Jesús, fuente de agua viva

jueves, 3 de julio de 2008
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Hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros.  Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto:  Amarás a tu prójimo como a ti mismo.  Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!.  Por mi parte os digo:  Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne.  Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais.  Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley.  Ahora bien, las obras de la carne son conocidas:  fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.  En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.  Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias.

Gálatas 5; 13 – 24

La virtud de la templanza es la que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el equilibrio de lo que todo Dios ha creado a favor nuestro y orienta así la vida al fin para el cual fuimos creados, para amar. Cuando decimos que modera y ordena la atracción que genera en los placeres estamos diciendo que el placer forma parte importante del desarrollo de la vida interior, de la vida completa del hombre y que éste no puede ser aniquilado ni quitado, ni sacado del medio.

El placer, el deleite interior forma parte constitutiva del verdadero gozo y felicidad aunque no hay que identificar placer con felicidad. El placer forma parte de la felicidad, está como subordinado a la felicidad pero la moderación y ordenamiento de la atracción que el placer de la adquisición y de la administración de distintos bienes, materiales, físicos, espirituales, vinculares. La atracción que genera el encuentro con éstas realidades que constituyen y hacen lo humano como el trabajo, la vida de la familia, la vida del estudio, la transformación del mundo por el ejercicio que hacemos con otros de verdaderamente quererlo cambiar.

Todo esto que genera placer, felicidad, necesita ser ordenado y moderado. El ordenamiento y la moderación no es para quitarle fuerza a nuestra orientación hacia la felicidad y la vivencia de placer que en ello está contenido sino para no salirnos de cauce. La templanza lo que permite es mantener en su cauce de una manera ordenada toda nuestra vida en función de todo lo que tenemos que administrar en orden a ser lo que estamos llamados a ser que lo hacemos definitivamente cuando lo que hacemos, lo que vivimos, lo que administramos en todos los sentidos de los que hemos dicho están verdaderamente orientados a la caridad. Es decir a la donación de nuestra propia vida. Estamos hechos para el amor.

El vivir para el amor nos hace verdaderamente libres. Ustedes hermanos decíamos recién proclamando la Palabra de Dios están llamados para gozar la libertad. Es decir para deleitarnos en el ejercicio de la libertad. Por ésta libertad brota, dice San Agustín, de la experiencia honda del amor en nosotros. Somos más libres cuando más amamos y más nos donamos y todo lo que somos y poseemos si bien lo ordenamos y lo administramos de una manera moderada se orienta. Está llamado a orientarse a la donación de nosotros mismos, a la entrega de nosotros mismos. Ama, decía San Agustín, y has lo que quieras pero fíjate que merece ser amado.

La templanza justamente lo que hace es darle cauce, asegura la racionabilidad del querer de la voluntad sobre todo lo que hay de nosotros de instintivo. Ordena, diría yo, la vitalidad escondida en la fuerza instintiva para que esa fuerza, esa potencia que hay en nuestros instintos no nos ciegue y no nos saque del camino.

Hay un montón de fuerza vital escondida dentro de nosotros y tiene que aparecer. No puede ser opacada por la tristeza, por la angustia, por la preocupación, por los vicios, por el agobio. Tiene que aparecer toda la fuerza que hay en nosotros. Pero no puede aparecer de una manera desencauzada por decirlo de algún modo. Es decir librada a si misma sin que haya un orden porque esa misma fuerza se nos puede volver en contra y nos puede autodestruir sacándonos del camino, del camino en la caridad y el ejercicio del amor.

La vida en todas sus posibilidades sin la moderación que genera la templanza es como, diría yo, un caballo desbocado o como cuando sueltan el cabrito del corral para que ande por el campo. Anda de aquí para allá sin encontrar su lugar. El instinto de conservación de nosotros mismos y el instinto de conservación de la especie generan tres movimientos connaturales a nosotros, el comer y el beber para la auto conservación, comemos y bebemos para conservarnos en la vida y la actividad sexual para la conservación de la especie. Esto no hay que pensarlo. Está inscrito en nuestra naturaleza más honda y más profunda.

Diría yo es fuerza instintiva que clama desde lo más hondo de nuestro ser para igualarnos en éste sentido a toda especie animal solo que en nosotros hay un dato que es relevante que le da un lugar distinto a nuestro modo de estar en la especie animal: somos racionales. Somos personas que tenemos desde la capacidad intelectiva, desde la voluntad, desde la capacidad afectiva y comunicativa la posibilidad de recibir ésta fuerza instintiva y vivirla a ésta misma potencialidad de conservación y expresión de la vida con gozo y con deleite.

Ese gozo, ese deleite, ese placer no son el cielo. No es que hemos alcanzado el Reino que proclama Jesús sin embargo su presencia tiene una impronta tan fuerte en la percepción del gusto que genera que si no está uno atento esa misma fuerza que nos lleva a gozar, deleitarnos en el comer, el beber, en la sexualidad y su uso por su fuerza lejos de acercarnos a lo que Dios nos hizo que es amar nos puede apartar y si no nos aparta de la caridad encerrándonos en esa fuerza de vitalidad no encausada yéndose en contra de nosotros le quita como tensión a la caridad.

La debilita a la posibilidad del ejercicio de la caridad porque en el comer, en el beber y en la sexualidad cuando no está ordenado, cuando nosotros no somos capaces de moderarlo en función de aquello para lo que fuimos llamados, para amar, perdemos como potencia, como tensión hacia la caridad, se debilita, porque creemos haber llegado para lo que fuimos hecho.

Es tan fuerte éste instinto de la conservación propia y de la conservación de la especie y es tan fuerte donde se inserta en el humano, en su inteligencia, en su voluntad, en su capacidad afectiva comunicativa que si no estamos atentos a la fragilidad humana creemos haber llegado al término del camino en la posesión de un determinado goce y entonces comer puede ser la expresión del banquete final. De ese que habla Jesús, el Reino es como un banquete final y entonces cuando uno se para sobre el final cree que ya llegó a termino, que ya no hay nada después y comemos como si fuera la última vez y en el beber ocurre algo semejante y la sexualidad y su uso es expresión de la unidad creemos que llegó a su término y entonces el desenfreno sexual es como haber estado en la posesión definitiva del término de la unidad a la que fuimos llamados y toda nuestra naturaleza herida cree haber llegado al término.

Aquí es donde radica la necesidad de ponerle cauce al ejercicio de la vida en lo instintivo en clave racional. Cuando digo racional no digo de gente inteligente, intelectual, estoy diciendo racional porque todos somos racionales. Cuando no hay racionabilidad en el ejercicio de la administración de lo instintivo somos como un caballo desbocado, como un cabrito que lo sacaron del corral, somos fácilmente manipulables.

Ayer crucé al final de mi día una imagen en el programa Bailando por un sueño. Me habían dicho que estaba bastante erótica toda la expresión, entre comillas, artística que allí se da y dije realmente éste es el modo de incitar a la falta de templanza. Es como una provocación erótica a la falta de templanza. Cuando vos golpeás por ese lado, cuando pegás desde ese lugar la persona pierde posibilidad de control de si mismo es fácilmente manejable. En la templanza uno es dueño de si mismo y no es tan fácilmente manejable.

La templanza es el margen del río bien definido que impide que el cauce del río, el rio sería la vida y la vitalidad con toda su fuerza enclavada en nuestro ser, se pierda y no llegue al mar o al lago que lo recibe o al otro río con el que se une. Cuando a la vida le falta cauce, cuando la vida pierde continente, la energía vital se pierde porque no llegamos a donde estamos llamados a llegar.

La virtud de la templanza da la moderación que se necesita en el goce de los deleites sensibles que hay en nosotros para que cada uno de nosotros no pierda su cauce. Gozar placenteramente de lo que tenemos y somos es saludable pero si sabemos moderar esos goces y esos placeres en función de aquello que tenemos que hacer para alcanzar lo que estamos llamados a ser entonces estamos causados de manera templada en la vida. Trabajar la templanza es no salir del cauce.

Lo decíamos en tres acciones particularmente esto se ve más bajo riesgo. La falta de cauce hay en tres lugares claves donde tiende como a romperse la contención. En el comer, en el beber por la instintiva pulsión hacia la conservación de la propia vida y la actividad sexual como una carga fuerte que llevamos para la conservación de la especie. Esta tensión que hay en nosotros está pidiendo cauce. La virtud de la templanza, de la moderación es la que nos conduce por ese lugar en ella se da la integración de la persona en su conjunto.

Cuando hay cauce, cuando hay contención y ésta está orientado hacia donde vamos toda nuestra persona que está hecha para un fin determinado, en un contexto determinado, con unas posibilidades reales determinadas alcanza su término y toda cosa creada que alcanza su término llega a su plenitud. La plenitud está en que nosotros lleguemos al término para aquello para lo cual fuimos creados. La templanza colabora en ese sentido desde la moderación para que no se pierdan las fuerzas, para que no se pierda la tensión necesaria que hay entre donde estamos, hacia donde vamos.

La templanza implica distintas virtudes: la castidad, la sobriedad, la castidad y la mansedumbre. El instinto de dominio, la propia valoración y la inclinación que uno tiene de hacerse valer por los demás cuando está guiado por la virtud de la soberbia es otra cosa. Hablamos distinto y cuando hablamos distinto la virtud de la temp0lanxsa y la razonabilidad inteligente, amante y comunicativa en la templanza al instinto le dan una valoración humana. Cuando la valoración humana viene guiada por la humildad éste instinto de dominio de ser alguien frente a los otros necesario que nos nace, cuando viene guiada por la humildad tiene una significación  y cuando viene guiada por la soberbia tiene otra significación. La templanza de la mano de la humildad y junto a la humildad tienen un sentido de ubicuidad que no nos hace perder el rumbo.

Cuando nosotros nos agrandamos por así decirlo frente a los demás, cuando el querer hacer valer quienes somos se transforma en una imposición de nuestra manera de ser, de pensar, de querer , de hacer. Cuando hacernos valer sobre los demás hace que nadie frente a los otros puede hablar o decir algo distinto de lo que nosotros somos decimos o pensamos estamos fuera del camino y nos hemos endiosado, hemos perdido la referencia.

La templanza ordena éste instinto de valoración. Este instinto necesario de ser alguien.

La templanza siempre ordena lo instintivo y lo instintivo viene en nuestra condición de ser animales como otros animales solo que inteligentes animales. Cuando no hay inteligencia en nuestra animalidad somos unas bestias liberadas a nuestra fuerza instintiva.

La templanza es la que le pone marco de referencia inteligente y permite la aparición de toda la vitalidad que hay en nuestra condición instintiva. Que es la humildad? La templanza y la humildad como se emparentan, como se vinculan y que es la ira dentro de la templanza y que es la mansedumbre en relación a la templanza.

La templanza en vínculo con la humildad. Los santos no andaban con cosas chiquitas. Por ahí tenemos una imagen del santo como una persona apocada, timorata, media mezclada con una cierta tristeza. Un santo triste es un triste santo decía San Francisco de Sales.

Los santos son personas verdaderamente humildes porque son veraces y la veracidad en el santo, en el humilde está de mano de la templanza porque la templanza en relación a la humildad hace que ese instinto nuestro de sobresalir no aparezca como un mostrar superioridad o una categoría de personas importantes sino que aparezca con esa belleza con la que Dios hace aparecer lo importante y el santo en ese sentido se sabe transmisor de lo importante.

Nuestra comunidad de gracia de santidad no porque seamos santos nosotros que es la obra de Radio María estamos llamados a mostrar lo bello con ese modo de mostrar lo bello de una manera templada, ordenada, equilibrada. Hermana de la humildad es la magnanimidad. La persona magnánima no es una persona agrandada. El magnánimo si no es humilde no es magnánimo. Si la humildad es la verdad las características de la magnanimidad es la sinceridad, la honradez. El magnánimo no puede callar la verdad por miedo por ejemplo.

Una persona de corazón y de alma grande. Es la verdad, la transparenta por honradez. Evita la adulación, no se mezcla con las cosas retorcidas. Está siempre vinculado a la esperanza y tiene una confianza como provocativa casi diría yo y al mismo tiempo la calma perfecta en un corazón que no tiene miedo vinculado a esto que decíamos de la templanza.

La humildad no es una postura externa sino una forma de ser por dentro que nace de una decisión libre y conciente de una voluntad que elige la verdad, el bien, la belleza, la unidad y que nos pone de cara permanentemente a las cosas como son. La templanza lo que hace es evitar que la fuerza vital instintiva se desparrame haciéndonos salir del camino por donde debemos ir. En éste sentido está emparentada con la humildad y con la magnanimidad. Una persona humilde y magnánima es una persona con el corazón templado

En la capacidad de irritarse es donde mayor se manifiesta nuestra energía natural. La ira va dirigida a aquellos objetivos que nos resultan difíciles de alcanzar, aquello que se resiste a los intentos fáciles. Es la energía que hace acto de presencia, la ira, cuando hay una realidad que invita a ser conquistado. Un bien que no se rinde tan fácilmente. Santo Tomás decía: la capacidad de irritarse nos fue dada a nosotros para que dispongamos de un medio por donde derribar los obstáculos.

Cuando la fuerza de la voluntad se ve impedida de lanzarse hacia cualquiera sea el objeto. Una cosa que hay que conquistar. Levantarnos temprano por ejemplo, dejar de fumar, bajar de peso, darnos más tiempo para la oración. Hace falta y vamos y no lo logramos. Hace falta que nos gane una cierta bronca puesta sobre eso que nos permita vencer el obstáculo. Es como una energía vital la ira, un saludable enojarse. Claro, si uno anda con cara de traste todo el día digamos que es una ira destemplada, no encausada.

Una cosa es la ira en su cauce, es positiva cuando es templada, una saludable agresividad y otra cosa es la ira destemplada que es el seño fruncido, es la cara de traste permanente, es el estar constantemente enojado. Cuando la ira es el constante modo de estar ofuscado es porque no hay templanza en la vida y entonces la bronca nos sale por todos lados. Una buena agresividad templada es una parte importante para la conquista de aquello que nos resulta más duro, más difícil.

El último punto de la catequesis de hoy es que la mansedumbre no es lo mismo que la incapacidad de desairarse. Una persona no quiere decir que para ser mansa debe ser suavecita. Los verdaderos mansos son personas de mucho carácter que han sabido dominar, darle cauce a su temperamento, que han sabido trabajar su naturaleza.

Cuando la ira no va guiada desde un espíritu moderado nos hacemos lo que se llama iracundos. Es decir saltando por cualquier cosa. Nos tocan, nos dicen algo y ya estamos reaccionando de manera desproporcionada y violenta ante lo que se nos dice ¿porqué saltás así? Es una expresión propia que define al iracundo como diciendo me parece que como estás saltando ante determinada provocación es desmesurado. No te pongas loco, tranquilo.

Una cierta agresividad es necesaria pero cuando tiene cauce, cuando no es para que nos mediquen y pongan el chaleco de fuerza. Para no llegar a ese punto la templanza. La capacidad de saber ser dueños de nosotros mismos. Es una tarea dura, ardua. La fuerza instintiva en nosotros es muy grande. Cuando desde algunos sistemas de comunicación e ideologías aquí la derecha y la izquierda se dan la mano. Trabajan en función de que esto no aparezca es para tener pueblos mansos pero no de carácter manso, de trabajo en la mansedumbre.

Cuando aparece la fuerza instintiva de un pueblo y no hay forma de darle cauce es todo un problema. Pero también es verdad que cuando las personas a su fuerza interior la trabajan en la templanza es un problema para el que lo cree dominar porque la templanza lo que hace es hacernos dueños de nosotros mismos.

Hay que pedir el don y la gracia de ser templados. El don del dominio de si mismo. Es un don del Espíritu Santo.

Esto trae como consecuencia un mayor conocimiento de mi mismo, un más detallado conocimiento, espejado de quien soy y a partir de allí con la aceptación buscar la forma de ir creciendo, superándome y madurando.