Jesús multiplica el pan cuando le entregamos nuestros cinco panes y dos peces

miércoles, 27 de mayo de 2009
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Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.

Juan 6,1-15

 

Jesús multiplica el pan

Jesús multiplicando el pan de la vida. ¡Qué gran enseñanza nos está dejando el Señor!

Quiero resaltar en primer lugar que sólo había cinco panes y dos peces y una gran multitud. Son estas cosas que aparecen muchas veces en las Sagradas Escrituras: lo mucho y lo poco; lo poco teniendo que resolver lo mucho; lo pequeño teniendo que hacerse cargo de lo grande; David – chiquito, con apenas una onda y un guijarro, una piedra- tenía que enfrentarse contra Goliat -el guerrero grandote de los Filisteos, con todo su poder y su prepotencia-. Lo pequeño era lo desproporcionado de la invitación del Señor. El Señor provocándolo a la confianza, a vivir de la fe.

Esto me lleva a preguntarme ¿cómo estoy viviendo mi fe? El Señor me da una misión, me llama, siento un llamado a algo muy especial… ¿lo voy a poder hacer con estos cinco panes y dos pescados que soy yo? ¿Me creo que lo puedo todo, que yo soy el alimento para cinco mil personas? ¿Me creo que tengo los recursos personales para un mundo de necesidades, un cúmulo de propuestas que me las pone Dios adelante para llamados específicos que normalmente exceden mis posibilidades? Quizás yo estoy viviendo así, creyendo que yo tengo los recursos suficientes para responder a todas las exigencias de la vida y de las cosas que Dios me pide…

¿Cómo le respondo a Dios? ¿Cómo estoy viviendo mi fe? Esa es la pregunta que me hago hoy. Quizás estoy cargado de suficiencia. Qué bueno que el Señor me regale tantos momentos de la vida en los que me hace ver pobre, miserable, mezquino, soberbio, que me hace meter la pata… Hoy le quiero dar gracias a Dios. Y te invito a que te unas para darle gracias a Dios, de corazón, por permitirnos ver nuestra fragilidad y debilidad.

Dios mismo ha permitido, ha elegido la sabiduría de la humillación y de la cruz para su Hijo, cuando con solo su poder podía resolver el problema humano. Eso es lo otro que me admira cuando escucho el Evangelio: que ni el Señor, teniendo la capacidad de reconciliar y sanar y borrar el pecado en el mundo, quiso hacerlo con solo su poder. Al contrario, quiso manifestar su grandeza haciéndose el más pequeño y el más humillado, cargando sobre sí la miseria ajena. Son las contradicciones, los efecto frío-calor del Evangelio: lo pequeño llamado a lo grande.

Tú estás llamado a vivir en matrimonio, a construir una familia… ¿Y la educación de tus hijos? ¿Hásta dónde la controlás, hasta dónde los vas a llevar a tus hijos, hasta cuándo los vas a controlar? ¿Hasta cuándo vas a poder decir “tenés que hacer esto o lo otro” a tus hijos, a tu esposa, tu esposa, en tu ambiente de trabajo, definir cómo deben ser las cosas y que todos deban marchar al compás de tus decisiones; hasta cuándo vas a tener todas las respuestas? ¿Existen realmente en lo humano respuestas a todas las necesidades de nuestro entorno?

Éstos son los planteos que me hago a la luz de la Palabra. Y quiero destacar esto: lo pequeño llamado a vivir algo grande; la incapacidad de eso pequeño de responder a lo grande. Es lo que hay. Qué lindo que yo hoy pueda decir “Dios me llama a algo. Y tengo miedo. No tengo fuerza, no tengo la formación suficiente, no tengo la capacidad, pero Dios me llama. “Señor, sólo tengo cinco panes y dos pescados. Lo que tengo es sólo esto.” ¡Qué bueno sentir ese llamado, sentir que las provocaciones que Dios me haga en la vida no son sino para comprender qué gran misión tienen mis cinco panes y mis dos pescados!

Me encuentro en esta experiencia en mi vida personal y en tanta gente que me rodea. ¡Tantas veces no se viven ni se enfrentan cosas tan lindas, valiosas y necesarias! ¿Cuántas veces no se hace lo que se debe hacer, porque “no tengo lo suficiente”, porque “es poco lo que hay”? Siempre recuerdo una catequista de antaño (ya fallecida) en una parroquia en la que estuve en Paraná, la parroquia del Carmen… Tenía ochenta y tantos años y todavía soñaba con seguir dando catequesis… Y decía, “cuando era jovencita daba la catequesis debajo de un ombú, en el barrio”. Y allí formó a muchos cristianos, sin cuadernos, sin lápices, sin tizas, sin pizarra, no tenían recursos. era un ambiente sumamente pobre, no tenían ni un aula… Sólo tenían a la catequista y a los alumnos, ¡y todos eran llamados a la fe! Y con los pocos recursos que tenían fueron hacia delante. Sin embargo, por el mismo motivo de no tener recursos, ¡cuántas cosas no se hacen en la vida! Y ¡cuántas cosas sí se hacen en la vida a pesar de no tener recursos! Si por el mismo motivo muchos pueden animarse a renunciar a la vida, y por el mismo motivo muchos pueden animarse a abrazar la vida y a construir cosas valiosas, ¿qué es lo que falta?

Ésta es la enseñanza que nos trae hoy la Palabra de Dios: creo que el Señor nos está provocando a explotar desde la confianza nuestros pequeños recursos.

El testimonio del obispo vietnamita Van Thuan

Hubo un sacerdote, el obispo vietnamita Van Thuan, que vivió cosas muy particulares y sorprendentes. Fue ordenado presbítero en 1953 y doctor en Derecho canónico en 1959. Durante ocho años fue obispo de Nhatrang (1967-1975). En 1975, Pablo VI le nombró Obispo de Saigon, lo cual fue recibido como una ofensa por el Gobierno comunista de Vietnam y por ello se ordenó su arresto, aunque no tenían pruebas de que hubiera cometido delito alguno más que el de servir y predicar. Estuvo prisionero desde agosto de 1975 hasta el año 1988.

Trece años en la cárcel. Por el crimen de ser sacerdote. Por el crimen de obedecer y ser fiel al Papa. Una vez le preguntaron si había podido celebrar la misa en la cárcel. Él contestó: es la pregunta que muchos me han hecho innumerables veces, y tienen razón, la Eucaristía es la más hermosa oración, es la cumbre de la vida cristiana. Cuando les respondo que sí, ya sé cuál es la pregunta siguiente: ¿y cómo consiguió entonces vino y pan?

Cuando lo arrestaron, no le permitieron llevarse nada. La comunidad católica no tardó en reaccionar y para calmar un poco las aguas, permitieron a Van Thuan escribir un mensaje en un papel. Al final del mensaje, decía: "Por favor, necesito algo de vino, como medicina para el dolor de estómago". Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con la etiqueta "Medicina para el dolor de estómago". Entre la ropa escondieron algunas ostias. El paquete llegó a la cárcel y el policía que lo revisaba preguntó extrañado: "¿Le duele el estómago? Pues aquí le mandan su medicina".

Cuando Van Thuan predicó los ejercicios espirituales a Juan Pablo II, en marzo del 2000, recordó emocionado este momento: "No podía expresar mi alegría al saber que ya podía celebrar Misa. Cada día pude arrodillarme ante la cruz con Jesús y beber con él su cáliz . Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía". Todos los días, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la Eucaristía.

Poco después de su arresto, lo llevaron al norte de Vietnam en barco con otros mil 500 prisioneros hambrientos y desesperados. A las nueve y media de la noche, celebraba la Misa en la cama común que compartía con otros cinco presos. De rodillas, con los grilletes en las manos y en los pies, un poco encorvado y repitiendo las palabras de memoria, consagraba y repartía la comunión a los que le rodeaban.

Estuvo nueve años en aislamiento total, encerrado entre cuatro paredes de cemento sin ventana alguna. Pasó cuatro años más trabajando en las montañas que rodeaban la prisión. Un día pidió un alambre de la valla eléctrica que los acorralaba y, ayudado por otros prisioneros, cortó el alambre en pequeños pedazos, lo enzarzó y formó una pequeña cadena. Otro guardia le permitió quedarse con un pedacito de madera en forma de cruz tomada de la leña que él mismo había cortado. Y hasta su muerte la cadena y la cruz formaron el pectoral que llevaba siempre colgado el Obispo Javier Van Thuan,.