Jesús llega más allá de todo límite, por amor

jueves, 12 de agosto de 2010
image_pdfimage_print

"Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Pero él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos". Jesús respondió: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: "¡Señor, socórreme!". Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada."
Mateo 15,21-28

Jesús sorprende yendo más allá de lo esperado

Jesús parte de Genesaret, que está en la costa del mar de Galilea, a Tiro y Sidón, que están a unos 37 y 35 km. hacia el norte, en la costa del Mar Mediterráneo. Es un largo trayecto, que lo ubica a Jesús mucho más allá de lo que se consideraba su misión, aunque no se nos dice por qué va a estos lugares. En este Evangelio es la única vez que sale del territorio judeo-samaritano (excepto para escapar de Herodes cuando era un bebé y para visitar Gadara, como aparece en el cap. 8, 28-34).
El texto leído narra una de las tres ocasiones en que Jesús sana a personas que no pertenecen al pueblo de Israel. No es muy claro si Jesús efectivamente entró a Tiro y Sidón, o simplemente se quedó a orillas de esta área gentil, este territorio no judío. Marcos (en el texto paralelo) dice que entró a una casa. Pero no especifica por qué Jesús va a esos lugares. La multitud le había frustrado su búsqueda de unos momentos a solas para orar (lo vimos en el Evangelio anterior); pero no parece lógico que busque renovación espiritual en un territorio pagano. Tal vez Dios, el Padre, lo lleva en el espíritu allí, para que nosotros podamos disfrutar la historia de esa extraordinaria mujer cananea que con su fe conmueve y con su humildad sacude las entrañas del Maestro que, en su infinita misericordia sale a su encuentro con la gracia que le pide. Una mujer cananea clamaba, dice el texto. En griego también podría traducirse por gritar. "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". La traducción exacta sería (…) cruelmente, malvadamente atormentada por un demonio. La mujer se dirige a Jesús como Señor, y como Hijo de David, palabras que en judío solamente se usan para referirse al Mesías. Y esto es lo primero que sorprende: que en aquel territorio, esta persona, en su necesidad, lo llame a Jesús bajo este título, una expresión mesiánica. También sorprenden la actitud, que sea mujer, la osadía de expresar su clamor a los gritos, que esté en territorio pagano. Solamente en una ocasión anterior Jesús ha escuchado esta palabra, proveniente de sus discípulos, en el cap. 14, 23. este Evangelio se nos presenta para que nosotros también reaccionemos frente a la presencia de Jesús y que todo aquello que, con cierta voracidad o maldad nos habita por dentro, sacudiéndonos y no dejándonos vivir en paz, podamos nosotros clamar, por nosotros y por otros, para que Dios actúe allí, con poder.

Esa mujer cananea se caracteriza por su sencillez, su humildad, su fe. En este Evangelio se muestra que Jesús está mucho más allá de lo previsto.
Y vos, ¿a dónde lo necesitás a Jesús que llegue con su presencia en tu vida? Siempre el Señor va por más. ¿Cuáles son los territorios donde Jesús aún no ha tocado tu vida? ¿La economía, la sexualidad, el ámbito laboral, familiar, el tiempo de ocio, de descanso, de diversión? ¿Dónde?

Jesús se familiariza con los extraños

Llama la atención cómo Jesús se familiariza con los extraños y con lo extraño. Señor ten misericordia de mí es el clamor de esta mujer, porque está desesperada dado que su hija está poseída por un espíritu malo, agresivo, que la ha tomado y no la deja. A lo largo de los Evangelios, vemos que Jesús responde de inmediato a clamores semejantes al de la mujer. Sin embargo, a ella no le responde así: el silencio inicial es sorprendente, la mujer no recibe respuesta. Es más, los discípulos están como molestos, ofendidos por los gritos de la mujer.
Jesús le contesta a sus discípulos, no a la mujer: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Hasta ese momento, Él debe dar a los israelitas todas las oportunidades, pero esta mujer cananea está rompiendo su corazón y abriendo sus horizontes. Por algo el Espíritu lo condujo a Jesús más allá de las fronteras. En la Encarnación, Jesús tomó sobre sí mismo las tensiones humanas con las que todos nosotros luchamos. Ahora debe escoger entre hacer un bien mientras le da la espalda a otro. Éste es el problema del ser humano: no podemos tenerlo todo, somos limitados. Jesús ha asumido esta condición.
Pero la mujer nota que Jesús usa la palabra cachorros en lugar de perro. Los cachorros son de la casa. "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros". Si hubiese dicho perro, hubiesen sido los de fuera. Pero al decir cachorros, Jesús está como familiarizándose con algo que le resulta extraño en su misión. Las mascotas pertenecen a la familia. Jesús busca el modo de incluir lo que en principio no podía incluirse. La mascota, aunque no tiene lugar en la mesa, pasa a ser muy querida por la familia. Jesús busca romper y abrir un camino con lo que resulta extraño. Jesús, con mucha sabiduría, está sumando lo que no se podía sumar.
Esta mujer le hace notar eso a Jesús: “Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". Reconoce así el señorío de Jesús y su humilde posición ante Él. Ella reclama algo que es justo. Es modesta, pero busca sin privilegios recibir el beneficio que viene de la mesa grande de la misericordia con la que el Señor asiste a los que necesitan.
"Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y Jesús privilegia, una vez más, la bienaventuranza más grande que aparece en la Palabra: la bienaventuranza de los que creen.

Con Jesús, aprendemos a ser imprudentes

Es decir, ir más allá de lo que está previsto. La prudencia es la madre de todas las virtudes cardinales. Gilbert Gepson se pregunta en uno de sus libros si la prudencia es todavía una virtud. Bernahnos, mucho más radical, dice directamente que la prudencia es la coartada de los cobardes. Algo muy parecido suelen pensar los jóvenes, que dicen estar hartos de que los amordacen en su fuego, a base de consejos que son “prudentitos”: no te apurés, andá despacio, fijate, te falta todavía aprender de la vida. Y así se apaga a veces el fuego interior, y no va siempre acompañado de un testimonio que sea realmente contundente como para darle cauce a todo ese impulso juvenil que mueve siempre a ir un poquito más allá.
Hay que reconocer que la palabra prudencia tiene dos sentidos muy diferentes, dependiendo de quién lo pronuncie: un santo o un mediocre. Podríamos decir, a la luz del Evangelio de hoy, que los discípulos, con prudencia mediocre, le piden a Jesús que despida a esta mujer. Y Jesús, con santa prudencia, actúa a favor de esta mujer.
¿Hay que decir adiós a la prudencia como virtud? No, pero habría que revisar el concepto de prudencia que suele circular por este mundo tan ordenado en el que vivimos. Es un hecho, que todos los santos han sido considerados excesivos, imprudentísimos, que no han entendido la no medida del amor. Tal vez empecemos a entendernos si recordamos aquellas dos descripciones claras que nos acercan San Agustín y Santo Tomás. San Agustín, agudo y brillante, dice: la prudencia es un amor que elige con sagacidad. El amor siempre es desmedido pero cuando encuentra cauce en su desmesura, el amor se hace sagaz, incisivo. Santo Tomás dice: la prudencia es una virtud que se refiere a los medios y nos dice cómo debemos hacer lo que debemos hacer.
También se dice que la prudencia es la virtud que asiste al que gobierna, al que tiene la responsabilidad de la conducción. La prudencia no sería esa extraña forma de comodidad que nos invita a dejar de hacer lo que debemos hacer, cuando el hacerlo nos trae problemas, o disgusta a alguien. La prudencia es una virtud que escasea por estos tiempos, y que en otros tiempos ha sido maltratada, cuando se considera prudente al que nunca asume un riesgo (más que prudente, “se borra”).

Jesús es un santo imprudente. Tiene una desmesura de amor sagaz, que da sobre lo que tiene que dar, en la sobreabundancia de su propuesta.
La prudencia es solo la amorosa reflexión para encontrar los mejores modos de hacer lo que hay que hacer. Jesús es muy prudente en el texto, porque en el amor desbordante va más allá de Israel (que es su primera misión); se encuentra en un territorio donde se ve sorprendido por la declaración de alguien que lo reconoce como Mesías y que al mismo tiempo le hace un pedido. Jesús entonces le encuentra la vuelta a la desmesura de su amor y le da a la cananea lo que pide, con misericordia.
¡Cuánto debemos aprender de Jesús, de su estilo desbordante y sagaz, de este modo que no se detiene y que al mismo tiempo no es alocado, que no pierde cauce! Cuando la desmesura encuentra cauce, estamos ante la virtud de la prudencia. Ojalá podamos liberar la desmesura para romper con un orden que ya no nos ordena sino que nos ahoga, y encontrar la sagaz manera de modificar para lograr un nuevo orden, para darle a más la posibilidad de vivir la propuesta que Dios quiere para todos.

Padre Javier Soteras