Hijos y hermanos de la Virgen: la presencia viva de Nuestra Señora del Carmen

lunes, 14 de julio de 2025

14/07/2025 – En un nuevo lunes de «Reflexiones para la Semana» nos acompañó Fray Pablo Ureta, carmelita descalzo. En esta ocasión, en vísperas de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, nos regaló una breve historia del inicio de su advocación en el Monte Carmelo y su símbolo que permanece vivo en el pueblo a través del escapulario.

La celebración de la Virgen del Carmen está muy presente en Argentina y en el mundo. Su advocación original, Nuestra Señora del Monte Carmelo, remite a un lugar cargado de resonancias bíblicas: el monte donde vivió el profeta Elías, en el norte de Israel.

A finales del siglo XI, un grupo de peregrinos llegó al Monte Carmelo movido por la fe. “Se dan cuenta que están viviendo todos como ermitaños, pero con este deseo de vivir una vida de oración y de soledad”, relata fray Pablo. Es entonces cuando San Alberto de Jerusalén les organiza una fórmula de vida y les pide construir una capilla. Allí, en torno a una imagen de la Virgen, nace la comunidad que será conocida como los hermanos de la Virgen María.

La historia del Carmelo está marcada por el desarraigo y la itinerancia. Expulsados por los sarracenos, los ermitaños regresan a Europa, “pero al volver, ellos ya no son los mismos”, reflexiona el padre Pablo. En cada lugar donde se asientan, fundan pequeñas comunidades “dedicadas a la oración y al trabajo manual”, con un lema que lo resume todo: vivir en obsequio de Jesucristo. La Virgen, como madre, señora y hermana, se convierte en el centro de esta experiencia espiritual.

El escapulario, regalo de María a San Simón Stock, simboliza esta consagración: “Un signo externo que condensa y concretiza este propósito de vida”. Pero su sentido va más allá: “El amor a la Virgen nos tiene que llevar a trabajar con ella y para ella, ayudando a salir de los infiernos a quienes se sienten así”. Así, la devoción se convierte en compromiso con el otro, en camino compartido.

“Ser de la Virgen significa aprender a estar abiertos a lo de Dios”, concluye fray Pablo. Como María, estamos llamados a estar de pie junto al que sufre, a ponernos en camino y hacer comunidad, especialmente con los diferentes. En estas vísperas del Carmen, su presencia sigue siendo faro, raíz y horizonte.

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