Jesús, el Señor, murió por nosotros y resucitó al tercer día

lunes, 16 de mayo de 2011
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Romanos 10, 9
9 “Porque si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado.”

 

Benedicto XVI ha dicho que esta profesión de fe que acabamos de leer se puede sumar en forma análoga a la que Pedro hace en Cesarea de Filipo, y tiene dos partes: se afirma que Jesús es el Señor y se evoca aquí su divinidad. A ello se asocia el acontecimiento histórico fundamental: Dios lo resucitó de entre los muertos. También se dice qué significado tiene esta confesión para el cristiano: es causa de salvación (serás salvado).

El Señor es Dios. El Padre lo ha resucitado de entre los muertos, y confesar esta realidad en Cristo es causa de salvación. Y así somos introducidos al misterio de la redención y nos vinculamos a esta gracia de resurrección, ya que todos hemos sido resucitadoscon Él. Es por el camino de esta expresión de fe, sostenida y testimoniada por la vida en la alegría y el gozo, donde nosotros podemos ser rescatados como don y gracia de Dios.

 

La confesión más importante sobre los testimonios de la Resurrección se encuentra en el cap. 15 de la Primera Carta a los Corintios; de una manera parecida lo hace en el relato de la Última Cena el mismo apóstol Pablo (en Corintios 11, 23-26), subrayando con gran vigor que no propone palabras suyas (“porque lo primero que yo les transmití, tal como lo había recibido, fue esto” dice Pablo). Así, el don de la fe, que viene por la gracia de la comunicación y de la transmisión, se funda en este gran acontecimiento de la Pascua de Jesús. Adherir a esta fe es ser transportados a un estado nuevo de vivir para siempre en Dios.

Esto es lo que Dios quiere de nosotros: que la profesión de nuestra fe nos permita vivir por siempre en Dios. Y sea, como dice la Carta a los Romanos, que padezcamos diversos males, ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo Jesús? Este permanecer en Dios, como dice Juan en el cap. 15, para dar muchos frutos es una permanencia en Dios por el amor. No importa cuáles sean las circunstancias por las que atravesamos, como nos enseñaba San Ignacio de Loyola, acerca de la santa indiferencia; no importa lo que sea que Dios nos mande o permita. Lo importante es que sea la voluntad de Dios. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Esta experiencia viva del amor que nos hace permanecer viviendo en Él, también a nosotros como resucitados. Éste es el testimonio radiante que el mundo espera.

 

San Pablo es, sin dudas, un testigo privilegiado de la resurrección del Señor. Siempre recalca su testimonio personal del Resucitado y su apostolado recibido de Jesús. Aquí insiste con gran vigor acerca de la fidelidad literal de la transmisión: lo que ha recibido, eso es lo que comunica. ¿Y que recibió de Cristo? Que Él murió por nuestros pecados según las Escrituras, y que resucitó al tercer día según las Escrituras; que se le apareció a Pedro y más tarde a los once y a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía -dice el apóstol-; después se le apareció a Santiago y a todos los apóstoles; por último -dice Pablo- como un aborto, se apareció también a mí.

Según la opinión de la mayor parte de los exégetas, la verdadera confesión original acaba en el verso 5, es decir con la aparición a Cefas y a los once. Tomándolo de las tradiciones sucesivas, Pablo ha añadido luego lo demás (“y a más de quinientos hermanos juntos…”). Él muestra a Santiago como importante porque es la familia de Jesús que antes había mostrado algúna reticencia, ahora entra en el círculo de los creyentes y también porque luego es él quien asumirá la guía de la Iglesia.

Fijémonos ahora en la confesión. Lo primero es que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. El hecho de la muerte es interpretado mediante dos afirmaciones que son como la razón de ser de la vida de Jesús: por nuestros pecados y según las Escrituras.

Y en este vivir nosotros en Dios a lo largo de este día, para permanecer en una nueva vida, es necesario morir en Cristo permanentemente, entregando la vida, mortificándonos por los demás, por nosotros y porque así nos lo pide Dios, Él nos lo sugiere en el corazón: “permanecer en Cristo para dar mucho fruto” supone hacer ofrenda de la vida en Cristo.

 

En este sentido, la vida de Juan Pablo II ha sido todo un testimonio. Por ejemplo, ver al Papa reír a carcajadas nos muestra un costado de toda la humanidad de Juan Pablo II, la gozosa humanidad, que también está emparentada con el otro costado de Juan Pablo II crucificado.

En una entrevista que le hacían al fotógrafo del Papa, Arthur (uno de los testigos privilegiados en 26 años de Karol Wojtila) le preguntaban cuál había sido la foto sacada por él que más le había impactado. Es un registro de imágenes que tiene en su escritorio, que no están en ningún otro lugar, sacadas durante el Vía Crucis, días antes de su muerte en el año 2005, cuando el Papa abraza la cruz en su Oratorio (porque ya no podía participar del Vía Crucis), puso su cabeza sobre el Cristo, lo besó y después lo llevó sobre su corazón. Esas imágenes, ha dicho Arthur, identifican el lugar más bello del pontificado de Juan Pablo II: la cruz.

Juan Pablo II mostró en su vida que era por el camino de la Pascua como se alcanza la plenitud de la vida. Y por este lugar muchos de nosotros somos invitados a subir con este Pastor para dar testimonio de vida.

 

El camino de la muerte de Cristo es el camino de la mortificación, que no es andar buscando la forma de pasarla mal, sino vivir lo de todos los días sabiendo morir al pecado para vivir en Dios; morir a lo que nos aparta de Dios para vivir en Él y, desde ese lugar, dar mucho fruto. Esta es la fe que Pablo confiesa y que Juan Pablo II ha vivido en plenitud en todo su ministerio apostólico y en toda su vida.

Cristo murió por nuestros pecados. Karol Wojtila hizo todo un aprendizaje de cómo ir muriendo para vivir en plenitud en Dios y desde su entrega dar muchos frutos. Nosotros también queremos vivir cada día en Dios, ofrendándole nuestra vida a Dios para así también dar mucho fruto.

 

En la confesión de fe de I Cor. 15, 3-8, dice: Jesúsmurió por nosotros y por nuestros pecados,según las Escrituras; fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras.

BenedictoXVI, comentando esto, dice que en esta confesión de fe, al decir escuetamente fue sepultado, se hace referencia a una muerte real, a la plena participación de la suerte humana de tener que morir. Jesús ha aceptado el camino de la muerte hasta el final, amargo y aparentemente sin esperanza hasta el sepulcro. Obviamente, dice BenedictoXVI, el sepulcro de Jesús era conocido y naturalmente aquí se plantea la pregunta: ¿acaso permaneció en el sepulcro, o después de su resurrección quedó vacío el sepulcro? Dice BenedictoXVI que esta pregunta ha dado lugar a muchas discusiones en la teología moderna. La conclusión más común es que el sepulcro vacío no puede ser la prueba de la resurrección, eso en el caso de que fuera un dato de hecho. También podría explicarse de otras maneras. Se llega así a la convicción de que la cuestión sobre el sepulcro vacío es irrelevante según esta perspectiva y que por lo tanto, se puede dejar de lado este punto. Además esto implica frecuentemente la suposición de que probablemente el sepulcro no quedó vacío, evitando así al menos una controversia con la ciencia moderna acerca de la posibilidad de la resurrección corpórea. Naturalmente, dice Benedicto XVI, el sepulcro vacío en cuanto tal no puede ser una prueba de la resurrección. Según Juan, María Magdalena lo encontró vacío y supuso que alguien se había llevado el cuerpo.

El sepulcro vacío no puede de por sí demostrar la resurrección, es cierto. Pero cabe también la pregunta inversa: ¿es compatible la resurrección con la permanencia del cuerpo en el sepulcro? ¿Puede haber resucitado Jesús si yace en el sepulcro? ¿Qué tipo de resurrección sería ésta?se pregunta Ratzinger. Hoy se han desarrollado ideas de resurrección para las que la suerte del cadáver es irrelevante. En dicha hipótesis, sin embargo, también el sentido de resurrección queda tan vago que obliga a preguntarse con que género de realidad se enfrenta un cristiano así. Sea como sea, Tomás Zodinc Vinkel y otros hacen notar con razón que, en la Jerusalén de entonces el anuncio de la Resurrección habría sido absolutamente imposible si se hubiera podido hacer referencia a la presencia permanente del cadáver en el sepulcro. Por eso, partiendo de un planteamiento correcto de la cuestión, hay que decir que si bien el sepulcro vacío de por sí no puede probar la resurrección, sigue siendo un presupuesto necesario para la fe en la resurrección, puesto que ésta se refiere precisamente al cuerpo y por él, a la persona en su totalidad. ¿Qué nos está diciendo con todo esto el Papa? Que para quienes suponen que la resurrección puede haber sido de otra forma, no importa tanto dónde quedó el cuerpo, si se lo llevaron… No, no. Resucitó en cuerpo y alma, toda la persona resucitó. Por lo tanto, el sepulcro vacío como ausencia del cuerpo resucitado habla desde un lugar que de algún modo es fundante como indicativo de la resurrección de Jesús.

En este credo de Pablo no se afirma explícitamente que el sepulcro estuviera vacío, pero se da claramente por supuesto: fue sepultado, y resucitó al tercer día. ¿Cómo resucitó? Todo Jesús resucitó. ¿Qué quiere decir que todo Jesús resucitó? Que toda la entrega que Jesús hizo de su vida, hasta la última gota de sangre, fue bienvenida por el Padre y la transformó en un don de vida. Y que toda nuestra entrega, la de todos los días, tiene la misma suerte, por más que a nosotros, como en el caso de Jesús también, en un momento nos parece un sin sentido el pasar por algunos lugares por donde atravesamos como experiencia de sufrimiento, dolor, muerte. Todo tiene un sentido si en Dios lo confiamos, lo entregamos y lo vivimos en la certeza de que lo entregado es transformado, que nada se pierde, que nada queda en el vacío. Porque esto del sepulcro vacío, interpretado por algunos, es como un vacío de corporeidad, que podría haber corrido cualquier suerte, hasta podría haber sido corrompido, según algunos pensamientos teológicos de este tiempo. Y no, dice Benedicto XVI, el sepulcro vacío supone, en la expresión genuina de Pablo, que todo Jesús resucitó y que ese sepulcro ha quedado vacío.

 

Vivir en Dios supone que nada de lo vivido deja de tener sentido; nada, ni un minuto es para ser perdido.

Acerca de la vida de Juan Pablo II recomiendo un libro: ¿Por qué es santo? El verdadero Juan Pablo II, escrito por el periodista Saverio Gaeta y por el postulador de la causa, Slawomir Oder (polaco). En el libro se dice que en la vida de Juan Pablo II había una consigna: ni un minuto debía perderse. Ésa es una vida vivida en plenitud. Ahora: ¿quién vive así? Alguien que tiene perspectiva de eternidad, que sabe que el tiempo no se pierde ni puede perderse, que se vive en el tiempo; y el tiempo de Dios en el tiempo presente, en nuestro kronos, el kairos, el tiempo nuestro, el del reloj, es un tiempo transformado. Es decir, cuando el tiempo de Dios se mete en nuestro tiempo es un tiempo que se transforma y ni un minuto puede perderse. De ahí el valor de tu agenda de cada día y la ofrenda de ella a Dios, para vivir en Él como resucitado, para que nada quede en el vacío.

 

Es importantísimo en el testimonio de fe de Pablo, en su credo, lo que él afirma respecto del tercer día: “…y resucitó al tercer día, según las Escrituras.” El según las Escrituras vale para la frase en su conjunto e implícitamente para el tercer día. Lo esencial consiste en que la resurrección misma es conforme con las Escrituras, que forma parte de la totalidad de la promesa que en Jesús, de Palabra ha pasado a ser realidad. Así se puede pensar, dice Benedicto XVI, en el trasfondo del Salmo 16, 10; pero naturalmente también en el texto fundante para las promesas. Para el tercer día no existe un testimonio bíblico directo. Sin embargo Pablo lo pone como una fecha teológica, como un acontecimiento para que los discípulos vivan un cambio tras la catástrofe de la cruz, una fecha según la cual en la tradición cristiana es primordial el Evangelio y se refiere al descubrimiento del sepulcro vacío. El tercer día comienza a ser el primer día. Es decir, hay un cambio en la perspectiva de la vida cristiana en relación al Antiguo Testamento y particularmente a la vivencia de los judíos. El sábado era el centro. Ahora es el primer día, el domingo, el tercer día después de la resurrección cuando todo comienza a ser distinto. Esta expresión, según las Escrituras, nos pone en situación a la nueva creación. Hay una perspectiva nueva del tiempo a partir de la resurrección. También en nuestro día a día, sobre todo si uno se lo entrega a Dios para vivirlo desde Dios.

 

Padre Javier Soteras