreal, diferente, el tema es que cuando vuelve a lo de siempre el choque es peor. Se fue hacia lo distinto por un lugar equivocado. ¿Cómo hacer otro mundo por el buen camino? Jesús propone construir un mundo nuevo. “Padre te pido que los cuides porque ellos no son de este mundo” dice Jesús al final de su vida.

¿Cómo permanecer con la mirada puesta sobre el mundo que vendrá, soltando desde dentro de nosotros los sueños que tenemos escondidos y el deseo grande que hay en nosotros de que se hagan realidad en el presente, viviendo en lo de todos los días? Teresita del niño Jesús, gran maestra del camino de la vida espiritual, nos enseña un camino. Se trata de vivir el cielo todos los días, vivir cada momento como si fuera el último, entregado todo por amor a Dios. Eso es vivir apasionadamente.

Agacharse para entrar al misterio

En la puerta de la primera radio donde estuvimos, teníamos un cartel de Miguel de Unamuno colocado en la puerta. Es un pensador español, existencialista que hizo una experiencia muy significativa en Jerusalén. Allí se encuentra en el gran templo de Belén, donde está el pesebre dentro y vive una experiencia intensa interiormente. La puerta de ingreso al templo es bien chiquita, para evitar el ataque de los Moros que pasaban a caballo.  Así al pesebre de Belén los niños entran parados y los adultos agachados. Es como dice la palabra de hoy, que hay que aprender “hacerse como niños”.

A partir de esa experiencia, Miguel de Unamuno hace esta oración:

Agrandame la puerta, Padre,
porque no puedo pasar;
la hiciste para los niños.
Yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad bendita
en que vivir es soñar.

Padre Javier Soteras