Jesús intercede por nosotros desde el seno del Misterio Trinitario

viernes, 10 de noviembre de 2006
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“Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre. ¿Hay acaso alguno entre ustedes que si el hijo le pide pan le dará una piedra, o si le pide un pez le dará una culebra? Si ustedes siendo malos saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?”
Mateo 7, 7 – 11

Es una invitación del Señor ésta la de orar con insistencia y con confianza para ser escuchados. “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá”. ¿Cuál es el fundamento de la eficacia en la oración hecha con insistencia? Es la bondad del Padre. Es muy clara la expresión del evangelio: -“Quién de ustedes, si el hijo le pide pan le va a dar una piedra y si le pide un pez le va a dar una culebra? Cuánto más el Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que se lo pidan”. Pero también es el fundamento de la eficacia de ésta oración hecha con insistencia la presencia de Jesús de cara al misterio de la Trinidad insistiendo en el seno mismo de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo por nosotros. Ese es su rol de mediador, como dice Romanos 8, 27 : “intercede por nosotros”. El único mediador, como dice la Carta a los Hebreos, “Según el designio de Dios, Jesús está puesto allí en medio del corazón de la Santísima Trinidad para interceder por nosotros. Nuestra oración de intercesión es en la Persona de Jesús. Si el Padre tiene ojos para Jesús los tiene también para nosotros en cuanto que estamos vinculados en el amor de la alianza que Jesús ha venido a sellar con nosotros, y al contemplarlo al Hijo, el Padre contempla a los hijos en el Hijo. Fue un designio de amor el Misterio Trinitario pero también es fundamento de la eficacia de la oración de intercesión la presencia del Espíritu que viene a nosotros para asistirnos en que pedir y como pedir, porque no sabemos. El, como dice la Palabra, gime en nuestro interior con gemidos inefables y pone palabras en nuestro corazón para que podamos expresarnos de cara al Misterio Trinitario en el sentir en el que el Espíritu nos va inspirando en el corazón. No sabemos como pedir, claramente lo dice Romanos y por eso viene en nuestra ayuda, pero más, dice Santiago en 4,2-3 “a veces no somos escuchados porque pedimos mal”. Es interesante detenernos frente a la actitud a la que nos invita la Palabra a la hora de hacer nuestra oración de súplica. No se trata sólo de orar y pedir, sino de pedir con el corazón puesto en la Persona de Jesús, guiados por el Espíritu Santo que viene en nuestra asistencia para orar en nosotros con la confianza absoluta de que estamos de cara al misterio del Padre. Nuestra Oración de Intercesión Mariana es una Oración de Intercesión Trinitaria. Es Mariana porque en María hacemos éste camino de oración en la Persona de Jesús y es Trinitaria porque Jesús en el Espíritu nos pone en contacto con el Padre, que está dispuesto a darnos todo lo que le pedimos. Para apoyar ésta oración de Cristo y el Espíritu hace que la inspiración que nos llega de lo alto nos ponga en contacto con María y con su presencia materna. Es decir, para alcanzar las gracias que el Padre está dispuesto a darnos, en el Espíritu somos conducidos por María a la presencia del Hijo. Tal vez el ejemplo más claro al respecto lo tengamos en las Bodas de Caná. Allí esto aparece claramente. María ve, intuye la necesidad de los novios y ante la necesidad, guiada por el Espíritu que la habita permanentemente, recurre al Hijo, y el Hijo que en principio muestra cuánto está asociado a su Madre en el plan de la redención, diciéndole: “¿qué tenemos que ver nosotros mujer? termina por hacer lo que tiene que hacer desde la confianza en la que María vive el vínculo con Jesús, con lo cual la Madre nos nuestra la disponibilidad a hacer lo que Dios quiera hacer con nosotros: -“Hagan lo que El les diga y estará bien”. Este es el modo de interceder, con libertad, con disposición, éste es el modo de pedir y así no nos equivocamos. Pedimos diciéndole definitivamente a Dios que sea lo que el quiere que sea según el designio y el plan providente del Padre para nuestra salvación. En el camino de nuestra oración mariana vamos aprendiendo a descubrir cuánto ella coopera en el misterio de la redención. Las bodas de Caná son un ejemplo pero en realidad esto se va aprendiendo en la medida en que uno va estableciendo vínculo con la Madre. El vínculo sencillo en éste repetir y repetir el Ave María que es una oración profundamente cristocéntrica, si bien la tiene a Ella como a quién dirigimos nuestra súplica, todo lo que le decimos a María en el comienzo mismo de la oración: Dios te salve María, llena eres de gracia… supone una conciencia en quien lo reza de la presencia de la obra de Dios en la humilde esclava del Señor. María siempre termina por llevarnos a la presencia de Jesús.

María es ejemplo de oración insistente, María nos invita a descubrir la fuerza de la oración cuando lo hacemos con insistencia, cuando así lo hacemos Dios nos da lo que nos hace falta.

La oración del Rosario es una oración típicamente de insistencia, es una oración de perseverancia, es una oración casi de jaculatoria, es un repiquetear de un Ave María tras otro que va revelándonos desde el corazón de María, a quién oramos, el misterio que lleva ella en su corazón escondido, el de su Hijo Jesús. En éste insistirle a María, en este insistir que es el modo de vincularnos como niños con ella en la oración la Madre nos va revelando el misterio de su Hijo y en ese sentido el Rosario se hace un gran anuncio. Claro que para entender el anuncio que brota de la oración del Rosario para nuestra vida y las posibilidades del anuncio que se abre desde la oración del Rosario tenemos que penetrar en el desde el repiquetear de un Ave María tras otro desde una mirada contemplativa. Siguiendo las enseñanzas de Pablo VI en Marialis Cultus descubrimos el alma de la oración del Rosario, esto es el misterio de la contemplación, para no quedarnos en una oración de repetición vacía de sentido. Cuando nosotros penetramos en el misterio del rosario en actitud contemplativa vamos recibiendo del corazón de María el anuncio que nos hace de su Hijo al que Ella dice que sí en su seno, con el que visita a su prima Isabel, el que nace en Belén, el que es presentado en el templo, el que se pierde y es encontrado dedicado a las cosas del Padre, el bautizado en el Jordán, el adulto que en las bodas de Caná con ella revela el Misterio de la Redención en sobreabundancia haciendo que el vino sea así, sobreabundancia del misterio anticipado a la redención que va a ser un gran banquete. El mismo que proclama y anuncia la conversión llamándonos a todos porque el tiempo se ha cumplido y hay que volver a Dios. Es el Jesús que nos acerca a la transfiguración del Monte Tabor pero que se quiere transfigurar delante de nosotros dándole brillo en nosotros a las cosas de todos los días haciéndonos testigos de la Gracia de la Resurrección. El mismo Jesús que instituyendo la Eucaristía viene a hacer presente el misterio de la redención y actualizarlo aquí y ahora. Ese que desde el Gólgota clama al Padre que si es posible se pase el cáliz de El pero que en realidad se cumpla su voluntad, el que es flagelado, coronado de espinas, el que carga con la cruz y muere por nosotros. Ese nos anuncia María, y nos va mostrando en cada uno de los misterios del Rosario la gracia que se desprende de cada una de las acciones de su Hijo. Haciendo memoria de ellas actualizamos el presente y para nuestro camino personal y para nuestro camino comunitario las gracias que brotan de aquellos acontecimientos de salvación que hoy se siguen repitiendo. Jesús que resucita, que asciende, que intercede ante el Padre para que el Espíritu se derrame abundantemente sobre nosotros apóstoles junto a la oración con María. El mismo que nos regala María en la gracia de la Asunción de ella al cielo anticipándonos lo que va a ser nuestra suerte de resucitar en cuerpo y alma también en el cielo, como El y como Ella. Es el Jesús que nos regala al final de la contemplación de los misterios del Rosario a María como aquella que corona la vida de la gracia reinando con el señorío propio de los que viven en Jesús invitándonos a nosotros también a reinar en los que no toca ser señores de nosotros mismos, de la historia que nos toca conducir en el espíritu guiados por la providencia del Padre.

En cada uno de los misterios del Rosario María nos va, en contemplación, revelando todo lo que significa uno y otro acontecimiento de la  vida de su Hijo, y el corazón se va impregnando de la Gracia de Dios que gana nuestro interior y nos va devolviendo la Paz y nos va poniendo en la alegría de pertenecerle. Es un anuncio que la Madre nos hace de su Hijo, nosotros la buscamos a ella como Madre y ella, como Madre nos revela a nosotros como hijos lo mejor que tiene para darnos, a su propio Hijo, al Hijo de sus entrañas. María es una anunciadora de la Buena Noticia de Jesús en el misterio del Rosario y desde ese lugar nos hace también a nosotros anunciadores del misterio de Jesús. María anuncia a su Hijo y nos enseña a anunciar a Su Hijo cuando oramos. Cuando uno dice: “y qué puedo yo decir de Jesús al mundo de hoy”, no hay mejor modo de aprender en la escuela del anuncio que orar con María de cara a cada uno de los misterios del Rosario porque cuando oramos de corazón los misterios del Rosario con María, los misterios de la vida de su Hijo se nos van metiendo dentro y en realidad un anunciador de Jesús y de la Buena Noticia del Señor en el tiempo en que le toca vivir y de la mejor manera para hacerlo lo hace en la medida en que lo tiene dentro suyo. El rosario instala dentro de nuestro corazón, en ésta oración sencilla, serena, contemplativa, la presencia de Jesús. Somos anunciadores no de una doctrina, de un ideario, no somos anunciadores de una filosofía, de una determinada moral, de un comportamiento, de un código de leyes que hay que cumplir, de un culto que tenemos que celebrar, somos anunciadores de una Persona que está viva, la de Jesús, y que además vive en nosotros. Este vivir de Jesús en nosotros a través del Rosario, María lo devela, corre todo lo que no permite que aparezca Jesús en nuestro interior y empieza a aparecer la Gracia de Jesús dentro de nosotros para que en nuestra mirada, en nuestra palabra, en nuestras actitudes, en nuestros gestos, en nuestro modo de estar parado frente a la vida, podamos de verdad ser presencia de proclamación de la Buena Noticia. Es hermosa esta dimensión que Juan Pablo II nos regala en Rosarium Virginis Mariae. Esta dimensión de anunciadores desde el rosario. A veces al Rosario lo identificamos como un lugar de devoción de gente grande que no tiene más nada que hacer y entonces con el Rosario pasa su tiempo y mata sus horas y en realidad la oración del Rosario guarda su riqueza en lo que hay en el corazón de María. En el corazón de María está la presencia de su Hijo, Jesús. Lo mejor que tiene la Madre para darnos nos lo ofrece a través de ésta oración, que siendo insistente con ella, termina uno por recibir lo mejor que el Padre nos da y que la Madre nos entrega: el mismo Jesús. Desde esa entrega de Jesús nosotros podemos ser proclamadores de esa Buena Noticia.

El Rosario, que es anuncio y anuncio que nace de la oración con insistencia de avemaría tras avemaría donde el Señor, en el corazón de la Madre nos va regalando su Rostro, nos va develando su presencia, y así, impregnándonos con la espesura de su amor, nos permite hablar de lo que tenemos dentro, de lo que vimos, de lo que oímos y tocamos con nuestras manos. El Rosario, dice Juan Pablo II, es como un compendio del Evangelio, de la Buena Noticia. El papa dice así: -“a la contemplación del rostro de Cristo sólo se llega escuchando en el espíritu la Voz del Padre, nadie puede conocer al Hijo sino el Padre y aquél a quién el Padre se lo quiera revelar. La contemplación del misterio de Jesús nos viene por el Espíritu en la voz del Padre. Cerca de Cesarea de Filipo ante la confesión de Pedro Jesús puntualiza de dónde proviene ésta clarísima intuición de su identidad. Mientras todos andaban al tanteo diciendo: “algunos dicen que eres Elías , otros uno de los profetas que ha resucitado, y ustedes ¿quien dicen que soy?” y Pedro, después de un silencio, habla movido por el Espíritu Santo, según lo que dice después Jesús y dice: -“Tu eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. “No te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”, dice Jesús.  Es necesaria la revelación de lo alto para hablar de Jesús. Sin la revelación que viene de lo alto, el Evangelio puede transformarse en una hermosa doctrina, una buena filosofía de vida, en un código de comportamiento reducido y minimizado pero no lo que está llamado a ser que es un camino de liberación y de transformación de las personas. Sólo en la medida en que nace de lo alto el Evangelio proclamado se hace fuerza de liberación. Antes de cada una de las catequesis que uno debe prepara en su tarea de evangelizador debe contar con un tiempo importante para orar porque es desde la oración donde se uno se impregna de la gracia del Espíritu que nos permite penetrar en el misterio y llegar con el Espíritu hasta donde el hermano lo necesita, le hace falta. Sólo la experiencia del silencio de la oración ofrece, dice Juan Pablo II, el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente del misterio de Jesús. Sólo en la oración, si no hay oración, si no somos hombres y mujeres de oración, la presencia de Jesús no termina por transparentarse a través nuestro por eso, según el teólogo alemán Karl Rahner, el cristianismo del próximo tiempo será místico o no será cristianismo. Cuando decimos místico no decimos “misticoide”, volado, extraordinario, sino lo “mistérico”, es decir, nosotros metidos dentro del misterio y el misterio de la redención metidos dentro de nosotros. Este penetrarnos mutuamente nace de éste vínculo que se ofrece en el encuentro con el Señor a través del camino de la oración. Si no hay oración no se puede penetrar en el misterio ni el misterio puede penetrarnos a nosotros, no se da la gracia de la Alianza desde donde podemos verdaderamente anunciar la Buena Noticia. El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana, dice Juan Pablo, orientada a la contemplación del rostro de Jesús.” Pablo VI lo describía así: “es oración evangélica centrada en el misterio de la encarnación, es oración redentora. El Rosario es oración de orientación profundamente cristológica. Nombrando y profundizando, breve y sencillamente todos y cada uno de los misterios del rosario, nos pone de cara a Jesús. Es una oración profundamente cristológica, por eso no es verdad cuando se lo desvaloriza diciendo que nos saca de Jesús, porque si uno ve los misterios del rosario, aún aquellos que hacen referencia a la persona de María, están directamente vinculados al centro del misterio de la redención que es Jesucristo.