Iniciarse en el silencio para encontrar a Dios en lo simple

jueves, 10 de octubre de 2013
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10/10/2013 – En el marco de la misión de Radio María al Noroeste argentino, la catequesis se transmitió desde la localidad de General Güemes en la Provincia de Salta. Sumado a la Catequesis de la mañana, en cada lugar se generan encuentros con los oyentes y visitas a casas, hogares de ancianos y comunidades.

El PadreJavier Soteras centró el programa en el silencio como lugar donde encontrarse con el Dios vivo.

 

Dios se manifiesta en lo simple

La Palabra nos pide un camino a recorrer para poder encontrarnos con el rostro del Dios viviente, que cuando se hace presente en lo simple sacude las estructuras. Un Dios más fuerte que el viento y el huracán y de todo lo que podamos imaginar. Un Dios contundente que se manifiesta en lo simple.

Los salmos bíblicos, los libros de oraciones más antiguos que se conocen, nos presentan dos formas de oración: la lamentación con pedido de auxilio, y por otro lado, la alabanza. Sin embargo, en la raíz misma de toda oración, hay un clamor que no es ni una ni otra, que es simplemente presentarse a la mirada de Dios.

Pon tu esperanza en el Señor ahora y por siempre”, dice el salmista. Cuando nosotros encontramos un espacio para el recogimiento, para estar en paz con nosotros mismos, ahí nos abrimos a la experiencia de escucharlo a Dios, preguntándole “¿qué querés Señor de mi?”. Es como la raíz básica de toda oración que se abre a escuchar lo que Dios dice. A veces, la oración del cristiano, es simplemente silenciosa… un estar con Dios. Un Dios que puede prescindir de palabras para comunicarse… Dios también en la oración, para decir algo importante, primero hace un profundo silencio.

Muchas veces creemos que no sólo Dios no nos habla, sino que nos parece que ni si quiera nos escucha. Sin embargo, los profundos silencios de Dios son el preludio y el anticipo para plantear un nuevo modo de estar. Dios calla y en el silencio prepara el corazón para la Palabra. Por eso dice el autor “acallo y modero mi deseo, como un niño en brazos de su madre”. En la presencia de Dios experimento su caricia en el silencio, y me basta con saber que Él me recibe. Es el momento de la oración en el cual entramos en adoración silenciosa. No significa que no tenemos nada para decirle a Dios, sino que esperamos que Él diga. Cuenta Balthazar que Santa Teresita cuando quería escuchar lo que Dios le quería decir hacía un profundo silencio y abría la Palabra al azar, intentando interpretar qué es lo que Dios quería decirle en su aquí y ahora. Así le daba la posibilidad a Dios de que Él hablara. También es importante leerlo a Dios en los acontecimientos de la vida. Dios se entremezcla en la vida para hablarnos, porque puso su morada en medio nuestro. Para escuchar a Dios es necesario ahondar en el silencio.

La conmoción que produce Dios con un simple gesto cargado de la divinidad, es más que el viento, que el trueno y el huracán. Y a la vez, como dice el texto bíblico, se manifiesta como una brisa suave. La invitación es a aprender a descubrir al Dios vivo en las cosas simples, y adentrarnos en esta experiencia de un Dios que nos quiere como un niño en lo brazos de su madre, que nos quiere descansando y reposando en sus brazos.

 

Un Dios que se comunica

Dios no nos quiere transmitir un conocimiento con su Palabra, sino que nos habla al corazón. La lectura existencial de la Palabra es la que hoy queremos profundizar. Dios nos sale al encuentro del corazón con su Palabra, y se manifiesta a veces como trueno y otras veces un profundo silencio.

Podemos estar muy atormentados, con mucho ruido interior, sin embargo cuando Dios pasa podemos descubrir que es Él si deja paz y la armonía honda de su presencia. Sólo nos basta estar con Él. Es más, cualquier ruido e interferencia molesta. Cuando Dios habla uno necesita silencio exterior y principalmente interior, una actitud de acogida. María, mujer de la esperanza, es la Madre del silencio interior. Si uno quiere aprender a hacer silencio interior, tenemos que acudir a los pies de María. Dice la Palabra que “ella guardaba todas estas cosas en el corazón”. Como el Cura Brochero, que “rumiaba” la Palabra, pasándola una y mil veces por el corazón. Incluso un pequeño texto, luego de masticarlo y volverlo a gustar interiormente, deja la presencia de Dios que nos habla al corazón. Por eso dice San Ignacio que cuando uno se encuentro con una moción que deja paz, gozo y alegría, ahí hay que quedarse rumiando… porque ahí esta la fuerza para seguir adelante.

 

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La Palabra de Dios alimento del corazón

Con la Palabra nos pasa como con el cuerpo que si no lo alimentamos se debilita. Si yo no me alimento bien, después mi servicio como padre, madre, catequista, empresario o lo que sea a lo que el Señor te llame, pierde fecundidad porque no estoy alimentado con lo que Dios quiere. “Nosotros hablamos de lo que hemos visto y hemos oído, de lo que tocamos con nuestras manos”, dicen los apóstoles. Los demás no esperan que nosotros les hablemos de Dios, sino que se los mostremos, y sólo podemos mostrarlo cuando lo tenemos dentro. La gente cuando se encuentra con cristianos alegres y comprometidos, con gente honda que se mete en el misterio de Dios, descubren allí al Dios vivo.

A la mañana temprano, para que no me atropellen los problemas y tenga señorío sobre las circunstancias de la vida, es importante ponerme en hombros del gigante, en los brazos de Dios.

 

Dios es silencio, y sin embargo habla

Increíblemente cuando Dios habla, trae silencio. Cuando una persona importante habla, llega al corazón y cuando habla con el corazón, llega más hondo todavía. Cuando Dios habla genera silencio interior.

En este tiempo de la iglesia donde el Papa Francisco asume con audacia el llamado de reformar a la Iglesia, lo hace teniendo en cuenta que el gran cambio nace del corazón. Es verdad que hay estructuras eclesiales, que como dice Aparecida, ya están obsoletas porque sirvieron para un tiempo, pero ya no dan respuestas. El cambio se da en el corazón, y para eso hay que tener experiencia interior. El que cambia el corazón es Dios, y Él lo transforma cuando pronuncia su Palabra, cuando siento que Él me habla. No es una Palabra general para todos, sino que siendo transmitida a todos, a cada uno le habla puntualmente en sus circunstancias y a su realidad. Que podamos vivir esta presencia de Dios con la certeza de que Él se ocupa de cada uno en particular como si fuera su único hijo.