Jesús, hombre de oración, viene a salvarnos, sanarnos y a liberarnos

domingo, 7 de enero de 2007
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Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre y se lo dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos que sufrían de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él. Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto. Allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros y cuando lo encontraron le dijeron: ‘Todos te andan buscando’. Él les respondió: ‘Vayamos a otra parte a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido’. Y fue por toda la Galilea predicando en las sinagogas de ellos y expulsando demonios”.
Marcos 1, 29 – 39

En este párrafo del evangelio de Marcos, se nos presenta a Jesús en plena actividad evangelizadora y en donde manifestará que no solamente ha venido para un grupo, sino que el Padre le encomendó llegar a todos los pueblos de Judea. Así, podría decirse que el objetivo de este relato es demostrar la misión de Jesús. Lo primero que aparece en este trozo del evangelio es que el Maestro, Santiago y Juan van a casa de Simón y de Andrés y allí se encuentran con la suegra de Simón que está en cama y con fiebre. La narración de este episodio de curación es muy concisa, de una gran sobriedad. Pedro, que según Juan procedía de Betsaida, se instaló en la casa de sus suegros y con él, Andrés, su hermano y los compañeros de trabajo. Además de ellos, acompañan a Jesús los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos cuatro hombres son quizás los primeros y los únicos discípulos de Jesús hasta ese momento.

Hay que tener en cuenta que no es que el Señor haya ido a la casa de Pedro a curar a su suegra, sino que, como lo dice la Palabra, cuando llegan a la casa, encuentran a la madre de la esposa de Pedro con fiebre. Jesús la toma de la mano y hace que se levante; en ese mismo momento, la fiebre desaparece. No existe en este episodio ningún tipo de ritual, sino solo un gesto amable por parte del Señor, que la toma de la mano.

Jesús también hoy viene a liberarnos del pecado y de sus consecuencias, tales como la enfermedad, el dolor, el sufrimiento y la muerte. En la suegra de Pedro, se manifiesta claramente el poder de Jesús y a la vez de una manera sencilla. Esto enseguida se conoce y se divulga por todo el pueblo. El evangelio nos dice que cuando la suegra de Simón se siente sana nuevamente empezó a servirlos. Este detalle es muy importante, porque a veces nos encontramos con cristianos que, aunque han recibido gracias del Señor, solo se contentan con agradecer lo que Él hizo por ellos, pero no hay un acto de servir a la comunidad, a la Iglesia. Aquí se percibe que la suegra de Pedro, al comenzar a servir, empieza a participar en el ministerio de Jesús y de sus apóstoles, a sentirse parte al punto tal de no solo servirlos a ellos, sino que pone a disposición su casa para todo lo que se pudiese hacer.

Es importante que cuando nosotros, creyentes, hemos recibido una gracia de Dios, seamos serviciales con Él, con la misma Iglesia a través de algún apostolado, con los hermanos – y en especial con los más necesitados-, ayudando en un hospital a los enfermos, colaborando en la evangelización, contribuyendo con los niños pobres que se encuentran en hogares e incluso podemos servir al Señor dentro de nuestra familia, con nuestros parientes, aun más con aquellos que están necesitados de que alguien les hable de Dios. Este servicio también puede hacerlo todo aquel que ha recibido la sanación del Señor, como un testimonio y anuncio del Reino.

“Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar, le desapareció la fiebre y ella se puso a servir”… La suegra de Simón ha sido reintegrada a la comunidad de vida y participa activamente en la comunidad por medio de su servicio. Cuando el evangelio dice que Jesús hizo levantarla, podría decirse que ese es un movimiento ascendente, desde la enfermedad a la vida activa, que preanuncia la resurrección. Toda la actividad del Señor está dirigida a librar al hombre de aquello que lo oprime y que le impide vivir la vida en plenitud y más aún de lo que le imposibilita acercarse a Dios.

El evangelio dice: “Llegada la tarde, después de ponerse el sol, le presentaron todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad estaba reunida ante la puerta, entonces curó a muchos pacientes de diversas enfermedades, lanzó a muchos demonios, pero sin dejarles hablar, porque ellos sabían quién era”. Según el modo de cómputo del tiempo que tenían los judíos, a la puesta del sol comenzaba un nuevo día. Con esto se ponía fin al descanso del día sábado que prohibía el transporte de cargas, es decir, lo que Jesús siempre le decía a los enfermos: “Estás sano, da gracias, toma tu camilla y vete a tu casa”, cosa que no podía hacerse en sábado. Entonces son llevados a Jesús todos los enfermos y los endemoniados de la zona.

Continuando con el episodio de la suegra de Pedro, ella sirve a Jesús pero también pone su casa al servicio de la evangelización. Así, todo el pueblo se reúne a las puertas de su casa. El Señor comienza con su tarea para la que ha venido, liberar al hombre. Ese acto de liberación se expresa a través de los signos de sanación y de curación de todos los que sufrían enfermedades o posesiones demoníacas.

Es cierto también que Jesús sana a algunas personas, no a todas, ya que su misión consiste más bien en llevarnos a una liberación más grande, Él quiere que logremos nuestra salvación definitiva, que logremos entrar en el Reino de los Cielos y utiliza algunos milagros como signos. Así, lo que el Maestro hace en el pueblo, anticipa su acción salvadora, para que así podamos colocar nuestra fe en Él y aunque en algún momento de la vida no seamos sanados o no experimentemos la sanación, es grandioso tener el don de la confianza en Dios.

Hay muchas personas que, en los lugares en donde se ha manifestado el Señor, no han sido protagonistas de grandes sanaciones corporales, pero sí han regresado con un espíritu distinto, con una fortaleza espiritual por medio de la cual, por más de que continúan con la enfermedad, siguen con sus actividades, sus responsabilidades y trabajos y a la vez consuelan y ayudan a los demás, incluso a aquellos que físicamente están mejor. Puede que llame la atención que algunas personas con grandes dolencias vivan alegres y fortalecidas, pero hay que saber que esta fuerza les viene de Dios.

Se observa que en este relato todos quieren ser sanados o contemplar el milagro; junto con los enfermos están los curiosos y además los posesos.

Con esto se repiten los versículos que proclamamos ayer y que Jesús, con su palabra, nos manda a callar. No hace ningún rito mágico, sino que muestra su poder, como Hijo de Dios, por medio de la fuerza de la Palabra. El Maestro ordena a los demonios silencio absoluto, de manera soberana, porque los espíritus malignos sabían quién era él. Llama la atención que son los demonios los que anuncian quién es Jesús, pero por otro lado, en el evangelio de Marcos se ve cómo dentro de los enfermos siempre se encuentran algunos poseídos por el demonio.

Esta posesión, según dice el evangelio, no siempre se debe confundir, como hoy pretenden algunos, con personas con problemas psicológicos, situaciones que no pueden ser explicadas por la ciencia. El modo como el Señor trata a estos posesos nos habla de que no se trata de una patología psicológica o psiquiátrica y revela la lucha de Jesús contra el mal. El mal que ha llevado al hombre al pecado, a la lejanía de Dios y del que también Él viene a liberarnos.

Nosotros pensemos que Jesús está pasando por nuestras vidas, que quiere habitar en nuestras casas, que viene a salvarnos. Sepamos descubrirlo en la proclamación de su Palabra, en los sacramentos, reflexionar que no podemos pretender ser sanados por el Señor si no vivimos en la comunión con la Iglesia, porque es en la Iglesia –cuerpo de Cristo- donde se manifiesta hoy esta salvación de Dios; no podemos separar al Señor de la Iglesia, a la cabeza del cuerpo, de lo contrario, no hemos entendido nuestra fe. Hoy hay una tendencia en donde se quiere manifestar la fe y el amor a Dios sólo a través de situaciones milagrosas, de apariciones de María o del Señor en alguna figura; pero por lo general esto queda en acontecimientos sobrenaturales sin relación con los Evangelios y con la Iglesia.

Nada de eso ayuda a la verdadera comprensión de la fe y a la acción real de Jesús, como Él ha querido hacerlo, continuando con su misión salvadora a través de la Iglesia, en ella y con ella. Cotidianamente nos encontramos con personas que aseguran recibir mensajes de la Virgen y que por ello hacen milagros o con niños que tienen visiones y que curan. Esto puede darse, pero no es verdadero si se realiza a espaldas de la Iglesia, si no se comulga con ella y no se respeta su jerarquía.

Es muy importante para nosotros que tratemos de tener esta visión. El Señor quiere sanarnos, salvarnos, ayudarnos, pero siempre dentro de la comunidad eclesial. Es una verdadera pena cuando muchos cristianos en su desesperación, en su angustia, en sus enfermedades, en la de sus familiares recurren a curanderos y a personas que nada tienen que ver con la Iglesia ni con Jesús. Esto indica una falta de confianza en Él. Por ello, es en esos momentos en los que debemos decir: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Todos queremos contemplar un milagro, pero este siempre es un signo, lo que importa es la fe, solamente en ella somos salvados. Por eso cuando Jesús sana a alguien, siempre le dice: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Hoy debemos pedirle al Señor esa fe, en especial para la Iglesia; tener la certeza de que este es el lugar en donde Dios nos quiere salvar y de esta manera, poder defenderla. Quienes pertenecemos a ella tenemos fallas, pero el Señor se hizo hombre, asume nuestra naturaleza –en todo, menos en el pecado- incluso la realidad de la Iglesia de todos los tiempos y de hoy. Es a la vez tarea de cada uno de los creyentes practicantes esforzarnos por cumplir con nuestra condición de hijos de Dios y atraer a aquellos que se han alejado de la Iglesia, mediante nuestro testimonio de vida.

Animémonos a encontrar a Jesús en la Iglesia, en los sacramentos desde los cuales sigue obrando y sanando, a descubrir su presencia cotidiana, viva entre nosotros.

Por otra parte, puede decirse que Marcos intenta dar a conocer que la jornada de Jesús comienza de madrugada, antes de la salida del sol; este es uno de los tres tiempos de la oración de los judíos. No solo en Lucas, sino también aquí, se nos invita a descubrir en Jesús al hombre que en toda su vida está vuelto hacia el Padre para encontrar consejo, fuerza y consuelo en su misión mesiánica. Ese es el primer momento en el que vemos a Jesús orando solo en la intimidad de la noche. Él lo había hecho también en la sinagoga, pero ahora lo hace a solas.

El Maestro en esta oración vuelve siempre a lugares desiertos, como antes de iniciar su misión había sido llevado por el Espíritu al desierto; busca ese encuentro amoroso con el Padre y es el lugar de preparación a su ministerio. Jesús es el hombre de oración por excelencia. En esta oración, Él no solo se encuentra con el Padre para cumplir con lo que le ha encomendado, sino que también piensa y descubre la universalidad de su misión. Por eso, cuando Pedro y sus otros discípulos lo encuentran y le dicen que todos lo andan buscando, el Maestro les dice que no pueden quedarse, que tienen que ir a otros lugares, no pueden permanecer allí, ya que deben abarcar a todo el pueblo de Israel y a partir de allí a todos los hombres.

Esto debe llamarnos a nosotros, cristianos del siglo XXI, miembros vivos del cuerpo místico de Cristo, a misionar por, en y desde la Iglesia, desde el Señor. Nuestro trabajo consiste en anunciarlo a todos los hombres, tarea inmensa que debe comenzar por nuestra casa, por nuestra familia. Desde allí es de donde se empieza a evangelizar al mundo, aún sabiendo que esto es complejo; quizás, hasta sea más fácil anunciar a Dios en barrios o sitios en donde no nos conocen. Jesús mismo dijo que ningún profeta es bien recibido en su casa, entre sus parientes, en su pueblo. Actualmente, el papa y desde todos los estratos de la Iglesia brota la invitación de evangelizar a la familia, esa es la gran tarea de todo católico.

Pidámosle a Jesús, hombre de oración, que nosotros también podamos vivir en oración y en encuentro con Él, en el Padre y en el Espíritu, para que, fortalecidos en nuestro corazón, tratemos de vivir este ministerio que el Señor nos encomienda, en especial con quienes convivimos, con sabiduría y sin temor, aún sabiendo que nuestra familia conoce los defectos que tenemos, seamos capaces de anunciar. Además, dando a conocer la Buena Nueva a otros nos comprometemos nosotros mismos y en ese compromiso por la Palabra es donde también vamos a hablar de Jesús y a testimoniarlo con nuestra vida.

Juan Pablo II en la carta sobre el tercer mileno decía que más que sentir hablar de Jesús, los hombres de hoy quieren ver a Jesús y solamente puede mostrarlo aquellos que lo han contemplado. Esta vivencia se gana en la medida en que, con Él, podemos ser personas de oración.

Y yo, ¿qué tiempo de mi día le doy al Señor? Solo en el encuentro con Él podremos hallar el sentido de nuestra vida, la orientación de nuestra existencia. Digámosle al Maestro como le decían los apóstoles: “¡Jesús, enséñanos a orar!”, ayúdanos a gustar la oración, para que te dediquemos tiempo durante el día y para que nos encontremos contigo y puedas decirnos al corazón qué es lo que quieres de nosotros y nos des la fuerza para que podamos ponerlo en práctica.