“Hagan todo lo que Él les diga”

miércoles, 11 de febrero de 2015


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11/02/2015 – Desde Calmayo junto al Padre Javier compartimos la catequesis del día. Día de fiesta en donde celebramos a Nuestra Señora de Lourdes. Pedimos al Señor que nos bendiga con su gracia.

Tres días después (del llamamiento a los primeros discípulos) se celebraron unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. También Jesús fue invitado con sus discípulos a las bodas. Y como faltase el vino, la Madre de Jesús le dice a él: «No tienen vino». Y Jesús le dice a ella: «¿Y qué a mí y a ti, mujer? Aún no ha llegado mi hora.» Le dice su madre a los sirvientes: «Hagan todo lo que El les diga.»

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas.» Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete.» Así lo hicieron.

El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y le dijo: «Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento.»

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.

 

Jn 2, 1-11

La vida del Señor se desarrolla en lugares, paisajes. La casa de Caná, en Galilea, es uno de ellos. Nos podemos quedar un rato tratando de imaginar la casa de Caná. Está vestida de fiesta: se celebran las bodas de dos jóvenes que son amigos de María y de Jesús. Está toda la familia y mucha gente del pueblo. Reina la alegría, hay música y danzas. María ayuda con la comida. Los novios conversan con Jesús… se desarrolla en lugares, tiene paisaje que lo congrega Caná es el primer lugar en donde Jesús hace su primer milagro. Todo esto es una pintura que anima a desplegar la imaginacion y los sentidos interiores para adentrarnos en el corazón de Jesús.

San Ignacio nos dice que para contemplar hace bien “imaginar el lugar” donde se desarrolla la escena evangélica. Es lo que llama “la composición de (cómo era) lugar”.

Jesús es la Palabra hecha carne y para “visualizarlo” tenemos que verlo situado en su lugar: en su casa, en su paisaje, con su gente. Por eso, si queremos “contemplar a Jesús” nuestra contemplación tiene que ir por el lado de su humanidad, como le gustaba decir a Santa Teresa.

Resalto esta tendencia hacia lo concreto y situado (tan propia de la mística popular) porque hoy en día se presenta como muy moderna una tendencia contraria: con el pretexto de “ver” a un Jesús así llamado “histórico”, se siguen métodos que le van quitando pieza a pieza todo lo concreto -poniendo en duda lugares, hechos, palabras…-, hasta dejarnos a un Jesús sin carne ni paisaje, en una especie de milagro de Caná al revés: en vez del vino bueno nos ofrecen a beber un agua destilada, que no es precisamente el Agua Viva de la fe.

Por eso, cuando uno escucha que le hablan de Jesús como si fuera un personaje histórico cualquiera, sujeto a la investigación periodística, hay que calzarse el casco de la fe y poner entre paréntesis “el contenido” que nos proponen, mientras nos informamos un poco más acerca del “lente” (del método) por el cual nos invitan a mirar las cosas. Porque muchos le aplican al evangelio métodos que, como dice el Papa, son “una red con agujeros de cierto tamaño, que pescan cierto tipo de peces y dejan pasar otros”. Son métodos que “ven lo que proyectan” e, iluminando con mucha luz algún aspecto particular del Evangelio, ponen un manto de sombra sobre el Evangelio entero. Nos permiten ser poseedores de una verdad abstracta, que informa pero no da vida, y nos privan de recibir el Don de la Fe (el vino nuevo).

Nuestra Madre la Iglesia, en cambio, nos deposita en la fe un Jesús que viene siempre entero:
en el pesebre con burro y buey,
en la Cruz con los dos ladrones
y en Caná, tomando buen vino.

Nunca debemos dar por gustado este misterio de Caná: que la Gloria de Jesús se manifieste primero que todo en el seno de la familia, en un casamiento, con el don del Vino rico que pone el broche de oro en la fiesta. El del vino añejado, sabroso, vino reposado y de mejor gusto. Es un lugar de memoria, en contacto con lo que fue, con lo viejo que nos abre a lo que vendrá, a lo mejor que está por venir.

Caná siempre tiene gusto a lindo. Caná es luminosa, ilumina con la luz mansa de la gloria de Jesús. La gloria de Jesús es lo que despierta el sentido de la Fe: “Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.

La hora de Jesús no tiene que ver con el cronos, con el paso del tiempo, el tiempo y la hora de Jesús tienen que ver con la manisfetación de Dios, eterno en el tiempo.

La hora de Jesús se adelanta porque María se lo pide, en una fiesta de boda. En algo tan sencillo como una boda. Es la gloria del Señor la que despierta el sentido de la fe. Este fue el primero de los signos de Jesús . Lo manifestó en algo muy simple. Contemplarlo a Jesús nos lleva por este camino de sencillez.

Hoy queremos detenernos un poquito a pensar cómo y de qué manera Jesús adelanta el tiempo de su manifestacion en el aquí y ahora. Como lo hizo con su gente. Cómo en lo concreto y simple Jesús manifiesta el misterio del Dios viviente.

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Sobreabundancia de amor

 

El Señor obra en lo concreto, se hace presente en lo puntual, se manifiesta en las realidades que para nosotros son significativas. Son como milagros cotidianos en donde Dios se muestra cercano. Un signo que marca el resto de los signos.

Se manifiesta en el signo de la alianza. Allí está escondido en el milagro de un buen vino y un banquete nupcial que simboliza un horizonte de esperanza, un buen futuro. Es decir, cuando un judío se imaginaba la llegada del mesías se lo hacía pensándolo como un gran banquete, con un excelente vino junto a los hermanos, en un espacio acogedor. Todo esto habla de la presencia de Dios que viene y se manifiesta en medio nuestro y no de cualquier modo; Dios lo hace abriendo el cielo, manifestando así su gloria.

Cuando Dios manifiesta su gloria la manifiesta de manera simple y sencilla. En el medio de la cosas de nuestra vida Dios también nos manifiesta su gloria ¿Cómo nos damos cuenta? Porque se abre algo dentro nuestro desde la sobreabundancia. Se abre la sobreabundancia de la alegría, del deseo, de la paciencia, de la fortaleza. Nos viene don y gracia , presencia de Dios que manifiesta vida. Estos son los 600lts de agua transforamados en vino.

Dios quiere en lo tuyo, en lo concreto de éstas horas que estás atravesando, sobreabundantemente alegrarte, bendecirte, mimarte, reconciliarte, abrazarte, consolarte. Solo tenés que dejarlo hacer y creer en lo que él te dide.

Si estamos recibiendo este tipo de sobreabundancia es la Pascua de Cristo la que está obrando en medio nuestro. Sobreabundancia de oración, de vida contemplativa, de misericordia, de capacidad de servicio. Sin duda alguna el misterio de Su Pascua está trabajando. De otro modo no sería posible, no puede hacerlo nuestra naturaleza frágil, solo con y desde Dios.

Una nueva humanidad

 

Hay un diálogo entre Jesús y María que llama la atención. María, como mujer que ve en los detalles, se da cuenta de que a los novios se les está acabando el vino y esto significaba que se les acabaría la esperanza de un tiempo mejor por venir. Estos novios no pueden cerrar su banquete sin esperanza y alegría. Es por esto que María le pide a Jesús que haga el milagro, que no deje a estos recién casados sin el buen vino. Jesús responde de una manera más llamativa aún “No ha llegado mi hora” “Qué tenemos que ver nosotros”.

El evangelio de Juan va a mostrar siempre que la hora de Jesús tiene que con su Pascua, con la Pasión, muerte y resurrección. Es por esto que las respuestas de Jesús hacen referencia al misterio de la Cruz.

“No ha llegado mi hora”, la de la Pascua. Pero es posible adelantar de manera sacramental este misterio, María lo sabe y es por eso que responde “Hagan todo lo que él les diga”.

Desde el milagro de las bodas de Caná hasta la Cruz, todo lo que hace Jesús en el camino, es redención. Jesús así lo quiere y lo hace en nuestras vidas, nos redime, lleva todo en nosotros a su plenitud, a la madurez. Si bien en los distintos aspectos de nuestras vidas tenemos mucho por crecer y madurar, en lo vincular, pastoral, profesional, etc, eso ya esta ocurriendo aunque no este en su plenitud. Y por lo tanto en la medida en que nosotros oramos con el espíritu, en la comunidad eclesial, esto va madurando y creciendo.

¿Que quiere mostrar Jesús? Que es posible una humanidad nueva, como con una vida llevada a la plenitud por Él mismo.

Nuestra madurez humana se da en la ámbito de la comunidad, de la familia en camino de oración pidiéndole a Dios que adelante el tiempo de la plenitud en nuestra vida para que se haga presente el hombre nuevo para un mundo nuevo.

María muestra que quien señala el rumbo de la nueva humanidad es la palabra vida de Dios obrando en medio nuestro. La palabra de Dios que atrae que nos atrae, y nosotros respondemos.  Nos consagramos en ésta mañana a ella y agradecemos al Señor lo que nos ha regalado en el día de la fiesta de la Virgen de Lourdes.

Padre Javier Soteras